Es cierto que los palestinos también viven oprimidos en otros países árabes, donde no se les permite votar ni poseer bienes ínmuebles y se les trata como a ciudadanos de segunda clase y como arma arrojadiza en el conflicto contra Israel. Pero tampoco perderé tiempo con esto, visto que no hay mucho que pueda hacer al respecto.
Los ciudadanos de Estados Unidos no donamos 3.000 millones de dólares anuales a Siria, tal como hacemos con Israel. Y puesto que se trata de nuestro dinero, nos hemos de considerar responsables de la opresión, la matanza y las condiciones de segregación que se dan en los territorios ocupados por Israel. Además, Israel tiene armas nucleares, algunos países árabes pronto las tendrán y, si nadie detiene esta locura enseguida, puede que acabemos pagando un precio elevadísimo por ello.
En primer lugar, me opongo a un apartheid financiado a mi costa. Creo que todos los seres humanos tienen derecho a la autodeterminación, el voto, la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Los árabes que viven en Cisjordarria y en Gaza no gozan de ninguno de esos derechos. No son libres para viajar y viven bajo toque de queda. Se les acusa, arresta y encarcela impunemente. Sus casas son derribadas sin aviso previo. Se les roba la tierra para entregarla a los colonos y sus hijos son asesinados por arrojar piedras o por el mero hecho de andar por la calle.
¡Claro que tiran piedras! ¡Claro que matan a colonos israelíes! Así suele reaccionar la gente maltratada: paga con la misma moneda. ¿Quién lo sabe mejor que los israelíes? El mundo estuvo a punto de liquidarlos en el siglo pasado y está claro que no van a dejarse aniquilar en este milenio que empieza.
En tiempos como éstos, los que hemos sido lo bastante afortunados como para vivir libres de sufrimientos de este calibre, debemos movilizarnos para detener la escabechina. En ese sentido, mi país no puede seguir entregándole cheques en blanco a Israel. Para detener la barbarie hay que involucrarse con ambas partes.
Mi plan:
1. El Congreso debería advertir a Israel de que tiene treinta días para poner fin al derramamiento de sangre perpetrado en su nombre y el nuestro o, en caso contrario, dejaremos de enviar los 3.000 millones anuales. El terrorismo grupuscular es una lacra, pero el terrorismo de Estado es el peor de los males. En el mundo siempre habrá locos agraviados que necesitan vengarse a sangre y fuego. Pero resulta inadmisible que los israelíes —gente por demás buena e inteligente— impongan un sistema de terror a otro colectivo únicamente por su raza o religión. Somos millones los contribuyentes estadounidenses que aportamos dinero para las acciones inadmisibles de Israel. Buena parte de tales acciones no sería posible si el Estado no sustrajera 4 centavos diarios de nuestras nóminas para destinarlos a comprar balas con las que soldados israelíes matan a los chicos palestinos.
2. Si Israel desea seguir recibiendo dinero de nuestros impuestos, deberíamos concederle el plazo de un año para que se embarque en un plan de paz con los palestinos para crear un Estado llamado Palestina (formado por Cisjordania, Gaza y una franja de tierra que una ambos territorios). Esta nueva nación Palestina debería aprobar una constitución que prohibiese toda agresión contra Israel y que garantizara plenos derechos democráticos a todos los hombres, mujeres y niños palestinos.
3. A partir de entonces, Estados Unidos donaría a Palestina el doble de fondos entregados hasta ahora a Israel (por una paz permanente, yo pagaría alegremente lo que me tocara). No se trata de dinero gratis para funcionarios corruptos como los que abundan en mi país, sino de una ayuda al estilo del Plan Marshall para construir carreteras, escuelas e industrias que generen trabajos dignamente pagados.
4. Las Naciones Unidas deberían comprometerse entonces a defender a Israel contra cualquier país o entidad que siga luchando por su destrucción. También debe comprometerse a defender la Palestina democrática de los regímenes árabes vecinos (que sin duda se pondrán como una moto cuando su propia población oprimida vea el mal ejemplo palestino de libertad y prosperidad).
Bueno, supongo que nadie me hará caso. Aparentemente, resulta más divertido proseguir con esta telenovela sangrienta cuyos protagonistas se disputan un pedazo de tierra que tarda menos en cruzarse que Nueva York en hora punta.
Sin embargo, hay una persona que quizá se digne escuchar.
Querido presidente Arafat:
No nos conocemos. Éste no es un intento de engatusarlo para que me invite a una cena o a una partida de mus. Usted es un hombre atareado, y yo también (aunque nadie aquí me llama presidente ni me dice «¡Sí, señor!»).
Perdone. Este humor idiota es el que me ha relegado al canal 64 de la televisión por cable, justo después del canal italiano.
Creo que tengo la clave de su futuro éxito. Conozco la solución para que dejen de matarse y, de paso, acaben creando un Estado palestino.
Usted pensará: «¿ Quién es este zoquete?» Tiene razón.
Pero escuche. Quiero proponerle algo que dejará en bragas a todos los israelíes reaccionarios y pondrá de su lado aquellos que desean la paz.
Mi propuesta no es una idea nueva. No se basa en ejércitos ni dinero ni resoluciones de la ONU. Es barata, se ha probado en muchos países y nunca ha fallado. No requiere armas ni mala baba. Consiste, de hecho, en la renuncia a las armas.
Se llama desobediencia civil pacífica. Con ella Martin Luther King y su campaña pusieron punto final a la segregación racial en Estados Unidos. Gandhi y sus seguidores doblegaron al Imperio británico sin disparar un tiro. Nelson Mandela y el Congreso Nacional Africano consiguieron acabar con el apartheid.
Si funcionó entonces, le puede funcionar ahora.
No hay duda de que se puede ganar recurriendo a la violencia. Los vietnamitas demostraron que podían sacudirse de encima al país más poderoso del orbe. Y nosotros, ya ve: ocho años liquidando pieles rojas y, a base de tiros, nos hicimos con esta chulada de país.
Sin duda, matar sigue siendo un método eficaz. El problema es que cuando la matanza tiene que parar, uno anda ya con la cabeza algo revuelta y le resulta difícil deponer las armas (225 años después, nosotros todavía no hemos aprendido).
Sin embargo, si se decide a probar el enfoque no violento no sólo verá morir a poca gente, sino que al final conseguirá un país para usted y su gente.
La cosa funciona de este modo:
1. Plante el trasero.
Consiga que unos cientos o miles de personas se apalanquen en una carretera y no se muevan ni luchen cuando traten de echarles. En lugar de que Israel vaya cerrando a placer las fronteras de Gaza y Cisjordania, las cierran ustedes. Marchen pacíficamente hasta el punto de control y siéntense. Los israelíes no podrán acudir a sus asentamientos, así como tampoco transportar mercancías ni recursos naturales. No existe vehículo israelí que pueda avanzar sobre miles de personas que le cortan el paso (ni siquiera con cadenas en los neumáticos). Naturalmente, es posible que traten de hacerlo y que algunos de ustedes acaben heridos o muertos. Sigan sin moverse. El mundo estará mirando, especialmente si se toman la molestia de alertar a los medios: la CNN se pondrá al teléfono. Los palestinos que mueran a causa de este plan siempre serán muchos menos que las víctimas que provoca la situación actual.
2. Convoque una huelga general.
Niéguese a trabajar para los israelíes. Su economía se basa en la mano de obra semiesclava que ustedes suministran. Acabe con ello. ¿Quién hará todos sus trabajos basura si los palestinos se niegan? ¿Otros israelíes? Qué va. Les necesitan a ustedes, así como a su voluntad de quebrarse el lomo por salarios ínfimos. Ya verá lo pronto que llegan a un acuerdo. Naturalmente, tratarán de tomar represalias. Quizá les corten el agua, las carreteras o el suministro de alimentos. Hagan lo que hagan, no se dé por vencido. Acumule reservas, convoque una huelga no violenta y manténgase firme. Acabarán cediendo ellos.
Hace unos pocos años, un millón de israelíes asistió en Tel Aviv a una manifestación por la paz. Fue una escena impresionante, y demostró que los palestinos cuentan con, al menos, un millón de aliados judíos (cerca de una tercera parte de la población del país). Un millón de sus «enemigos» vendrán en su ayuda si protesta sin violencia. Hay que probarlo. Entre su población y los israelíes bienintencionados superarán a aquellos que quieran arrojarlos al mar.
Desgraciadamente, ya sé que su inclinación es la de seguir derramando sangre. Cree que así obtendrá la liberación anhelada, pero se equivoca. Hágase a la idea: los israelíes no van a marcharse de ahí. Seis millones de ellos murieron a manos de la nación presuntamente más civilizada del mundo. ¿Cree que se van a dejar asustar por cuatro piedras y unos cuantos coches bomba? Viven en un mundo en el que están solos y aislados, y no lo abandonarán hasta que usted o el resto del planeta acabe con el último de ellos. ¿Es eso lo que quiere? ¿Todos los judíos borrados de la faz de la tierra? Si es así, está mal de la chaveta y muchos le vamos a negar cualquier respaldo.
Sí por el contrario, lo que desea es paz y tranquilidad en lugar de guerra y desalojos, abandone las armas, déjese caer en mitad de la carretera y... espere. No hay duda de que los israelíes maltratarán a muchos de ustedes. Arrastrarán a sus mujeres por el pelo, azuzarán los perros contra ustedes y recurrirán a los manguerazos (y a infinidad de trucos más que aprendieron de nosotros). Sea tenaz. Cuando las imágenes de este oprobio sean contempladas por el mundo entero, se producirá tal clamor universal que el gobierno israelí será incapaz de proseguir con su campaña.
Ya está. Si quiere, me ofrezco a apuntarme a su protesta no violenta. Es lo menos que puedo hacer después de haber ayudado a financiar las balas y bombas que han estado matando a su gente durante tanto tiempo.
Cordialmente,
Michael Moore
EL REINO UNIDO DE GRAN BRETAÑA E IRLANDA DEL NORTE
De nuevo, el nombre los delata: la gente que está al mando del cotarro sabía que era un timo. Si el Reino Unido se sentía con autoridad moral para reclamar jurisdicción sobre Irlanda del Norte, no tenía más que declararla parte de Gran Bretaña sin mencionar los seis condados del otro lado del mar sobre los que en realidad no tiene derecho alguno.
No me malinterpreten, me caen bien los británicos. Me han financiado trabajos y programas por los que en Estados Unidos no daban un duro. Lejos de los estadios de fútbol, los británicos son personas inteligentes con un sentido particularmente agudo de la sátira política. Cuentan con una diversidad mediática envidiable (hay once periódicos en Londres, y sus cuatro canales públicos de televisión tienen más que ofrecer que nuestras doscientas cadenas juntas). Los editoriales de los rotativos defienden un amplio abanico de puntos de vista, y en el Reino Unido nadie parece quedar fuera del discurso político.
Salvo los católicos de Irlanda del Norte.
Al igual que con la situación palestina, no voy a perder tiempo con un refrito de ochocientos años de historia, de modo que pasemos directamente al presente embolado. Los católicos de Irlanda del Norte son ciudadanos de segunda clase cuyos derechos son violados constantemente. Se encuentran en el nivel inferior de la escala económica y viven bajo la bota de las fuerzas de ocupación británicas. Estas circunstancias han provocado incontables muertos en los últimos treinta y cinco años. Durante su mandato, Bill Clinton fue capaz de sentar a ambos bandos a una misma mesa y los ayudó a alcanzar un acuerdo de paz que integraba a los católicos en las estructuras de poder de Irlanda del Norte. Todos quedaron aliviados y esperanzados.
Sin embargo, la esperanza no duró mucho, pues los protestantes pronto insistieron en que no compartirían el poder hasta que el IRA entregase hasta la última arma. La mayoría interpretó el gesto como una excusa para inhabilitar el acuerdo. Se produjeron nuevos derramamientos de sangre y, desde entonces, se han ensombrecido las perspectivas de paz.
Como este sinsentido ya ha durado bastante, he ideado una solución que instaurará una paz permanente en el país: convirtamos al catolicismo a los protestantes de Irlanda del Norte. Toma ya. Si todos compartiesen una misma confesión, se acabarían riñas y disputas. Naturalmente, la mayoría de los protestantes no querrá convertirse, pero eso jamás ha sido una problema para la Iglesia católica. Desde las Cruzadas hasta la conquista de América, la Iglesia siempre ha sabido persuadir a los nativos para que vean la luz.
Dado que los católicos ya constituyen el 43 % de la población de Irlanda del Norte, basta con convertir al 8 % de los protestantes para alcanzar la mayoría. Es pan comido. Sobre todo si les abrimos los ojos respecto de las siguientes ventajas que entraña ser un católico apostólico y romano:
Sólo hay un tipo al mando.
Se trata del Papa. Existen varios miles de sectas protestantes. Algunas están dirigidas por un comité, otras por un presidente electo y otras se gestionan como una cooperativa, sin nadie que lleve la voz cantante. En cambio, los católicos tienen un líder vitalicio al que no le asusta tomar decisiones, que dicta a los fieles una serie de pautas y límites para llevar una vida ordenada y como Dios manda. Cuando el Papa muere, nada de rollos electorales: se reúnen doscientos individuos vestidos de rojo y, una vez tomada su decisión, dejan escapar la fumata blanca para anunciar la buena nueva. Ni discursos de campaña, ni peloteo al electorado, ni recuentos.
Más sexo.
Como todos sabemos, los católicos tienen más hijos y eso significa que llevan una vida sexual más activa, pues la Iglesia católica condena cualquier tipo de procreación contra natura. Y digo yo que a nadie le amarga un dulce. Cuando los protestantes de la orden de Orange sepan que por fin se van a comer un rosco, verán lo pronto que acaban con sus ridículos desfiles.
Más días libres.
La Iglesia católica tiene seis fiestas de guardar oficiales. En los países de mayoría católica, se trata de días libres pagados sin escuela ni trabajo. ¿Me pueden mencionar una sola fiesta de guardar inventada por los protestantes aparte de aquella en la que sale el catálogo navideño con los modelitos de Eddi Bauer?
Alcohol gratis.
Si va a misa cada día, podrá tomar un sorbo de vino gratis. Es cierto que uno debe hacerse a la idea de que se está bebiendo la sangre de Cristo, pero el esfuerzo de imaginación vale la pena. ¿Cuántas veces ha dicho usted que su gin tonic ¿no era más que agua con gas? Hay que tener fe.