El fantasma de Harlot (111 page)

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Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

—¿Tiene su base en Miami?

—Eso es lo mejor.

—¿Y si llego a conocerla bien?

—Quedarás tan sorprendido de nuestro país como yo.

—¿Qué significa eso?

—Bien, estamos hartos de ver todos estos idilios increíbles en la radio y la televisión. Y en las novelas baratas. Nosotros no, claro, sino ellos. Nuestros compatriotas. Toda esa basura amorosa. Pero cuando se trata de la vida real, nuestro Señor es un novelista más comercial que los novelistas comerciales. Ésta es una historia sensacional. Incluso yo estoy sorprendido.

Me dijo más antes de terminar el almuerzo a las tres y media de la tarde. La joven se llamaba Modene Murphy, le decían
Mo
, su padre era medio irlandés, medio alemán, y su madre de ascendencia francesa y holandesa. Tenía veintitrés años y sus padres poseían algún dinero.

—¿Cómo lo hicieron?

—Su padre es un mecánico calificado que después de la guerra patentó una especie de válvula para los carburadores de las motocicletas, vendió la patente y se retiró.

Siguió diciendo que Modene se había criado en una zona residencial de Grand Rapids, donde su familia era, si no respetada, al menos aceptada por su dinero.

—Es una especie menor de «debutante», de la clase proveniente del Medio Oeste. Por supuesto, no tienen suficiente dinero ni suficiente de nada como para darse cuenta de lo lejos que en realidad están de todo. Sospecho que ser una azafata le da cierto sentido de equilibrio social, aunque no logro explicarme por qué ha decidido dedicarse a eso.

—¿Qué le hace pensar que me llevaré bien con Modene Murphy?

—No tengo ni idea. Pero recuerda que tu padre solía ser muy bueno para este tipo de cosas en la época de la OSS. Quizá sea algo que se hereda. Debo decirte algo más. Me gustaría que todo se desarrolle de la manera más simple posible, pero temo que tendrás que cambiar de identidad. Tampoco podrás contar con un sueldo sustancial, ya que, por supuesto, no estarás en ninguna plantilla, pero te vamos a dar un poco de dinero para gastos e incluso una tarjeta de crédito. La necesitarás para cuando salgas con la dama.

—Dejemos Harry como primer nombre —dije — . Me gustaría reaccionar con naturalidad cuando me llame.

—Sí —dijo—. Harry. El apellido de tu madre es Silverfield, ¿verdad? ¿Se lo considera judío?

—No —respondí.

—Bien, que sea Field. Harry Field. Te resultará fácil incorporarlo.

Ahora que tenía tres nombres, no sabía si sentirme promovido o degradado.

6

Es difícil decir si habría podido cumplir con la primera fase de mi misión de no haber sido por la suerte. En la sala de espera de la Eastern, justo antes de subir al avión, me encontré con Sparker Boone, un viejo condiscípulo de St. Matthew's. No era un tipo brillante, y parecía una pera con dientes. Ahora había agregado una calva prematura. Por supuesto, no tenía ningún deseo de viajar a Miami en el asiento contiguo de Bradley
Sparker
Boone cuando tenía la esperanza de presentarme como Harry Field, pero al subir al avión no pude evitar su invitación de que nos sentáramos juntos, ya que la primera clase estaba casi vacía. Tuve que conformarme con conseguir el asiento del lado del pasillo.

Pronto me contó que era fotógrafo de la revista
Life
, y que viajaba a Miami para fotografiar a algunos de los principales exiliados cubanos. Antes de poder digerir lo preocupante que esto podía ser para la Agencia (ya que
Life
, según me habían asegurado varias personas, Kittredge entre ellas, era considerada menos confiable que
Time
).

—Me he enterado de que estás en la CIA —dijo de pronto.

—Por Dios, no —exclamé—. ¿De dónde has sacado esa idea?

—De St. Matt's.

—Alguien va por ahí diciendo mentiras —dije—. Soy representante de ventas de una compañía electrónica. —Iba a presentar la evidencia cuando recordé que el nombre impreso en la tarjeta era el de Roben Charles. Mi única excusa para ese cuasidescuido era que estaba preocupado. Sentí pánico al ver que las dos azafatas de la primera clase se adecuaban a la descripción de Harlot: cabello negro, atractivas. No estaba preparado para entablar conversación antes de estar seguro de cuál de las dos era Modene Murphy.

Sin embargo, el dilema pronto se resolvió. Una de las azafatas estaba cuidadosamente arreglada y tenía rasgos regulares; la otra era tan llamativa, que bien podía haber sido una estrella de cine. A medida que recorría el pasillo revisando los compartimientos superiores y constatando si todos teníamos los cinturones abrochados, se veía satisfecha de sí misma, y atendía las necesidades de los pasajeros con un sutil desdén, como si el solo hecho de necesitar algo fuera de segunda clase. No parecía adecuada al trabajo que hacía, sino más bien una estrella desempeñando un papel. Lo peor de todo es que me pareció sensacional. Su pelo era tan negro como el de Kittredge, y los ojos, de un verde tan brillante como insolente, parecían sugerir que podía competir en todo con uno, desde una carrera matinal a un juego de rummy. Sparker describió su figura como «la clase de cuerpo por el que sería capaz de matar». Eso dijo Sparker, sí, con su mujer, su calva y sus dos hijas, cuyas fotos me fueron exhibidas; Sparker, con su casa en Darien, estaba dispuesto a matar por el cuerpo de Modene Murphy. Sí, ya tenía la chica correcta. Llevaba el nombre en una placa sobre la solapa de la chaqueta, y pude leerlo cuando se inclinó para decirme que me abrochara el cinturón.

Empecé a quitarme la chaqueta.

—¿Podría colgarla, señorita? —pregunté.

—De momento consérvela con usted —respondió—. Estamos a punto de despegar.

Y sin una mirada para ver a qué hombre correspondía la voz, se dirigió a su asiento.

Una vez que estuvimos en el aire, tuve que llamarla. Recogió mi chaqueta, y desapareció. Fue Sparker quien atrajo su interés. Con una sonrisa experimentada, como si el procedimiento hubiera ya sido comprobado antes, buscó en el suelo, se puso los estuches de las cámaras sobre las rodillas y procedió a cargar la película, primero en su Leica, luego en una Hasselblad. Ella volvió antes de que él hubiera terminado.

—¿Puedo preguntarle para quién trabaja?


Life
—respondió Sparker.

—Lo sabía —dijo ella. Llamó a la otra azafata—. ¿Qué te dije, Nedda, cuando éste señor subió al avión?

—Dijiste: «Es un fotógrafo de
Life
o de
Look
».

—¿Cómo se dio cuenta? —preguntó Sparker.

—Siempre me doy cuenta.

—¿Cuál diría que es mi ocupación? —pregunté yo.

—No lo he considerado —respondió.

Estaba inclinada sobre mí para acercar la cara al fotógrafo de
Life
.

—¿Cuánto tiempo estará en Miami? —le preguntó.

—Alrededor de una semana.

—Le haré preguntas. No me gusta cómo salen mis fotos.

—Puedo ayudarla con eso.

—Usted parece tomarse la fotografía muy en serio —intervine yo. Me miró por primera vez, pero la única respuesta fue una levísima curva en el labio.

—¿Dónde se hospedará en Miami? —preguntó dirigiéndose a Sparker.

—En el Saxony —respondió él—, en Miami Beach.

Ella hizo un gesto.

—El Saxony —dijo.

—¿Conoce bien todos los hoteles? —preguntó él.

—Por supuesto.

Se marchó, y al cabo de un rato regresó con un papel.

—Puede llamarme a este número. O yo lo llamaré al Saxony.

Sparker hizo una exclamación apenas ella se hubo marchado por el pasillo. Vi cómo Modene conversaba animadamente con un hombre de negocios con un traje de seda cuyas uñas brillaban a tres asientos de distancia. Eso bastó para deprimirme. Desde que Harlot la mencionó en el almuerzo, me había sentido ansioso por conocerla. Una de las cosas que jamás había hecho en mi vida era conquistar a una chica. La mano de hierro de St. Matt's aún me tenía en su poder. Me sentí desvalido ante esta Modene Murphy. En comparación, parecía increíblemente sofisticada y de una ignorancia abismal, dos características evidentemente contradictorias.

—Sparker, dame el número de la chica —dije.

—No puedo hacer eso —contestó.

En St. Matt's, Sparker era fácil de dominar. De pronto recordé que en nuestras sesiones de lucha siempre lo vencía. Ahora que, como adultos, nos encontrábamos en un plano de igualdad, trataría de mostrarse testarudo.

—Debo tenerlo —insistí.

—¿Por qué?

—Siento que he conocido a una persona que significará mucho para mí.

—Sí —dijo, mirándome a los ojos—, puedo darte el número. Me doy cuenta. No es una chica adecuada para mí. —Sentí su aliento agrio cuando me habló al oído—. Parece terriblemente cara.

—¿Crees que habría que pagarle?

Sacudió la cabeza.

—No, pero estas azafatas exigen un alto nivel de diversión si salen con uno. No me sentiría cómodo gastando dinero que mi mujer y mis hijas podrían necesitar.

—Ésa es una buena razón —dije.

—Sí —convino—, pero ¿qué harás tú por mí?

—¿Qué querrías que hiciese? —pregunté.

—Que me presentes a una buena puta cubana. Me han dicho que en la cama son inolvidables.

Eso me trajo el recuerdo de Sparker Boone acariciándose la picha en los buenos y marchitos años dorados.

—¿Qué te hace pensar que estoy en condiciones de hacerlo? —pregunté.

—Eres de la CIA. Tienes esa clase de información.

No era del todo mentira. Podía preguntarle a alguno de los líderes exiliados. Ellos tendrían cuando menos un amigo en el negocio de los burdeles.

—Bien, me ocuparé de eso —dije—. Tienes mi palabra. Pero debes hacer algo más por mí.

—¿Qué?

—Hay que tener cuidado con las putas cubanas. Las peores pueden resultar venales y apáticas. —Estaba improvisando—. Hay que preparar el terreno. Tendré que esforzarme para presentarte como el amigo de un hombre muy influyente. Eso ayudará mucho.

—De acuerdo. Pero todavía no me has dicho qué más quieres que haga por ti.

—Hablarle bien de mí a Modene Murphy. Es obvio que te escuchará.

Frunció el entrecejo.

—Lo que me pides no es nada fácil —dijo.

—¿Por qué?

—Porque ya se ha formado una opinión de ti.

—Sí. Y ¿a qué conclusión ha llegado?

—Que no tienes dinero.

Volví a deprimirme al pensar en Modene Murphy.

—Sparker —dije—, ya encontrarás el modo cuando hables con ella.

Meditó acerca de esto el tiempo suficiente para hacerme pensar que se acordaba de nuestras sesiones de lucha.

—Creo que tengo algo —dijo al fin.

—¿Sí?

—Le diré que, si bien no lo admites, eres de la CIA.

—Esto es lo más ridículo que he escuchado —exploté—. ¿Por qué iba a interesarle una cosa así?

Pero yo sabía la respuesta.

—Si no es por dinero —opinó— debe de ser por espíritu de aventura. Conozco su tipo. A esta clase de mujeres la CIA le resulta tan atractiva como
Life
.

Estaba recordando que mi billete de avión estaba a nombre de Harry Field. Debía serle presentado con ese nombre.

Me sentía descompuesto. Ya era malo que Sparker estuviera convencido de que yo pertenecía a la Agencia. Ahora, se lo demostraría. La regla básica de la Agencia era resistir. A toda costa.

—Boone —dije—, tengo que confesarte algo. Estoy en la electrónica, pero no trabajo en Miami. Mi compañía está en Fairfax, Virginia. Voy a Miami a ver a una mujer casada cuyo marido es terriblemente celoso.

—Eso es muy fuerte.

—Mucho. Mi amiga me advirtió que no usara mi verdadero nombre. Su mando trabaja para una compañía de aviación y tiene acceso a las listas de pasajeros. Ella dice que sería peligroso que él se enterase de que yo voy a Miami, de modo que di el nombre de Harry Field. Harry Field, ¿lo has oído?

—¿Para qué diablos quieres el número de la azafata si ya tienes una mujer en Miami? —Tuvo que meter la mano en un bolsillo de su chaqueta para sacar el pedazo de papel y leer el nombre—. ¿Por qué esta Modene Murphy?

—Porque me ha cautivado, sencillamente. Te aseguro que es la primera vez que me pasa algo como esto.

Sacudió la cabeza.

—¿Qué nombre debo darle?

Cuando se lo dije, disfrutó haciendo que lo deletreara.

—H-A-R-R-Y-F-I-E-L-D —me oí decir.

Habíamos entrado en una zona de turbulencia. Durante la hora siguiente, nadie pudo levantarse de su asiento. Para cuando emergimos al claro cielo nocturno, faltaba media hora para llegar. Sparker se dirigió al compartimiento de la cocina, y pude oír que hablaba con Modene Murphy. Se rieron juntos un par de veces, y en una oportunidad ella me miró. Luego él volvió para el descenso.

—Misión totalmente cumplida —dijo.

—¿Qué le has dicho?

—Es mejor que no lo sepas. No harás más que negarlo. —Sonrió de una manera que indicaba que cuando él hacía algo, lo hacía bien—. Le di a entender que Harry Field es el mejor en su esfera de actividad.

—¿Te ha creído?

—Ante la sugerencia de un trabajo secreto, hasta el más escéptico deja de serlo.

Estaba en lo cierto. Después de que aterrizamos, Modene se acercó con mi chaqueta y me la entregó sin decir una palabra. Le brillaban los ojos. En ese instante comprobé la verdad de un cliché: el corazón me dio un vuelco en el pecho.

—¿Puedo llamarla? —le pregunté en la portezuela del avión.

—No sabe mi número —susurró.

—Puedo conseguirlo —dije, y me alejé rápidamente. Sparker me esperaba en la sala de recogida de equipajes.

—¿Cómo se llama la muchacha cubana que vas a presentarme? Para que me diera la dirección de Modene, tuve que jurarle que al día siguiente dejaría un mensaje para él en el Saxony. Se alojaba en el Fontainebleau.

—Alguien debe de pagarle el alojamiento —dijo antes de que nos separáramos.

Me volví para mirarlo. Puede que yo no estuviera demasiado bien en mi papel de vendedor de materiales electrónicos, pero ciertamente él estaba fuera de foco como fotógrafo de
Life
. Apenas nos separamos, compré un ejemplar de la revista y busqué la lista de colaboradores. Su nombre no figuraba entre los fotógrafos sino entre los editores de fotografía. Había mentido a medias, lo cual me alegró. Modene Murphy no tenía un ojo tan clínico, después de todo.

Para reforzar mi confianza, pensé en ello cuando la mañana siguiente la llamé a su habitación en el Fontainebleau. Se mostró tan amable y dulce como cuando nos despedimos en el avión.

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