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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

El mar oscuro como el oporto (3 page)

Pero tanto los médicos como los pacientes oyeron los gritos de alegría que dieron los marineros cuando la fragata retomó el rumbo anterior, y notaron cómo hundía la popa a medida que ganaba velocidad. Ahora se movía con más energía, y la mezcla del sonido del viento en la jarcia y del agua pasando por los costados indicaban que había reanudado la persecución.

Casi inmediatamente después de que la
Surprise
empezara a avanzar a la velocidad habitual, provocando altas y anchas ondulaciones en las aguas de extraño color, llamaron a los marineros a comer, y a continuación se oyeron los acostumbrados gritos y golpes de bandejas propios de la ceremonia, que recordaban a Bedlam
[1]
.

Stephen regresó al alcázar, y encontró al capitán junto al costado de barlovento mirando fijamente hacia el este. El capitán sintió la presencia de Stephen y le llamó.

—Nunca había visto nada igual —dijo, indicando con la cabeza el mar y el cielo.

—La niebla es mucho más espesa que cuando bajé —observó Stephen—. Y ahora una luz ocre se extiende por todas partes, como si un Claude Lorraine se hubiera vuelto loco.

—No hicimos mediciones a mediodía, desde luego —le informó Jack—. No se veía el horizonte, y como tampoco hacía sol, no se podía calcular la distancia hasta él. Pero lo que realmente me extraña es que de vez en cuando, al margen de la marejada, el mar tiene
espasmos
, forma pliegues como la piel de un caballo cuando hay moscas alrededor. ¡Mira! ¿Lo has visto? Se formó una triple onda cuando subían las olas.

—Lo vi —dijo Stephen—. Es muy curioso. ¿Puedes atribuirle alguna causa?

—No —respondió Jack—. Nunca había oído hablar de algo así.

Estuvo pensativo varios minutos, y, mientras tanto, cada vez que la fragata subía la proa, el agua salpicaba y se deslizaba hacia la popa.

—Pero, dejando esto a un lado —continuó—, terminé la carta oficial esta mañana, antes de que estuviéramos a tiro de cañón. Te agradecería mucho que, antes de que Adams haga las copias, le echaras un vistazo para corregir las faltas y cualquier cosa inapropiada y añadieras algunas expresiones para mejorar el estilo.

—Mejoraré el estilo todo lo que pueda. Pero, ¿por qué vas a hacer copias y por qué tienes tanta prisa? ¡Por el amor de Dios, aún hay que recorrer la mitad del mundo o más para llegar a Whitehall!

—Porque en estas aguas es posible que cualquier día nos encontremos con un ballenero que vaya de regreso a Inglaterra.

—¿De verdad, de verdad? ¡Increíble! Muy bien. Regresaré tan pronto como terminemos convenientemente la comida y escribiré a Diana.

—¿La comida? ¡Ah, sí! Espero que vaya bien. Sin duda, tendrás que cambiarte muy pronto.

No tenía ninguna duda, porque su despensero, que ayudaba al doctor Maturin en las cuestiones de forma, acababa de aparecer y se mantenía a una respetuosa distancia, mirándoles fijamente con su habitual gesto malhumorado y desaprobatorio. Killick había viajado con ellos durante muchos años, en todos los climas, y aunque no era inteligente ni agradable, por su sentido de la justicia tenía sobre ellos cierta autoridad, de lo cual ambos se avergonzaban. Tosió en ese momento.

—Y si ves al señor West —añadió Jack—, por favor, dile que quiero hablar con él un par de minutos.

Y cuando Stephen le dio la espalda, agregó:

—Espero que la comida vaya bien.

La comida en cuestión era para dar la bienvenida a la cámara de oficiales a Grainger, ahora el señor Grainger. Stephen también esperaba que fuera bien, y aunque generalmente comía con Jack Aubrey en su cabina, en esta ocasión quería ocupar su puesto en la cámara de oficiales, ya que el cirujano era un oficial y su ausencia podría considerarse una ofensa. Grainger, un hombre solitario y reservado, era muy respetado en la fragata, pues, a pesar de no haber servido en la
Surprise
en los gloriosos días en que hacía el corso, cuando recuperó un barco español cargado hasta los topes de mercurio, apresó un mercante norteamericano y sacó la
Diane
del puerto de Saint Martins; al menos la mitad de la tripulación lo conocía muy bien. Había llegado a bordo al principio de este viaje, muy bien recomendado por sus paisanos de Shelmerston, un puerto que había proporcionado a la
Surprise
montones de marineros de primera. Era un curioso lugar de la región West Country donde había muchos contrabandistas, corsarios y personas religiosas practicantes. Casi había tantas iglesias como casas, y Grainger era un antiguo miembro de la congregación de los traskitas, que se reunían los sábados en un edificio austero y de color apagado detrás de la atarazana. Aunque las ideas de los traskitas levantaban polémica, tanto él como los miembros más jóvenes que habían llegado a bordo se encontraban como en casa en la
Surprise
, que era un arca de disensión donde había arminianos y seguidores de Brown, Seth, Muggleton y muchos otros; pero, cuando navegaban, solían ser tolerantes unos con otros, como los buenos marineros, y en tierra les mantenía unidos el odio al diezmo.

Stephen le conocía bien como compañero de tripulación y, sobre todo, como paciente (había tenido dos calenturas y una clavícula rota), y apreciaba sus muchas cualidades; sin embargo, también sabía muy bien que un hombre admirado y afianzado en su propio círculo podía sufrir cuando le sacaban de él. Pullings era la bondad personificada, y Adams también, pero la bondad no era suficiente para un hombre tan vulnerable como Grainger. Sin duda, Martin tenía buenas intenciones, pero siempre había sido más sensible a los sentimientos de las aves que a los de los hombres, y la prosperidad le había vuelto egoísta. Aunque viajaba como ayudante de Stephen, era en realidad un clérigo, y recientemente Jack le había dado un par de beneficios eclesiásticos incluidos en su herencia y le había prometido un tercero muy importante cuando se produjera una vacante. Martin tenía detallada información de todas las parroquias, hablaba de ellas constantemente y reflexionaba sobre la posible recaudación de formas diferentes del diezmo o su equivalente y de mejorar las glebas. Pero peor que la insipidez de esa conversación era el engreimiento, que Stephen jamás había visto en él años atrás, cuando no tenía ni un penique ni era aburrido nunca. No estaba seguro de West, porque también en él se había producido un cambio. El West que se encontraba en la actual longitud, sin nariz, variable e irascible, era muy diferente del alegre joven que tan paciente y amablemente le había llevado de un lado a otro de Botany Bay en un bote de remos para buscar algas.

—¡Ah, señor West! —exclamó al abrir la puerta de la cámara de oficiales—. Antes que se me olvide, dice el capitán que le gustaría hablar con usted uno o dos minutos. Creo que está en la cabina.

—¡Jesús! —exclamó West, con expresión asustada, pero luego se controló y dijo—: Gracias, doctor.

Corrió a su cabina, se puso su mejor chaqueta y subió la escala corriendo.

—Adelante —dijo Jack.

—Creo que quería verme, señor.

—Sí, señor West. No le robaré ni un minuto. Ponga esos expedientes a un lado y siéntese en la taquilla. Quería hablar con usted antes, pero he estado muy ocupado con los papeles que se han ido acumulando día tras día. Sólo quería decirle que estoy muy satisfecho con su comportamiento cuando estuvimos en Moahu, especialmente su esfuerzo por subir las carronadas por aquella endemoniada montaña. Un comportamiento propio de un buen oficial. Le he mencionado en mi carta oficial y creo que, si se las hubiera arreglado para sufrir una herida, podría estar seguro de ser rehabilitado. Tal vez le vaya mejor la próxima vez.

—¡Oh, haré todo lo posible, señor! —exclamó West—. En los brazos, en las piernas, en cualquier parte… Pero permítame decirle que le agradezco muchísimo que me haya mencionado.

* * *

—Señor Grainger, sea bienvenido a la cámara de oficiales —le saludó Tom Pullings, con su espléndido uniforme—. Éste es su puesto, junto al señor West. Pero primero, compañeros, vamos a brindar a la salud del señor Grainger.

Los otros oficiales, vaciando sus copas, dijeron:

—¡A su salud!

—¡Eso es!

—¡Hurra!

—¡Bienvenido!

—Les aprecio mucho, caballeros —dijo Grainger, sentándose.

Llevaba una buena chaqueta que le había prestado su primo el carpintero, y aunque estaba moreno, tenía la cara un poco pálida y un gesto adusto y espantoso.

Pero un gesto adusto no bastaba para socavar la buena voluntad de Pullings y Stephen, y mucho menos el sorprendente buen humor de West. Su alegría se tradujo en una gran locuacidad y una extraordinaria amabilidad, y excedió su capacidad normal para contar anécdotas y hacer versos cómicos. No había duda de que a Grainger le agradó la recepción, pues comió bien, sonrió e incluso se rió una o dos veces; sin embargo, Stephen notó que durante todo el tiempo pasaba la ansiosa mirada de un plato a otro para ver cómo comían los oficiales, usaban el pan y bebían el vino. Cuando llegó el momento de comer el postre y hacer los brindis, la ansiedad había desaparecido, y Grainger cantó con ellos la canción
Adiós, adiós, hermosas damas españolas
e incluso propuso cantar otra,
Cuando salí una mañana de verano para ver los alegres campos y las flores.

* * *

—Por lo que pude oír desde la cubierta, la comida fue muy animada —dijo Jack a Stephen cuando se reunió con él para tomar café.

—Fue mejor de lo que esperaba —respondió Stephen—. El señor West estaba muy alegre. Contó chistes, adivinanzas, enigmas e imitó a capitanes famosos y cantó canciones. No sabía que poseyera esas dotes para amenizar reuniones sociales.

—Me alegro mucho —dijo Jack—. Pero pareces un poco fatigado, Stephen.

—Sí, estoy un poco fatigado, sobre todo por haber subido a la cubierta para respirar un poco de aire. El aspecto del océano me ha desanimado. Le pregunté a Bonden lo que pensaba y si a menudo estaba así, pero se limitó a mover de un lado al otro la cabeza y a decir que esperaba que estuviéramos aquí el próximo domingo. ¿Qué piensas, Jack? ¿Has reflexionado sobre esto?

—Estuve reflexionando la mayor parte del tiempo que duró la bacanal, y no recuerdo haber visto ni leído nada respecto a algo así, ni sé qué significa. Cuando hayas leído mi borrador, tal vez podamos regresar a la cubierta y ver si puedo llegar a alguna conclusión.

Jack nunca se estaba tranquilo cuando leían sus cartas oficiales, y siempre interrumpía el hilo de los pensamientos del lector.

—El fragmento sobre las carronadas no está muy bien redactado, pero me temo que… —dijo—. Es sólo un borrador, ¿comprendes? No está pulido en absoluto… Cualquier cosa que no esté bien gramaticalmente o que no te guste, por favor, quítala… No se me da bien escribir…

Pero después de todos esos años, Stephen no le prestaba más atención que a la fina llovizna irlandesa. Sin que la voz de Jack como ruido de fondo ni el cabeceo ni el balanceo de la fragata ni el choque del mar contra la proa le hicieran perder la concentración, Stephen leyó un sucinto relato contado con el estilo seco de la Armada. Contaba que cuando la
Surprise
navegaba hacia el este siguiendo las instrucciones de los lores del Almirantazgo, había sido interceptada en los 28° 31' de latitud sur y los 168°
V
de longitud este por un cúter procedente de Sydney, que informó oficialmente al capitán Aubrey de que los habitantes de la isla Moahu estaban en guerra unos con otros y habían cometido abusos contra marineros británicos y retenido su barco, por lo que tendría que ocuparse del problema inmediatamente y apoyar al bando que tuviera más probabilidades de reconocer la soberanía británica. Luego narraba que el capitán había hecho rumbo a Moahu sin pérdida de tiempo, deteniéndose solamente para cargar agua y provisiones en Anamooka, donde había encontrado el ballenero
Daisy
, que había zarpado recientemente de Moahu, y que el señor Wainwright, su capitán, le informó de que la guerra entre el jefe de la parte norte de la isla y la reina de la parte sur se había complicado por la presencia de numerosos mercenarios franceses que apoyaban el bando del jefe y de un barco corsario de bandera norteamericana, el
Franklin
, al mando de un francés también aliado del jefe, el señor Dutourd. De acuerdo con esta información, continuaba, el capitán Aubrey se dirigió rápidamente a Pabay, el puerto de la parte norte de Moahu, con la esperanza de encontrar el
Franklin
anclado allí; pero como no estaba, después de liberar el barco británico retenido, el
Truelove
, junto con los supervivientes de la tripulación, y después de destruir la guarnición francesa, con el resultado de un solo oficial muerto y dos marineros heridos, fue rápidamente hasta el puerto del sur, que iba a ser atacado por el jefe de la parte norte desde las montañas y probablemente por el barco corsario desde el mar. Finalmente, informaba de que la
Surprise
había llegado a tiempo y sus tripulantes habían tenido la satisfacción de derrotar a las fuerzas de tierra, sin ninguna baja, antes de la llegada del barco corsario, y la reina dio su palabra al capitán Aubrey de que sería una fiel aliada de Su Majestad. A continuación había un informe más detallado de las dos batallas, y luego el relato proseguía con la aparición la mañana siguiente del
Franklin
, que tenía menos tripulantes, y el capitán contaba cómo había escapado y expresaba sus esperanzas de que, a pesar de sus excelentes cualidades para la navegación, pudiera capturarlo pronto.

—Me parece que es un relato muy preciso y propio de un buen marino —dijo Stephen cerrando la carpeta—. Está admirablemente preparado para Whitehall, a excepción de algunas pequeñeces que he señalado al margen. Y comprendo por qué West está tan contento.

—Sí. Pensé que se lo merecía. Creo que le traté con rigurosidad porque lamentaba mucho lo de Davidge. Gracias, Stephen. Vamos a cubierta.

La vista era realmente asombrosa y espeluznante. El cielo estaba cubierto y una luz difusa medio anaranjada y medio ocre iluminaba las turbulentas aguas, moteadas hasta donde alcanzaba la vista (que no era mucho más de tres millas). Las olas, que deberían ser blancas pero habían adquirido un desagradable e intenso color verdoso, más apreciable en las que la proa formaba por sotavento. Eran olas irregulares porque ahora, a pesar de que aún había una fuerte marejada procedente del nordeste, en las crestas se formaba la trapisonda.

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