El caballero de las espadas (12 page)

Read El caballero de las espadas Online

Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

Más arietes atravesaron la puerta y Córum oyó el ruido de espadas y hachas golpeando contra las maderas astilladas, en el exterior.

De repente, entraron gritando y aullando. La luz de las antorchas se reflejaba en sus máscaras de metal, haciéndoles parecer aún más terribles y malvados. Sus ponies resoplaban y se alzaban sobre las patas traseras.

Sólo hubo tiempo para una andanada de flechas, y los arqueros se retiraron para dejar paso a Córum y su caballería para que cargaran contra los desconcertados bárbaros.

La espada de Córum se estrelló contra una máscara, la atravesó y destrozó el rostro que ocultaba. La sangre salpicó y una antorcha cercana silbó al caer el líquido sobre ella.

Olvidando el dolor de las heridas, Córum movió la espada de un lado a otro, arrancando jinetes de sus monturas, cabezas de los hombros, miembros de los cuerpos. Pero, poco a poco, los hombres que le quedaban y él mismo se vieron obligados a retroceder cuando nuevas oleadas de guerreros Pony entraron en el castillo.

Estaban arrinconados en el fondo del patio, donde una escalinata de piedra se curvaba hacia el piso superior. Los arqueros se habían situado allí, a lo largo de los peldaños, y comenzaron a disparar sobre los bárbaros. De éstos, los que no estaban luchando directamente con los hombres de Córum, contestaron con jabalinas y flechas, y paulatinamente fueron cayendo los arqueros de Moidel.

Córum miró a su alrededor sin dejar de luchar. Quedaban muy pocos hombres con él, quizá una docena, y en el salón había unos cincuenta bárbaros. La lucha tocaba a su fin. En pocos momentos sus aliados y él estarían muertos.

Vio que Beldan empezaba a bajar las escaleras. Al principio, Córum creyó que traía refuerzos, pero sólo llevaba con él a dos guerreros.

—¡Córum! ¡Córum!

Córum se enfrentaba a dos bárbaros. No pudo contestar.

—¡Córum! ¿Dónde está la señora Rhalina?

Córum sacó fuerzas de flaqueza. Lanzó un golpe al cráneo del primer bárbaro, matándole. Tiró al hombre de la silla propinándole una patada, se puso de pie sobre el lomo de su caballo y saltó a las escaleras.

—¿Qué? ¿Está en peligro la señora Rhalina?

—No lo sé, Príncipe. No he podido averiguar dónde está. Temo...

Córum subió corriendo las escaleras.

Desde abajo, el ruido de la batalla cambiaba. Parecían venir gritos desconcertados de los bárbaros. Se detuvo y miró hacia atrás.

Los bárbaros empezaban a retirarse en desbandada.

Córum no podía comprender lo que pasaba, pero no tenía tiempo para quedarse a saberlo.

Alcanzó sus habitaciones.

—¡Rhalina! ¡Rhalina!

No hubo respuesta.

Aquí y allá se veían los cuerpos de sus propios guerreros y de los bárbaros que se las habían arreglado para introducirse en el castillo por ventanas y balcones pobremente defendidos.

¿Habría sido apresada Rhalina por un grupo de bárbaros?

Entonces, desde el balcón de la habitación de la dama, oyó un extraño sonido.

Era un cántico distinto de todo lo que hubiera escuchado antes. Se detuvo; después, cuidadosamente, se acercó al balcón.

Rhalina estaba en él, de pie, y estaba cantando. El viento movía sus ropas y las hacía ondear a su alrededor como extrañas nubes multicolores. Tenía los ojos fijos en la distancia y su garganta vibraba con los sonidos que producía.

Se encontraba como en trance, y Córum no hizo ruido alguno, pero la observó atentamente. Las palabras que salmodiaba no pertenecían a ningún lenguaje que él conociera. Sin duda era una antigua lengua Mabdén. Algo le hizo estremecerse.

Rhalina, justo entonces, calló y se volvió hacia él. Pero no le veía. Aún en trance, se dirigió hacia Córum, pasó a su lado y entró en la habitación.

Córum miró por encima de un contrafuerte. Había visto brillar una extraña luz verdosa en dirección al continente.

No vio más, pero oyó los aullidos de los bárbaros que se lanzaban al mar cerca del istmo. No había duda de que se estaban retirando.

Córum entró en la estancia. Rhalina estaba sentada en una silla, junto a la mesa. Estaba rígida y no le oyó cuando murmuró su nombre. Esperando a que ella se recuperase del extraño trance, dejó el cuarto y corrió hacia las almenas exteriores.

Beldan ya estaba allí, con la boca abierta, mirando lo que ocurría.

Había un gran barco que bordeaba la isla hacia el norte. Era la fuente de la extraña luz verde y navegaba rápidamente, aunque no hubiera viento en absoluto en aquel momento. Los bárbaros se encaramaban a sus monturas o chapoteaban por el agua que comenzaba a cubrir el istmo. Parecían enloquecidos de miedo. Desde la oscuridad de la playa, Córum oyó que Glandyth maldecía a sus guerreros e intentaba hacerles volver al ataque.

El barco parecía brillar con miles de pequeñas luces. Los mástiles y el casco estaban como incrustados de joyas redondeadas. Y Córum vio lo que habían visto los bárbaros. Vio a la tripulación: carne putrefacta cubriendo sus rostros y miembros.

El barco iba tripulado por cadáveres.

—¿Qué es esto, Beldan? —susurró—. ¿Alguna ilusión ingeniosa?

—No creo que sea una ilusión, Príncipe Córum —la voz de Beldan era ronca.

—¿Entonces, qué?

—Es la invocación. Es el antiguo barco del Margrave. Ha sido sacado a, la superficie. Su tripulación ha recibido algo parecido a la vida. Y mira —señaló a la figura de la popa, un esqueleto con una armadura como la de Córum, fabricada con grandes conchas, y con unos ojos hundidos que brillaban con el mismo fulgor verde que cubría el barco como si fuera musgo—, ése es el propio Margrave. Ha vuelto a la vida para salvar su castillo.

Córum se vio obligado a mirar mientras la aparición se acercaba, y dijo:

—Me pregunto para qué más habrá vuelto.

Duodécimo capítulo

El pacto del Margrave

El barco alcanzó el istmo y se detuvo. Hedía a ozono y putrefacción.

—Si es una ilusión —murmuró Córum con una mueca— es demasiado perfecta.

Beldan no contestó.

En la distancia, oyeron a los bárbaros hundiéndose a ciegas en el bosque. Oyeron el ruido de los carros girando mientras Glandyth perseguía a sus aliados.

Aunque todos los cadáveres iban armados, no se movieron; simplemente volvieron las cabezas, como un solo hombre, hacia la puerta principal del castillo.

Córum se transfiguró de asombro y horror. Los acontecimientos que estaba presenciando parecían sacados de la mente supersticiosa de un Mabdén. No podían tener existencia real. Tales imágenes eran creadas por el miedo ignorante y la imaginación más delirante. Era algo sacado del más crudo y bárbaro de los tapices que había visto en el castillo.

—¿Qué harán ahora, Beldan?

—No tengo conocimientos de lo oculto, Príncipe. La señora Rhalina es la única de nosotros que ha estudiado algo de tales cosas. Fue ella quien hizo la invocación. Yo sólo sé que se dice que debe haber un trato por medio...

—¿Un trato?

—¡La Margravina! —se atragantó Beldan.

Córum vio que Rhalina, aún caminando en trance, había salido por la puerta principal y se dirigía a lo largo del istmo, con el agua hasta las rodillas, hacia el barco. La cabeza muerta del Margrave se volvió levemente y el fuego verde de sus cuencas pareció arder más profundamente.

—¡NO!

Córum bajó corriendo de las murallas, bajó a saltos la escalera y cruzó a tropezones el salón principal sobre los cuerpos de los caídos.

—¡NO! ¡Rhalina! ¡NO!

Llegó al istmo y comenzó a chapotear tras ella, mientras le hacía toser el hedor del barco lleno de muertos.

—¡Rhalina!

Era una pesadilla peor que ninguna que hubiera tenido desde que Glandyth destruyera el castillo Erórn.

—¡Rhalina!

Rhalina casi había llegado al barco cuando Córum la alcanzó y la sujetó de un brazo con la mano sana.

Ella pareció no darse cuenta de su presencia, y continuó intentando alcanzar el barco.

—¡Rhalina! ¿Qué trato hiciste para salvarnos? ¿Por qué ha venido este barco de muertos?

—Voy a reunirme con mi marido —su voz era fría y sin entonación.

—No, Rhalina. Tal pacto no puede ser respetado. Es obsceno. Es malvado. Es... es... —intentó expresar su convicción de que tales cosas no podían existir, de que estaban todos bajo alguna alucinación extraña—. Vuelve conmigo, Rhalina. Deja que el barco regrese a las profundidades.

—Debo irme con él. Ésos fueron los términos del trato.

Se inclinó sobre ella, intentando llevarla de vuelta, cuando habló otra voz. Era una voz que parecía carecer de sustancia y que, sin embargo, produjo ecos en su cráneo y le hizo detenerse.

—Ella zarpa con nosotros, Príncipe de los Vadhagh. Así debe ser.

Córum alzó la mirada. El muerto Margrave había levantado la mano en un gesto de mando. Los ojos de fuego se reflejaban profundamente en el único ojo de Córum.

Córum intentó cambiar su perspectiva, ver en otras dimensiones a su alrededor. Por último lo consiguió.

Pero no significó ninguna diferencia. El barco estaba en todas y cada una de las cinco dimensiones. No podía escapar de su presencia.

—No la dejaré irse con vosotros —replicó Córum—. Vuestro trato fue injusto. ¿Por qué tiene que morir?

—Ella no morirá. Pronto despertará.

—¿Qué? ¿Bajo las olas?

—Ella le ha dado vida a este barco. Sin ella, nos volveremos a hundir. Con ella a bordo, viviremos.

—¿Vivir? Vosotros no estáis vivos.

—Es mejor que la muerte.

—Entonces la muerte debe ser más terrible de lo que yo pensaba.

—Para nosotros lo es, príncipe de los Vadhagh. Somos esclavos del Shool-an-Jyvan, ya que nuestra muerte se produjo en las aguas que él gobierna. Ahora, debemos reunimos mi esposa y yo.

—No. —Córum sujetó más firmemente el brazo de Rhalina—. ¿Quién es ese Shool-an-Jyvan?

—Es nuestro señor. Es de Svi-Fanla-Brool.

—¡La Casa del Dios Harto! —el lugar adonde había pensado ir Córum antes de que el amor de Rhalina le mantuviera en el Castillo Moidel.

—Deja que suba mi esposa a bordo.

—¿Cómo puedes obligarme a hacerlo? ¡Estás muerto! Sólo tienes el poder de asustar a los bárbaros.

—Salvamos tu vida. Ahora permite que vivamos nosotros. Ella debe acompañarnos.

—Los muertos son egoístas.

El cadáver asintió y el fuego verde empalideció un poco.

—Sí. Los muertos son egoístas.

Córum vio que el resto de la tripulación empezaba a moverse. Oyó deslizarse sus pies sobre el puente limoso. Vio la carne podrida, las cuencas brillantes. Empezó a retroceder, tirando de Rhalina. Pero Rhalina no se dejaba llevar y él estaba completamente agotado. Jadeando, se detuvo, hablándole con urgencia.

—Rhalina. Sé que nunca le quisiste, ni siquiera en vida. Me amas. Te amo. ¡Seguramente eso es más fuerte que ningún pacto!

—Debo reunirme con mi marido.

La cadavérica tripulación había bajado al istmo y se dirigía hacia ellos. Córum había dejado su espada tras él. No llevaba armas.

—¡Atrás! —gritó—. ¡Los muertos no tienen derecho a llevarse a los vivos!

Los cadáveres continuaron avanzando.

—¡Detenlos! —gritó Córum al Margrave, en la popa del navío—. ¡Llévame a mí en vez de a ella! ¡Haz un trato conmigo!

—No puedo.

—Entonces déjame acompañarla. ¿Qué hay de malo en eso? ¡Tendréis dos seres vivos para calentar vuestras almas muertas!

El Margrave pareció pensarlo.

—¿Por qué lo harías? A los vivos no les gustan los muertos.

—Amo a Rhalina. Es amor, ¿comprendes?

—¿Amor? Los muertos no saben nada de amor.

—Y sin embargo quieres a tu mujer contigo.

—Ella propuso el pacto. Shool-an-Jyvan la oyó y nos envió.

Los fantasmales cadáveres los habían rodeado completamente. Córum sintió arcadas al sentir su olor.

—Entonces, iré con vosotros.

El muerto Margrave inclinó la cabeza.

Escoltado por los cadáveres que arrastraban los pies, Córum se dejó conducir junto con Rhalina a bordo del barco. Estaba lleno de desechos del fondo del mar. Las algas que lo cubrían creaban el extraño fuego verde. Lo que Córum había tomado por joyas redondeadas eran lapas de colores incrustadas por todas partes. Todas las superficies estaban cubiertas de limo.

Mientras el Margrave oteaba desde la popa, Córum y Rhalina fueron conducidos a un camarote y les hicieron entrar. Estaba oscuro como la brea y apestaba a podredumbre.

Oyó crujir los putrefactos maderos y el barco empezó a moverse.

Navegó rápidamente, sin viento ni ningún otro medio de propulsión comprensible.

Se dirigía a Svi-an-Fanla-Brool, la isla de la leyenda, la Casa del Dios Harto.

Libro segundo

En el que el Príncipe Córum recibe un obsequio y hace un trato.

Primer capítulo

El hechicero ambicioso

Mientras navegaban a través de la noche, Córum intentó muchas veces despertar a Rhalina de su trance, pero nada fue capaz de ello. La dama yacía entre las sedas mojadas y podridas de una de las literas y miraba al techo fijamente. Por una portilla, tan pequeña que no se podía salir por ella, entraba una débil luz verdosa. Córum deambulaba por la cabina, todavía incapaz de creer en su situación.

Evidentemente, aquél era el camarote del difunto Margrave. Y, si Córum no estuviera en él en aquel momento, ¿compartiría acaso el Margrave la litera con su esposa...?

Córum se estremeció y se apretó la cabeza con las manos, seguro de que estaba loco, o hechizado, y seguro de que nada de aquello podía ser real.

Como Vadhagh, estaba preparado para muchos acontecimientos y situaciones que habrían parecido extrañas a los Mabdén. Y, sin embargo, aquello era algo que le parecía completamente antinatural. Desafiaba a toda la ciencia que conocía. Si estuviera cuerdo y todo fuese como parecía, los poderes de los Mabdén eran, en aquel caso, mayores de cuanto habían conocido los Vadhagh. Pero eran poderes oscuros y morbosos, poderes dementes, esencialmente malignos...

Córum estaba cansado, pero era incapaz de dormir. Todo lo que tocaba era resbaladizo y le hacía sentirse enfermo. Probó la cerradura de la puerta del camarote. Aunque la madera estaba podrida, la puerta parecía extrañamente fuerte. Alguna otra fuerza estaba operando. Los maderos del barco se hallaban unidos por algo más que remaches y brea.

Other books

The Runaway Schoolgirl by Davina Williams
The Tale of Cuckoo Brow Wood by Albert, Susan Wittig
How We Started by Luanne Rice
Remembering Light and Stone by Deirdre Madden
We Only Know So Much by Elizabeth Crane