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Authors: César Mallorquí
—Control biológico del comportamiento. Nanda afirmaba haber descubierto un medio para modificar la conducta humana mediante vectores biológicos. Sólo hacía falta dinero y contar con la colaboración de nuestro querido David Maltman, la máxima autoridad mundial en eidética.
—Sólo soy un químico ignorante —le interrumpí—. ¿Qué es eidética?
—La ciencia que estudia la memoria. Maltman es un genio, ¿sabes? Descifró el mecanismo de almacenamiento de la memoria en el cerebro —Se volvió hacia el investigador y le habló en inglés—. Explíquele a (?) cómo funciona el registro mnémico. Con sencillez, doctor.
Maltman, que no había dejado de agitarse en su asiento, se inmovilizó. Me miró furtivamente, parpadeó y comenzó a hablar con lentitud.
—La clave para comprender las funciones del mecanismo eidético reside en la integración holística del registro sináptico con el engrama bioquímico. A nivel molecular podemos...
Martín le interrumpió con un gesto cansado.
—Parece que este bastardo sólo sabe explicar las cosas de la forma complicada. Escucha, (?), existen dos clases de memoria: a corto y a largo plazo. La memoria a corto plazo es la que empleas, por ejemplo, para recordar el número del guardarropa, o un teléfono; datos que mantienes unos instantes en tu cerebro para luego olvidarlos definitivamente. La memoria a largo plazo es la que usas para recordar, por ejemplo, el nombre de tu madre, o el vocabulario: cualquier tipo de información que deba almacenarse toda la vida. Cuando hablo de la memoria, me refiero a conceptos, imágenes, palabras, emociones, a cualquier cosa que podamos almacenar y recordar. ¿Entendido? Ahora presta atención: la memoria a corto plazo se genera en el hipocampo en forma de campo eléctrico. ¿De acuerdo? A eso se le llama engrama bioquímico. Pero si ese engrama, ese campo eléctrico, permanece activo alrededor de cinco segundos, o es violentamente excitado, entonces modifica la producción de ARN en las neuronas. ¿Y qué es el ARN? Un mensaje codificado que determina la formación y estructura de las moléculas de proteínas. Ahí está la base de la memoria a largo plazo. Los recuerdos se almacenan en forma de proteínas codificadas por el ARN, el ácido ribonucleico. A esto se le llama registro sináptico. ¿Está claro?
No estaba seguro del lugar a donde llevaba aquel discurso, de modo que asentí levemente.
—La memoria es al principio un campo eléctrico en el hipocampo —dije, como recitando una lección—. Ese campo afecta a la producción de ARN, y el ARN a la fabricación de proteínas. Esas proteínas reestructuradas son los almacenes de la memoria. ¿Qué más?
—Cuanto más tiempo permanece activo el engrama eléctrico, más ARN se produce y más proteínas duplican y almacenan la misma información. Cuando memorizamos algo lo que hacemos es repetirlo constantemente; es decir, mantenemos activo el campo eléctrico para que cree muchos duplicados proteínicos. Es como si tuviéramos una gran librería en la que algunos libros sólo aparecen una vez; son los recuerdos débiles. Pero otros libros están repetidos varias veces, y cuantas más veces estén duplicados más eficaz es el acceso a la información que contienen, sencillamente porque es más fácil de encontrar. Ésa es la memoria profunda. Huelga decir que son esos recuerdos más intensos, esa memoria a largo plazo, lo que conforma nuestra personalidad, nuestro pensamiento, nuestro inconsciente —Martín se frotó las sienes y se volvió hacia el inglés—. Maltman ganó el Premio Nobel porque logró descifrar el código proteínico de la memoria. Por eso le necesitaba Nanda para sus propósitos, para su proyecto.
—Para el Proyecto Maya —sugerí—. ¿En qué consiste? Modificación de la conducta, vale. ¿Cómo?
—¿Ha quedado claro que el ARN hace posible el almacenamiento de la memoria profunda? De forma natural, el ARN es producido según el esquema codificado en el engrama eléctrico. Pero hay otras formas de transmitir un mensaje de ARN. Por ejemplo, mediante virus.
—Un momento. Los virus son «paquetes» de ADN, no de ARN.
—No todos. Normalmente un virus no es más que un pequeño fragmento de ADN que se introduce en el núcleo de la célula para obligarla a producir más virus. Pero existen virus que sólo contienen ARN. Estos virus afectan exclusivamente a la síntesis de las proteínas. ¿Entiendes? El mismo proceso que se produce en el cerebro con la memoria profunda —Martín se puso en pie y comenzó a pasear por la habitación—. Nanda afirmaba que era posible reestructurar la memoria mediante un vector biológico. ¿Qué clase de vector? Una colonia de virus con su ARN codificado. Los virus se introducirían en el cuerpo humano, llegarían al cerebro y su ARN sintetizaría proteínas idénticas a las moléculas que almacenan la memoria.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
—¿Quieres decir que esos virus crearían una memoria falsa?
—Falsa, sí. Pero tan intensa como la auténtica. Más intensa aún. Los virus se multiplicarán y mientras permanezcan en el cerebro irán sintetizando una y otra vez la misma combinación de proteínas. Irán repitiendo constantemente el mismo mensaje, el mismo «recuerdo». Y ese «recuerdo» acabará por convertirse en dominante.
Me acerqué a la ventana. El día era frío, pero radiante. Con aquel sol maravilloso en el cielo parecía imposible la pesadilla que se cernía sobre la humanidad. Intenté reflexionar, ajustar todas las piezas del rompecabezas. Finalmente dije:
—Entonces Helena, el hambre, mis pesadillas... Todo lo que me está ocurriendo ¿no es más que el resultado de la actividad de un virus?
Martín asintió. Había tristeza en su mirada.
—Fuiste un conejillo de indias —Se volvió hacia Maltman—. ¿Por qué no le cuenta a (?) lo que le hicieron?
Maltman se removió en su asiento y esquivó la mirada. Parecía haber perdido la fría voluntad que normalmente le animaba. Ahora sólo era un hombrecillo asustado.
—Al principio trabajamos con cultivos víricos limitados. Introducíamos en el cerebro de los ratones recuerdos de laberintos que nunca habían visto, cosas sencillas. Pero Nanda estaba decidido a construir mensajes muy sofisticados. Construyó en el Sector M un sistema informático muy complejo y convirtió el laboratorio en una fábrica de ARN. Podía elaborar mensajes moleculares con el ARN. Aunque llevaba tiempo hacerlo. Sobre todo se tardaba mucho en mutar los virus para convertirlos en vectores ARN. Aun así Dacosta y Nanda decidieron elaborar un mensaje vírico... comercial. Un virus que transportase algo así como un anuncio. Cereales Helena es un producto de una compañía filial de GenCorp. Con malas ventas. Nanda inscribió en el ARN de una colonia vírica una imagen: los rasgos de la mujer que aparece en los envases de Helena. También diseñó un sentimiento: amor. Amor a Helena. Y un ansia: el deseo irrefrenable de comer esos cereales. En resumen: una compulsión publicitaria.
Perdí los nervios. Me abalancé sobre Maltman. Martín se interpuso, intentando calmarme. Acabé llorando sobre su hombro.
—De modo que ésa es mi pesadilla... —gemía como un niño, apenas podía hablar—. ¿Así querían vender cereales...? ¿Enloqueciendo a la gente...?
—¡No, no! —Maltman se mantenía alejado—. Fue un error. Los virus deberían inyectar su ARN con el «mensaje Helena» y luego morir. Pero no ocurrió así. Los virus permanecieron activos en su cerebro, duplicando el mensaje una y otra vez.
—Entonces, ¿por qué no voy contagiando a todo el mundo mi obsesión por Helena?
—Fueron virus fabricados sólo para usted. Investigamos su estructura genética gracias a los análisis de sangre.
—Pero... ¿Por qué yo?
—Porque usted era joven. Porque no tenía familia. Porque era manejable.
—Luego surgió la idea del «vector presidencial» —intervino Martín—. Dacosta pensó que era mucho mejor destinar las técnicas de Nanda a su beneficio personal que a la publicidad de sus productos. Nanda le fabricó un vector vírico ARN con un mensaje sencillo: «Dacosta es el líder.» Ya has visto el resultado.
—Pero Nanda, ese loco, tenía sus propios planes —Maltman hablaba con nerviosismo, sudaba copiosamente—. ¡Construyó un vector para él!
Martín dejó caer los hombros.
—Creemos que Nanda diseñó un cultivo vírico con un mensaje ARN muy concreto. Algo así como: «Nanda es Dios. Obedécele.»
—¡Los nuevos fanáticos religiosos!
—Debió probar el vector Maya en algunos barrios de la ciudad. Es muy posible que usase los depósitos de agua para transmitir la epidemia vírica. Ahora empiezan a surgir los resultados.
—¿Qué se propone Nanda?
—Nanda salió de España. Antes destruyó su laboratorio. Supongo que para evitar que se reprodujesen sus experimentos. La policía sabe que fue a Inglaterra. Y es muy probable que allí tomase otro avión a quién sabe dónde —Martín se estremeció—. Creo que está diseminando su colonia de virus por todo el planeta.
—Queda muy poco tiempo —intervino Maltman. Ahora el horror parecía haberle cristalizado en una actitud distante, aletargada—. En unos meses toda la humanidad tendrá un nuevo dios.
—¡Debe haber alguna forma de acabar con esa epidemia! —exclamé—. Escucha, Martín: Nanda me dio unas pastillas que menguaban los efectos de Helena.
—Estamos trabajando en ello. Pero no podemos resumir el trabajo de cinco años en unas semanas...
—¿Le has contado a alguien esto?
Martín se encogió de hombros. Asintió.
—Pero no me han creído. Y la verdad, no puedo culparlos.
—Nada podemos hacer. No hay tiempo —Finalmente Maltman se había desmoronado; un brillo de demencia restallaba en su mirada—. Nos estamos convirtiendo en marionetas y no nos damos cuenta —Sonrió sin alegría—. Somos muñecos en manos de un loco. Pequeños muñecos...
Martín se acercó al ventanal y contempló a su hijo, que jugaba en el jardín.
—La primera vez que oí hablar del Proyecto Maya pensé en la civilización maya... Ya sabes, los indios del Yucatán... Los mayas desaparecieron de repente. Su civilización se esfumó, y nadie sabe por qué... Pero Nanda es hindú, y piensa como un hindú. Maya es, para los hindúes, el mundo de la ilusión, el universo de lo ficticio —Martín permaneció en silencio unos segundos, mirando con ternura a su hijo—. ¿Qué va a ocurrir? —murmuró al fin—. ¿Qué va a ser de la gente, de los niños? —Cerró los ojos—. ¿Qué le pasará a mi hijo?
Y una lágrima resbaló por su mejilla hasta esconderse por entre la espesa barba.
Pasaron los días.
Cuando los gobiernos se dieron cuenta de que algo extraño y peligroso estaba pasando ya era demasiado tarde. Los fanáticos seguidores del dios Nanda se multiplicaban como una plaga obscena, y su culto se extendía entre la población como lo que en realidad era: una epidemia.
Cuando los gobiernos quisieron darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, ellos mismos eran ya devotos del dios Nanda. Y se acabaron los gobiernos y las naciones.
Entonces reapareció Nanda, manifestándose glorioso como un dios hecho hombre.
Y las masas rugieron de placer. El mundo entero se transformó en una teocracia despótica.
Al cabo de unos meses, cinco mil millones de seres humanos adoraban a Nanda.
Pero antes, claro, cuando aún había personas normales, se produjeron las Revueltas Sagradas. Miles de seguidores de Nanda pasaron a cuchillo a cientos de miles de infieles. Qué ironía; aquellos infieles no iban a tardar mucho en convertirse a la «auténtica fe». Todo era una cuestión de contagio y de diferencias en los tiempos de incubación del virus.
En cualquier caso, la mujer y el hijo de Martín murieron a manos de los devotos de Nanda. Aquello le destrozó, pero siguió trabajando, intentando encontrar un milagro, un remedio para aquella enfermedad divina. Hasta que un día vino a verme. Sus ojos eran los ojos de un muerto.
—(?), es muy posible que seas inmune al virus de Nanda. Creo que tu infección con el vector maya, con Helena, te protegerá. En cierto modo fue un experimento fallido que, probablemente, habrá reforzado tu sistema inmunológico. Estás vacunado. O eso espero —Sacó un paquete del bolsillo de su arrugada chaqueta—. He traído un compuesto que puede aliviarte cuando sufras un nuevo ataque. Si Helena se pone pesada, tómate una pastilla. Pero ha de ponerse muy pesada. Se trata de un cóctel de drogas altamente agresivas. En cada toma se destruirán millones de tus neuronas. Si abusas, puedes acabar como un vegetal. Pero te aliviará.
—¿De qué está hecho?
—En el frasco encontrarás la fórmula. Contiene litio, codeína, endorfinas, inhibidores de la fosfodiesterasa, benzodiacepinas, anisomicina, tetrahidrocannabinol y estimulantes centrales —Fingió una sonrisa y añadió—: También le he puesto vitamina C, para que no te acatarres —Me dio una suave palmada en el hombro y se dirigió a la puerta. Antes de irse me miró fijamente; en sus ojos flotaban la desesperación y la tristeza—. ¿Sabes una cosa? Yo también creo en Nanda. ¿Entiendes? Creo con todas mis fuerzas que Nanda es Dios, estoy infectado... Es gracioso, ¿no? —Las lágrimas comenzaron a resbalar por sus peludas mejillas—. (?), hazme un favor: mata a ese bastardo. Si puedes, mátalo.
Y se fue a su casa; y allí, rodeado de sus recuerdos, se suicidó.
¿Qué fue de mí? La civilización se desmoronó. Los seres humanos solo vivían para adorar a Nanda, todo lo demás carecía de significado. Pero yo estaba vacunado. Probablemente era la única persona cuerda que quedaba en el mundo, si es que se puede llamar cuerdo a alguien que está enamorado de un paquete de cereales.
Las ciudades se convirtieron en cloacas, las personas murieron por millones.
Me aprovisioné de copos de avena y de maíz, de arroz inflado y de salvado. Mientras comiese regularmente su marca de cereales, Helena se mantendría razonablemente a raya.
Y fui a la montaña. Allí permanecí dos años y medio.
Luego se acabaron los cereales. Tuve que abandonar mi refugio para buscar más.
Entonces, entre los restos de aquella humanidad violada, vi a los niños. Subnormales sin cerebro de labios babeantes que, desde la cuna, ya pronunciaban el nombre de dios. Y eso, el nombre de Nanda, era lo único que podrían llegar a articular en su vida. Así eran los estragos que el virus ocasionaba en un cerebro virgen. Literalmente lo arrasaba, llenándolo de su mensaje e impidiendo que cualquier otro conocimiento anidase en aquellas pobres neuronas infantiles.
Decidí matarle.
Por los niños.
¿Pero cómo? Sabía que Nanda tenía su abyecto palacio en alguna isla griega (un lugar lógico para un dios). Pero ignoraba en cuál. Y, aunque lo supiese, tampoco tenía forma de llegar allí. Y aunque llegase, ¿cómo matarle? ¿Cómo acabar con un dios?