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Authors: Blanca Miosi

Tags: #Drama, #Narrativa

El legado. La hija de Hitler (25 page)

Amado Albert:

Creíste que no sería capaz de hacerlo, y te equivocaste una vez más. Hace siete años cuando nos conocimos, te demostré mi amor dejando de lado mis ideales. Pero lo más grave fue que falté a mi honor, a la promesa hecha a mi Führer. No le informé a tiempo sobre lo que había venido a investigar: el paradero de Hanussen, porque me enamoré de ti. Le había prometido que su hija nunca se enteraría de que él era su padre, y lo supo por mi propia boca. Me siento responsable por la pérdida de la guerra, porque Hanussen en confabulación con los ingleses efectuaron ritos mágicos para que Alemania la perdiera. Sé que para ti todo esto suena extraño, pero fue así. Dijiste amarme y no era verdad. Ahora ya es demasiado tarde, me imagino que los que encuentren esta carta te la harán llegar y entonces, mi venganza estará cumplida. La mujer con la que vives no es mejor que yo, ella es una mentira. ¿Qué sabes de ella? No creíste cuando te repetí una y mil veces que ella era una judía cuyo padre fue el consejero de Adolf Hitler. Sí, sé que volverás a reír al escuchar esto, pero es así. Dejo unos informes cuyas fechas y detalles no te harán dudar más.

Pude hacer mucho daño con mis averiguaciones pero no lo hice, ya que era tu familia la que estaba en juego. Pero me traicionaste, y aunque es demasiado tarde para hacer algo en contra de tu «querida Alice», al saberse los motivos de mi muerte sabré que no podrás ser feliz con ella. El doctor Garrett, el hombre más decente y querido de Williamstown será descubierto por su amante, Will, y se sabrá que Alice fue mujer de Hitler y que Sofía, es la hija de Hitler.

Pensé mucho antes de tomar esta decisión, y aunque no lo creas, te amo.

Matthias Hagen

Sofía leyó la carta de un tirón, estaba escrita a mano y a pesar de las manchas se podía leer en su totalidad. Se sentía desorientada, como sólo se puede sentir alguien que acaba de perder su pasado. No pudo soportar más y empezó a sollozar, tratando de digerir lo que había leído. Estuvo mucho tiempo acurrucada en un rincón de aquella habitación maloliente sin sentir el zumbido de las moscas que revoloteaban sobre ella, había perdido el miedo atávico de estar junto a un muerto, un nudo en el pecho le hacía difícil respirar, mientras sus lágrimas salían sin poder detenerse. Tenía aún el papel manchado de sangre reseca en las manos y lo estrujó hasta convertirlo en una bola. Lo introdujo en uno de los bolsillos del pantalón. Nadie debía enterarse. Nadie. Nuevamente empezó a surgir en ella su determinación característica y empezó a trazar un plan. Debía encontrar los informes que mencionaba Will. El sentido común le indicaba que debían encontrarse en algún lugar visible para los que encontrasen su cuerpo. Se acercó al escritorio donde yacía el muerto y evitando tocarlo, registró con cuidado algunos sobres y papeles.

Una carpeta roja llamó su atención, no la había abierto antes porque le parecía que unos informes debían estar en un sobre menos llamativo, pero al no encontrar nada que indicase que era lo que buscaba, decidió tomarla. La abrió, encontró fotos de ella y de su madre; muchas páginas escritas a máquina, minuciosamente fechadas desde varios años atrás. Miró muy por encima su contenido por el apremio de salir de aquel lugar. Segura de haber encontrado lo que había ido a buscar, cerró la carpeta y salió con ella de la habitación precipitadamente. Cuando estaba en mitad de las escaleras, recordó el sobre de la carta de Will. Había dejado el sobre vacío en el escritorio. Volvió sobre sus pasos una vez más, lo cogió con rapidez, echó un vistazo y acomodó el escritorio. Su mano se paralizó al notar que en el portarretratos donde había estado recostado el sobre, estaba la foto de su padre. Mientras lo agarraba, pensó que tal vez en la casa existían algunas cosas que podrían relacionar a su padre con Will y supo que debía buscarlas. Venciendo la aversión que le provocaba el lugar, abrió las gavetas del escritorio sin encontrar nada en particular, hizo lo mismo con el resto del mobiliario; en una pequeña caja de cartón consiguió algunos recortes de periódicos con noticias de la guerra. Los tomó y salió del cuarto cerrando la puerta. Entró a las otras habitaciones sin encontrar nada que pudiera implicar a su padre y bajó a la sala recorriendo cada rincón de la parte baja de la casa. En la cocina buscó en los cajones y tomó una caja de fósforos, con sorpresa, encontró colgado un delantal que tenía un dibujo estampado con las palabras: Albert y Will. Lo agarró con rabia y se lo llevó. Dejó la puerta cerrada sin pestillo, como la había encontrado, y se encaminó a su bicicleta. Llevaba puesto un mono de gruesa tela de dril, colocó entre su camisa y el overol la carpeta, los recortes de diarios y el portarretratos, dobló cuidadosamente el delantal y lo metió en uno de los grandes bolsillos del pantalón.

Bajo el calor agobiante del mediodía, pedaleó despacio hacia el lago. Después de verificar que no había nadie, dejó la bicicleta tirada y buscó un lugar donde quemar todo lo que llevaba. El papel rápidamente prendió fuego, arrojó la bola de papel con la carta de Will, igualmente hizo con el sobre, alzándose una gran llamarada alimentada por el grueso fajo de la carpeta. Las hojas se consumieron con rapidez hasta quedar reducidas a un montón de cenizas. Sofía tomó las cenizas y las arrojó al lago esparciéndolas con una rama para no dejar rastro de ellas, hizo lo mismo con las que habían quedado en la orilla, aunque no era nada anormal que alguien hiciese alguna fogata por allí; aquello era usual entre los que iban al lago. Eran cerca de las dos de la tarde cuando estuvo de regreso en casa. Subió rápidamente a su dormitorio y ocultó el delantal en lo más profundo de una de los cajones del armario; después vería qué hacer con él, no había querido quemarlo porque hubiera tardado mucho. Colocó el portarretratos en un lado de la mesilla de noche, el lugar era tan obvio que no llamaría la atención.

—Querida, debes estar muerta de hambre, casi no desayunaste, Mary ha preparado un delicioso pastel de carne —dijo Alice entrando en la habitación de Sofía—. ¿Qué te ha ocurrido? —preguntó sorprendida.

—Nada... hicimos una carrera en bicicleta y me caí.

—¿Te hiciste daño?

—No... pero me ensucié un poco —respondió Sofía mirándose la ropa. Estaba llena de tierra y sus zapatos tenían lodo seco.

—Creo que será mejor que te des un baño —la cara de Sofía estaba tan llena de tierra y manchas de tizne, como su ropa; tenía el cabello húmedo por el sudor. Su madre percibió un ligero olor a humo—. ¿Hicisteis alguna fogata? —preguntó.

—Sí, asamos salchichas, pero se terminaron muy pronto —se le ocurrió decir a Sofía—. Tomaré el baño y bajaré a cenar. —Se dio media vuelta y cerró la puerta del baño tras de sí.

Alice se quedó mirando el portarretratos con la foto de Albert. Salió de la habitación y bajó al comedor.

Bajo el chorro de la ducha, Sofía trató de eliminar el hedor de muerte que llevaba impregnado; un olor que no podría olvidar en mucho tiempo. Se enjabonó varias veces para quitarse hasta el último rastro de Will, pues casi lo había tocado buscando en los cajones del escritorio. Al terminar de ducharse dejó la ropa sucia remojando en la bañera mientras se vestía. No deseaba dejar rastros de nada. Recordó la caja de cerillas y la rescató entre la ropa mojada, después de examinarla se dio cuenta que era una caja de fósforos común y corriente, que bien podría ser la de su casa. De todos modos, la envolvió en papel higiénico y la guardó en un lugar seguro, después la arrojaría a la basura. Sofía era meticulosa en todos los aspectos y no le gustaba dejar cabos sueltos, era tan obsesivamente cuidadosa, que a pesar de tener compañeros de escuela con los que congeniaba, siempre guardaba para sí sus propios espacios personales, a los que únicamente ella tenía acceso. No contaba con ninguna amiga íntima, algo que a esa edad es común entre adolescentes. Era conocida como una chica inteligente pero aburrida, que volcaba toda su energía en los estudios y la natación. Cerró el grifo y bajó a cenar.

El pastel de carne que tenía delante le dio náuseas, le recordaba a Will. Tomó un poco de limonada. Alice se dio cuenta de su gesto de repugnancia.

—Querida, Mary lo preparó especialmente para ti.

—Mami, hoy he comido demasiadas salchichas, no me siento muy bien. Dile a Mary que me guarde el pastel para mañana.

—¿Estás segura? —Inquirió Alice. Su hija solía tener excelente apetito—. Cuando llegue tu padre, le diré que te examine.

—Mamá, estuve pensándolo, y creo que me gustaría ir a Nueva York y después a conocer la nueva casa en Long Island. Casi todas las chicas del colegio se irán de vacaciones.

—¿Lo dices en serio?

—Sí. Creo que deberíamos irnos cuanto antes, ya me cansé de andar por ahí con Patty y Betty, además, ellas también se irán de viaje.

—Hablaré con tu padre —respondió Alice. Había algo en su hija que la instaba a desear complacerla, a veces no entendía cómo se salía siempre con la suya, bastaba mirarla a los ojos para que le hiciera cambiar de idea fácilmente. A veces le molestaba ser así con Sofía, pero eran tan pocas las veces que ella pedía algo...

Albert tocó con suavidad la puerta del dormitorio de Sofía. Deseaba auscultarla a instancias de Alice.

—Pasa, papá —dijo Sofía. No tenía sueño, aún tenía la cara de Will grabada en la memoria.

—¿Te sientes mejor? —preguntó Albert. La luz tenue de la lámpara iluminaba la habitación. Se sentó al borde de la cama.

—No estoy enferma.

—Tu madre dice que no probaste el almuerzo. Tampoco has cenado.

—Comí demasiadas salchichas. Eso es todo.

—Deja que te tome la temperatura —Albert puso el termómetro en la boca de Sofía. Luego de unos momentos, lo retiró y comprobó que tenía una fiebre ligera—. Treinta y ocho grados... tal vez las salchichas estaban en mal estado. ¿Te duele el estómago? ¿Tienes náuseas?

—No me duele nada. No tengo náuseas, ¿por qué no me crees? Sólo estuve en bicicleta todo el día, me caí, comí cinco salchichas y vine a casa.

—Me preocupa porque mañana partirás a Nueva York con tu madre. Es necesario que estés bien de salud —dijo Albert.

—Papá... ¿tú amas a mamá? —preguntó de pronto Sofía.

—Por supuesto, ¿por qué lo preguntas?

—No volviste a ver a tu amigo Will, ¿verdad?

Albert cruzó las piernas, tratando de encontrar las palabras más apropiadas para contestar a Sofía.

—Hija, ya te expliqué una vez que aquello quedó atrás. ¿Me crees?

—Sí. Sólo quería estar segura.

—No ocupes tu pequeña cabeza con esos pensamientos, no vale la pena —aconsejó Albert, acariciando los cabellos de Sofía—. Duerme, porque mañana debes levantarte temprano. Dirigió su mano al interruptor de la lámpara y se detuvo. Se quedó mirando el portarretratos. Por un momento se sintió desorientado, luego, cayó en la cuenta que esa fotografía no correspondía a la casa. Miró a Sofía, ella había seguido con la vista la reacción de su padre—. ¿Dónde obtuviste esto? —preguntó con reserva, señalando la foto.

—¿Eso? ¡Ah! Lo encontré cerca del lago —respondió Sofía.

—Cerca del lago... y ¿qué hacía allí un portarretrato con una foto mía?

—Fue lo que yo me pregunté. —Observó el rostro atribulado de su padre intentando adivinar qué le pasaba por la mente.

—Sofía, trata de dormir, le diré a Mary que te suba una taza de té, toma esto y pasarás una noche tranquila —dejó una pequeña píldora de color verdoso en la mesilla de noche, al lado del portarretratos.

—Está bien, papá, hasta mañana —respondió Sofía.

—Hasta mañana, hija —Albert se retiró lentamente, tratando de digerir la explicación de Sofía.

Ella aguardó a que le subieran el té y después de tomar la píldora, apagó la luz de la lámpara. La sensación experimentada hacía unos momentos le había causado cierto placer. Ver la cara de su padre, leer la interrogación en sus ojos, el temor que reflejaban, había hecho nacer en ella sentimientos únicamente comparables a los que se experimentan cuando se sabe que se tiene poder. El poder de saber que la persona que está delante está envuelta en dudas porque sabe que está en desventaja. Era la primera vez que le sucedía y le había gustado. ¿Sabría su padre que Will estaba muerto?, se preguntó. Tal vez sí. O tal vez él lo hubiera matado. Esto último no era probable, pues de haberlo hecho, ni los informes ni la carta hubiesen estado allí, razonó, de lo que estaba segura era de que él se enteraría. Alguien encontraría el cuerpo de Will. Tal vez la persona que hacía la limpieza, si es que la tenía, o tal vez la pestilencia inundaría toda la región hasta llegar al pueblo. O tal vez Will terminase reventando como lo hizo el gato... Los párpados de Sofía se volvieron muy pesados, y poco a poco se fue sumiendo en un profundo sopor. Le invadieron fuertes deseos de dormir y a pesar de luchar por no hacerlo porque tenía miedo de encontrarse con Will en alguna pesadilla, finalmente el sueño la venció.

Albert entró en el dormitorio y encontró a Alice aún despierta.

—Tenías razón. Sofía está muy tensa. Tal vez tuvo algún problema con los amigos de la escuela, ese repentino deseo de salir de vacaciones debe tener algún motivo.

—Lo noté cuando regresó del paseo en bicicleta, pero ya sabes cómo es, cuando quiere guardarse algo es muy difícil convencerla de que hable.

—Le he dado una pastilla para que pueda dormir. Creo que mañana se le habrán pasado los nervios —explicó Albert.

—¿No te dijo nada? Contigo suele ser más comunicativa —dijo Alice escrutando su rostro.

—No... —respondió él abstraído. Apagó la luz y procuró dormir, pero las ideas rondaban su mente.

Pensó que era una suerte que ellas se fueran al día siguiente, aprovecharía para ir al lago, tal vez se encontrase con Will. La última vez que habían hablado había sido hacía menos de un mes. ¿Por qué tiraría el portarretratos? Conociéndolo, sospechaba que podría haber sido en uno de sus ataques de rabia. En los últimos tiempos Will se había comportado de manera imprevisible. En la última conversación su desequilibrio era evidente. Una vez más había amenazado con suicidarse. La primera vez le había creído, pero después se había hecho costumbre que las discusiones terminasen siempre iguales.

La enigmática mirada de Sofía aparecía en la oscuridad tratando de decirle algo. No deseaba creerlo, pero le había parecido entrever en ella cierto placer oculto. Desde chiquilla había sido extraña, su comportamiento no había variado mucho aunque en la superficie se hubiera vuelto más sociable. Al mismo tiempo pensaba en las palabras de Will. Habían quedado grabadas en su memoria, pero le parecía absurdo después de tanto tiempo empezar a indagar o preguntar a Alice acerca del padre de Sofía. Desde el principio hubo un tácito acuerdo en no hurgar en la vida del otro. La respiración acompasada de Alice le indicó que estaba profundamente dormida. Se levantó y fue a la cocina a tomar un vaso de agua, sentía un calor inusual en el cuerpo, tenía los labios resecos, en un principio no supo qué lo ocasionaba, poco después se dio cuenta de que sentía miedo. Miedo de que Will hubiese cumplido su palabra. Y en lo más profundo de su ser presentía que así era. Con esos pensamientos rondándole la cabeza, el sueño lo pilló de madrugada.

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