DARTH VADER El señor oscuro (34 page)

Respiró hondo antes de continuar.

—He decidido quedarme en el
Bailarín Borracho
con Jula, Filli, Archyr y el resto de esta tripulación de locos. —Sonrió débilmente—. Chewbaca y Garrote también se quedarán por un tiempo. Nuestra prioridad será descubrir adónde se llevaron a tantos conciudadanos de Chewbacca y, si es posible, intentar liberarlos. Espero que cuando los encontremos averigüemos también por qué tenía el Imperio tanto interés en invadir Kashyyyk.

Se encogió de hombros y siguió hablando.

—Y de paso... de paso mantendremos los ojos abiertos por si sale a la luz algún otro superviviente Jedi, por su cuenta u obligado por espías imperiales. No para repetir los errores cometidos en Kashyyyk, sino para ponerlos a salvo. Poco a poco, los demás contrabandistas correrán la voz de lo que hacemos, y de las rutas seguras que estableceremos, por lo que puede que hasta algún Jedi venga en nuestra busca.

»Aparte de eso, lucharemos contra el Imperio a cada oportunidad que encontremos, de la forma en que podamos.

—Vamos a mantener viva la memoria de mi hijo —dijo Jula.

La cabina se sumió por un momento en el silencio.

—Sé que esto puede parecer que me paso al enemigo —dijo Jambe Lu—, pero pienso ingresar en una escuela de vuelo e intentar entrar en una de las academias imperiales. Y, una vez dentro, causar toda la disensión que pueda.

—Nosotros tenemos algo similar en mente —dijo Nam, hablando por Klossi Anno, Dreran Nalual y él mismo—. Entraremos en los proyectos agrícolas o de construcción del Imperio y sabotearemos todo lo posible sus planes.

A Starstone le brillaron los ojos.

—Confío en que entendáis que no puede haber contacto entre nosotros, nunca más. Eso es lo que me resultará más difícil. —Lanzó un profundo suspiro—. Creo que os he cogido apego a todos vosotros. Pero de una cosa estoy segura: el Imperio de Palpatine se pudrirá desde dentro, y acabará apareciendo alguien que lo derrocará del trono. Sólo espero que todos vivamos para ver ese día.

Sacó el sable láser del cinto.

—También debemos despedirnos de esto.

Encendió la hoja por un momento, luego la retrajo hasta el pomo y la depositó a sus pies, en la cubierta.

—Que la Fuerza nos acompañe a todos —dijo, mirándolos.

53

L
ord Vader —dijo el oficial artillero, asintiendo a modo de saludo cuando Vader pasó ante su puesto.

—Lord Vader —dijo el oficial de comunicaciones, saludando del mismo modo.

—Lord Vader —dijo el capitán del
Exactor,
en seco reconocimiento.

Vader siguió andando hasta el final de la pasarela del puente, pensando:
Así es como me saludarán a partir de ahora, vaya donde vaya
.

Se detuvo ante los miradores de proa y escaneó las estrellas con sus ojos reconstruidos.

Tenía responsabilidad sobre todo esto, o al menos custodia conjunta. Los Jedi ya no importaban; no se diferenciaba de los otros que interferirían con su reino y el de Sidious. Su misión era mantener el orden para que el Lado Oscuro siguiera reinando supremo.

Anakin ya no existía; era un recuerdo tan profundamente enterrado que bien podía haberlo soñado en vez de vivido. La Fuerza, tal y como la entendía Anakin, estaba enterrada con él, y era inseparable de él.

Tal y como Sidious le prometió, ahora estaba casado con la Orden de los Sith, y no necesitaba más compañero que el reverso tenebroso de la Fuerza. Aceptaba todo lo que había hecho para llevar el equilibrio a la Fuerza, al desmantelar la corrupta República y al derribar a los Jedi, y disfrutaba con su poder. Podía tener todo lo que deseara. Sólo necesitaba la determinación necesaria para tomarlo, fuera cual fuera el coste para quien se interpusiera en su camino.

Pero...

También estaba casado con Sidious, que le entregaba preciosas migajas de técnica Sith como si se limitara a prestárselas, suficientes para aumentar su poder pero no lo bastante para hacerlo supremamente poderoso.

Pero llegaría un día en que serían iguales.

Escaneó las estrellas, mirando a un tiempo futuro en el que encontraría un aprendiz propio con él que derribar a Darth Sidious del trono.

Eso le daba una razón para vivir.

54

P
Otro vaso, extranjero? —le preguntó el cantinero a Obi-Wan Kenobi.

—¿Cuánto me costará?

—Diez créditos y te lo relleno.

—Es lo mismo que vale un trago de uno de tus licores importados.

—Es el precio de permanecer hidratado en Tatooine, amigo. ¿Sí o no?

Obi-Wan asintió.

—Llénalo.

El agua recogida por el único vaporizador de humedad de la cantina era algo turbia y tenía sabor metálico, pero era de mayor calidad que la recogida por Obi-Wan con su propio vaporizador. Si quería sobrevivir en la casucha que había encontrado, tendría que reparar el suyo o conseguir uno nuevo de los traficantes jawas que pasaban con regularidad por la zona que ahora llamaba su casa.

De no ser por la amabilidad de esas criaturas vestidas de marrón que le habían recogido, aún estaría camino de Anchorhead, en vez de estar ya en la ciudad, sentado a la escasa sombra de la terraza de la cantina bebiendo agua. Anchorhead era un pueblo azotado por el viento, situado junto al mar de dunas occidental de Tatooine y conformado por poco más que un grupo de tiendas frecuentadas por los granjeros de humedad que componían la comunidad salina del Gran Chott, o por los mercaderes que viajaban entre Mos Eisley y Wayfar, en el sur. Anchorhead tenía una pequeña población residente, una docena de tiendas y dos pequeñas cantinas. Pero era conocida sobre todo por el generador de energía situado en el borde del pueblo.

La estación
Tosche,
llamada así por su dueño, proporcionaba energía a las granjas de humedad y hacía las veces de recargador de deslizadores y demás vehículos a repulsión de los granjeros. También tenía un repetidor de hiperonda que, cuando funcionaba, recibía transmisiones de la HoloRed redireccionadas de Naboo, Rodia y, a veces, Nal Hutta, dentro del Espacio Hutt.

Hoy trabajaba Tosche, y el puñado de clientes vespertinos que había en El Viajero Cansado estaba poniéndose al día en las noticias y los resultados deportivos de varias semanas estándar antes. Obi-Wan, conocido en la zona como Ben, acababa de tomar posesión de una casa abandonada en un acantilado de los Eriales Jundland. De vez en cuando miraba la transmisión de la HoloRed, pero su principal interés estaba en una tienda de provisiones situada enfrente de la cantina.

En los meses desde su llegada a Tatooine, le había crecido el pelo y la barba, y tenía morenas la cara y las manos. Nadie le habría tomado por un antiguo Jedi, vestido como iba con botas blandas, túnica larga y la capucha echada, mucho menos por un Maestro que una vez se sentó en el Sumo Consejo. De todos modos, Tatooine no era un mundo donde se hicieran muchas preguntas. Los residentes se hacían preguntas entre sí, y cotilleaban y teorizaban, pero rara vez preguntaban por el motivo que llevaba a los extranjeros al remoto Tatooine. Esta etiqueta de frontera, unida al hecho de que ese mundo estaba sobre todo bajo la férula hutt, seguía convirtiendo a Tatooine en un refugio para criminales, contrabandistas y forajidos de los sistemas estelares de toda la galaxia.

Muchos de los ciudadanos locales estaban descubriendo ahora que la antigua república era ahora un imperio, y a la mayoría no le importaba que fuera una cosa u otra. Tatooine estaba en la frontera, y los mundos fronterizos eran casi invisibles para la distante Coruscant.

Meses antes, cuando Anakin y él buscaban pistas que los llevaran hasta Darth Sidious, Obi-Wan le dijo a Anakin que se le ocurrían lugares peores que Tatooine para vivir, y seguía pensando así. Había aceptado sin problemas la ubicua arena que tanto molestaba a Anakin. Y el doble anochecer de los cielos de Tatooine nunca dejaba de ser un gran espectáculo para la vista.

Y le gustaba el aislamiento.

Sobre todo porque al final Anakin había sido subvertido por Palpatine y había llegado incluso a servir al nuevo Emperador por un breve espacio de tiempo.

Dado todo lo sucedido desde entonces, la única imagen que sabía que nunca abandonaría su mente era la de Anakin —o Darth Vader, según lo había bautizado Sidious— arrodillado, mostrando su lealtad al Señor Oscuro, tras realizar la matanza del Templo Jedi. Y de haber una segunda imagen, ésa sería la de Anakin ardiendo en la orilla de uno de los ríos de lava de Mustafar, maldiciéndolo.

¿Hizo mal dejando a Anakin para que muriera allí? ¿Podría haberse redimido, como Padmé creyó hasta el final? Eran preguntas que lo atormentaban y le dolían más profundamente de lo que había creído posible.

Y ahora, varios meses después, estaba en Tatooine, mundo natal de Anakin, cuidando de Luke, hijo de Anakin.

La razón para vivir de Obi-Wan.

Cuidándolo desde lejos, claro. Hoy estaba más cerca del niño de lo que lo había estado en semanas. Luke estaba al otro lado de la calle, en el peto que Beru llevaba delante mientras compraba azúcar y leche azul. Ni ella ni su marido Owen eran conscientes de la presencia de Obi-Wan en la terraza de la cantina, de su mirada vigilante.

Cuando Obi-Wan se llevó el vaso de agua a la boca, y le dio un sorbo, un informe de la HoloRed atrajo su atención y se volvió hacia la pantalla de la cantina, al tiempo que un torrente de estática interrumpía la conexión.

—¿Qué estaban diciendo? —le preguntó Obi-Wan a un humano sentado a dos mesas de distancia.

—Han matado a una banda de Jedi en Kashyyyk —dijo el hombre, vestido con un mono de los que llevaban los estibadores del espaciopuerto de Mos Eisley.

El reportero de la HoloRed debía referirse a los Jedi que estuvieron con Yoda en Kashyyyk...

No, se dio cuenta Obi-Wan cuando se reanudó la conexión. ¡El reportero hablaba de acontecimientos más recientes! ¡De Jedi que debieron de sobrevivir a la Orden Sesenta y Seis y habían sido descubiertos en Kashyyyk!

Siguió escuchando, mientras sentía un frío gélido en el alma.

El Imperio los había acusado de rebelión... Miles de wookiees habían muerto; cientos de miles habían sido encarcelados...

Obi-Wan cerró los ojos desfallecido. Yoda y él habían recalibrado el radiofaro del Templo para que los Jedi supervivientes se alejaran de Coruscant. ¿En qué estaban pensando los que habían sido descubiertos en Kashyyyk para reunirse así y llamar tanto la atención en vez de desaparecer como se les había ordenado? ¿Es que creyeron poder reunir fuerzas suficientes para atacar a Palpatine?

Pues claro, se dio cuenta Obi-Wan.

No sabían que Palpatine había manipulado la guerra, que había un Sith en el trono, que, al igual que todo el mundo, los Jedi no habían sabido ver una verdad que debió serles evidente muchos años antes: que nunca valió la pena luchar por la República.

Los ideales de la democracia habían sido pisoteados por Palpatine. Los Jedi habían realizado misiones de dudoso mérito para muchos cancilleres supremos, pero siempre para salvaguardar la paz y la justicia. No habían sabido ver que el Senado, Coruscant y los ciudadanos de incontables mundos y sistemas estelares se habían hartado del viejo sistema y habían dejado morir a la democracia. Y los Jedi no tenían sitio en una galaxia donde el objetivo era el control absoluto desde la cumbre y donde el fin justificaba los medios.

Ésa había sido la venganza final de los Sith.

Cuando Obi-Wan alzó la mirada, la intermitente emisión de la HoloRed mostró una imagen de alguien vestido con lo que parecía un traje negro de pies a cabeza. El enmascarado soldado imperial era humano o humanoide, ya que no mencionaron la especie, y parecía haber tenido un papel importante en la búsqueda y la ejecución de los Jedi «insurrectos», y en la captura de los wookiees confederados.

El estallido de estática que acompañó a la mención de la identidad de la figura podría ser cosa de la mente de Obi-Wan. Si aún estaba helado por el anterior anuncio sobre los Jedi, esta vez se encontró paralizado por un temor repentino.

¡No podía haber oído lo que creía haber oído!

Se volvió hacia el trabajador del espaciopuerto.

—¿Qué ha dicho? ¿Quién es ése?

—Lord Vader —dijo el hombre, sin apartar la mirada del vaso de brandy.

Obi-Wan negó con la cabeza.

—¡No, eso no es posible!

—No preguntaste si lo creía posible, hombre de las arenas. Me preguntaste qué había dicho.

Obi-Wan se levantó aturdido, derribando la mesa.

—Oye, tómatelo con calma, amigo —dijo el hombre, levantándose también.

—Vader —musitó Obi-Wan—. Vader está vivo.

Los demás clientes de la cantina se volvieron para mirarlo.

—Contrólate un poco —le dijo ente dientes el hombre a Obi-Wan. Llamó al cantinero—. Ponle un trago... uno de verdad.

El hombre puso la mesa en pie y empujó a Obi-Wan de vuelta a su silla, sentándose a su vez en el asiento contiguo.

El cantinero trajo la bebida y la puso delante de Obi-Wan.

—¿Ya está bien?

—Está bien —dijo el hombre de Mos Eisley—. ¿Verdad que sí, amigo?

—Será una insolación —dijo Obi-Wan, asintiendo.

El cantinero pareció satisfecho.

—Te traeré más agua.

El nuevo amigo de Obi-Wan esperó a que estuvieran solos para decir:

—¿De verdad estás bien?

Obi-Wan volvió a asentir.

—De verdad.

El hombre adoptó un tono conspirador.

—Si quieres seguir estando bien, más te vale hablar en voz baja de ese Vader, ¿entendido? Y procura no hacer preguntas sobre él. Ni siquiera en este lugar olvidado por la Fuerza.

Obi-Wan lo estudió por un momento.

—¿Qué sabes de él?

—Sólo que tengo un amigo, un mercader de maderas finas, que estaba en Kashyyyk cuando los imperiales lanzaron un ataque contra una ciudad llamada Kachirho. Supongo que tuvo suerte de salir de allí con su nave. Pero dice que vio a ese tal Vader matando a wookiees como si fueran juguetes de peluche, y luchando con sables láser con esos Jedi que estaban en el planeta. —Miró furtivamente por toda la cantina—. Ese Vader pasó a fuego todo Kashyyyk, amigo. Y según mi amigo, pasarán años para que un wroshyr vuelva a tener su tamaño de siempre.

—¿Y los wookiees? —dijo Obi-Wan.

El forastero se encogió de hombros con tristeza.

—¿Quién sabe? —repuso, poniendo unos créditos en la mesa y levantándose—. Cuídate. Estas llanuras desérticas no son tan remotas como crees.

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