El factor Scarpetta (47 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #novela negra

Agee había respondido al miembro del comité en francés. «Aunque es cierto que los humanos son parciales y, por tanto, tienden a ser poco fiables, este obstáculo puede eludirse si los sujetos del estudio son monitorizados de un modo que inhiba la conciencia.»

—¿Castigarla por qué? ¿Qué te ha hecho, para que merezca que te encargues de ella personalmente? —insistió Scarpetta.

Abrió otro archivador de acordeón. Más de parapsicología. Artículos de revistas. Agee se manejaba en francés con fluidez y destacaba en el campo de la psicología paranormal, el estudio del «séptimo sentido», la ciencia de lo sobrenatural. El Institut de Psychologie Anomale, con sede en París, le pagaba sus gastos de viaje y posiblemente le había ofrecido estipendios y otros honorarios, así como subvenciones. La Fundación Lecoq, que financiaba el IPA, mostraba un gran interés por el trabajo de Agee. Había repetidas menciones a cuánto deseaba conocerlo el señor Lecoq, para hablar de sus «pasiones e intereses comunes».

—Hannah te hizo algo —continuó Scarpetta, y no era una pregunta. Lucy tenía que conocer a Hannah—. ¿Qué pasó? ¿Tuviste un rollo con ella? ¿Te acostaste con ella? ¿Qué?

—No me acosté con ella, pero...

—Pero ¿qué? Te acostaste con ella o no, ¿dónde la conociste?

Un resumen.
Dans cet article, publié en 2007, Warner Agee, l'un des pionniers de la recherche en parapsychologie, en particulier l'expérience de mort imminente et de sortie hors du corps...

—Quería que lo intentase, que tomara la iniciativa, que me insinuara —dijo Lucy.

—Físicamente.

—Hannah daba por sentado que todos querían ligar con ella. No lo hice, ella coqueteó, se exhibió. Estábamos solas. Yo creía que Bobby estaría ahí, pero no fue así. Estaba sólo ella, y me provocó. Pero no caí. La puta zorra.

Experiencias extracorpóreas y al filo de la muerte. Personas que mueren y vuelven a la vida con aptitudes paranormales: sanación, dominio de la mente sobre la materia. Creer que el pensamiento puede controlar nuestros cuerpos e influir en sistemas físicos y en objetos, siguió leyendo Scarpetta... «como dispositivos electrónicos, ruido y dados, del mismo modo que las fases de la Luna influyen en el índice de pérdidas del casino».

Preguntó a Lucy:

—Y bien, ¿qué hizo Hannah exactamente, que tan terrible fue?

—Solía hablarte de mi asesor financiero.

—Al que llamabas «el hombre dinero».

La declaración tributaria del año 2007. Pensión de jubilación, pero no otros ingresos, aunque por la correspondencia y otros papeles era evidente que Agee recibía dinero de alguien o de alguna parte. Posiblemente de la Fundación Lecoq de París.

—Su padre. Rupe Starr. Él era el hombre dinero —informó Lucy—. Desde el principio, cuando yo no tenía ni veinte años y las cosas empezaron a irme bien, él me asesoró. ¿De no haber sido por él? Bien, posiblemente lo habría regalado todo; era tan feliz sólo inventando, soñando, convirtiendo mis ideas en realidad... Creaba cosas de la nada y hacía que la gente las quisiera.

2008. Ningún viaje a Francia. Agee iba y venía de Detroit. ¿De dónde sacaba el dinero?

—En un momento determinado se me ocurrió un asunto digital para hacer animación que me pareció factible, y la persona que conocía, que trabajaba para Apple, me dio el nombre de Rupe. Sabrás que era uno de los asesores financieros más respetados de Wall Street.

—No sé por qué nunca me hablaste de él ni de tus asuntos de dinero.

—No preguntaste.

¿Qué había en Detroit, además de una industria automovilística en quiebra? Scarpetta tecleó en el MacBook de Lucy.

—Tuve que preguntarte —dijo Scarpetta, pero no pudo recordar ni una sola ocasión en que lo hubiese hecho.

—No, nunca.

No encontró nada de la Fundación Lecoq en Google. Del señor Lecoq sólo encontró, como era de esperar, las numerosas referencias a las novelas policiacas francesas del siglo XIX de Emile Gaboriau. No encontró ninguna alusión a una persona real llamada señor Lecoq, un filántropo adinerado que invertía en parapsicología.

—Y la verdad es que no dudas en preguntarme cualquier cosa que te pasa por la cabeza —continuó Lucy—. Pero nunca me has preguntado específicamente por mis finanzas y, si te mencionaba al hombre dinero, nunca me pedías que te hablase de él.

—Quizá tenía miedo, así que me escudé en el razonamiento de que no debía curiosear. —Scarpetta se planteó esa triste posibilidad.

Buscó en Google «Motor City Casino Hotel» y «Grand Palais» en Detroit. Había recibos de ambos hoteles en los últimos años, pero no encontró ninguna prueba de que Agee se hubiera alojado en ellos. ¿Qué hizo allí? ¿Apostar? Un trozo de papel de un bloc de notas personalizado: «De la mesa de Freddie Maestro» y lo que parecía un PIN y «City Bank of Detroit» y una dirección escrita con rotulador. ¿Por qué le resultaba familiar el nombre de Freddie Maestro? ¿El PIN sería para un cajero automático?

—En efecto. Puedes hablar de cadáveres y de sexo, pero no de los ingresos netos de alguien. Puedes escarbar en los bolsillos de un muerto y en sus cajones, archivos personales y recibos, pero no hacerme preguntas básicas, del tipo cómo me gano la vida y con quién hago negocios. Nunca me lo has preguntado —subrayó Lucy—. Supuse que no querías saberlo porque creías que hacía algo ilegal, como robar o engañar al gobierno, así que lo dejé correr, porque no pienso justificarme, ante ti ni ante nadie.

—No sé por qué no quise saberlo. —La propia inseguridad de Scarpetta, porque se había criado en la pobreza. Se sentía inepta porque de niña se sintió impotente, su familia no tenía dinero y su padre agonizaba—. Quizá quería unas condiciones igualitarias. Y no puedo competir contigo, en lo que a ganar dinero se refiere. Soy bastante buena en conservar lo que tengo, pero nunca he tenido el toque Midas, ni he estado en el negocio de los negocios por puro negocio. No soy muy buena en eso.

—¿Por qué ibas a querer competir conmigo?

—A eso quiero llegar. No querría, porque no puedo. Quizá temía que me perdieras el respeto. ¿Y por qué ibas a respetar mi visión de los negocios? Si yo hubiera sido una brillante mujer de negocios, no habría estudiado en la Facultad de Derecho, ni en la de Medicina, ni habría pasado por una formación posterior de doce años para ganar menos de lo que gana cualquier vendedor o agente inmobiliario.

—Si yo fuera una brillante mujer de negocios, no estaríamos manteniendo esta conversación —replicó Lucy.

Búsqueda de Michigan en Internet. La nueva Las Vegas, y allí se rodaban muchas películas; el Estado hacía cuanto podía por bombear dinero a su sangrante economía. Un cuarenta por ciento de incentivos fiscales. Y casinos. Michigan tenía una escuela para formar crupieres y algunas de las organizaciones colaboradoras eran la Administración de Veteranos, el sindicato de los trabajadores siderúrgicos y el de la automoción. Vuelve de Irak o pierde tu trabajo en GM y conviértete en crupier de black-jack.

—La cagué. Rupe murió el mayo pasado, Hannah lo heredó todo y se hizo con el control. Máster en Administración de Empresas por Wharton, no digo que sea tonta.

—¿Se hizo cargo de tu cartera?

—Lo intentó.

En estos tiempos la gente sobrevivía como podía, y a los vicios y al espectáculo les iban bien las cosas. Películas, la industria de la alimentación y la bebida. Licor, sobre todo. Cuando la gente se siente mal, busca activamente sentirse bien. ¿Qué tenía eso que ver con Warner Agee? ¿En qué se había involucrado? Scarpetta pensó en el llavero con los dados de Toni Darien y que la bolera High Roller Lanes era como Las Vegas, en palabras de Bonnell. La señora Darien había dicho que Toni esperaba acabar algún día en París o Montecarlo, y Lawrence Darien, su padre formado en el MIT, era un jugador posiblemente vinculado al crimen organizado, según Marino. Freddie Maestro, recordó Scarpetta. El nombre del dueño de High Roller Lanes. Tenía salas de juego y otros negocios en Detroit, Luisiana, el sur de Florida y no recordaba dónde más. Había sido el jefe de Toni Darien. Tal vez conocía a su padre.

—La vi varias veces, discutimos en su casa de Florida y le dije que no —contó Lucy—. Pero bajé la guardia y seguí un consejo que me dio. Esquivé una bala y recibí una puñalada por la espalda. No seguí mi intuición y ella me jodió. Me jodió bien jodida.

—¿Estás arruinada?

Buscó «doctor Warner Agee» con una combinación de palabras clave. «Apuestas, casino, industria del juego y Michigan».

—No. Lo que tengo no es la cuestión. Ni siquiera lo que he perdido. Ella quiso hacerme daño. Por puro placer.

—Si la investigación de Jaime es tan minuciosa, ¿cómo es posible que no lo sepa?

—¿Quién lleva a cabo la investigación minuciosa, tía Kay? Ella, no. Al menos, no la parte electrónica. Eso lo hago yo.

—Jaime no sabe que conocías a Hannah, que tienes este conflicto de intereses. Porque eso es exactamente lo que es —dijo Scarpetta, mientras hojeaba otros archivos de acordeón.

—Me apartaría del proceso, lo que sería contraproducente y ridículo —replicó Lucy—. Si hay alguien que debe ayudar, ésa soy yo. Y yo no fui cliente de Hannah. Lo era de Rupe. ¿Sabes lo que consta en los archivos de Rupe? Digámoslo así: nada relevante de lo que Hannah me hizo va a salir a la luz. Me he asegurado.

—Eso no está bien.

—Lo que no está bien es lo que ella hizo.

Un artículo que Agee había publicado dos años antes en una revista británica,
Mecánica cuántica.
Epistemología y medición cuánticas. Planck, Bohr, De Broglie, Einstein. El papel de la conciencia humana en el colapso de la función de onda. Interferencia de fotón simple y transgresión de la causalidad en termodinámica. Lo esquivo de la conciencia humana.

—¿Qué diantres estás mirando? —preguntó Lucy.

—No estoy segura.

Scarpetta iba pasando páginas, leyendo por encima, deteniéndose en algunos párrafos. Dijo:

—Estudiantes seleccionados para participar en estudios. La relación entre la capacidad creativa y artística y psi. Estudio llevado a cabo aquí, en la escuela Juilliard de Nueva York. Investigación en la Universidad de Duke, en Cornell, en Princeton. Experimentos Ganzfeld.

—¿Fenómenos paranormales? ¿Percepción extrasensorial? —exclamó Lucy con expresión perpleja.

Scarpetta alzó la vista:

—Privación sensorial. ¿Por qué queremos alcanzar un estado de privación sensorial?

—Es inversamente proporcional a la percepción, a la adquisición de información. A mayor privación de los sentidos, más se percibe y crea. Es por eso que la gente medita.

—¿Entonces por qué íbamos a querer lo opuesto? ¿Sobreestimulación, en otras palabras?

—No es algo deseable.

—A menos que te dediques al negocio de los casinos. Entonces sí que buscarías los medios más eficaces para sobreestimular, evitar un estado de privación sensorial. Si quieres que la gente se deje llevar por sus impulsos, que se pierda, bombardeas el entorno visual y auditivamente, el campo total, el Ganzfeld, para que tus clientes se conviertan en una presa confusa, sin la menor idea de qué es seguro y qué no lo es. Los ciegas y los ensordeces con luces brillantes y sonido, para sacarles lo que tienen. Para robarles.

Scarpetta no dejaba de pensar en Toni Darien y en su trabajo en un lugar deslumbrante, de luces centelleantes y de imágenes en rápido movimiento en las enormes pantallas de vídeo, donde se incitaba a la gente a que gastase dinero en comida, alcohol y juego. Juega mal a los bolos y juega un poco más. Juega mal a los bolos y bebe más. En High Roller Lanes había una fotografía de Hap Judd. Probablemente conocía a Toni. Y probablemente conocía a la antigua paciente de Benton, Dodie Hodge. Marino le había comentado a Berger algo al respecto, durante la teleconferencia de la noche anterior. Probablemente Warner Agee conocía al jefe de Toni Darien, Freddie Maestro. Era probable que todas estas personas se conociesen o estuvieran relacionadas de un modo u otro. Eran casi las nueve de la mañana y Scarpetta estaba rodeada de recibos, billetes de transporte, horarios, publicaciones... los desechos de la vida egoísta y malintencionada de Agee. El muy cabrón. Se levantó del suelo.

—Tenemos que irnos —dijo a Lucy—. Al edificio ADN. Ahora.

Las imágenes de una mujer y un hombre, procedentes de una cámara de seguridad, llenaban las múltiples pantallas planas de la sala de conferencias del agente especial al mando. Desde el pasado junio, el mismo par de bandidos descarados, que el FBI llamaba «Abuela y Clyde» habían robado al menos diecinueve bancos distintos.

—¿Lo ves? —Berger inclinó su MacBook para que Benton viese lo que ella estaba mirando, otro correo electrónico que acababa de recibir.

Benton asintió. Lo sabía. Abría mensajes a medida que aterrizaban en su BlackBerry, los mismos mensajes que Lucy y Marino enviaban a Berger, los cuatro se comunicaban casi en tiempo real. El paquete bomba había sido viable y el módulo de voz recuperado de su interior era el mismo modelo que el de la felicitación musical de Dodie Hodge, sólo que Benton ya no creía que la felicitación fuese de Dodie. Ella la había grabado y quizás escribió la dirección en el albarán, pero Benton no creía que la hostil cancioncilla navideña fuese obra suya. Dodie no era el cerebro que había ideado todo lo sucedido hasta el momento, incluida la llamada de Dodie a la CNN, con el objetivo de angustiar a Benton, de enviarle una advertencia antes de mandarle la siguiente bomba. Literalmente.

A Dodie le encantaban los dramas, pero éste no era su drama, no era su espectáculo, no era siquiera su modus operandi. Benton sabía de quién lo era, estaba seguro, y tendría que haberlo descubierto antes, pero no había estado mirando. Había dejado de mirar porque había querido creer que no hacía falta. Era increíble afirmar que sencillamente se le había olvidado, pero así era. Había olvidado mantener su escáner en marcha y ahora el monstruo había regresado; había tomado una forma distinta, otro aspecto, pero el hedor de su sello personal era reconocible. Sadismo. Era inevitable que lo hubiese y, una vez iniciado, no iba a parar. Juega con el ratón y tortúralo hasta el límite, antes de herirlo de muerte. Dodie no era lo bastante creativa ni tenía experiencia suficiente, no era lo bastante brillante ni estaba tan perturbada para crear por sí misma un plan tan gigantesco y complejo. Pero era histriónica y tenía una personalidad límite, y había estado más que dispuesta a ofrecer una audición.

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