Read Blonde Online

Authors: Joyce Carol Oates

Tags: #Biografía, Drama

Blonde (15 page)

—¡Pequeña! ¡Preciosa pequeña!

Entonces, sin darle tiempo a reaccionar, como en uno de los cuentos de hadas de la abuela Della, ¡el Príncipe la agarró de los brazos, la alzó y la depositó sobre la plataforma, a su lado! Allí la luz era cegadora de verdad; prácticamente no veía nada, y la estancia llena de niños y miembros del personal se desdibujó, como el agua agitada. Con teatral galantería, el Príncipe Encantado entregó a la niña un bastón de caramelo rojo con rayas blancas, una manzana confitada —ambos sumamente pegajosos— y uno de los regalos envueltos en papel rojo. Acto seguido se volvió hacia los fogonazos de las cámaras y les dedicó una de sus perfectas y ensayadas sonrisas.

—¡Feliz Navidad, pequeña! ¡Feliz Navidad te desea Papá Noel!

La niña de nueve años debió de quedarse boquiabierta, paralizada por el horror, porque los fotógrafos, todos hombres, rieron encantados y uno de ellos gritó:

—¡Mantén esa expresión, preciosa!

Deslumbrada por los fogonazos, Norma Jeane fue incapaz de sonreír —y no se le presentaría otra oportunidad— a las cámaras (de
Variety, Los Angeles Times, Screen World, Photoplay, Parade, Pageant, Pix
, el equipo de noticias de Associated Press) como lo hacía ante su Amiga Mágica del Espejo, de una docena de maneras especiales y secretas. Pero la habían pillado por sorpresa y su Amiga del Espejo la había abandonado.
Juré que no volverían a sorprenderme
. Un instante después la bajaron de la plataforma, el único lugar de honor, convirtiéndola de nuevo en una huérfana, una de las huérfanas más jóvenes y menudas, y una celadora la empujó con brusquedad hacia la fila de niños que desfilaban hacia los dormitorios.

Ya estaban abriendo los regalos de Navidad, dejando tras de sí una estela de papeles metalizados.

El suyo era un muñeco de peluche más apropiado para un niño de quizá dos, tres o cuatro años, y aunque Norma Jeane tenía el doble de esa edad, el «tigre de rayas» la conmovió profundamente. El juguete era del tamaño de un gatito y estaba confeccionado con una piel tan suave que daban ganas de frotarlo contra la cara y abrazarlo, abrazarlo y abrazarlo en la cama. Tenía botones dorados por ojos, un gracioso hocico achatado, finos bigotes que hacían cosquillas, rayas anaranjadas y negras y una cola que era un alambre forrado, de modo que podía curvarse hacia arriba, hacia abajo, o dibujar un signo de interrogación.

¡Mi tigre! Mi regalo de Navidad de él
.

En el dormitorio, unas niñas le arrebataron el bastón de caramelo y la manzana confitada y los devoraron rápidamente.

No le importó; lo único que quería era su adorado tigre.

Sin embargo, el muñeco también desapareció pocos días después.

Norma Jeane había tomado la precaución de esconderlo junto a su muñeca bajo las mantas de la cama, pero un día, al regresar de su turno de tareas, descubrió que la cama estaba deshecha y el tigre había desaparecido. (La muñeca seguía allí.) Tras la fiesta navideña, en el orfanato habían aparecido numerosos tigres —además de pandas, conejos, perros y muñecas que eran los regalos destinados a los huérfanos más pequeños, mientras que los mayores habían recibido lápices, estuches y juegos—, pero incluso si Norma Jeane hubiera reconocido el suyo, no se habría atrevido a reclamarlo ni a robarlo, como alguien se lo había robado a ella.

¿Por qué hacer sufrir a otro? Bastaba con sufrir uno mismo
.

La huérfana

Aquellos que tengan fe serán reconocidos por estas señales:

en mi nombre expulsarán a los demonios;

hablarán lenguas nuevas;

agarrarán serpientes;

y si beben veneno, no les afectará;

pondrán sus manos sobre los enfermos y éstos se curarán.

J
ESUCRISTO

El amor divino siempre ha satisfecho y siempre satisfará todas las necesidades humanas.

M
ARY
B
AKER
E
DDY
,
Ciencia y salud

con clave de las Escrituras

1

—Norma Jeane, tu madre ha pedido otro día para pensárselo.

¡Un día más! Pero la doctora Mittelstadt hablaba con tono alentador. No era de las que demuestran dudas, debilidad, preocupación; en su presencia, tenías la obligación de ser optimista. Tenías la obligación de ahuyentar los pensamientos negativos. Norma Jeane sonrió cuando la doctora Mittelstadt explicó que el jefe de psiquiatría de Norwalk había dicho que Gladys ya no «sufría delirios» ni mostraba «impulsos de venganza» como al principio. Esta vez —la tercera en que solicitaban la adopción de Norma Jeane— había esperanzas de que la señora Mortensen fuera razonable y diera su conformidad.

—Naturalmente, tu madre te adora, cariño, y quiere que seas feliz. Desea lo mejor para ti, como nosotros —la doctora Mittelstadt hizo una pausa, suspiró y con un dejo de ansiedad en la voz dijo lo que se había propuesto decir desde un principio—: Bien, pequeña, ¿rezamos juntas?

La doctora Mittelstadt era una devota de la Ciencia Cristiana, pero sólo intentaba inculcar sus creencias a sus pupilas favoritas, e incluso en estos casos, lo hacía sin presionar, como quien ofrece un bocado de comida a una persona hambrienta.

Cuatro meses antes, el día del undécimo cumpleaños de Norma Jeane, la doctora Mittelstadt había llamado a la niña a su despacho para darle un ejemplar de
Ciencia y salud con clave de las Escrituras
, el libro de Mary Baker Eddy. En la primera página, la doctora Mittelstadt había escrito con su perfecta caligrafía:

¡A Norma Jeane, en su cumpleaños!

«Aunque hubiera de ir por los valles sombríos de la muerte, ningún mal temería.» Salmos 23, 4.

¡Este maravilloso y sabio libro cambiará tu vida como ha cambiado la mía!

Dra. Edith Mittelstadt

1 de junio de 1937

Todas las noches, Norma Jeane leía el libro antes de acostarse, y todas las noches susurraba la inscripción.
Te quiero, doctora Mittelstadt
. Más tarde consideraría ese libro como el primer regalo auténtico de su vida. Y ese cumpleaños, como el día más feliz desde su llegada al orfanato.

—Rezaremos para que se tome la decisión adecuada. Y para que Dios nos dé fuerzas para afrontar esa decisión, sea cual fuere.

Norma Jeane se arrodilló sobre la alfombra. La doctora Mittelstadt, que tenía las articulaciones agarrotadas a causa de una artritis, permaneció sentada detrás del escritorio con la cabeza gacha y las manos enlazadas en actitud de fervorosa devoción. Aunque sólo tenía cincuenta años, a Norma Jeane le recordaba a su abuela Della: la misteriosa y abundante carne femenina, sin más forma que la que le daba el corsé; el inmenso pecho caído; el dulce rostro ajado; el cabello gris, y las piernas regordetas surcadas por venas y enfundadas en gruesas medias elásticas. Sin embargo, esos ojos estaban llenos de vehemencia y esperanza.
Te quiero, Norma Jeane, como si fueras mi propia hija
.

¿Había pronunciado estas palabras en voz alta? No.

¿Había besado y abrazado a Norma Jeane? No.

La doctora Mittelstadt se inclinó hacia delante en la silla y entre susurros guió a Norma Jeane en la oración de la Ciencia Cristiana que era su principal regalo para la niña, igual que para ella había sido el principal regalo de Dios.

Padre nuestro que estás en el cielo,

Nuestro Dios Madre-Padre en armonía
,

Santificado sea tu nombre.

Adorable
.

Venga a nosotros tu reino.

Tu reino ya ha venido; siempre estás presente
.

Así en la tierra como en el cielo.

Permite que sepamos

así en la tierra como en el cielo

que Dios es omnipotente, supremo
.

El pan nuestro de cada día dánoslo hoy,

Danos hoy la gracia; alimenta los afectos hambrientos
.

Y perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.

Y el amor se refleja en el amor
.

Y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal;

Y que Dios no nos deje caer en la tentación; antes bien que nos libre del pecado, la enfermedad y la muerte
.

Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, por los siglos de los siglos.

Porque Dios es infinito, todopoderoso, es todo Vida, Verdad, Amor hacia todo, y Todo
.

¡Amén!

—Amén —se atrevió a murmurar Norma Jeane, en un suave eco.

2

¿Adónde va uno cuando desaparece?

Y dondequiera que sea, ¿está solo?

Hubo que aguardar tres días a que Gladys Mortensen decidiera si daría a su hija en adopción. Tres días susceptibles de descomponerse en horas, incluso minutos, durante los cuales habría que sobrevivir con el aliento contenido.

Mary
Baker
Eddy, Norma Jeane
Baker
. ¡Ay, era una señal clara!

Sabiendo que Norma Jeane estaba aterrorizada, Fleece y Debra Mae le leyeron el futuro con una baraja robada.

En el orfanato se permitía jugar a «triunfan corazones»,
gin rummy
y a «robar», pero estaba prohibido apostar y leer las cartas, que era «magia» y una ofensa a Cristo. En consecuencia, las niñas lo hacían una vez que apagaban las luces y con emocionante sigilo.

Norma Jeane no quería que sus amigas le predijeran el futuro porque temía que las cartas interfirieran con sus oraciones y porque si las predicciones eran malas, prefería ignorarlas hasta que no tuviera más remedio que saberlas.

Pero Fleece y Debra Mae insistieron. Ellas tenían más fe en la magia de los naipes que en la de Jesucristo. Fleece barajó las cartas, hizo cortar a Debra Mae, volvió a barajar y finalmente depositó cuatro delante de Norma Jeane, que aguardaba sin atreverse a respirar. La reina de diamantes, el siete de corazones, el as de corazones y el cuatro de diamantes.

—Son todas rojas, ¿lo ves? Eso significa buena suerte para el Ratón.

¿Mentía? Norma Jeane adoraba a su amiga, que aunque a menudo la provocaba o la ponía en ridículo, también la protegía en el orfanato y en la escuela, donde las huérfanas más pequeñas necesitaban protección, pero no confiaba en ella.
Fleece quiere que me quede con ella en esta prisión. Porque nadie la adoptará jamás
.

Era cierto; triste, pero cierto. Ninguna pareja adoptaría a Fleece ni a Janette ni a Jewell ni a Linda, ni siquiera a Debra Mae, que era una bonita pelirroja pecosa de doce años, porque ya no eran niñas, sino jovencitas; jovencitas con «esa expresión» en los ojos que delataba que habían sido víctimas de los adultos y que nunca los perdonarían. Pero por encima de todo, eran demasiado mayores. Habían vivido en hogares de acogida sin llegar a «adaptarse», de modo que habían regresado al orfanato, donde permanecerían hasta que cumplieran los dieciséis y pudieran valerse por sí mismas. En el orfanato, cualquiera que superara los tres o cuatro años era demasiado mayor. De hecho, era un milagro que alguien quisiera adoptar a Norma Jeane. Sin embargo, desde que estaba al cuidado del condado de Los Ángeles, tres parejas habían solicitado su tutela. Estas parejas decían haberse enamorado de ella y estaban dispuestas a pasar por alto el hecho de que tenía nueve años, luego diez, ahora once, y de que su madre estaba viva y confinada en el Hospital Psiquiátrico Estatal de Norwalk, donde le habían diagnosticado «esquizofrenia paranoide crónica, con probables daños neurológicos causados por el consumo de alcohol y drogas» (unos datos que estaban a disposición de los aspirantes a padres adoptivos que lo solicitaran).

En efecto, parecía un milagro. Excepto cuando uno observaba, como hacía el personal del centro, la forma en que la apocada Norma Jeane se transformaba en la sala de visitas. Aunque unos instantes atrás hubiera estado triste, su rostro se iluminaba como una bombilla en presencia de las visitas importantes. Su dulce cara, una luna perfecta; sus ansiosos ojos azules; su sonrisa y sus modales tímidos que le hacían parecer una versión melancólica de Shirley Temple.

—¡Qué angelito!

Esos ojos encerraban una súplica:
¡Queredme! Yo ya os quiero
.

La primera pareja que solicitó la adopción de Norma Jeane Baker procedía de Burbank, donde tenía un campo de árboles frutales de dos mil quinientas hectáreas; se enamoraron de la niña, según dijeron, porque ésta era la viva imagen de su hijita, Cynthia Rose, que había muerto de polio a los ocho años. (Le enseñaron su fotografía a Norma Jeane, que llegó a creer que tal vez ella fuera verdaderamente su hija, que quizá fuera posible; si se iba a vivir con la pareja, le cambiarían el nombre por el de Cynthia Rose, ¡y cuánto anhelaba ese día! «Cynthia Rose» era un nombre mágico.) El matrimonio esperaba encontrar una niña más pequeña, pero en cuanto vieron a Norma Jeane «fue como si Cynthia Rose volviera a nacer, como si nos la devolvieran. ¡Un milagro!». Sin embargo, Gladys Mortensen se negó a firmar los documentos de cesión de la custodia de su hija. La pareja quedó desolada, «fue como si nos arrebataran a Cynthia Rose por segunda vez», pero no hubo nada que hacer.

Norma Jeane se escondió para llorar. ¡Cuánto había deseado convertirse en Cynthia Rose! Y vivir en un campo de dos mil quinientas hectáreas, en un lugar llamado Burbank, con un padre y una madre que la quisieran.

La segunda pareja, que procedía de Torrance y decía gozar de una «posición desahogada» a pesar de la depresión económica, pues el marido estaba al frente de un concesionario de Ford, tenía varios hijos propios —¡cinco varones!—, pero la mujer suspiraba por una niña. También ellos deseaban una niña más pequeña, pero en cuanto la mujer posó sus ojos en Norma Jeane, decidió que la quería a
ella
.

—¡Qué angelito!

La mujer pidió a Norma Jeane que la llamara «mamita» —¿acaso era «mamá» en español?— y ella lo hizo. Era una palabra mágica: ¡mamita!
Ahora tendré una mamá de verdad. ¡Mamita!
Norma Jeane adoraba a esa cuarentona regordeta que había acudido a rescatarla de la soledad, según decía, y vivía en una casa llena de varones; tenía la cara arrugada y curtida por el sol, pero también una sonrisa optimista y tan radiante como la de la niña. Tenía la costumbre de tocar a la pequeña, de apretarle con cariño la mano, y la colmaba de regalos: un pañuelo blanco bordado con las iniciales «N. J.», una caja de lápices de colores, monedas de cinco y diez centavos, chocolatinas envueltas en papel de aluminio que Norma Jeane se apresuraba a compartir con Fleece y las demás niñas para aplacar sus celos.

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