Congo (4 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Aventuras

Primero utilizó lo que se llamaba un «ciclo de lavado», para eliminar la estática. Identificó las líneas de estática que ocurrían en posiciones específicas y tenían un valor de escala gris determinado. Hizo que la computadora las eliminara. La imagen resultante mostraba espacios en blanco allí donde la estática había sido eliminada. Entonces ella procedió a «llenar los blancos», instruyendo a la computadora para que incorporara las imágenes de acuerdo con lo que rodeaba esos espacios. En esta operación el ordenador realizaba una suposición lógica acerca de lo que faltaba.

Karen obtuvo así una imagen libre de estática, pero borrosa, carente de definición. Entonces intensificó la imagen extendiendo los valores de la escala gris. Por alguna razón, obtuvo una distorsión que después tuvo que eliminar, y eso liberó desperfectos que había suprimido previamente; para deshacerse de ellos tuvo que accionar tres nuevos programas…

Detalles técnicos la acosaron durante una hora, hasta que de pronto surgió la imagen, nítida y brillante. Al verla, contuvo la respiración. La pantalla mostraba una cara oscura, cavilosa, de cejas espesas, ojos vigilantes, nariz achatada, labios gruesos.

Inmóvil, en la pantalla de vídeo se veía la cara de un gorila macho.

Se acercó Travis, meneando la cabeza.

—Terminamos la recuperación en audio de ese jadeo. La computadora confirma que se trata de respiración humana, procedente de al menos cuatro focos distintos. Pero es muy raro. Según el análisis, es sonido de inhalación, no de exhalación, que es como la gente produce sonidos.

—La computadora se equivoca —dijo Ross—. No es humana. —Indicó la pantalla y la cara del gorila. Travis no mostró sorpresa.

—Un artefacto —dijo.

—No es un artefacto.

—Usted llenó los blancos, y consiguió un artefacto. Los muchachos se divierten jugando con las imágenes y a veces sus juegos se introducen en otros programas.

La propia Karen se había quejado de ese problema.

—Pero esta imagen es real —insistió, señalando la pantalla.

—Mire —dijo Travis—, la semana pasada Harry llenó los blancos en las montañas Karakorum y obtuvo un juego de descenso en la luna. Se supone que el descenso se produjo junto al puesto de McDonald, todo muy divertido. —Se alejó mientras agregaba—: Reúnase con los demás en mi oficina. Fijaremos fechas para enviar una nueva expedición.

—Yo conduciré el próximo equipo.

Travis negó con la cabeza.

—Imposible.

—Pero ¿qué hay de esto? —preguntó Karen Ross, señalando la pantalla.

—No acepto esa imagen —dijo Travis—. Los gorilas no actúan de esa manera. Tiene que ser un artefacto. —Miró el reloj—. Ahora, el único problema que tengo es cuándo puedo enviar un nuevo equipo al Congo.

4
Segunda expedición

Travis nunca dudó de que había que regresar; desde la primera vez que vio los vídeos del Congo, sólo pensó en la mejor forma de hacerlo. Convocó a todos los jefes de sección: administración, diplomacia, control remoto, geografía, logística, asuntos legales. Todos bostezaban y se restregaban los ojos.

Travis empezó diciendo:

—Quiero que estemos de regreso en el Congo en noventa y seis horas.

Luego se echó hacia atrás en su sillón y dejó que los demás le dijeran por qué no podía hacerse. Había muchas razones.

—No podemos reunir las unidades de transporte aéreo para despacho en menos de ciento sesenta horas —dijo Cameron, el encargado de logística.

—Podemos posponer el equipo del Himalaya y usar sus unidades —sugirió Travis.

—Pero ésa es una expedición de montaña.

—Podemos modificar las unidades en nueve horas —replicó Travis.

—Pero no podemos conseguir el equipo para transportarlas —informó Lewis, el jefe de transportes.

—Aerolíneas Coreanas tiene disponible un reactor «747» de transporte de cargamento. Me informan de que puede llegar aquí en nueve horas.

—¿Tienen un avión constantemente allí? —preguntó Lewis, con incredulidad.

—Creo —contestó Travis— que han tenido una cancelación de última hora, de otro cliente.

Irwin, el contable, se quejó:

—¿Cuánto costaría?

—No conseguiremos visados de la Embajada de Zaire en Washington a tiempo —dijo Martin, el encargado de diplomacia—. Y de todos modos existen serias dudas de que los extiendan. Como sabrán, los primeros visados para el Congo estaban basados en nuestros derechos de exploración minera con el gobierno del Zaire, pero se trata de derechos no exclusivos. Nos dieron permiso para ir, igual que a los japoneses, a los alemanes y a los holandeses, que han formado un consorcio minero. Pero se trata de una carrera. El que primero descubre yacimientos obtiene el contrato. Si Zaire descubre que nuestra expedición está en dificultades, la cancelarán y permitirán que pruebe suerte el consorcio eurojaponés. En estos momentos hay trescientos agentes comerciales japoneses en Kinshasa, derrochando yenes.

—Creo que está en lo cierto —dijo Travis—. Si se enteran de que nuestra expedición está en dificultades.

—Se sabrá apenas solicitemos los visados.

—No solicitaremos visados. Todo el mundo cree que todavía tenemos una expedición en Virunga. Si nos damos prisa en poner un segundo equipo pequeño en el terreno, nadie sabrá que no se trata del grupo original.

—Pero ¿qué hay de los visados específicos del personal para cruzar las fronteras…?

—Detalles —dijo Travis—. Para eso sirve el alcohol. —Se refería a los sobornos, que a menudo tenían forma de botella. Muchos equipos expedicionarios iban a diversas partes del mundo con cajas de bebida y de otros productos, como radios de transistores y cámaras Polaroid.

—¿Detalles? ¿Cómo cruzarán la frontera?

—Necesitaremos un buen hombre para eso. Quizá Munro.

—¿Munro? Eso es jugar con fuego. El gobierno de Zaire odia a Munro.

—Es un hombre lleno de recursos, y conoce la región. Martin, el experto en diplomacia, se aclaró la garganta antes de hablar.

—No estoy seguro de que debería estar presente en esta discusión. Me parece que si se proponen entrar en un país soberano con un equipo ilegal dirigido por un ex soldado mercenario del Congo…

—No se trata de eso, en absoluto —dijo Travis—. Me veo obligado a poner en el terreno un equipo de apoyo para ayudar a la gente que ya tengo allí. Sucede todo el tiempo. No hay razón para pensar que alguien pueda estar en dificultades; sólo se trata de un equipo de apoyo de rutina. No tengo tiempo de utilizar los canales oficiales. Tal vez no demuestre muy buen juicio al contratarlo, pero no creo que eso sea demasiado grave.

A las 23.45 del 13 de junio ya se había decidido la faz organizativa de la siguiente expedición de STRT, y confirmado por ordenador. Un «747» totalmente cargado partiría rumbo a África el 15 de junio, donde recogería a Munro o «a alguien como él», y el equipo completo estaría en el Congo el 17 de junio.

En noventa y seis horas.

Desde la sala de datos, Karen Ross podía ver, a través de las paredes de cristal, la oficina de Travis, y seguir con la mirada las discusiones que se estaban llevando a cabo allí. Con su mente lógica, llegó a la conclusión de que Travis había tomado una decisión basada en datos insuficientes, y actuando apresuradamente. Karen pensaba que no valía la pena volver al Congo hasta tanto no supieran a qué deberían enfrentarse. Permaneció ante su consola, examinando la imagen que había recuperado.

Ross creía que se trataba de una imagen real pero ¿cómo conseguir que Travis la aceptara?

En el mundo altamente sofisticado de procesamiento de datos de STRT existía el constante peligro de que la información extraída comenzara a «flotar», es decir, que las imágenes cortaran amarras. Esto podía suceder sobre todo cuando se sometía la base informática a múltiples manipulaciones, es decir, cuando se empezaba a rotar ciento seis píxeles en el hiperespacio generado por la computadora.

De modo que STRT había desarrollado otras formas de constatar la validez de las imágenes obtenidas en la computadora. Ross operó dos programas para constatar la imagen del gorila. El primero era el llamado Predicción del Siguiente Cuadro Animado.

Era posible tratar un vídeo como si fuera una película cinematográfica. Mostró a la computadora varias imágenes fijas sucesivas y luego le pidió que creara la Predicción del Siguiente Cuadro. Éste fue luego constatado con el verdadero cuadro siguiente.

Operó ocho Predicciones del Siguiente Cuadro sucesivas y todas resultaron. Si había un error en el manejo de los datos, se trataba, al menos, de un error coherente.

Alentada, operó a continuación el programa de Tres Dimensiones. En este caso, la imagen plana de vídeo era tratada como si tuviera características tridimensionales, a base de figuras de escala gris. En esencia, la computadora decidía que la sombra de una nariz, o de una cadena de montañas, significaba que la nariz o cadena de montañas en cuestión sobresalía por encima de la superficie circundante. Imágenes sucesivas podían ser comprobadas contra estas suposiciones. A medida que se movía el gorila, la computadora verificó que la imagen plana era, en efecto, tridimensional y coherente. Esto demostraba, más allá de toda duda, que la imagen era real.

Karen Ross fue a ver a Travis.

—Digamos que acepto esa imagen —dijo Travis, frunciendo el entrecejo—: Aun así, no veo por qué debe ser usted quien esté al frente de la nueva expedición.

—¿Qué encontró el otro equipo? —preguntó Ross.

—¿El otro equipo? —dijo Travis inocentemente.

—Usted dio esa cinta a otro equipo de salvamento para que confirmara mi descubrimiento —contestó Ross. Travis consultó su reloj.

—Todavía no han informado nada —dijo, y agregó—: Todos sabemos que usted trabaja muy rápido con la base informática.

Ross sonrió.

—Por eso es que me necesita para conducir esa expedición —dijo—. Conozco la base porque yo la generé. Y si intenta usted enviar otra expedición antes de que se resuelva esto del gorila, la única esperanza que tiene es que el jefe del grupo esté en situación con los datos lo antes posible. Esta vez, se
necesita
en el terreno a un operador de consola, o la nueva expedición acabará como la primera. Porque usted todavía no sabe qué ocurrió con ella.

Travis, sentado tras su escritorio, la miró fijamente durante un largo rato. Ella reconoció esta vacilación como señal de ablandamiento.

—Y quisiera hacer una consulta.

—¿Con alguien de fuera?

—Sí. Alguien de nuestra lista de investigadores subvencionados.

—Arriesgado —dijo Travis—. En este caso no me gusta involucrar a gente de fuera. Sabe que el consorcio nos sigue los pasos muy de cerca. La noticia puede trascender.

—Es importante —insistió Ross.

Travis suspiró.

—Está bien, si usted cree que es importante. —Volvió a suspirar—. No demore a su equipo.

Ross ya empezaba a guardar entre sus pertenencias la copia de la información que llevaría consigo.

Una vez solo Travis frunció el entrecejo, mientras reflexionaba sobre la decisión tomada. Aun en el caso de que la expedición al Congo saliera bien y fuera rápida, que no llevara más de quince días, los costos fijos excederían los trescientos mil dólares. La comisión pondría el grito en el cielo: ¡enviar a una criatura inexperta, de veinticuatro años, una
muchacha
, al terreno, con tanta responsabilidad! Especialmente en un proyecto tan importante como éste, en el que los riesgos eran enormes, y donde ya habían fracasado en lo referente a tiempo y proyección de costos. Y Ross era tan fría, que podía llegar a fracasar como jefa de campo, enemistándose con los otros integrantes del equipo.

Sin embargo, Travis tenía una corazonada con respecto a Glaciar Ross. Su filosofía administrativa era siempre dar el proyecto a quien más tuviera que ganar con el éxito, o más que perder con el fracaso.

Volvió la cara hacia la consola montada junto a su escritorio.

—Travis —dijo, y la consola se iluminó.

—Fichero psicográfico —pidió.

La pantalla mostró señales de petición de información.

—Ross, Karen —dijo Travis.

En la pantalla apareció
PENSANDO UN MOMENTO
. Ésa era la respuesta programada que significaba que la información estaba siendo extraída. Aguardó.

Luego apareció el resumen psicográfico. Todos los empleados de STRT eran sometidos a tres días de pruebas psicológicas que determinaban no sólo las habilidades sino también posibles propensiones. La evaluación de Ross, pensó, sería tranquilizadora para la comisión.

MUY INTELIGENTE / LÓGICA / FLEXIBLE / INTUITIVA INFORMÁTICAMENTE / PROCESOS INTELECTUALES ADECUADOS A CONTEXTOS DE TIEMPO REAL RÁPIDAMENTE CAMBIANTES / ORIENTADA A TRIUNFAR CON OBJETIVOS DEFINIDOS / CAPAZ DE ESFUERZO MENTAL SOSTENIDO

Parecía la descripción perfecta del próximo jefe de la expedición al Congo. Recorrió la pantalla, en busca de lo negativo. Que no era tranquilizador.

JOVEN Y DESPIADADA / COMUNICACIÓN HUMANA SUPERFICIAL / DOMINANTE / INTELECTUALMENTE ARROGANTE / INSENSIBLE / ORIENTADA A TRIUNFAR A TODA COSTA

Y había una anotación final, derivada. Este concepto de derivada de la personalidad había sido desarrollado mediante pruebas de STRT. Sugería que cualquier característica dominante de la personalidad podía revertirse de repente bajo condiciones de tensión: personalidades paternales podían convertirse en infantiles y petulantes, personalidades histéricas trocarse en imperturbables, o personalidades lógicas en ilógicas.

DERIVADA: OBJETIVIDAD DOMINANTE (POSIBLEMENTE INDESEABIE) PUEDE PERDERSE AL VER OBJETIVO DESEABLE CERCA / DESEO DE TRIUNFO PUEDE PROVOCAR REACCIONES PELIGROSAMENTE ILÓGICAS / FIGURAS PATERNAS SERÁN ESPECIALMENTE DENIGRADAS / EL SUJETO DEBE SER CONTROLADO EN LOS PROCEDIMIENTOS DE LA ÚLTIMA ETAPA

Travis se quedó mirando la pantalla y llegó a la conclusión de que tal circunstancia era altamente improbable en la próxima expedición al Congo.

Karen Ross estaba alborozada por su nueva autoridad. Poco antes de la medianoche llamó a las listas de subvencionados desde su terminal de la oficina. STRT contaba con expertos en varias áreas de la vida animal subvencionados por una fundación sin fines de lucro llamada Fondo para la Vida Salvaje de Recursos Terrestres. Las listas de subvencionados estaban ordenadas taxonómicamente. Bajo «Primates» encontró catorce nombres, incluyendo varios en Borneo, Malasia y África, así como en los Estados Unidos. En los Estados Unidos sólo estaba disponible un investigador experto en gorilas, llamado Peter Elliot, de la Universidad de California en Berkeley.

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