El caballero de las espadas (6 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

—He visto a otros de mi raza a los que habíais matado —dijo Córum—. Creo que sé lo que pensáis hacer.

Glandyth levantó el dedo meñique de su mano derecha mientras tiraba lejos la daga con la izquierda.

—Ah, pues no lo sabes. Aquellos otros Vadhagh murieron rápido, relativamente, porque faltaban muchos por encontrar y matar. Pero tú eres el último. Podemos perder el tiempo contigo. De hecho, pensamos darte una oportunidad de vivir. Si «puedes» sobrevivir sin ojos, sin lengua, si manos y sin genitales, entonces te dejaremos vivir.

Córum le miró horrorizado.

Glandyth estalló en carcajadas.

—¡Veo que aprecias nuestra broma!

Señaló a sus hombres.

—¡Traed las herramientas! Empecemos.

Trajeron un gran brasero. Estaba lleno de carbón al rojo y de él asomaban hierros y atizadores de diversas clases. Instrumentos diseñados especialmente para la tortura, pensó Córum. ¿Qué clase de raza podía inventar semejantes instrumentos y considerarse a sí misma cuerda?

Glandyth-a-Krae seleccionó un largo hierro del brasero y lo movió hacia uno y otro lado, mirando la punta brillante.

—Empezaremos con un ojo y terminaremos con un ojo —dijo—. El ojo derecho, creo.

Si Córum hubiera comido algo en los últimos días, lo habría vomitado. Como no era así, sólo le subió bilis a la boca, y el estómago le tembló y le dolió.

No hubo más preliminares.

Glandyth comenzó a avanzar con el hierro al rojo. Echaba humo al cruzar el frío aire de la noche.

Córum intentó olvidar la amenaza de la tortura y concentrarse en su Segunda Visión, tratando de ver el Plano adyacente. Sudaba por una mezcla de terror y esfuerzo mental. Pero su mente estaba confundida. Alternativamente, veía escenas del Plano contiguo y de la cada vez más cercana punta del hierro que avanzaba más y más hacia su rostro.

La escena que tenía delante temblaba, pero Glandyth aún avanzaba, con los ojos grises ardiendo de sed antinatural.

Córum se retorció en las cadenas, intentando apartar la cabeza. La mano izquierda de Glandyth se disparó y le aferró el cabello, obligándole a inclinar la cabeza, bajando el hierro.

Córum gritó cuando la punta al rojo le tocó el párpado del ojo cerrado. El dolor le cubrió el rostro y luego todo el cuerpo. Oyó una mezcla de risas, de sus propios gritos, de la raspante respiración de Glandyth...

... y Córum se desmayó.

Córum vagabundeaba por las calles de una extraña ciudad. Los edificios eran altos y parecían construidos recientemente, aunque ya estaban sucios y salpicados de barro.

Aún había dolor, pero era romo y remoto. Estaba ciego de un ojo. Desde un balcón le llamó una voz de mujer. Miró a su alrededor. Era su hermana, Pholhinra. Cuando ella vio su rostro gritó horrorizada.

Córum intentó llevarse una mano al ojo herido: no pudo.

Algo se lo impedía. Intentó liberar la mano izquierda de lo que la sujetaba. Tiró más y más fuerte. La muñeca comenzó a latir de dolor mientras lo hacía. Pholhinra había desaparecido, y Córum estaba absorto en el intento de liberar la mano. Por algún motivo, no podía volverse para ver qué era lo que le sujetaba. Quizá alguna especie de animal, aferrado a su mano con la mandíbula.

Córum dio un tirón final y su mano quedó libre.

Levantó la mano para tocarse el ojo ciego, pero siguió sin sentir nada.

Miró su mano.

No había mano. Sólo una muñeca. Sólo un muñón.

Entonces volvió a gritar...

...y abrió los ojos, viendo a los Mabdén sujetarle el brazo y acercarle espadas al rojo blanco para cauterizar el muñón.

Le habían cortado la mano.

Y Glandyth aún estaba riendo, sujetando en alto la cercenada mano de Córum para mostrársela a sus hombres, con la sangre de Córum goteando del cuchillo que había empleado.

Córum vio claramente el otro Plano, sobreimpreso, por decirlo así, sobre la escena que tenía delante. Sacando todas las fuerzas que pudo de su miedo y dolor, se deslizó a dicho Plano.

Veía a los Mabdén con claridad, pero sus voces eran más débiles. Les oyó gritar con asombro y señalarle. Vio dar vueltas a Glandyth, con los ojos muy abiertos. Oyó al Conde de Krae ordenar a sus hombres que batieran el bosque en busca de Córum.

El tablero fue abandonado cuando Glandyth y los suyos se hundieron en las sombras buscando a su cautivo Vadhagh.

Pero su prisionero aún estaba encadenado al tablero, ya que éste, como él mismo, existía en varios Planos simultáneamente. Y aún sentía el dolor que le habían causado, aún le faltaba el ojo derecho y la mano izquierda.

Podía evitar el proceso de mutilización durante un rato, pero más pronto o más tarde su energía se agotaría completamente y volvería a aquel Plano, donde ellos continuarían su trabajo.

Se debatió en las cadenas, agitando el muñón de su mano izquierda en un intento inútil por liberarse de los grilletes que aún sujetaban sus otros miembros.

Pero sabía que no había esperanza. Sólo había retrasado su condena por breves momentos. Nunca se liberaría, nunca sería capaz de cumplir su venganza sobre los asesinos de su raza.

Séptimo capítulo

El Hombre Oscuro

Córum sudaba, obligándose a permanecer en el otro Plano, y esperaba nerviosamente la vuelta de Glandyth y sus hombres.

Fue entonces cuando vio salir cautelosamente una forma del bosque y acercarse al tablero.

Al principio, Córum pensó que era un guerrero Mabdén, sin yelmo y vestido con una gran chaqueta de piel. Pero luego se dio cuenta de que era algún otro tipo de criatura.

La criatura se dirigió cautelosamente hacia el tablero, miró alrededor del campamento Mabdén, y entonces se acercó más. Levantó la cabeza y miró directamente a Córum.

Córum se quedó atónito. ¡El animal podía verle! A diferencia de los Mabdén, a diferencia de las otras criaturas del Plano, ésta tenía Segunda Visión.

El dolor de Córum era tan intenso que se vio obligado a cerrar el ojo. Cuando lo volvió a abrir, la criatura había llegado hasta el mismo tablero.

No era un animal muy distinto a los Mabdén en su aspecto general, pero estaba totalmente cubierto de pelo. Su rostro era oscuro y arrugado, y aparentemente muy anciano. Sus rasgos eran aplastados. Tenía los ojos grandes, redondos como los de un gato, las ventanas de la nariz muy abiertas y una enorme boca con dientes viejos y amarillentos.

Sin embargo, había en su rostro una mirada llena de pena mientras contemplaba a Córum. Gesticuló hacia él y gruñó, señalando al bosque como si quisiera que Córum le acompañara. Córum sacudió la cabeza, indicando los grilletes con un gesto.

La criatura se tiró pensativamente del pelo rizado y oscuro del cuello, luego se hundió de nuevo en la oscuridad del bosque.

Córum le vio irse, olvidándose casi de su dolor por el asombro.

¿Había presenciado la criatura su tortura? ¿Estaba intentando salvarle?

O quizá era una ilusión, como la visión de la ciudad y de su hermana provocada por los dolores.

Sintió que sus fuerzas se desvanecían. Pocos momentos más y regresaría al Plano donde los Mabdén podían verle. Y sabía que no volvería a encontrar fuerzas suficientes para abandonar el Plano.

La criatura oscura reapareció, llevando algo de la mano y señalando a Córum.

Al principio Córum sólo vio una forma corpulenta al lado de la criatura oscura, un ser que tenía quizá doce pies de alto y seis de anchura, un ser que, como el peludo animal, caminaba sobre dos piernas.

Córum alzó la vista hacia él y vio que tenía un rostro. Era una cara negra y su expresión era de tristeza, preocupación, condena. El resto de su cuerpo, aunque en forma general era similar a un hombre, parecía rechazar la luz, no se podía discernir ningún detalle particular de él. Alargó las manos y levantó el tablero con tanta ternura como un padre podría levantar a su hijo. Llevó a Córum consigo de vuelta al bosque.

Incapaz de decidir si aquello era fantasía o realidad, Córum renunció a sus esfuerzos por permanecer en el otro Plano y volvió al que había abandonado. Pero aún le llevaba la criatura de rostro negro, con el animal oscuro a su lado, a lo profundo del bosque, moviéndose a gran velocidad, hasta que estuvieron muy lejos del campamento Mabdén.

Córum se desmayó otra vez.

Se despertó a la luz del día y vio el tablero tirado a alguna distancia. El yacía sobre la verde hierba de un valle y había una fuente cerca, y, junto a ella, una pequeña pila de nueces y frutas. No lejos del montón de comida se hallaba sentada la criatura oscura. Le miraba.

Córum se miró el brazo izquierdo. Algo había sido extendido sobre la superficie del muñón y ya no dolía. Se llevó la mano derecha al ojo del mismo lado y palpó una materia pegajosa que debía de ser el mismo tipo de ungüento del muñón.

Los pájaros cantaban en los árboles cercanos. El firmamento era claro y azul.

De no ser por sus heridas, Córum podría haber pensado que los acontecimientos de las últimas semanas sólo eran un mal sueño.

La criatura oscura y peluda se levantó y se dirigió hacia él. Se aclaró la garganta. Su expresión era aún de simpatía. Tocó su propio ojo derecho y su propia mano izquierda.

—¿Cómo... daño? —dijo con un tono borroso, evidentemente pronunciando las palabras con dificultad.

—Ya no duele —dijo Córum—. Gracias, Hombre Oscuro, por tu ayuda al rescatarme.

El Hombre Oscuro frunció el ceño, sin comprender evidentemente todas las palabras. Entonces sonrió y asintió con la cabeza, diciendo:

—Bien.

—¿Quién eres? —dijo Córum—. ¿Quién es el que llevaste contigo la otra noche?

La criatura se palmeó el pecho.

—Yo Serwde. Yo amigo de ti.

—Serwde —dijo Córum, pronunciando incorrectamente el nombre—. Soy Córum. ¿Y quién era el otro?

Serwde dijo un nombre que era mucho más difícil de pronunciar que el suyo propio. Parecía un nombre complicado.

—¿Quién era? Nunca he visto un ser como él. Tampoco he visto nunca un ser como tú. ¿De dónde venís?

Serwde señaló a su alrededor.

—Yo vivir aquí. En bosque. Bosque se llama Laahr. Mi amo vivir aquí. Nosotros vivir muchos, muchos días... desde antes que Vadhagh, tu gente.

—¿Y dónde está tu amo ahora? —preguntó de nuevo Córum.

—El ido. No quiere que gente verle.

Y Córum recordó vagamente una leyenda. Era la leyenda de una criatura que vivía incluso más al oeste que la gente del castillo Erórn. La leyenda le llamaba el Hombre Oscuro de Laahr. Y aquello era la leyenda hecha realidad. Pero no recordaba ninguna leyenda que hiciera referencia al otro ser cuyo nombre no podía pronunciar.

—Amo dice sitio cerca te guardarán bien —dijo el Hombre Oscuro.

—¿Qué clase de sitio, Serwde?

—Sitio Mabdén.

Córum sonrió torcidamente.

—No, Serwde. Los Mabdén no serán buenos conmigo.

—Estos Mabdén diferentes.

—Todos los Mabdén son mis enemigos. Me odian —Córum se miró el muñón—. Y yo los odio.

—Estos «viejos» Mabdén. «Buenos» Mabdén.

Córum se levantó tambaleándose. El dolor comenzó a correr por su cabeza, la muñeca izquierda empezó a dolerle. Estaba completamente desnudo y su cuerpo mostraba muchos arañazos y pequeños cortes, pero le habían lavado.

Lentamente comenzó a entrar en él la noción de que era un lisiado. Había sido salvado de lo peor que Glandyth había planeado para él, pero era un ser disminuido con respecto a lo que había sido. Su rostro ya no era agradable de ver. Su cuerpo se había vuelto feo. Y el inválido en que se había convertido era todo lo que quedaba de la noble raza Vadhagh. Sé sentó de nuevo y empezó a llorar.

Serwde gruñó y se movió con intranquilidad. Tocó el hombro de Córum con una de sus garras parecidas a manos. Palmeó la cabeza de Córum, intentando confortarle.

Córum se secó la cara con la mano sana.

—No te preocupes, Serwde. Tengo que llorar porque si no lo hiciera me moriría con seguridad. Lloro por mi raza. Soy el último de mi especie. No hay más Vadhagh que yo...

—Nosotros tampoco tenemos semejantes —dijo Serwde.

—¿Es por eso por lo que me salvasteis?

—No. Te ayudamos porque los Mabdén te hacían daño.

—¿Os han hecho daño los Mabdén a vosotros alguna vez?

—No. Nos escondemos de ellos. Sus ojos malos. Nunca nos ven. Nos escondemos también de Vadhagh.

—¿Por qué?

—Mi amo sabe. Estamos a salvo.

—Habría sido bueno para los Vadhagh esconderse. Pero los Mabdén llegaron de repente. No estábamos avisados. Dejábamos tan raramente nuestros castillos, nos comunicábamos entre nosotros tan poco, que no estábamos preparados.

Serwde entendía sólo a medias lo que Córum decía, pero escuchó educadamente hasta que Córum se detuvo. Entonces dijo:

—Tú comer. Fruta buena. Tú dormir. Después vamos a sitio Mabdén.

—Quiero encontrar armas y una armadura, Serwde. Quiero ropa. Quiero un caballo. Quiero encontrar a Glandyth y seguirle hasta que le vea solo. Entonces quiero matarle. Después, sólo quisiera morir.

Serwde miró tristemente a Córum.

—¿Tú matar?

—Sólo a Glandyth. El mató a mi gente.

Serwde sacudió la cabeza.

—Vadhagh no matar como eso.

—Yo sí, Serwde. Soy el último Vadhagh. Y soy el primero en aprender lo que es matar con odio. Me vengaré de los que me mutilaron, de los que acabaron con mi familia.

Serwde gruñó miserablemente.

—Comer. Dormir.

Córum se levantó de nuevo y notó que estaba muy débil.

—Quizá tengas razón en eso. Quizá debería recuperar fuerzas antes de seguir.

Se dirigió a la pila de nueces y frutas y empezó a comer. No pudo comer mucho al principio y se volvió a tender para dormir, confiando en que Serwde le despertaría si hubiera alguna amenaza de peligro.

Durante cinco días, el Príncipe Córum se quedó en el valle con el Hombre Oscuro de Laahr. Esperaba que la criatura de rostro negro volvería y le diría más sobre su origen y el de Serwde, pero no lo hizo.

Por fin sus heridas curaron completamente y se sintió lo suficientemente bien como para salir de viaje. Aquella mañana, se dirigió a Serwde.

—Adiós, Hombre Oscuro de Laahr. Te doy las gracias por salvarme. Y le doy las gracias a tu amo. Ahora me voy.

Córum saludó a Serwde y comenzó a subir por el valle, dirigiéndose al este. Serwde se arrastró tras él.

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