Cómo ser toda una dama (3 page)

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Authors: Katharine Ashe

Tags: #Histórico, #Romántico

El gigantón se dobló de la risa.

—Parece que no ha oído todo lo que se cuenta del capitán Jin, ¿eh? ¿Verdad, señorita?

Viola fulminó al hombre con la mirada, bajó la mano y se pegó a Seton de nuevo. Una barba incipiente le ensombrecía el mentón, casi negro por completo, tan empapado como el resto de lo que había a bordo. Llevada lloviendo tres días seguidos, una manta de agua tan densa que casi no se veía. Su intención no había sido la de sorprender a la
Cavalier
. Eso había sido cuestión de suerte.

Los ojos de Seton eran tan duros como el cristal.

Tal vez no hubiera sido cuestión de suerte después de todo.

Apretó los dientes.

—No vuelvas a hacer algo así en la vida —le clavó un dedo en el chaleco empapado. Encontró músculos debajo. Aunque eso era normal en un marinero—. O haré que te aten al mascarón en un abrir y cerrar de ojos.

—Me has desafiado, de hecho. Se ve que no lo habías pensado como es debido —el gélido azul refulgía. Se lo estaba pasando en grande. Esos ojos, que estaban tan cerca de los suyos, pasaron por su nariz dolorida antes de enfrentar de nuevo su mirada. Su voz resonó como una tormenta estival, grave y un tanto amenazadora—. Podría haberte arrancado un trozo.

—Lo ha hecho antes —añadió el gigantón, de buen humor—. Y algún que otro lóbulo de la oreja. Una vez le arrancó el dedo a un tipejo.

Viola era incapaz de apartar la mirada de esos gélidos ojos.

—Retiro el apodo de
Faraón
. Eres un animal.

—Y tú estás demasiado cerca para tu propia seguridad.

Con el pelo oscuro pegado al puente de la nariz y a los pómulos afilados, sus ojos parecían casi sobrenaturales y demasiado inteligentes. La nariz larga y el fuerte mentón le conferían un aire aristocrático. Además, hablaba con el acento de un hombre educado, aunque con un deje extranjero. No era del todo inglés. En los puertos, desde Boston hasta La Habana, lo llamaban
Faraón
por un buen motivo.

Un brillo blanquecino apareció entre sus labios. Dientes. Unos dientes muy afilados. Debería apartarse de ellos.

Viola no lo hizo. Y no sólo porque nunca había retrocedido ante un enemigo delante de su tripulación, sino porque, en realidad, estaba hipnotizada. Sus labios eran perfectos, de un modo muy erótico y moldeados de la forma más maravillosa y sensual. La masculinidad en estado puro. Intentó recordar los labios de Aidan. No pudo. Habían pasado meses desde la última vez que lo vio, cierto, pero estaba enamorada de Aidan Castle. Enamorada desde hacía diez años. Debería recordar sus labios, ¿no?

Los perfectos labios de Seton esbozaron una lenta sonrisa. Su aliento le rozaba la cara y se mezclaba con la lluvia. Levantó la vista. Él se inclinó un poco hacia delante y le murmuró en tono confidencial, como si fueran amantes que compartieran cama:

—Lo haré de nuevo si no te apartas.

—Eso creo, sí —se estremecía por dentro, la traición de una mujer adulta que llevaba demasiado tiempo al mando de unos brutos. Sin embargo, su padre siempre le había dicho que era de sangre caliente—. Pero en ese caso tendré que matarte y ninguno de los dos quiere que eso suceda, ¿verdad?

—Apártate o lo averiguaremos.

—No me tientes. Al puñal que llevo en la cadera le gusta la sangre pirata.

—Ya no es un pirata, señorita —masculló el gigantón.

—Me parece que no captas el mensaje más importante —dijo Seton, que ladeó la cabeza, de modo que esos labios perfectos quedaron muy cerca de los suyos.

Olía a sal, a lluvia y a viento. Y a algo más. Era un olor almizcleño y viril, no el hedor rancio y sudoroso de un marinero cualquiera. Olía a hombre. Un olor que la recorrió como una llama.

Viola dejó de respirar.

—A lo mejor soy dura de oído. O a lo mejor acabo de hundir tu barco y tú eres mi prisionero.

Él enarcó una ceja.

—Pues mátame si es tu deseo.

—A lo mejor lo hago.

—No lo harás —parecía confiado.

—¿Cómo lo sabes?

Seton bajó la voz hasta convertirla en un susurro y clavó la mirada en su boca.

—Nunca has matado una mosca. No empezarás conmigo.

No replicó. ¿Para qué? Ese desgraciado tenía razón.

Muy despacio, él apartó la cabeza. Viola se permitió respirar. El rostro de Seton seguía impasible. Deslizó el pie derecho unos cuantos centímetros hacia atrás. A continuación, hizo lo propio con el izquierdo. Si sonreía siquiera, le clavaría el puñal y al infierno él y su juramento de no convertirse en la clase de marinero que fue su padre.

Como si Seton supiera lo que estaba pensando, sus ojos se iluminaron una vez más. Con un brillo travieso.

Ella entrecerró los ojos.

—No crees que vas a pasar la noche entre rejas, ¿verdad?

Seton no respondió.

—El capitán Jin no es de los que mienten, señorita —dijo el gigantón con voz ronca—, pero no creo que quiera insultarla delante de sus hombres, ¿sabe, usted?

—¿Cómo te llamas, marinero?

—Matthew, señorita.

—Matthew, mantén la boca cerrada o te la cerraré yo.

La boca perfecta de Seton esbozó una sonrisa torcida.

Viola se quedó sin aliento. Apartó la mirada al punto y gritó hacia el timón:

—Becoua, pon rumbo al puerto.

—¡Sí, capitana!

—¡Señor
Loco
! —gritó hacia la otra punta de la cubierta, a su segundo de a bordo—. Nos quedaremos todo lo que tengan estos hombres antes de entregarlos al jefe del puerto.

Su segundo de a bordo andaba como un cangrejo y era un saco de huesos con una poblada barba blanca.

—¿Todo, capitana?

Viola sonrió, inspiró hondo una vez más y se cruzó de brazos.

—Todo —señaló con la cabeza al
Faraón
—. Y,
Loco
, empieza con el señor Seton.

Viola se percató de su error enseguida. Después de un largo viaje, su tripulación valoraba más la ropa que las armas o el dinero, y los marineros de la
Cavalier
iban mejor vestidos que la mayoría. Pero debería haber dejado tranquilo a Seton. Después de todo, llevaba años siendo el dueño de su propio barco, su igual en el mar. Era cuestión de buenos modales tratar a los otros capitanes con respeto.

En resumidas cuentas, su perfección iba más allá de la boca.

Fue incapaz de apartar la vista. Seton le sostuvo la mirada mientras unas manos diestras aflojaban las sogas y lo despojaban primero del gabán, del pañuelo y del chaleco, y después de la camisa y de los pantalones. Sus ojos la desafiaron durante todo el proceso. Sin embargo, llegados a un punto, ella dejó de mirarle la cara.

¡Santa Bárbara bendita, parecía más un dios que un hombre!

Hombros anchos relucientes por la lluvia, torso delgado y musculoso con una línea de vello oscuro que se perdía bajo los calzones, que se ceñían a sus caderas. Después de haber pasado años en el barco de su padre, Viola había visto a incontables hombres desnudos. Los marineros o estaban muy delgados por la vida en el mar o estaban muy musculosos por el trabajo duro. Jinan Seton no estaba ni una cosa ni la otra. Su altura le confería a esos brazos fibrosos, a ese torso y a ese duro abdomen un aspecto muy placentero a la vista.

Empezó a respirar entrecortadamente. Desde luego que había pasado demasiado tiempo desde la última vez que vio a Aidan.

—¿Te gusta lo que ves, capitana? —Seton apenas había movido los labios, pero su voz sonó fuerte y desabrida.

¡Arrogante hijo de una ballena jorobada! Aunque tenía motivos para ser arrogante, claro.

—¿Te gusta el tiempo que hace, Seton? —tenía que estar tan helado como un iceberg de Nueva Escocia. Su tripulación también. Sería mejor que los desembarcara antes de que murieran congelados.

Lo vio sonreír.

—Hace bastante calor para ser primavera, ¿no crees?

Cierto. Pero no más allá de su piel. A su lado, Matthew estaba temblando, pero
El Faraón
permanecía inmóvil como una estatua. Debería acercarse a él para comprobar si tenía la piel de gallina. Cuando el barco subió una ola, Seton afianzó los pies y sus músculos se tensaron… El torso, los brazos, el cuello y las pantorrillas. Viola casi se atragantó por la sorprendente oleada de calor que la atravesó.

Y la sonrisa de Seton se ensanchó.

Con paso tranquilo, ella se dirigió a la escalera, dándole la espalda, y descendió bajo cubierta.

Una vez en su camarote, abrió el armarito de las medicinas y sacó un bote con yodo, láudano y otros frasquitos, metiéndoselos en los bolsillos de su gabán, junto con unas tijeras y un grueso rollo de vendas. Estaría bien ocupada hasta el anochecer curando cortes y brechas, pero no había visto heridas graves ni entre su tripulación ni entre los marineros de la
Cavalier
. Añadió una aguja e hilo antes de subir a cubierta.

Empezó a atender a los heridos conforme se los encontraba, acostumbrada a esa tarea. Desde que tenía diez años, cuando cruzó el océano por primera vez en el bergantín que su padre utilizaba para el contrabando, este dejó que ella se encargara de esas responsabilidades, que recaían en el capitán. Su padre dijo que de esa forma los hombres apreciarían su presencia en vez de re-sentirla.

La mayoría nunca había puesto pegas y se había acostumbrado a ella enseguida. Viola se aseguró de que fuera así. Al fin y al cabo, el único consuelo tras perder a su familia en Inglaterra fue la aventura que representaba la vida en el mar. Por aquel entonces, hizo todo lo que se le ocurrió para convencer a su padre de que la dejara a bordo en vez de en tierra con su hermana viuda y sus tres hijos llorones. La había recompensado durante las primaveras y los veranos, pero la dejaba en tierra, en la ciudad de Boston, durante el resto del año para que recibiera clases y esperara impaciente su regreso en abril.

Más adelante, cuando ya creció un poco, se dio cuenta de que su padre la dejaba acompañarlo en el barco porque le recordaba a su madre. Su verdadero amor. Cuando conoció a Aidan Castle, por fin comprendió la devoción de su padre.

Dejó de llover justo cuando Viola ataba el último vendaje y le indicaba al marinero que volviera al trabajo. Su tripulación limpiaba y reparaba, con martillos, clavos y sogas. De hecho, su barco no había salido muy mal parado. Teniendo en cuenta la identidad de su oponente, era extraordinario que hubieran salido victoriosos.

Se obligó a mirar a popa. Atado al mástil, Seton permanecía con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en la madera. Sin embargo, ella no se dejó engañar. Un hombre como él no dormiría mientras estaba retenido a bordo de otro navío. Seguramente estaba planeando su huida.

Lo vio abrir los ojos y mirarla a la cara. En esa ocasión no sonrió.

Viola sabía que a lo largo de la última década la rápida
Cavalier
había pasado casi todo el tiempo persiguiendo buques británicos, y que durante la guerra con Napoleón había derrotado a algunos barcos de guerra franceses. De vez en cuando abordaba algún corsario norteamericano, pero nunca un mercante ni un barco de la Armada de Estados Unidos. Sin embargo, desde hacía unos meses corría el rumor de que la
Cavalier
había hundido un barco pirata cerca de La Habana. Poco después, había entregado a otro pirata, una goleta mexicana, a un capitán norteamericano en Trinidad. Buen trabajo. Decente.

Aun así, con el colorido pasado del navío y con la reputación del
Faraón
, si Viola entregaba a su tripulación a las autoridades portuarias de Boston, era muy probable que Seton y sus hombres acabaran colgados.

Miró por encima del hombro a su segundo de a bordo que estaba enganchando una driza al palo mayor.


Loco
, ¿sería deshonesto que un pirata ocultara su identidad para que no lo colgasen?

—No sería deshonesto, capitana —los ojos del hombre eran muy perspicaces. Desde que tenía diez años,
Loco
le había enseñado la mitad de lo que ella sabía acerca del mar y de la vida—. Diría que sería sensato —añadió, tras lo cual le lanzó una mirada de reojo al capitán de la
Cavalier
.

—¿Crees que nuestros muchachos podrán mantener la boca cerrada? —preguntó en voz baja—. ¿O querrán alardear? Al fin y al cabo, no han hundido un barco cualquiera. Tienen derecho a sentirse orgullosos.

Loco
resopló.

—Estos muchachos harían cualquier cosa por usted y lo sabe —lo dijo sin sentimentalismo alguno.

Los marineros no se ponían sentimentales por más afecto que se tuvieran entre sí. Viola lo había aprendido enseguida. También había aprendido a tragarse las lágrimas como cualquier hombre.

—Pues asegúrate de correr la voz —hizo una pausa—. Pero no se lo digas a Seton ni a los suyos.

Loco
asintió y se alejó para cumplir sus órdenes. Viola relajó los hombros. Cuando arribaran a puerto en cuestión de una hora, le contaría una patraña al jefe del puerto acerca de un barco a la deriva que le disparó al suyo por error. Le diría que había subido a la tripulación a bordo y que los había atado por si querían armar jaleo. Pero que, pese a todo, estaba convencida de que no eran peligrosos. Demonios, si no habían sido capaces de salvar su propio barco, ¿cómo iban a ser una amenaza?

Los documentos de la
Cavalier
se habían hundido con ella. Sin pruebas de su origen, detendrían a su tripulación esa noche. Pero con su historia, no los retendrían más tiempo a menos que Seton abriera su arrogante bocaza y proclamara su identidad y la de su barco.

Ella no tendría la culpa de que lo ahorcaran. Dejaría que
El Faraón
se encargara de eso él solito.

Capítulo 3

El jefe del puerto, un viejo amigo, se tragó la historia sin dudar. O, al menos, fingió tragársela. El saquito lleno de monedas de oro que Viola había conseguido en un bergantín español dos meses antes y que le había metido con disimulo en un bolsillo seguro que tenía mucho que ver con su buena disposición.

Viola acompañó a la tripulación de la
Cavalier
mientras desembarcaba y se encargó de trasladarlos a todos a la cárcel del puerto, tras lo cual se lavó las manos.

—Señorita Violet, ha hecho usted lo correcto —
Loco
caminaba junto a ella por el muelle en dirección a la calle, atestada de marineros, estibadores, comerciantes y las prostitutas que los complacían a todos. A través de las puertas de las tabernas, se escuchaban risotadas y voces. La niebla nocturna todavía flotaba en el aire—. He hablado con unos cuantos tripulantes de la
Cavalier
. No son mala gente.

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