Favoritos de la fortuna (84 page)

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Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

Como todos estaban a favor de cualquier medida que mantuviese al tartamudo pontífice máximo lejos de Roma y de las ceremonias religiosas, Filipo se salió con la suya, y la cámara autorizó a Metelo Pío a gobernar provisionalmente la Hispania Citerior y su propia provincia, nombró a Mamerco príncipe del Senado interino y confirmó a Catulo el mando de la guerra contra Lépido. Muy decepcionado, Catulo marchó a Campania a hacerse cargo de las legiones, y un no menos decepcionado Mamerco permaneció en Roma.

Tres días más tarde llegaron noticias de que Lépido estaba movilizando sus cuatro legiones y que su legado Bruto había partido a la Galia itálica para situar las dos legiones de guarnición en Bononia, en la confluencia de la vía Emilia y la vía Annia, en adecuado dispositivo de refuerzo de Lépido. Como aún acariciaban la idea de la sublevación, por haber perdido sus tierras públicas, cabía esperar que Clusium y Arretium ofreciesen toda la ayuda posible a Bruto en su maniobra de apoyo de Lépido, y bloqueasen cualquier intento por parte de Catulo para interceptarle.

Y Filipo volvió a clamar.

—Nuestro comandante supremo, Quinto Lutacio Catulo, sigue al sur de Roma… aún no ha salido de Campania. Lépido ya ha emprendido la marcha desde Saturnia y estará en buena situación para impedir que nuestro comandante en jefe envíe sus tropas a combatir a Bruto en la Galia itálica —dijo en el Senado—. Además de esto, imagino que nuestro comandante supremo necesitará sus cuatro legiones, para detener al propio Lépido. ¿Qué podemos, pues, hacer respecto a Bruto, que tiene en sus manos la clave del éxito de Lépido? ¡Hay que neutralizar a Bruto y rápido! En este momento no tenemos en Italia más legiones y las dos de la Galia itálica están en manos de Bruto. Ni siquiera Lúculo —si estuviera en Roma y no camino de asumir su cargo de gobernador en la provincia de África— podría reunir y movilizar dos legiones con suficiente rapidez para contener a Bruto.

La cámara escuchaba cabizbaja, confrontada finalmente con la realidad de que los años de guerra civil no habían concluido porque Sila se hubiese proclamado dictador para emprender una reforma legislativa que impidiese a nadie más marchar sobre Roma. No hacía aún un año que había muerto y otro hombre pretendía ya imponer su voluntad sobre el desventurado país, y regiones enteras de Italia se alzaban en armas contra la ciudad por cuya ciudadanía tanto anhelaban. Quizás hubiese algunos senadores entre los que no tenían derecho a voz lo bastante honrados para admitir que era fundamentalmente por culpa de ellos por lo que Roma se veía obligada a dar este nuevo paso; pero si así era, ninguno lo expresó en voz alta, y todos miraron a Filipo como un salvador, dejando la solución en sus manos.

—Hay un hombre capaz de detener a Bruto de inmediato — dijo Filipo con aire de suficiencia—. Dispone de las tropas de su padre —¡y de sus propias tropas! — en el norte de Piceno y en Umbría. ¡Una marcha para enfrentarse a Bruto mucho más corta que desde Campania! Ha sido leal servidor de Roma del mismo modo que lo fue su padre antes que él. Me refiero, naturalmente, al joven caballero Cneo Pompeyo Magnus, vencedor en Clusium, vencedor en Sicilia, vencedor en África y en Numidia. ¡No en vano Lucio Cornelio Sila permitió que este joven caballero celebrase un triunfo! ¡Este joven es nuestra mayor esperanza! ¡Y él puede contener a Bruto en pocos días!

El recién nombrado, a título provisional, portavoz del Senado y segundo cónsul se rebulló en la silla curul, frunciendo el ceño.

—Cneo Pompeyo no es miembro del Senado — dijo Mamerco —, y no me gusta la idea de dar mando a quien no pertenece a la cámara.

—¡Totalmente de acuerdo contigo, Mamerco Emilio! —repuso Filipo—. A nadie le gusta. Pero ¿puedes ofrecer otra solución? Tenemos poder constitucional para encontrar en momentos de crisis fuera de las filas del Senado la solución militar, y ese poder nos lo dio nada menos que el propio Sila. Y nunca ha habido un hombre más conservador que Sila, ni un hombre más apegado al mantenimiento del mos maiorum. Pero fue él quien previó una situación como la actual para ponerle solución.

Filipo continuó sin apartarse de su silla (como había impuesto Sila a los oradores), pero se volvió despacio sobre sus talones mirando a los senadores de ambos lados. Había ganado prestancia como orador desde la época en que se había propuesto acabar con Marco Livio Druso; ahora no se trataba de absurdas rabietas ni de diatribas insultantes.

—Padres conscriptos —añadió con voz solemne—, no podemos perder tiempo en debates. En este mismo momento, Lépido marcha sobre Roma. Yo solicito con todo respeto que el primer cónsul, Décimo Junio Bruto, proponga una votación a la Cámara para que el Senado autorice al caballero Cneo Pompeyo Magnus a movilizar sus legiones y presentar batalla a Marco Junio Bruto en nombre del Senado y el pueblo de Roma. Y que, además, esta Cámara conceda categoría prepretoriana al caballero Cneo Pompeyo Magnus.

Décimo Bruto había abierto la boca para dar su aprobación, pero Mamerco le contuvo, poniéndole una mano en el brazo.

—Estoy de acuerdo en que des paso a la votación, Décimo Junio —dijo—, pero no hasta que Lucio Marcio Filipo haya aclarado una frase de su propuesta. Ha dicho: «que movilice sus legiones» sin especificar cuántas legiones. ¡Por muy brillante que sea la hoja de servicios de Cneo Pompeyo, no es miembro del Senado! No se le puede autorizar a movilizar legiones en nombre de Roma en el número que él juzgue conveniente. Yo insisto en que la votación debe hacerse sobre el número exacto de legiones que la Cámara autorice a movilizar a Cneo Pompeyo, y digo además que el número de legiones se limite a dos. Bruto, gobernador de la Galia itálica, cuenta con dos legiones de soldados bastante inexpertos que constituyen la guarnición de esa provincia. Bastará con dos legiones de curtidos veteranos de Pompeyo para enfrentarse a Bruto.

La perspectiva de una oposición no complacía a Filipo, pero juzgó conveniente no rebatir a Mamerco, que era persona serena y tenaz, y siempre acababa arrastrando con su influencia a los senadores. Además, estaba casado con la hija de Sila.

—¡Pido perdón a la Cámara! —exclamó—. ¡Qué torpeza la mía! Agradezco al estimado príncipe del Senado y segundo cónsul su oportuna intervención. Me refería a dos legiones, naturalmente. Procedamos a la votación, Décimo Junio, sobre ese número concreto de legiones.

Se procedió a la votación y se aprobó la propuesta sin que hubiera un solo voto en contra. Cetego había estirado los brazos por encima de la cabeza, bostezando, para señalar a sus seguidores pedarios que votasen a favor. Y como era un asunto bélico, la resolución senatorial tenía fuerza de ley, pues en asuntos de guerra y de política exterior las diversas asambleas del pueblo romano no tenían ya voz.

Fue, después de tanta maniobra política, una guerra rápida y deplorable, que apenas mereció tal nombre. Aunque Lépido se había puesto en marcha hacia Roma mucho antes de que Catulo saliera de Campania, aún llegó éste antes a la ciudad y ocupó el campo de Marte. Cuando Lépido apareció al otro lado del río en el Transtiberino, después del avance por la vía Aurelia, Catulo tenía tomados y guarnecidos los puentes, y aquél se vio obligado a seguir hacia el norte para pasar por el puente Mulviano y los dos ejércitos chocaron en el lado nordeste de la vía Lata, bajo las murallas servianas del Quirinal, centro de la batalla. Hubo algunas escaramuzas importantes, pero Lépido resultó un estratega lamentable, incapaz de desplegar bien las tropas e indigno de la victoria.

Al cabo de una hora las dos alas de Lépido emprendían la retirada hacia el puente Mulviano, perseguidas por Catulo. Al norte de Fregellae volvió a enfrentarse a Catulo, pero simplemente para asegurarse la huida a Cosa. Y de Cosa logró escapar a Cerdeña con veinte mil infantes y mil quinientos soldados de caballería, con la intención de reorganizar el ejército en la isla y volver a Italia. Le acompañaba su hijo Lucio, el ex gobernador de la época de Carbón, Marco Perpena Vento y el hijo de Cinna. Su hijo mayor, Escipión Emiliano, no quiso dejar Italia y optó por hacerse fuerte con su legión en la inexpugnable fortaleza del monte Albano al norte de Bovillae, y allí aguardó el asedio.

El tan sonado regreso de Cerdeña nunca se produjo; el gobernador de la isla era un antiguo aliado de Lúculo, un tal Lucio Valerio Triario, y se opuso tenazmente a la ocupación de la isla. En abril de aquel año nefasto Lépido moría en Cerdeña, y sus soldados dijeron que había perecido de tristeza por el recuerdo de su esposa. Perpena Vento y el hijo de Cinna se embarcaron para Liguria, y desde allí siguieron por la vía Domicia con los veinte mil infantes y mil quinientos soldados de caballería para unirse en Hispania a Quinto Sertorio. Con ellos fue Lucio, el hijo mediano de Lépido.

El hijo mayor, Escipión Emiliano, demostró ser el militar más competente de los rebeldes y resistió en Alba Longa algún tiempo, pero, al final, tuvo que rendirse; cumpliendo órdenes del Senado, Catulo lo ejecutó.

Si la ignominia fue la pauta de los acontecimientos, Bruto llevó la peor parte. Sin saber nada de Lépido, mantuvo sus dos legiones de la Galia itálica en la conjunción de las dos grandes calzadas, y hacia su posición se encaminó Pompeyo. El joven (que ya tenía unos veintiocho años) había movilizado sus legiones cuando Filipo le consiguió el nombramiento especial del Senado, pero en lugar de llevarlas de Piceno a Ariminum y conducirlas por tierra por la vía Emilia, optó por descender por la vía Flaminia hacia Roma, y en la intersección de ésta al norte de Arretium con la vía Casia, que conducía a la Galia itálica, tomó esa dirección. Con ello impedía que Bruto pudiera establecer contacto con Lépido, caso de que hubiera pensado en hacerlo.

Al saber que Pompeyo se acercaba por la vía Casia, Bruto se retiró a Mutina, una ciudad grande y bien fortificada llena de clientes de los Emilios, de Lépido y de Escauro, que le acogió alegremente. Pompeyo puso cerco a Mutina y la ciudad resistió hasta que Bruto se enteró de la derrota y huida de Lépido y de su muerte en Cerdeña. Sabiendo que las tropas de Lépido habían pasado a engrosar las fuerzas de Quinto Sertorio en Hispania, Bruto, desesperado, antes que agravar la situación de Mutina, prefirió rendirse.

—Has sido razonable —le dijo Pompeyo después de entrar en la ciudad.

—Razonable y rápido —replicó Bruto hastiado—. Creo, Cneo Pompeyo, que no tengo carácter marcial.

—Cierto.

—En cualquier caso, aceptaré de buen grado la muerte.

Los ojos azules se abrieron más de lo normal.

—¿La muerte? —inquirió como sorprendido—. ¡No es necesario, Marco Junio Bruto! Quedas libre.

A su vez Bruto abrió unos ojos como platos.

—¿Libre? ¿De verdad, Cneo Pompeyo?

—¡Claro que si! —contestó Pompeyo sonriendo—. Ahora bien, eso no significa que estés libre para movilizar más rebeldes. Vuelve a tu casa.

—Entonces, con tu permiso, Cneo Pompeyo, me dirigiré a mis tierras del oeste de Umbría. Hay que apaciguar a la gente de esa región.

—Por mí no hay inconveniente. Yo también me dirijo a Umbría.

Pero una vez que Bruto hubo cruzado a caballo las puertas de Mutina, Pompeyo mandó llamar a uno de sus legados, un tal Geminio, picentino de humilde condición y suboficial, pues a Pompeyo no le gustaba tener subordinados de rango social semejante al suyo.

—Me sorprende que le hayas dejado ir —dijo Geminio.

—¡Ah, tenía que dejarle! Mi relación con el Senado no es aún muy firme para tomar la iniciativa de ejecutar a un Junio Bruto sin pruebas aplastantes, aunque tenga imperium de propretor. Así que de ti depende hallar esas pruebas aplastantes.

—Dime que es lo que quieres, Magnus, y se hará.

—Bruto dice que va a sus propiedades de Umbría, y, sin embargo, ha tomado dirección noroeste por la vía Emilia, un camino erróneo, ¿no te parece? Bueno, quizá vaya a campo través, o tal vez quiera reclutar más tropas. Quiero que salgas ahora mismo tras él con un buen destacamento de caballería, con cinco escuadrones —dijo Pompeyo, limpiándose los dientes con una astillita—. Sospecho que busca tropas, probablemente en Regium Lepidum. En ese caso, no puede existir duda de que es traidor por partida doble y nadie en Roma pondrá objeciones a su muerte. ¿Entendido, Geminio?

—Totalmente.

Lo que Pompeyo no dijo a Geminio era el motivo real de su estrategia con Bruto. El joven Carnicero aspiraba al mando de las tropas de Hispania contra Sertorio, y sus posibilidades aumentaban ·si hallaba un pretexto para no desmovilizar sus legiones; si podía dar a entender que en la Galia itálica existía peligro de sublevación a lo largo de la vía Emilia, sería un buen pretexto para permanecer donde estaba con su ejército; se hallaría lo bastante lejos de Roma para no representar una amenaza para el Senado, y seguiría en pie de guerra, listo para ir a Hispania.

Geminio hizo exactamente lo que le dijeron. Cuando Bruto llegó a la ciudad de Regium Lepidum, al noroeste de Mutina, fue recibido con alborozo. Como indicaba el nombre del lugar, era un crisol de clientes de los Emilios Lépidos y, naturalmente, se le ofrecieron para combatir si así lo deseaba; pero antes de que Bruto pudiera contestarles, Geminio y sus cinco escuadrones de caballería cruzaron las puertas y en el foro de Regium Lepidum éste acusó a Bruto de traidor a Roma, juzgándole y cortándole la cabeza.

La cabeza de Bruto fue enviada a Mutina con un conciso mensaje de Geminio, diciendo que le había sorprendido organizando una insurrección y que tenía la impresión de que la Galia itálica no estaba muy segura.

Y Pompeyo envió el siguiente informe al Senado:

De momento considero deber mío guarnecer con mis dos legiones de veteranos la Galia itálica. Las tropas que mandaba Bruto las desmovilicé por desleales, pero sólo las castigué quitándoles las armas y la coraza, Y sus dos águilas, naturalmente. Considero la conducta de Regium Lepidum síntoma del descontento general al norte de la frontera, y espero que ello explique por qué me quedo.

No envío la cabeza del traidor Bruto con este informe de mis servicios porque en el momento de su muerte era gobernador con imperium prepretoriano, y no creo que el Senado quiera exhibirla en los rostra. Pero he enviado la cabeza y las cenizas a su viuda. Espero haber obrado correctamente. No tenía intención de ejecutar a Bruto, pero él se lo buscó.

Ruego con todo respeto que se me prorrogue el imperium de momento. Puedo desempeñar una función útil aquí en la Galia itálica, conservando la provincia para el Senado y el pueblo de Roma.

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