El Caballero Templario (64 page)

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Authors: Jan Guillou

—Pero ¿por qué, Arn, amigo mío?, ¿por qué dejarme en este difícil momento en que la pena es más grande que la esperanza de una venganza con éxito?

—Porque ya no puedo mediar más por ti. Se acabaron las negociaciones con ese carnicero loco. Porque quiero regresar a casa con los míos, a mi tierra, a mi idioma y a mi gente.

—¿Qué piensas hacer cuando llegues allí, en tu tierra con tu gente?

—Por mi parte, se acabó la guerra, eso es lo único que tengo por seguro. También tengo la esperanza de poder cumplir un juramento que presté hace mucho tiempo, un juramento de amor. Pero lo que más desearía saber ahora mismo es el significado de todo esto, por qué vine aquí, qué quiso Dios con ello. Luché durante veinte años y estuve en el bando de quienes por justicia perdimos. Fue justo, pues Dios nos castigó por nuestros pecados.

—¿Piensas en Heraclius, Agnes de Courtenay, Guy de Lusignan y personas como ellos? —susurró Saladino esbozando una sonrisa irónica en medio de su pena.

—Sí, precisamente en ellos —contestó Arn—, Luché por gente como ellos y nunca podré comprender cuál fue la voluntad de Dios.

—Yo sí puedo —respondió Saladino—, y en seguida te lo voy a decir. Pero primero, a otros asuntos. Ya eres libre. Sólo cobraste cincuenta mil besantes de oro por mi hermano cuando fue tu prisionero, aunque sabías que podrías haberme exigido el doble. Creo que ha sido la voluntad de Dios que me quede justo esa cantidad de lo que debería haberle pagado al carnicero Ricardo. Ese dinero es ahora tuyo y es poca recompensa por la espada que me diste. Por cierto, en Damasco te espera una espada que seguramente te sentará mejor en más de un sentido. Ahora te pido que me dejes solo con mi luto. Cabalga con la paz de Dios, Al Ghouti, amigo mío al que jamás olvidaré.

—Sí, ¡pero la voluntad! Dijiste que sabías cuál había sido la voluntad de Dios —objetó Arn sin querer irse, más interesado en esta cuestión que en el hecho de que Saladino acabara de cubrirlo de riqueza.

—¿La voluntad de Dios? Como musulmán puedo decirte que la voluntad de Dios fue que tú, entre todos un templario, me entregaras la espada sagrada del islam, lo que hizo que yo venciese. Pero como cristiano puedes decirte a ti mismo otra cosa. El consejo que me diste acerca de por qué no debíamos hacer con la población de Jerusalén lo mismo que Ricardo ha hecho ahora con la de Acre me llegó al corazón. Y por eso se hizo tal y como tú me aconsejaste. Tus palabras salvaron cincuenta mil vidas cristianas; ésa era la intención que Dios tenía con tu misión en Palestina, pues Él todo lo ve y todo lo oye y El sabía lo que hacía al unirnos a ti y a mí.

Arn se levantó y permaneció un rato vacilante y en silencio. Entonces se levantó también Saladino. Se abrazaron por última vez y Arn dio media vuelta y se alejó sin decir nada más.

Acababa de empezar su largo viaje de regreso a casa, a aquella tierra en donde esperaba no volver a alzar una arma jamás.

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