El día que Nietzsche lloró (14 page)

—Doctor Northnagel, el paciente puede padecer dos enfermedades. Piojos y también pulgas, como decía Oppolzer. Podría estar anémico.

—¿Cómo lo examinaría para determinar la anemia?

—Haría un análisis de hemoglobina y otro de heces.

—Nein! Nein! Mein Gott! ¿Qué les enseñan ahora en las facultades de medicina de Viena? ¿A examinar con los cinco sentidos? ¡Olvide las pruebas de laboratorio, la medicina judía! El laboratorio sólo confirma lo que el examen fisico ya dice. Suponga que se encuentra en el campo de batalla, doctor: ¿pedirá un análisis de heces?

—Examinaría el color del paciente, en especial las lineas de las palmas y las mucosas: encías, lengua, conjuntiva.

—Bien. Pero ha olvidado lo más importante: las uñas.

—"Northnagel" se aclaró la garganta—. Ahora, joven aspirante a médico —prosiguió—, le expondré los resultados del examen físico. Primero, el examen neurológico es del todo normal: no se ha hallado nada negativo. Eso con respecro a un tumor cerebral o esclerosis diseminada, que, doctor Freud, eran posibilidades remotas, para empezar, a menos que usted conozca casos que duren años y presenten erupciones periódicas con una sintomatología seria de veinticuatro o cuarenta y ocho horas, para luego disolverse del todo sin déficit neurológico. ¡No, no y no! Esta no es una enfermedad estructural, sino un desorden fisiológico episódico. —Breuer se incorporó en su asiento y siguió hablando, exagerando el acento prusiano—. Sólo hay un diagnóstico posible, doctor Freud.

Freud se sonrojó.

—No sé cuál es.

Parecía tan abatido que Breuer interrumpió el juego, se desembarazó de Northnagel y suavizó el tono.

—Sí lo sabes, Sig. Lo discutimos la última vez. Hemicránea, migraña. Y no te avergüences por no pensar en ello: la migraña es una enfermedad típica de las visitas a domicilio. Los estudiantes de medicina raras veces la ven porque quienes padecen migraña rara vez van a un hospital. El de Herr Müller es un caso serio de hemicránea. Tiene todos los síntomas clásicos. Vamos a repasarlos: ataques intermitentes de jaqueca palpitante unilateral (que suele ser hereditaria), acompañada de anorexia, náuseas, vómitos y aberraciones visuales, como centelleos prodrómicos, incluso hemianopsia.

Freud había sacado un pequeño cuaderno del bolsillo anterior de la chaqueta y tomaba notas.

—Empiezo a recordar mis lecturas sobre la hemicránea. Según la teoría de Du Bois—Reymond, se trata de una enfermedad vascular y el dolor es causado por un espasmo de las arteriolas del cerebro.

—Du Bois—Reymond tiene razón en cuanto al origen vascular, pero no todos los pacientes sufren espasmos de las arteriolas. He visto a muchos con manifestaciones opuestas: una dilatación de los vasos. Mollendorff cree que el dolor es causado, no por espasmos, sino por una distensión de los vasos sanguíneos relajados.

—¿Y qué me dices de la pérdida de visión?

—¡He aquí los piojos y las pulgas! Es el resultado de alguna otra cosa, no de la migraña. No pude enfocarle la retina con el oftalmoscopio. Algo obstruye la visión. No se halla en el cristalino, no es una catarata, sino en la córnea. No sé cuál es la causa de la opacidad córnea, pero es algo que he visto con anterioridad. Tal vez se trate de un edema; eso explicaría por qué su visión empeora por la mañana. El edema córneo es mayor cuando los ojos han permanecido cerrados toda la noche y se resuelve de forma gradual cuando, a lo largo del día, con los ojos abiertos, se va evaporando el fluido.

—¿A qué se debe su debilidad?

—Está un tanto anémico. Es posible que sea debido a hemorragias gástricas, aunque es más probable que se trate de una anemia dietética. Su dispepsia es tal que no tolera la carne durante semanas.

Freud seguía tomando notas.

—¿Y el pronóstico? ¿La misma enfermedad acabó con su padre?

—Él me hizo la misma pregunta, Sig. De hecho, nunca he tenido un paciente que insista en enterarse de los hechos concretos. Me hizo prometerle que sería sincero con él y luego me formuló tres preguntas: ¿su enfermedad es progresiva? ¿Se quedará ciego? ¿Morirá de ella? ¿Has oido alguna vez que un paciente hable así? Le prometí que le respondería en nuestra sesión de mañana.

—¿Qué le dirás?

—Puedo tranquilizarlo basándome en un excelente estudio de Liveling, un médico británico, es la mejor investigación médica que ha salido de Inglaterra. Deberías leer su monografía. —Breuer cogió un grueso volumen y se lo entregó a Freud, que empezó a hojearlo—. No está traducido todavía —prosiguió Breuer—, pero tu inglés es bueno. Liveling realiza el informe de una vasta muestra de enfermos de migraña y concluye que la migraña se hace menos potente a medida que el paciente envejece y que no está asociada con ningún otro mal cerebral. De modo que, aunque sea una enfermedad hereditaria, es muy poco probable que su padre haya muerto de lo mismo. Por supuesto, el método de investigación de Liveling es chapucero. La monografía no aclara si los resultados se basan en datos longitudinales o en muestras representativas. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Freud respondió de inmediato, al parecer más familiarizado con métodos de investigación que con la medicina clínica.

—El método longitudinal consiste en llevar a cabo el seguimiento de pacientes individuales durante años, hasta descubrir que los ataques disminuyen con la edad, ¿no es así?

—Eso es —corroboró Breuer—. Y las muestras representarivas...

Freud le interrumpió como un colegial nervioso sentado en primera fila.

—El método de muestras representativas es una sola observación en un momento dado. En este caso, los pacientes mayores de edad de la muestra manifiestan menos ataques de migraña que los más jóvenes.

Breuer disfrutaba con el entusiasmo de su amigo y le dio otra oportunidad de lucirse.

—¿Adivinas qué método es más exacto?

—El método de muestras representativas no puede ser muy preciso: la muestra puede contener muy pocos pacientes mayores con migrañas graves, no porque la migraña haya mejorado, sino porque los pacientes están demasiado enfermos o demasiado decepcionados de los médicos para aceptar ser estudiados.

—Exacto, y creo que Liveling no se dio cuenta de ello. Una respuesta excelente, Sig. ¿Nos fumamos un cigarro para celebrarlo? —Freud aceptó de buen grado uno de los soberbios cigarros turcos de Breuer. Los encendieron y paladearon el aroma.

—Ahora —prosiguió Freud—, ¿seguimos hablando del resto del caso? —Y añadió en un susurro—: ¿De la parte interesante? —Breuer sonrió—. No debería decirlo —continuó Freud—, pero como Northnagel ya se ha ido, puedo confesarte en privado que los aspectos psicológicos de este caso me intrigan más que el cuadro clínico. —Breuer notó que su joven amigo parecía más animado. Le brillaron los ojos al preguntar—: ¿Tiene tendencias suicidas avanzadas? ¿Le aconsejaste que buscara ayuda?

Ahora fue a Breuer a quien le tocó avergonzarse. Se sonrojó al recordar que, en su última conversación, se había mostrado ante su amigo muy seguro de su habilidad para el interrogatorio.

—Es un hombre extraño, Sig. Nunca he encontrado tanta resistencia. Era como un muro. Un muro inteligente. Me dio un gran número de oportunidades. Dijo que se sentía bien sólo cincuenta días al año, que tenía depresiones, que se sentía traicionado, que vivía en total aislamiento, que era un escritor sin lectores, que padecía insomnios graves con malignos pensamientos nocturnos.

—Pero, Josef, ¡ésos eran precisamente los hechos que querías que mencionara!

—Así es. Sin embargo, cada vez que me detenía en uno de ellos, no sacaba nada en limpio. Si, reconoce estar enfermo con frecuencia, pero insiste en que es el cuerpo el que está enfermo, no él, no su esencia. Con respecto a los momentos de depresión, dice que se enorgullece de tenerlos "Orgulloso de poseer el coraje de tener momentos de depresión." ¡Qué disparate! ¿Que ha sido traicionado? Si, sospecho que se refiere a lo que pasó con Fräulein Salomé, pero pretende haberlo superado y no quiere discutirlo. En cuanto al suicidio, niega tener tendencias suicidas, pero defiende el derecho del paciente a elegir su propia muerte. Si bien podría recibir la muerte con agrado (asegura que la recompensa final de los muertos es no volver a morir), todavía tiene mucho que hacer, demasiados libros que escribir. De hecho, dice que tiene la cabeza cargada de libros y cree que sus cefaleas se deben al trabajo mental.

Freud meneó la cabeza, simpatizando con la consternación de Breuer.

—Dolor causado por el trabajo mental, ¡qué metáfora! ¡Como Minerva, nacida de la cabeza de Zeus! Pensamientos extraños: dolor debido al trabajo mental, la elección de la propia muerte, el valor de tener depresiones. No carece de ingenio, Josef. Me pregunto sí se tratará de un ingenio demente o de una locura sabia. —Breuer sacudió la cabeza. Freud se echó atrás en su asiento, expulsó una columna de humo azul y observó cómo se elevaba y se esfumaba antes de volver a hablar—. Este caso se vuelve más fascinante cada día. ¿Qué hay del informe de la Fräiulein acerca de la desesperación suicida? ¿Le mintió a ella? ¿A ti? ¿O a sí mismo?

—¿Mentirse a si mismo, Sig? ¿Cómo se miente uno a sí mismo? ¿Quién es el mentiroso? ¿A quién miente?

—Tal vez una parte de él sea suicida, pero la parte consciente no lo sepa.

Breuer se volvió para contemplar más de cerca a su joven amigo. Esperaba ver una sonrisa en su rostro, pero Freud estaba muy serio.

—Cada vez hablas más de ese homúnculo inconsciente que vive al margen de su anfitrión. Por favor, Sig, sigue mi consejo: no hables de esta teoría con los demás. Ni siquiera debo llamarla teoría (pues no hay evidencia ni indicio alguno de que lo sea); considerémosla tan sólo una idea fantástica. No se la menciones a Brücke: aliviaría la culpa que siente por no tener el valor de promover a un judío.

Freud reaccionó con inesperada determinación.

—Quedará entre nosotros hasta que sea demostrada mediante la evidencia suficiente. Entonces no me abstendré de publicarla.

Por primera vez, Breuer tomó conciencia de que en su joven amigo no quedaba nada del muchacho inmaduro. Por el contrario, estaba germinando en él un carácter pleno de audacia, determinación y firmeza en la defensa de sus convicciones. Breuer lamentaba no poseer tales cualidades.

—Hablas de evidencia como si se tratara de un tema que pudiera ser sometido a investigación científica. Pero este homúnculo no tiene realidad concreta. No es más que un concepto operativo, una idea platónica. ¿Qué podría constituir evidencia? ¿Puedes darme un solo ejemplo? Y no utilices los sueños, no puedo aceptarlos como evidencia: los sueños también son insustanciales.

—Tú mismo has proporcionado evidencias, Josef. Me dices que la vida emocional de Bertha Pappenheim está determinada por hechos que ocurrieron hace doce meses y que se trata de hechos pasados de los que ella no tiene conocimiento consciente. Sin embargo, están descritos con todo detalle en el diario de su madre del año anterior. Para mi, es como una prueba de laboratorio.

—Pero esto descansa sobre la suposición de que Bertha es un testigo fiable, de que de verdad no recuerda estos hechos pasados.

Pero, pero, pero, pero: otra vez el diablillo del "pero", pensó Breuer. Sentía ganas de darse un golpe. Toda su vida había adoptado esas actitudes vacilantes del "pero" y ahora volvía a hacerlo con Freud y también con Nietzsche, cuando, en el fondo, sospechaba que ambos estaban en lo cierto.

Freud apuntó unas frases más en el cuaderno.

—Josef, ¿crees que podré ver el diario de Frau Pappenheim algún día?

—Se lo he devuelto, pero creo que puedo conseguirlo de nuevo.

Freud consultó su reloj.

—Tengo que volver al hospital para las visitas de Northnagel. Pero antes dime lo que harás con tu recalcitrante paciente.

—¿Te refieres a qué me gustaría hacer? Tres cosas. Me gustaría entablar una buena relación médico— paciente con él. Luego me gustaría ingresarlo en una clínica unas cuantas semanas para observar la hemicránea y regular la medicación. Y después, durante esas semanas, me gustaría reunirme con él para hablar en profundidad de su desesperación.

—Breuer suspiró—. Aunque, conociéndolo, las posibilidades de que coopere son escasas. ¿Tienes alguna idea, Sig?

Freud, que todavía seguía hojeando la monografía de Liveling, enseñó una página a Breuer.

—Escucha esto. En el aparrado de "etiología", Liveling dice: "Los episodios de migraña pueden ser causados por dispepsia, vista cansada o tensión. Un prolongado descanso en cama puede resultar aconsejable. Puede ser bueno apartar de la tensión de la escuela a los jóvenes que sufren migraña y brindarles una educación en casa. Hay médicos que aconsejan cambiar la ocupación por otra menos exigente".

Breuer le miró intrigado.

—¿Y?

—Yo creo que aquí está la respuesta. ¡Tensión! ¿Por qué no orientar el tratamiento para hacer frente a la tensión? Para reducir la migraña, Herr Müller debe reducir la tensión, incluida la tensión mental. Sugiérele que su tensión es una emoción sofocada y que, como en el tratamiento de Bertha, puede reducirse si se le proporciona una vía de alivio. Usa el método del deshollinador. Incluso puedes enseñarle el informe de Liveling e invocar el poder de la autoridad médica. —Freud advirtió que Breuer sonreía al oír aquello—. ¿Crees que es un método inútil? —preguntó.

—De ninguna manera, Sig. Es más, creo que es un consejo excelente y lo seguiré al pie de la letra. Lo que me ha hecho sonreír ha sido lo último que has dicho: invocar el poder de la autoridad médica. Debes conocer al paciente para apreciar el chiste, pero la idea de esperar que se rinda ante la autoridad médica, o ante cualquier otro tipo de autoridad, me parece cómica.

Tras abrir El gay saber de Nietzsche, Breuer leyó en voz alta unos pasajes que había subrayado.

—Herr Müller cuestiona toda forma de autoridad y de convención. Por ejemplo, da la vuelta a las virtudes y dice que son vicios, como cuando se refiere a la fidelidad: "El hombre se aferra con obstinación a algo cuya realidad ha llegado a desentrañar; pero lo llama fidelidad" Y fijare en lo que dice sobre la buena educación: "Es un hombre muy educado. Siempre lleva una galleta para Cerbero y es tan tímido que cree que todos son Cerbero, incluso tú y yo. Eso es la buena educación". Y escucha esta fascinante metáfora del deterioro visual y de la desesperación: "Encontrar que todo es profundo: un rasgo inconveniente. Hace que uno esfuerce la vista todo el tiempo, y uno termina por encontrar más de lo que habría deseado".

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