Conspiración Maine (7 page)

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Authors: Mario Escobar Golderos

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

—Este proyectil parece el de un Winchester de 1873 del calibre 10,75 mm. Creo que no ha venido usted solo desde los Estados Unidos.

—Ese fusil lo puede comprar cualquiera. Además, ¿cómo puede estar tan seguro del calibre?

—Le aseguro que en La Habana no hay balas de este calibre —comentó Hércules, mientras levantaba la vista hacia las azoteas.

—Podría ser de un revolucionario que ha estado en Nueva York —comentó Lincoln imitándole. No se veía nada más allá de un cielo negro con algunos nubarrones grises que reflejaban la luz de la ciudad.

—Aunque un revolucionario fuera su dueño, no tendría tan buena puntería.

—Pero si ha fallado —dijo sorprendido Lincoln.

—Se equivoca Lincoln, esto era sólo un aviso. El agujero está justo en el centro del sombrero. Me parece que ya saben a lo que nos dedicamos.

—No han tardado mucho en averiguarlo —aseguró el agente norteamericano, al tiempo que acariciaba su arma dentro del bolsillo de la chaqueta.

Lincoln se sacudió el polvo de la chaqueta. Algunos ronchones negros formados por el sudor y la tierra le cubrían la solapa y casi toda la parte delantera del pantalón. Hércules no le dio mucha importancia a su ropa, se caló el sombrero y con un gesto le indicó a su compañero que se pusiera en marcha. Los dos hombres continuaron su camino hasta el hotel.

Capítulo 5

Nueva York, 16 de Febrero.

Alejo Napoli subió los escalones de dos en dos. Las tablas del suelo crujieron bajo las pesadas botas. No veía el momento de encontrarse con los camaradas e informarles de lo que un compañero le había dicho sobre el hundimiento del barco. Al llegar al rellano vio algo extraño. La puerta renegrida por la humedad del puerto se encontraba ligeramente entornada. Inmediatamente acercó su mano al bolsillo interior de la chaqueta y empujó la hoja con la punta de los dedos. La puerta giró sobre sus goznes chirriantes. El pasillo en penumbra parecía despejado. Dio unos pasos cortos, procurando que el suelo de madera no delatara su presencia. Miró de reojo la habitación de la derecha, la puerta estaba abierta, y en la cama, cubierto por una intensa mancha roja, yacía uno de los camaradas. Algunas moscas zumbaban por encima del cuerpo y un intenso olor a podrido le revolvió el estómago. Se le pasó por la cabeza darse la vuelta y escapar antes de que los que habían hecho eso salieran de su escondite y se liaran a balazos con él, pero sabía que las órdenes indicaban que en un caso así, debía borrar todas las huellas y pruebas antes de que llegara la policía. Salió del cuarto y se dirigió a la siguiente habitación, abrió la puerta y contempló varios cuerpos apilados boca arriba en el suelo. Tan sólo quedaba un miembro más de la célula. Dejó la estancia y caminó con el estómago encogido hasta el salón-cocina. Al entrar pegó un respingón dejando escapar un leve suspiro. Marco Santoni le miraba sentado en una de las sillas.

—Marco, estás vivo —dijo Alejo, más sorprendido que contento.

—Alejo. Estaba esperando que llegaras —dijo Marco sin levantar la mirada.

—Pero, ¿qué ha sucedido? ¿Quién ha hecho esta masacre?

Alejo dejó su revólver sobre la mesa y se sentó junto a su camarada. Marco le observó con cierta indiferencia, sus ojos hundidos detrás de las gafas redondas parecían cansados. Ninguno de los dos expresó asombro o tristeza. Alejo había combatido en Italia al lado del General Garibaldi. Una verdadera carnicería. En una ocasión, le tocó apilar los cadáveres de los soldados de Nápoles antes de incinerarlos frente a las murallas de la ciudad.

—Ahora, ¿qué vamos a hacer? Hay que contactar con el enlace, está claro que alguien ha descubierto la operación. Un informador me ha contado que todo ha salido bien en La Habana —dijo Alejo después de escapar de los recuerdos de la Guerra de Italia. Marco levantó de nuevo la cabeza y se quitó las gafas. Pintitas rojas cubrían los cristales y las mangas de una raída camisa de rayas azules—. ¿Quién puede haber hecho esto? ¿La gente del gobierno?

Marco se puso las gafas de nuevo y colocó su mano derecha sobre la pierna, fuera de la vista de su camarada.

—Querido camarada, muchos son los enemigos de la causa. Todos deben morir.

Nueva York a finales del siglo XIX era una ciudad rodeada por inmensos guetos de pobreza.

Alejo interpretó las palabras de su compañero como un juramento. Muchos camaradas habían muerto a manos del general Miles desde las huelgas de Chicago. El ejército de la Unión se estaba reorganizando después de la Guerra Civil y era el momento de que la revolución triunfara en los Estados Unidos. Alejo había visto cómo su sueño se había evaporado en Italia, pero todavía estaban a tiempo de que el Nuevo Mundo se convirtiera en la «Tierra Prometida» de la clase trabajadora.

Marco levantó el brazo y encañonó a su camarada. Éste le miró confuso, paralizado. El que le apuntaba no era un extraño, llevaban tres años juntos, vagando de un sitio para otro. Por favor, era Marco Santoni.

—Camarada, ha llegado la hora de que la verdadera revolución triunfe —dijo Marco poniéndose en pie. Apretó el gatillo y un chasquido precedió al sonido de la bala y el estruendo de un cuerpo derrumbándose sobre el suelo—. Christophorus Colonus—dijo el asesino observando cómo su amigo se desangraba sobre la madera podrida de la casa.

La Habana, 19 de Febrero.

Las alfombradas escaleras del hotel Inglaterra se encontraban completamente desiertas. Hércules se detuvo frente a la puerta de su habitación y Lincoln continuó caminando. El norteamericano dormía dos puertas más allá del cuarto del español. Era medianoche, el silencio penetraba por las ventanas del hotel y el paso de algún coche de caballos en la lejanía lo convertía en agobiante. No era la primera vez que intentaban matar a Hércules, pero que le rondara la muerte precisamente en ese momento, cuando menos la buscaba, le confundía. No podía dormirse. Llevaba meses levantándose a esas horas. Bajando al salón del prostíbulo y bebiendo hasta perder el conocimiento entre un par de mulatas, tan borrachas como él. Pero lo que le rondaba la cabeza era otra cosa. Una bala del calibre 10,75 mm de un Winchester de 1873 no era un arma corriente. El ejército español utilizaba el Mauser modelo 1893 y el de 1895. Los
mambises
cubanos usaban los fusiles que lograban robar a los españoles en las escaramuzas del interior y algunos fusiles Krag-Jorgensen de 1892, una de las armas más efectivas del ejército norteamericano. El Winchester era parte de la leyenda, un arma civil del Oeste, pero no un fusil usado en Cuba.

Modelo de rifle Winchester utilizado en el atentado contra Hércules y Lincoln. Este tipo de arma de repetición fue utilizado con efectividad en toda América Latina.

Después de unos minutos de pie, apoyado contra la puerta, se acercó a la cama, se quitó los zapatos y se puso a observar el sombrero. Era una pena que un sombrero recién comprado hubiese terminado así, se dijo. El agujero tenía un cerco de pólvora, restos chamuscados por el impacto. El ángulo de entrada indicaba que el disparo se había producido desde algún lugar alto, una ventana, tal vez un tejado. La fuerza de la bala al impactar no era mucha, por lo que el disparo tenía que haberse efectuado a una distancia considerable. La puntería del asesino no se podía discutir. Pero, ¿cómo realizar un disparo tan certero desde una distancia tan grande? Encima, en mitad de la noche. Estaba claro que el sitio había sido escogido con anterioridad. La luz del farol y el resplandor del Café París iluminaban los blancos mejor que en ningún otro sitio. Esas conclusiones abrían otras nuevas más difíciles de responder. ¿Cómo sabía el asesino que iban a pasar por aquella calle? Podían haber regresado por la calle Empedrado o por O‘Reilly. ¿Había un sitio desde donde cualquiera de estas calles fuera visible?

Lincoln se acercó a la habitación y paró su mano unos segundos antes de golpear la puerta. Conocía el mal humor de Hércules y no quería escuchar sus insultos desde el otro lado. Después pensó que hiciera lo que hiciera el maldito español iba a refunfuñar, respiró hondo y golpeo con los nudillos. Esperó unos segundos y abrió la puerta.

—¿No ha cerrado con llave? —preguntó Lincoln observando a su compañero tumbado en la cama en medio de la oscuridad.

—¿Para qué? Un cerrojo no puede asegurarme la vida. El tirador de esta noche tan sólo quería asustarnos.

—¿Usted cree?

—La prueba es que estamos vivos.

—Posiblemente falló.

—Querido Lincoln, si falló ¿por qué no volvió a intentar un segundo disparo?

—Nos tiramos al suelo y salimos de su campo de tiro.

—Su campo de tiro era muy amplio, mire el agujero —dijo Hércules encendiendo la lámpara—. El individuo disparó desde un sitio alto, lejano y cuando pasábamos por el lugar más iluminado de la calle.

—Pero, ¿dónde estaba apostado?

—Eso mismo estaba pensando yo, cuando usted ha llamado a la puerta.

—¿Me permite la bala? —dijo Lincoln extendiendo el brazo—. Sin duda es una de 10 mm. Este calibre fue muy usado durante la Guerra Civil. Mi gobierno ha vendido miles de estos proyectiles a otros países.

—¿También a los revolucionarios cubanos?

—No puedo responderle a esa pregunta. Usted conoce que mi gobierno ha apresado a muchos barcos llevando armas ilegalmente a la isla. Está el caso del
Amadís
, el
Baracoa
… —No me venga con cuentos—le interrumpió Hércules. —Ésos son tan sólo algunos peces pequeños para contentar a Madrid, pero el pez grande, su gobierno, vende armas a todo el mundo. A Japón, Rusia, China. Si no me dice la verdad, no podemos colaborar en esta misión.

—Usted tampoco me ha dicho por qué ha aceptado participar en esta investigación —se quejó Lincoln.

—Le dije que eran razones personales que no afectan a lo que queremos descubrir.

—¿Que no afectan? ¿Quién me asegura que cuando haya conseguido lo que quiere no me dejará con el culo al aire y se marchará?

—Cuando eso suceda ya sabremos quién voló el
Maine
—respondió Hércules.

—¿Entonces ya está seguro de que alguien voló el
Maine
? —O alguien voló el
Maine
o está demasiado interesado en que nadie descubra por qué explotó el barco.

—Ustedes por ejemplo, los españoles.

Hércules se recostó en la cama y frunció el ceño. Le sorprendía que alguien le llamase español. Él, que era una mezcla de norteamericano, cubano y español. Se volvió a Lincoln y le dijo:

—Y, ¿por qué rayos me dispararon a mí y no a usted? El rifle era norteamericano, la bala de las usadas en la Guerra Civil de su país.

—Olvida —dijo Lincoln levantado la voz— que mi gobierno propuso al suyo realizar esta investigación.

—Puede que alguien cercano al presidente no quiera la paz. De hecho, su gobierno no parece confiar mucho en la Comisión de Investigación de la Armada.

—No niego que puede haber elementos perturbadores, pero McKinley está a favor de la paz.

—Me va a explicar ahora si el gobierno de los Estados Unidos ha vendido fusiles Winchester de 1873 del calibre 10 mm a los insurgentes cubanos.

—No, los fusiles que les vendimos son Winchester más antiguos y de un calibre menor. La entrega se hizo por medio de la Junta Revolucionaria Cubana de Nueva York, pero se introdujeron a través de un barco vía Guatemala.

—¿Guatemala? Eso está en el quinto infierno —dijo Hércules mientras se ponía un habano en la boca.

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