Desafío (18 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Sin embargo, aunque lo dice en broma, hay algo en sus palabras que me preocupa. Todas esas cosas que acaba de mencionar, todas esas maniobras trampa, las aprendí del maestro del pilotaje. De Damen. Y no puedo evitar preguntarme dónde estará.

—Miles… —Me quedo callada, ya que mi voz ha sonado mucho más débil de lo que me gustaría. Aparto las manos del volante, las enlazo sobre el regazo y le digo—: ¿Dónde se ha metido Damen últimamente? —Me doy la vuelta y veo la preocupación que nubla su mirada—. La verdad es que me gustaría saber por qué ha permitido que Haven haga estas cosas, que aparque aquí y cualquier otra cosa que esté tramando. ¿Por qué no está luchando de alguna manera?

Miles aparta la mirada, se toma un momento para recomponerse y pensar bien lo que quiere decir antes de volverse hacia mí. Me pone la mano en el brazo y me da un leve apretón.

—Créeme, está luchando. A su forma civilizada y con buen rollo kármico. A eso me refería cuando te pedí que no sacaras conclusiones apresuradas. Nada es blanco o negro, como podría parecer a primera vista.

Lo miro fijamente, a la espera de que diga algo más, pero Miles aprieta los labios con fuerza y los cierra con una cremallera imaginaria. No puedo creer que vaya a dejarlo así, que me vaya a dejar así.

—¿Eso es todo? —Sacudo la cabeza en un gesto de exasperación—. ¿No piensas añadir nada más? ¿Sueltas un comentario de lo más vago y dejas que me monte la historia solita? ¿Sin pistas?

—El comentario ha sido la pista —asegura, determinado a dejar las cosas como están.

Suspiro y cierro los ojos, pero no me enfado, no le leo la mente ni lo presiono más. Quiere lo mejor para mí, y está convencido de que de este modo me ahorra dolores innecesarios. Así que lo dejo pasar. Sé algo que él no sabe: que sea lo que sea, podré enfrentarme a ello.

Ya nada puede romperme.

Miles baja el espejo del parasol y contempla su reflejo con los párpados entornados al tiempo que se peina con los dedos el cabello castaño brillante y ondulado (el nuevo look al que empiezo a acostumbrarme). Comprueba sus dientes, los agujeros de la nariz y su perfil (desde ambos lados) antes de darse el visto bueno y volver a subir el parasol.

—¿Listos? —Cojo la mochila y abro la puerta. Al ver que asiente, añado—: Pero antes dejemos una cosa clara, ¿de qué lado estás tú?

Se cuelga la mochila al hombro y me mira. El brillo de sus ojos combina a la perfección con su sonrisa.

—Del mío. Yo estoy de mi lado.

Bueno, debo decir que no bromeaba. Y tampoco exageraba. En primer lugar, todo es completamente diferente. Se ha producido un cambio radical. En segundo lugar, para los menos observadores (a saber: los profesores y los administrativos), todo parece igual.

Las mesas de los «mayores» siguen ocupadas por los «mayores», solo que ahora están ocupadas con gente que antes no podía ni acercarse a ellas, y mucho menos sentarse.

En estos momentos el centro de atención no es una zorra rubia loca por la moda, sino una zorra morena fascista.

Una zorra morena fascista que clava los ojos en mí en cuanto atravieso la puerta en compañía de Miles.

Aparta la vista de su grupo de adoradores el tiempo suficiente para mirarnos de arriba abajo con los ojos entrecerrados y la mandíbula apretada. Luego vuelve a concentrarse en sus fans, pero esa mirada ha bastado para asustar a Miles.

—Genial —masculla, negando con la cabeza—. Parece que ahora he elegido un bando de manera no oficial. —Da un respingo—. O eso es lo que ella cree, está claro.

—No te preocupes —susurro mientras examino la zona en busca de Damen, aunque trato de que parezca que solo intento volver a familiarizarme con el instituto—. Te prometo que no…

Lo veo.

A Damen.

—Te prometo que no dejaré que ella…

Trago saliva con fuerza y me lo como con los ojos.

Está en un banco. Se ha reclinado hacia atrás, apoyado en las manos y con las piernas extendidas hacia delante, para que su glorioso rostro pueda disfrutar del sol.

—Te prometo que no permitiré que te haga daño…

Me esfuerzo por terminar la frase, pero es inútil. Lo sé en el instante en que me doy cuenta de que es esto de lo que Miles me ha advertido tan sutilmente.

No quería soltarlo sin más porque imaginaba que me cabrearía (y lo estoy); pero tampoco quería que me lo encontrara de buenas a primeras y me llevara un chasco de aúpa.

Miles ha hecho todo lo posible, eso debo reconocérselo. Ha hecho todo lo posible para librarme del dolor. Sin embargo, por más que haya intentado prepararme, no hay forma de negar lo que estoy viendo.

Cuando dije que nada podría romperme, me equivocaba.

Me equivocaba de extremo a extremo.

No obstante, jamás imaginé que lo encontraría así.

Habla con ella en susurros, con una expresión dulce y amable, para aislarla de los crueles comentarios y las miradas desdeñosas que le dirigen todos los que pasan cerca. Porque mientras Damen esté ahí, eso es lo único que podrán hacerle. Nadie se acercará más. Su mera presencia basta para mantenerlos a todos alejados. Para que ella esté a salvo.

Mientras esté a su lado, ella no sufrirá la ira de nadie.

Sin embargo, comprender su objetivo no hace que resulte más fácil verlo. Y una parte de mí se marchita más y más con cada segundo que pasa.

Una parte de mí muere.

Miles me agarra del codo, decidido a alejarme, pero no le sirve de nada. Soy más fuerte que él, y me niego a moverme.

Sé que él notará mi presencia, mi energía, en cuestión de segundos. Y aunque noto retortijones en las tripas, aunque me aterroriza lo que pueda ver en su mirada una vez que me localice, necesito saberlo.

Necesito saber lo que significa.

Necesito saber si ahora ella ocupa el lugar de su vida que una vez fue mío.

Cuando me mira por fin, cuando sus ojos se abren y sus labios se separan de una forma que transforma su expresión por completo, el aliento se me queda atascado en la garganta.

El instante parece durar una eternidad, como si el tiempo se hubiera detenido. Sin embargo, no pasa mucho antes de que ella también me vea. Sigue la mirada de Damen hasta mí y luego aparta la vista a toda velocidad. Su antiguo aplomo ha desaparecido.

—Ever, por favor —me susurra al oído Miles, impaciente—. Recuerda lo que te dije. Nada es lo que parece. Ahora todo está patas arriba. El viejo grupo de los marginados es ahora el grupo de los guays. Y el viejo grupo de los guays… Bueno, casi todos están desperdigados, escondidos. Algunos incluso se han marchado. Ya nada es lo mismo.

Oigo lo que me dice, pero sus palabras parecen atravesarme sin más.

Ya no me importa nada de eso. Ahora lo único que me importa es Damen y la forma en que me recorre con la mirada.

Y aunque espero un tulipán, real o imaginario, o alguna otra señal, no ocurre nada.

Nada salvo el silencio infinito que se extiende entre nosotros.

Así pues, me vuelvo hacia Miles y dejo que me aleje de este lugar.

Dejo que me aleje hacia un lugar donde no pueda verlos.

Que me aleje del dolor.

Capítulo veinte

G
rita mi nombre desde algún lugar a mi espalda. Está justo detrás de mí. Me doy la vuelta por instinto, de manera automática, y avanzo hacia él sin pensármelo dos veces.

—Has vuelto. —Sus palabras son una afirmación, pero su mirada es un interrogante.

Asiento. Y luego encojo los hombros. Y luego me esfuerzo por ocultar cualquier posible señal de nerviosismo mientras intento decidir qué hacer a continuación.

Sin embargo, está claro que a él se le dan mucho mejor estas cosas que a mí, porque apenas tarda un instante en empezar a hablar.

—Me alegro de verte.

—¿De verdad?

Lo miro con los ojos entrecerrados, pero me arrepiento de inmediato, tanto del tono como de las palabras, al ver cómo se encoge, el dolor que muestran sus ojos. Pero ya lo he dicho, y no hay forma de retirarlo.

—Te he echado de menos. —Estira el brazo y eleva la mano hacia mí, pero vuelve a bajarla hasta el costado un segundo después—. He echado de menos verte, tu esencia. He echado de menos todo lo que hay en ti. —Me recorre con la mirada muy despacio, en el más cálido de los abrazos—. Y aunque decidas no volver a hablarme nunca, eso no cambiará. Nada cambiará jamás lo que siento por ti.

Mis entrañas se convierten en gelatina, en una masa informe de indecisión. Mi dilema es salir pitando (y alejarme de él todo lo que pueda) o arrojarme hacia el refugio de sus brazos cálidos y maravillosos. Me pregunto cómo es posible que me sienta tan capaz de enfrentarme a Haven y a todas sus mierdas, de hacer lo que haga falta para controlarla, si esto…, esto de Damen… Verlo con ella… Bueno, ha hecho resurgir al instante hasta la última de mis antiguas inseguridades.

Entrenar el cuerpo resulta siempre mucho más fácil que entrenar el corazón.

De entre todas las chicas del instituto, ¿por qué ella? ¿Por qué Stacia? Estoy segura de que podría haber jugado al caballero de la brillante armadura con cualquier otra.

Sin embargo, en cuanto lo pienso un instante la razón resulta de lo más obvia. La veo apartarse, avanzar por el pasillo con la cabeza gacha, los hombros hundidos y los ojos fijos en un punto distante por delante de ella, sin atreverse a cruzar la mirada con ninguno de sus torturadores. Veo cómo se encoge ante los ataques de odio: ante las palabras sarcásticas, las miradas crueles y las botellas de agua que le arrojan.

Y aunque mi mente detesta admitir el hecho de que Damen es el único capaz de protegerla, mi corazón sabe que no tengo nada de lo que preocuparme, nada que temer.

—Tal y como están las cosas, ella necesita más protección que cualquier otro —dice Damen, que señala la escena que acabo de contemplar con un gesto de la cabeza—. Han cambiado muchas cosas desde la última vez que estuviste aquí. Todo el instituto se ha vuelto contra ella. Y aunque tal vez pienses que se lo merece… Créeme, nadie se merece algo así. Nadie merece lo que Haven le está haciendo pasar.

Asiento con la cabeza. Sé que es cierto, y quiero que él sepa que sé que es cierto, pero soy incapaz de pronunciar las palabras. Hablar resulta demasiado doloroso.

—Pero solo estoy cuidando de ella aquí en el instituto, Ever. —Hace una pausa y me mira a los ojos—. Eso es todo. No es lo que crees, o lo que temes. Solo estás tú. Creí que ya lo sabías.

—Lo sé —digo cuando por fin recupero el habla—. Pero ¿lo sabe ella?

Me encojo por dentro al escuchar la pregunta. Detesto cómo suena, el repugnante y vergonzoso matiz de debilidad que revela. Aun así, no puedo evitar recordar cómo lo miraba ella. Igual que lo ha mirado siempre. Igual que lo miran la mayoría de las chicas. La única diferencia es que con Stacia tengo un asunto pendiente.

—Lo sabe. —Su expresión es seria. No aparta los ojos de mí mientras abre las manos a los costados—. Se lo he dicho, Ever, créeme. Ella lo sabe.

Trago saliva con fuerza y contemplo esas manos mientras recuerdo las cosas maravillosas que pueden hacer. Me muero por sentirlas de nuevo. Al ver que tiemblan ligeramente, sé que le cuesta un esfuerzo sobrehumano permanecer donde está. Sé que lo único que tengo que hacer para cruzar el puente del gigantesco abismo que hay entre nosotros es dar un paso hacia él. Alejarme un paso del pasado, de Stacia y de todo lo demás.

Ojalá fuera tan fácil.

Aunque sé que nuestras vidas pasadas no nos definen, no puedo pasar por alto algunos hechos innegables. Como su tendencia a alejarme de mis seres queridos para poder tenerme para él solo. Que yo sepa, ya lo ha hecho dos veces. Y no puedo evitar preguntarme en cuántas ocasiones más ha ocurrido lo mismo; cuántas personas han sufrido por eso.

Suena el timbre. El ruido es agudo y estridente, pero ninguno de los dos nos movemos.

Permanecemos juntos y dejamos que el torrente de alumnos pase a nuestro lado en una mezcla de colores y sonidos. Nos miramos a los ojos, inmóviles, mientras su mente me envía un millar de tulipanes que me rodean en un glorioso halo que tan solo yo puedo ver.

El hechizo se rompe cuando alguien choca contra mí… con mucha fuerza. Una de las secuaces de Haven, que me ha subestimado. Me dirige una mirada insultante y unas cuantas palabras a juego, hasta que ve la expresión de Damen y se aleja a toda prisa, atemorizada.

—Lo entiendo. —Hago un gesto afirmativo mientras observo a Stacia, que recibe el golpe de una bola de papel en la cabeza mientras entra en clase. Vuelvo a mirar a Damen antes de añadir—: De verdad que lo entiendo. Eres muy bueno. Muy amable. Haces lo correcto, así que no te preocupes por mí. Sigue protegiéndola, y yo… —Examino el vestíbulo, que se queda vacío a medida que todo el mundo corre hacia las aulas—. Yo haré lo que esté en mi mano para evitar que las cosas empeoren. Para mantener a raya a Haven.

—¿Y qué pasará con nosotros? ¿Hay alguna esperanza? —pregunta.

Pero dejo esas preguntas atrás.

Sus pensamientos me persiguen, me rodean, se arremolinan en mi interior mientras me doy la vuelta y avanzo por el pasillo.

Me recuerdan que está ahí.

Que siempre estará ahí.

Que lo único que tengo que hacer es permitirle estar a mi lado.

Capítulo veintiuno

S
upuse que ella intentaría evitarme hasta el almuerzo.

Supuse que querría evitar cualquier tipo de confrontación hasta que tuviera a sus fans alrededor y pudiera demostrarme lo mala que es ahora.

Supuse que se tomaría mi semana de ausencia, mi deseo y mi necesidad de aclararme las ideas con respecto a Damen, como una muestra de miedo.

De temor hacia ella y a todo lo que ha conseguido.

Y esa es la razón por la que me aseguré de encontrármela mucho antes de ese momento.

Aparezco a su lado sin previo aviso. Me sitúo junto a ella, le doy un toquecito en el hombro y contemplo sus ojos sorprendidos y cargados de maquillaje.

—Hola, Haven. —Mantengo una expresión amable, aunque no del todo amistosa. Quiero que sepa que he vuelto, que ha llegado el momento de que se controle, pero no quiero desafiarla directamente, ya que no conseguiría nada bueno con eso—. Me pareció que debías saber que tu coche ya no está donde lo aparcaste. Necesitaba mi sitio.

Me mira con una mueca en los labios, más divertida que enfadada. Parece de lo más complacida por el hecho de que el juego continúe.

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