Favoritos de la fortuna (114 page)

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Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

Y tenía un nombre para dar colorido a su informe: Espartaco, un gladiador tracio.

Durante seis intervalos de mercado, Varinio se dedicó a ejercitar a aquellos lamentables reclutas, la mayoría de los cuales eran supervivientes de la batalla, pero no se sabía si sobrevivirían a la infección respiratoria que seguía diezmándoles. Requirió los servicios de algunos centuriones veteranos de Sila para que le ayudasen a entrenar a la tropa, pero no consiguió convencerlos para que se alistasen. El Senado consideró conveniente iniciar el reclutamiento de otras cuatro legiones y aseguró a Varinio que contaba con su apoyo en cualquier tipo de medidas que considerase necesarias. Un cuarto pretor del grupo de ocho de aquel año fue enviado desde Roma para que asumiera el cargo de primer legado de Varinio. Su nombre: Publio Valerio. Uno huido, otro muerto y un tercero vencído. El cuarto no se las prometía muy felices.

Varinio pensó que la tropa ya estaba lo bastante entrenada para iniciar las operaciones a finales de noviembre y la sacó de Capua para atacar el campamento de Espartaco. Pero lo encontró vacío. Espartaco había desaparecido; otro signo más de que, tracio o no, sí que era un militar al estilo romano. La enfermedad seguía martirizando al pobre Varinio, y mientras conducía a sus dos legiones mermadas hacia el sur, tuvo que asistir impotente al abandono de varias cohortes, cuyos centuriones le prometieron darle alcance en cuanto los hombres se encontraran mejor. Cerca de Picentia, justo antes del vado del Silarus, dio por fin con los rebeldes. Pero, con ojos de espanto, vio que la legión de Espartaco se había convertido en un ejército. ¡Menos de cinco mil un mes atrás, ahora eran veinticinco mil! Sin osar atacarlos, Varinio se vio obligado a contemplar aquella enorme fuerza, cruzar el Silarus y encaminarse por la vía Popilia hacia Lucania.

Cuando las cohortes enfermas le dieron alcance y los enfermos que habían quedado en sus filas dieron señales de mejoría, Varinio y Valerio celebraron consejo. ¿Seguían a los rebeldes a Lucania o regresaban a Capua para pasar el invierno dedicados a entrenar un ejército más numeroso?

—Lo que realmente quieres decir —dijo Valerio— es si es mejor presentar batalla ahora, aunque su superioridad numérica es apabullante, o si durante el invierno podemos reclutar tropas suficientes para que el enfrentamiento en primavera sea más razonable.

—Yo no creo que haya que adoptar una decisión —replicó Varinio—. Tenemos que seguirlos. En primavera serán seguramente el doble de fuertes y los que se unan a ellos serán veteranos de Lucania.

Y así, Varinio y Valerio siguieron a los rebeldes, aun cuando la evidencia les indicaba que Espartaco había salido de la vía Popilia y se dirigía sin pausa a campo través hacia las montañas de Lucania. Durante ocho días fueron tras ellos sin ver más que algunos rastros y sin dejar de montar cada noche un campamento fortificado, esfuerzo ímprobo pero lo más prudente en tales circunstancias.

La novena noche iniciaron el mismo proceso entre gruñidos de quienes no habían sido legionarios lo bastante como para entender la necesidad y las ventajas de dormir al amparo de un buen campamento. Y mientras alzaban los taludes de tierra con lo extraído de los fosos, Espartaco atacó. Inferiores en número y en mando, a Varinio no le quedó otro recurso que retirarse, aunque atrás quedó su caballo público, preciosamente enjaezado, y la mayoría de sus tropas. De las dieciocho cohortes con que había salido de Capua sólo regresaron cinco de Lucania; después de cruzar el Silarus para entrar de nuevo en Campania, Varinio y Valerio dejaron las cinco cohortes guarneciendo el vado, al mando del cuestor Cayo Toranio.

Los dos pretores viajaron juntos a Roma para exhortar al Senado a que entrenase lo antes posible más tropas. La situación iba haciéndose más seria cada día, pero entre que Lúculo y Marco Cotta se hallaban en Oriente y Pompeyo en Hispania, muchos senadores pensaban que reclutar soldados era una pérdida de tiempo. La fuente de Italia estaba seca. Luego, en enero, llegaron noticias de que Espartaco había salido de Lucania con cuarenta mil hombres organizados en ocho potentes legiones. Los rebeldes habían arrollado al pobre Cayo Toranio en el Silarus, matándole a él y a todos los soldados de las cinco cohortes. Campania estaba a merced de Espartaco, quien, según decía el informe, se dedicaba a convencer a las ciudades con población samnita para que se unieran a él y se constituyesen en una Italia libre del yugo de Roma.

A los tribunos del Tesoro se les dijo muy sucintamente que dejaran de quejarse y comenzasen a buscar dinero para atraer a ex-combatientes retirados. Al pretor Quinto Arrio (a quien se había nombrado para remplazar a Cayo Verres como gobernador de Sicilia) se le encomendó ir a toda prisa a Capua y comenzar a organizar un ejército consular adecuado de cuatro legiones, reforzando cuanto pudiera sus filas con el alistamiento de veteranos. Y a los nuevos cónsules, Lucio Gelio Poplicola y Cneo Cornelio Léntulo Clodiano se les dio oficialmente el mando de la guerra contra Espartaco.

Todo esto lo fue sabiendo Espartaco a partir del momento en que había regresado a Campania. Como sus fuerzas seguían aumentando, había aprendido a organizarlas sobre la marcha, formando y entrenando nuevas cohortes. Había sufrido un golpe al perder a Enomao en el afortunado ataque al campamento de Varinio y Valerio, pero Crixus seguía con vida y no cesaban de surgir nuevos legados capaces. El caballo público que había pertenecido a Varinio era una montura sin par para el comandante supremo. Muy vistoso! Espartaco le besaba los belfos cada mañana y acariciaba su argéntea crin antes de montarlo. Le había puesto por nombre Batiato.

Convencido de que ciudades como Nola y Nuceria se unirían a su causa, se apresuró a enviar embajadores para que se entrevistaran con los magistrados, les dijeran que pretendía secundar a Quinto Sertorio para refundar una nueva república en Italia y requiriesen su contribución en hombres, pertrechos y dinero. Pero le contestaron con firmeza que ni las ciudades de Campania ni de ninguna región de Italia apoyarían la causa de Quinto Sertorio… ni del gladiador-general Espartaco.

—No queremos a los romanos —dijeron los magistrados de Nola— y nos enorgullecemos de haberles resistido más que ninguna otra ciudad de Italia. Pero eso se acabó. No volveremos a hacerlo. Nuestra economía está arruinada y no quedan hombres jóvenes. No nos uniremos a vosotros contra Roma.

Al dar Nuceria igual respuesta, Espartaco celebró consejo con Crixus y Aluso.

—Saquéalas —dijo la sacerdotisa tracia—. Enséñales que es mejor que se unan a nosotros.

—Yo estoy de acuerdo —dijo Crixus—, pero por distinto motivo. Tenemos cuarenta mil hombres, suficientes pertrechos para todos y gran cantidad de provisiones. Pero no tenemos nada más, Espartaco. Es muy bonito prometer a las tropas vidas dignas y riqueza bajo el gobierno de Quinto Sertorio, pero mejor sería entregarles ahora mismo algo de esa riqueza. Si saqueamos una ciudad que se niegue a unirse a nosotros, atemorizaremos a las que se encuentren en nuestro camino y complaceremos a nuestros legionarios. Mujeres, botín… ¡A cualquier soldado le encanta el saqueo!

Malhumorado por lo que consideraba un ingrato rechazo, Espartaco adoptó una decisión más rápida de lo que lo habría hecho en la época en que no era gladiador.

—Muy bien. Asaltaremos Nuceria y Nola. Di a los hombres que no se anden con miramientos.

Los hombres no se anduvieron con miramientos. Considerando los resultados, Espartaco pensó que era muy interesante saquear ciudades. En Nuceria y Nola obtuvieron tesoros, además de dinero, comida y mujeres; si continuaba saqueando, podría entregar a Quinto Sertorio una gran fortuna, aparte de un ejército. Y con ello era muy probable que Quinto Sertorio, dictador de Roma, nombrase a Espartaco, gladiador tracio, su Mestre Ecuestre.

Por consiguiente, había que reunir aquella gran fortuna antes de salir de Italia. Seguían llegando, ansiosos de unirse a su causa, reclutas de todas las regiones, que le hablaban de ricos botines en lugares de Lucania, Bruttium y Calabria que no habían padecido las secuelas de la guerra itálica. Así, desde Campania, los rebeldes se dirigieron al sur para saquear Consentia en Bruttium y Thurii y Metapontum en el golfo de Tarentum. Para gran satisfacción de Espartaco, las tres ciudades poseían grandes riquezas.

Una vez que Aluso hubo concluido la escarificación del cráneo de Batiato, él le dio una hoja de plata para que lo forrase; pero después del saqueo de Consentia, Thurii y Metapontum, le dijo que tirase aquella hoja a la basura y que gastase una de oro. Había en todo aquello cierto atractivo, aparte de la permanente seducción de Aluso, que pensaba como los bárbaros pero poseía recursos mágicos y era para él como el talismán de su buena suerte. Mientras tuviese a Aluso a su lado sería un favorito de la Fortuna.

Si, aquella mujer era maravillosa: sabía encontrar agua, predecir el desastre y siempre le daba buenos consejos. Ya en avanzado estado de gravidez, con sus gruesos labios grana, contraste perfecto a sus rubísimos cabellos, a sus claros ojos de loba y a sus muñecas y tobillos cargados del oro con que la obsequiaba, él la encontraba ideal, y más aún por el hecho de que era tracia y él se había convertido en tracio. Estaban unidos por el destino y ella era la personificación de aquella nueva vida.

A principios de abril se dirigió al este de Samnio, convencido de que sus ciudades sí que se unirían a su causa. Pero Ausernia, Bovianum, Beneventum y Saepinum no aceptaron sus propuestas y no quisieron saber nada. Y no merecía la pena saquearlas. Verres y Cetego no habían dejado nada. No obstante, muchos samnitas continuaban alistándose en sus filas, que ya habían alcanzado la cifra de noventa mil hombres.

Espartaco comenzaba a darse cuenta de la dificultad de dirigir a tanta gente. Aunque las tropas estaban organizadas en legiones romanas y armadas al estilo romano, nunca disponía de suficientes legados y tribunos para mantener la disciplina de hierro necesaria para contener los excesos a que se entregaba la soldadesca inducida por el vino y las rivalidades que provocaban las mujeres que seguían al ejército. Decidió que había llegado el momento de dirigirse a la Galia itálica, para cruzar la Galia Transalpina y unirse a Sertorio en la Hispania Citerior. No por el Oeste de los Apeninos, pues no quería aventurarse en las inmediaciones de Roma; subiría por el litoral del Adriático, cruzando regiones que se habían enfrentado denodadamente a Roma, las tierras de los marrucinos, los vestini, los frentanos y los picentinos del sur. ¡ Reclutaría muchos guerreros!

Pero Crixus no quería ir a la Hispania Citerior. Y lo mismo sucedía con los treinta mil hombres de su división.

—¿A qué ir tan lejos? —replicó—. Si lo que dices de Quinto Sertorio es cierto, ya llegará él a Italia. Es mejor que nos encuentre aquí, con el pie en el cuello de Roma. La distancia de aquí a Hispania es de mil quinientas millas y tendremos que cruzar por tierras de tribus bárbaras que nos tomarán por tropas romanas. Mis hombres no quieren salir de Italia.

—¡Si tú y tus hombres no queréis salir de Italia —dijo Espartaco, airado— haced lo que queráis! ¿Y a mi qué? Tengo cerca de cien mil hombres que cuidar y ya me dan bastante preocupación. ¡Vete, pues, Crixus, y cuanto más lejos mejor! ¡Quédate con tus treinta mil idiotas en Italia!

Así, cuando Espartaco y setenta mil hombres, con un enorme convoy logístico y cuarenta mil mujeres, sin contar los niños pequeños y de pecho, se dirigieron al norte para cruzar el río Tifernus, Crixus y sus treinta mil hombres se dirigieron al sur en dirección de Brundissium. Era finales de abril.

Casi al mismo tiempo, los cónsules Gelio y Clodiano salían de Roma para recoger sus tropas en Capua, pues el ex pretor Quinto Arrio había comunicado al Senado que a las cuatro legiones recién reclutadas ya no se las podía preparar más; no podía garantizar su buena actuación en combate, pero esperaba que respondieran bien.

Cuando los cónsules llegaron a Capua les informaron de la escisión en las tropas de Espartaco y de la dirección norte que había tomado éste, y establecieron un plan según el cual Quinto Arrio iría al sur con una legión para atacar inmediatamente a Crixus, Gelio iría con la segunda legión en persecución de Espartaco hasta que Arrio pudiera unírsele, y Clodiano conduciría a las dos legiones restantes en rápida marcha hasta más allá de Roma para tomar por la vía Valeria y llegar a la costa adriática, bloqueando la progreSión de Espartaco. Así, los dos cónsules le tendrían entre una tenaza que cerrarían sobre él.

Días después llegaba una espléndida noticia de Quinto Arrio. Aunque el enemigo tenía una superioridad numérica de cinco a uno, le había tendido una emboscada en el monte Garganus en Apulia, cayendo sobre las indisciplinadas huestes de Crixus y aniquilándolas. Habían perecido los treinta mil hombres con su jefe, pues los supervivientes habían sido ejecutados. Quinto Arrio no pensaba dejar enemigos a su espalda.

Gelio no fue tan afortunado y corrió la misma suerte a manos de Espartaco que la que había corrido Crixus a manos de Arrio. Las tropas de su legión se dispersaron presas del pánico al ver la numerosa hueste que se les venía encima; algo acertado, en definitiva, pues los que no huyeron fueron destrozados. Y estas tropas, al menos, habían huido sin tirar armas y coraza y, cuando Arrio y Gelio reunieron sus fuerzas, estaban pertrechadas y podían (teóricamente) volver a combatir sin necesidad de regresar a Capua.

La estrategia que siguieron Arrio y Gelio después de aquella derrota fue la de no dar respiro a Espartaco, que se había dirigido sin dilación al norte para enfrentarse a Clodíano, de cuyas intenciones le había informado un tribuno romano capturado. En Hadna, a orillas del Adriático, se enfrentaron los dos ejércitos y Clodiano corrió la misma suerte que Gelio: sus tropas se dispersaron presas del pánico. Victorioso en sus dos combates, Espartaco siguió su ruta hacia el norte sin encontrar resistencia.

Sin amilanarse, Gelio, Clodiano y Arrio reagruparon sus fuerzas y volvieron a intentar una nueva ofensiva en Firmum Picenum, donde fueron de nuevo derrotados. Espartaco continuó hacia el Ager Gallicus, cruzó el Rubico y entró en la Galia Cisalpina a finales de sextilis, decidido a encaminarse por la vía Emilia hacia Placentia y los Alpes occidentales. ¡ Ya llegamos, Quinto Sertorio!

El valle del Padus era una tierra fértil y exuberante que producía gran cantidad de alimentos y con los graneros de sus ciudades a rebosar, y, como ahora ya saqueaba sistemáticamente las ciudades con posibilidades de buen botín, Espartaco no se ganó, precisamente, las simpatías de los habitantes de la Galia itálica.

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