El caballero de las espadas (8 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

—Pero ¿pueden los Mabdén devolverme mi mano y mi ojo?

Ella se volvió y se detuvo en un escalón. Le dirigió una mirada extrañamente inocente.

—¿Quién sabe? —dijo suavemente—. Quizá puedan.

Noveno capítulo

Respecto al amor y al odio

Aunque sin duda magnífico según las medidas Mabdén, el castillo de la Margravina le pareció a Córum sencillo y agradable. Ante su invitación, se dejó bañar y ungir por sirvientes del castillo que le ofrecieron una serie de vestiduras. Eligió una camisa de samita azul oscura, bordada con un dibujo azul claro y un par de calzas de lino marrones. Las ropas le sentaban bien.

—Eran del Margrave —le dijo con vergüenza una sirvienta, sin mirarle directamente.

Ninguno de los criados parecía encontrarse a gusto con él. Pensó que su aspecto les resultaría repugnante.

Acordándose de esto, le preguntó a la criada:

—¿Me traerías un espejo?

—Sí, señor —inclinó la cabeza y dejó el cuarto.

Pero fue la propia Margravina quien volvió con el espejo. No se lo entregó inmediatamente.

—¿No has visto tu rostro desde lo que te hicieron? —preguntó.

El negó con la cabeza. .

—¿Eras apuesto?

—No lo sé.

Ella le miró directamente.

—Sí —dijo—. Eras apuesto.

Le dio el espejo.

La cara que vio estaba encuadrada por el mismo cabello dorado, pero ya no parecía joven. El miedo y el dolor habían dejado sus marcas. El rostro era duro y anguloso y el gesto de la boca torcido. Un ojo dorado y púrpura le miraba fríamente. La otra cuenca era un feo agujero de tejido rojo y cicatrizado. Tenía una pequeña cicatriz en la mejilla izquierda y otra en el cuello. El rostro era aún característico de los Vadhagh, pero había sufrido torturas nunca antes soportadas por un Vadhagh. La cara de un ángel se había transformado en la de un demonio gracias a los cuchillos y hierros de Glandyth.

Silenciosamente, Córum le devolvió el espejo.

Se pasó la mano sana por las cicatrices del rostro y meditó tristemente.

—Si era apuesto, ahora soy feo.

Ella se encogió de hombros.

—He visto cosas mucho peores.

Entonces comenzó a embargarle la rabia de nuevo, el ojo brilló, sacudió el muñón y gritó.

—¡Sí, y aún verás algo mucho peor cuando haya acabado con Glandyth-a-Krae!

Sorprendida, ella se apartó de él, pero pronto recuperó su compostura.

—Si no sabías que eras apuesto, si no eres orgulloso, ¿por qué te ha afectado esto tanto?

—Necesito mis manos y mis ojos para poder matar a Glandyth y verle perecer. ¡Con sólo la mitad de ellos, pierdo la mitad del placer!

—Eso es infantil, Príncipe Córum. No es propio de un Vadhagh. ¿Qué más ha hecho ese Glandyth?

Córum se dio cuenta de que no le había contado nada, de que ella no sabía nada, pues vivía en un lugar remoto, tan apartada del mundo como cualquier Vadhagh.

—Mató a todos los Vadhagh —dijo—. Glandyth ha destruido mi raza y me hubiera destruido a mí de no haber sido por tu amigo, el Gigante de Laarh.

—¿Qué té hizo...? —Su voz era desmayada. Estaba claramente sorprendida.

—Ha enviado a la muerte a toda mi gente.

—¿Por qué motivo? ¿Habéis estado en guerra con ese Glandyth?

—No sabíamos de su existencia. No se nos ocurrió guardarnos de los Mabdén. Parecían animales, incapaces de dañarnos en nuestros castillos. Pero los han arrasado todos. Todos los Vadhagh, excepto yo, están muertos, así como la mayoría de los Nhadragh, según pude saber, que no se han convertido en sus esclavos serviles.

—¿Son ésos los Mabdén cuyo rey es llamado Lyr-a-Brode de Kalenwyr?

—Lo son.

—Yo tampoco sabía que se hubieran vuelto tan poderosos. Me imaginé que eran las Tribus Pony quiénes te habían capturado. Me preguntaba por qué estarías viajando sólo tan lejos del castillo Vadhagh más cercano.

—¿Qué castillo es ése? —por un momento, Córum esperó que aún hubiera Vadhagh con vida, mucho más al oeste de lo que había pensado.

—Se llama castillo Eran, Erin, o algo así.

—¿Erórn?

—Sí. Me parece que ése es el nombre. Está a más de quinientas millas de aquí...

—¿Quinientas millas? ¿Tan lejos he llegado? El Gigante de Laahr debe haberme llevado en sus hombros durante mucho más tiempo del que pensaba. Ese castillo del que hablas, milady, era mi castillo. Los Mabdén lo destruyeron. Me llevará más tiempo del que pensaba el volver y encontrar al Conde Glandyth y a sus Denledhyssi.

De pronto, Córum se dio cuenta de lo solo que estaba. Era como si hubiera penetrado en otro Plano de la Tierra donde todo le fuera extraño. No sabía nada de aquel mundo. Un mundo gobernado por los Mabdén. ¡Cuán orgullosa había sido su raza! ¡Y qué estúpida! Si se hubieran dedicado al conocimiento del mundo que los rodeaba en lugar de perseguir abstracciones...

Córum inclinó la cabeza.

La Margravina Rhalina pareció comprender sus emociones. Tocó ligeramente su brazo.

—Vamos, Príncipe de los Vadhagh. Debes comer.

La dejó guiarle fuera de la habitación hacia otra donde había sido preparado un almuerzo para ambos. La comida, principalmente fruta y algas marinas, se acercaba a su gusto mucho más que cualquier comida Mabdén que hubiera visto antes. Se dio cuenta de que estaba muy hambriento y profundamente cansado. Su mente se hallaba confundida y las únicas cosas de las que estaba seguro eran del odio que aún sentía por Glandyth y la venganza que intentaría cumplir tan pronto pudiera.

No hablaron mientras comían, pero la Margravina estuvo constantemente contemplándole la cara y unas dos veces abrió los labios como para decir algo, aunque en el mismo momento pareció decidir no hacerlo.

La habitación en la que comieron era pequeña y decorada con ricos tapices cubiertos de finos bordados. Cuando acabó de comer y empezó a observar los detalles de los tapices, las escenas rompieron a bailar ante sus ojos. Miró interrogativamente a la Margravina, pero su cara no mostraba expresión. Sintió la cabeza ligera y encontró que había perdido el control de sus miembros.

Intentó formar palabras; pero no vinieron.

Le habían drogado.

La mujer había envenenado su comida.

Una vez más se había convertido en víctima de los Mabdén.

Apoyó la cabeza en los brazos y cayó involuntariamente en un sueño profundo.

Córum soñó de nuevo.

Vio el castillo Erórn tal como lo había dejado cuando por primera vez partió. Vio la sabia cara de su padre hablando y se concentró para oír las palabras; pero no pudo. Vio a su madre trabajando, escribiendo su último tratado de Matemáticas. Vio a sus hermanas bailando con la nueva música de su tío. El ambiente era de alegría.

Pero se dio cuenta de que no podía comprender sus actividades. La parecían extrañas y sin objeto. Eran como niños jugando, sin darse cuenta de que un animal salvaje los acechaba.

Intentó gritar, avisarles, pero no tenía voz.

Vio como las llamas empezaban a alzarse en las habitaciones; vio guerreros Mabdén que habían entrado por las abiertas puertas sin que los habitantes se dieran cuenta de su presencia. Riendo, bromeando entre sí, los Mabdén quemaron los adornos y las colgaduras de seda.

Vio de nuevo a los suyos. Se habían dado cuenta de las llamas y se apresuraron a buscar su causa.

Su padre entró en una habitación donde estaba Glan-dyth-a-Krae, arrojando libros a una hoguera que había encendido en el centro de la cámara. Su padre miró con asombro cómo Glandyth quemaba los libros. Los labios de su padre se movieron y sus ojos eran inquisitivos, casi de sorpresa educada.

Glandyth se volvió y le sonrió, sacando el hacha de su cintura. Levantó el arma...

Córum vio a su madre. Dos Mabdén la sostenían mientras otro se movía arriba y abajo por su cuerpo desnudo.

Córum intentó penetrar en la escena, pero algo se lo impidió.

Vio a sus hermanas y a su prima sufrir la misma suerte que su madre. De nuevo su camino a ellas fue bloqueado por algo invisible.

Se debatió para atravesarlo; los Mabdén estaban cortando las gargantas de las muchachas. Éstas temblaron y murieron como cervatillos degollados.

Córum empezó a llorar.

Aún estaba llorando, pero yacía contra un cuerpo caliente y desde algún lugar en la distancia llegaba una voz tranquilizadora.

Le estaban acariciando la cabeza y la mujer en cuyo pecho se apoyaba le mecía en una suave cama.

Por un momento intentó liberarse, pero ella le sujetó con fuerza.

Comenzó a llorar de nuevo, esta vez libremente, con grandes gemidos que torturaban su cuerpo, hasta que se volvió a dormir. Y esta vez el sueño estuvo libre de imágenes...

Poco a poco se dio cuenta de que se encontraba muy refrescado. Por primera vez desde que había partido en su misión, se sentía lleno de energía y animoso. Incluso la oscuridad de su mente parecía haberse retirado.

La Margravina le había drogado, pero en aquél caso parecía una droga para hacerle dormir, para ayudarle a recuperar su fuerza.

Pero, ¿durante cuántos días había dormido?

Se movió de nuevo en la cama y sintió el calor suave de alguien junto a él, en su lado ciego. Volvió la cabeza y allí estaba Rhalina, con los ojos cerrados, con la dulce cara en paz.

Recordó sus pesadillas. Se acordó del consuelo que había recibido cuando todas sus penas se hacían patentes.

Rhalina le había consolado. Alargó la mano sana para acariciar el cabello esparcido. Sintió afecto por ella, un afecto casi tan grande como el que había sentido por su propia familia.

Acordándose de su desaparecida especie, dejó de acariciar el cabello y, en cambio, contempló el muñón arrugado de su mano izquierda. Ya estaba completamente curado, con el extremo cubierto de piel blanca y redondeado. Volvió a mirar a Rhalina. ¿Cómo podía compartir la cama con un lisiado como él?

Mientras la contemplaba, ella abrió los ojos y le sonrió.

Córum creyó detectar compasión en la mirada e inmediatamente se sintió resentido. Empezó a salir de la cama, pero ella le detuvo poniéndole la mano en el hombro.

—Quédate conmigo, Córum, porque ahora soy yo quien necesita tu consuelo.

El se detuvo, mirándola con sospecha.

—Por favor, Córum. Creo que te amo.

Córum se estremeció.

—¿Amor? ¿Entre un Vadhagh y una Mabdén? ¿Amor de esa clase? —sacudió la cabeza—. Imposible. No podría haber descendencia.

—No podría haber hijos, lo sé. Pero el amor da a luz otras cosas...

—No te comprendo.

—Lo siento —dijo ella—. Es simple egoísmo. Me estaba aprovechando de ti —se sentó en la cama—. No he dormido con nadie más desde que se fue mi marido. No soy...

Córum estudió el cuerpo de ella. Le atraía y, sin embargo, no debiera hacerlo. Era antinatural para una especie sentir tal emoción por otra...

Se inclinó y le besó un pecho. Ella le abrazó la cabeza. Se hundieron de nuevo entre las sábanas, haciendo el amor suavemente, aprendiendo cada uno del otro como sólo pueden hacerlo los verdaderos enamorados.

Tras algunas horas, ella le dijo.

—Córum, eres el último de tu raza. Yo, nunca volveré a ver a mi gente, excepto por mis criados, que están aquí. Este castillo es pacífico. Hay pocas cosas que puedan perturbar esa paz. ¿Por qué no te quedas aquí conmigo, por lo menos algunos meses?

—He jurado vengar la muerte de mi pueblo —le recordó Córum suavemente, besándole la mejilla.

—Tales juramentos no son propios de tu naturaleza, Córum. Deberías amar antes que odiar, lo sé.

—No puedo contestarte —replicó él—, pues no consideraré cumplido el objetivo de mi vida a menos que destruya a Glandyth-a-Krae. No es un deseo provocado por el odio, como podrías pensar. Me siento, quizá, como quien ve una enfermedad extenderse por un bosque. Uno intenta cortar las plantas enfermas para que las demás puedan crecer rectas y vivir. Ésos son mis sentimientos en lo que respecta a Glandyth-a-Krae. Me he acostumbrado a matar. Ahora que ha matado a todos los Vadhagh, querrá matar a otros. Si no encuentra más razas extrañas a la suya, empezará a matar a esos infelices que ocupan los pueblos gobernados por Lyr-a-Brode. El destino me ha dado el impulso que necesito para mantener esta actitud hasta el final, Rhalina.

—Pero, ¿por qué te vas a ir de aquí ahora? Más pronto o más tarde recibiremos noticias sobre ese Glandyth. Cuando llegue ese momento, podrás partir para cumplir tu venganza.

El arrugó los labios.

—Quizá tengas razón.

—Y debes aprender a arreglártelas sin mano ni ojo —le dijo—. Tendrás que practicar mucho, Córum.

—Cierto.

—Así que quédate aquí conmigo.

—De acuerdo, entonces, Rhalina. No tomaré ninguna decisión durante unos días.

Y Córum no tomó su decisión durante un mes. Después del horror de sus encuentros con los guerreros Mabdén, su cerebro necesitaba tiempo para curarse, y aquello era difícil, pues recordaba constantemente sus heridas cada vez que intentaba automáticamente usar su mano izquierda o se veía en el espejo.

Cuando no estaba con él Rhalina, dedicaba gran parte del tiempo a la biblioteca del castillo; pero Córum no tenía ganas de leer. Se dedicaba a caminar alrededor de las murallas del castillo o tomaba un caballo y cabalgaba al trote por el istmo de arena que sobresalía del mar cuando la marea estaba baja (aunque aquello preocupaba a Rhalina, por temor a que cayese prisionero de las tribus Pony que ocasionalmente recorrían la zona), o paseaba durante un rato entre los árboles.

Y aunque la oscuridad de su mente se hacía menos perceptible según transcurrían agradablemente los días, las tinieblas aún permanecían. Y Córum se detenía a veces en medio de cualquier movimiento o cuando presenciaba algo que le recordase su hogar, el castillo Erórn.

El castillo de la Margravina se llamaba simplemente castillo Moidel y se alzaba en un isla llamada Monte Moidel, según el nombre de la familia que la había ocupado durante siglos. Estaba lleno de cosas interesantes. Había gabinetes de estatuillas de porcelana y marfil, habitaciones llenas de curiosidades sacadas del mar en épocas diferentes, salas de exposiciones de armas y armaduras, cuadros (bastos, según los criterios de Córum) que representaban escenas de la historia de Lywm-an-Esh, así como escenas tomadas de las leyendas y cuentos de la tierra, que era rica en ellos. Tales fantasías eran raras entre los Vadhagh, que habían sido gente racional, y fascinaban a Córum. Llegó a darse cuenta de que muchas de las historias que hacían alusión a tierras mágicas y animales extraños se derivaban de algún conocimiento de los otros Planos. Resultaba evidente que los otros Planos habían sido entrevistos y que los constructores de leyendas habían especulado libremente sobre los conocimientos fragmentarios así obtenidos. Divertía a Córum el hecho de poder seguir un fantástico cuento popular hacia atrás en el tiempo, hasta alcanzar unas fuentes mucho más mundanas, particularmente cuando aquellos cuentos se referían a las Razas Antiguas, los Vadhagh y los Nhadragh, a las que se atribuían la más alarmante serie de poderes sobrenaturales. Aquel estudio también le proporcionó alguna comprensión de las actividades de los Mabdén del este, que parecían haber vivido temiendo a las Razas Antiguas antes de descubrir que eran mortales y que podían ser fácilmente asesinados. A Córum le parecía que el genocidio inútil realizado por los Mabdén fue producido en parte por el odio que sentían hacia los Vadhagh al no ser los grandes videntes y hechiceros por los que los Mabdén les habían tomado originalmente.

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