Favoritos de la fortuna (85 page)

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Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

El Senado, bajo la habilidosa guía de Filipo, declaró sacer a los que habían tomado parte en la rebelión de Lépido, pero como aún eran patentes los horrores de la proscripción, no se tomaron represalias contra sus familias. La viuda de Marco Junio Bruto, con el tarro de arcilla que contenía las cenizas en el regazo, podía estar tranquila. El futuro de su hijo de seis años no corría peligro, aunque de ella dependería que no se concitasen contra él los odios políticos cuando fuese mayor.

Servilia contó al niño la muerte del padre de un modo que le dio a entender que jamás debería admirar ni ayudar al asesino Cneo Pompeyo Magnus, el advenedizo picentino. El niño la escuchó, asintiendo muy serio con la cabeza y sin dar muestra alguna de si le entristecía saberse huérfano.

No había entrado en la etapa de crecimiento rápido, y era todavía un niñito de piernas delgadas que hacía pucheros. De pelo y ojos muy negros, y piel cetrina, tenía ya un cierto atractivo que su querida mamá conceptuaba belleza, y su tutor hacía elogios de lo bien que leía, escribía y calculaba (si bien callaba que el pequeño Bruto carecía de cualidades originales y de imaginación). Naturalmente, Servilia no tenía intención de enviarle a la escuela con otros niños; era demasiado sensible, demasiado inteligente, demasiado precioso, y podían quitárselo.

Sólo tres miembros de su familia habían venido a darle el pésame, aunque dos de ellos no eran en puridad parientes próximos.

Después de morir los padres, abuelos y tías de Servilia, la única persona de relación consanguínea, el tío Mamerco, había puesto los seis huérfanos de su hermano a cargo de una prima de Servilio Cepión y su madre. Esas dos mujeres, Cnea y Porcia Liciniana, fueron las que acudieron a visitarla, cortesía que a Servilia le sobraba. Cnea, que le recordaba el agrio y mudo dominio de su despótica madre, seguía casi con treinta años con el mismo pecho liso de su adolescencia, y Porcia Liciniana dominó la conversación como había hecho toda la vida.

—Bien, Servilia, nunca pensé que te vería viuda tan joven, y lo siento —dijo aquella mujerona—. Siempre me pareció extraño que Sila no incluyera a tu esposo y a su padre en las listas de proscritos, aunque supuse que era en deferencia para contigo. Habría estado fuera de lugar incluso para Sila proscribir al suegro de su propia sobrina, pero, en realidad, hubiera debido ser así. El viejo Bruto fue acérrimo partidario de Cayo Mario y de Carbón. Debió de ser el matrimonio de su hijo lo que les salvó a los dos, y era de esperar que el hijo aprendiese la lección, ¿no crees? Pues no, se le ocurre apoyar a ese idiota de Lépido. Cualquiera con un poco de sentido común habría podido darse cuenta de que era una opción absurda.

—Bastante —comentó cortésmente Servilia.

—Yo también lo siento —dijo Cnea con brusquedad, para poner su granito de arena.

Pero la mirada que Servilia dirigió a la pobre criatura no expresaba cariño ni compasión; Servilia la despreciaba, aunque no la odiase tanto como a su madre.

—¿Que harás ahora? —inquirió Porcia Liciniana.

—Casarme otra vez lo antes posible.

—¡Casarte de nuevo! Eso no está bien para una mujer de tu rango. Yo me quedé viuda y no volví a casarme.

—Me imagino que nadie te lo propondría — dijo Servilia sin alzar la voz.

Pese a su insensibilidad, Porcia Liciniana advirtió la causticidad del comentario y se puso en pie muy digna.

—He cumplido con mi deber y te he dado el pésame —dijo—. Anda, Cnea, vámonos ya. No estorbemos a Servilia en su búsqueda de un nuevo marido.

—¡Vete con viento fresco, vieja verpa! —dijo Servilia cuando hubieron salido.

Tan indeseada como Porcia Liciniana y Cnea fue la tercera visita que tuvo poco después: el más joven de los seis huérfanos, Marco Porcio Catón, era hermanastro de Servilia por parte de madre, hermana de Druso y Mamerco.

—Mi hermano Cepio hubiera debido venir —dijo el joven Catón con su voz dura y desagradable—, pero está fuera de Roma con el ejército de Catulo; es contubernalis, si sabes lo que significa el término.

—Lo sé —contestó Servilia sin alzar la voz.

Pero la insensibilidad de Porcia Liciniana no era nada comparada con la de Marco Porcio Catón, y éste no captó la ironía. Tenía ya dieciséis años, pero seguía viviendo con Cnea y su madre, igual que su hermana Porcia, pues hacía tiempo que Mamerco había vendido la casa de Druso por ser muy grande y ahora vivían todos en la del padre de Catón.

Aunque el enorme tamaño de su aguileña nariz impedía que pudiera calificársele de guapo, Catón era un joven muy atractivo de cutis claro y anchos hombros; sus grandes y expresivos ojos eran de color gris claro con una espesa cabellera castaño rojiza y una boca bonita. No obstante, para Servilia era un monstruo sin paliativos, una persona ruidosa, lerda, insensible, y tan pendenciero, que había sido un tormento para su gemelo mayor desde que comenzó a andar y a hablar.

Les separaban diez años y distinto padre, pero aún había más. Servilia era una patricia de familia cuyo origen se remontaba a la época de los reyes de Roma, mientras que la rama de la familia de Catón procedía de una esclava celtíbera, Salonia, que había sido la segunda mujer de Catón el Censor. Para Servilia, esa mancha que la madre había arrojado sobre ella y la familia de su marido era intolerable, y era incapaz de ver a ninguno de sus tres hermanos más jóvenes sin apretar los dientes de rabia y vergúenza. Ante Catón demostraba estos sentimientos, mientras que ante Cepio, que se suponía era auténticamente hermano suyo (aunque ella sabía que no), los ocultaba. Por decencia. ¡Maldita decencia!

No es que Catón sintiese complejo social alguno; él estaba muy orgulloso de su bisabuelo el censor y consideraba impecable su ascendencia; como los nobles romanos habían olvidado el segundo matrimonio de Catón el Censor (basándose en que había sido una venganza contra el hijo esnob que había tenido de su primera esposa, una Licinia), el joven Catón tenía esperanzas de llegar al Senado y muy posiblemente al consulado.

—Al final, tío Mamerco no te eligió un buen marido —dijo Catón.

—No estoy de acuerdo —respondió Servilia—. Me convenía. Al fin y al cabo era un Junio Bruto; plebeyo quizá, pero totalmente noble por ambas partes.

—¿Es que nunca vas a entender que el linaje es mucho menos importante que los actos de la persona? —replicó Catón.

—Es mucho más importante.

—¡Eres una esnob insoportable!

—Si, lo soy; y doy gracias a los dioses por ello.

—Estropearás a tu hijo.

—Eso está por ver.

—Cuando sea un poco mayor, ya me encargaré de él para borrarle todas las pretensiones sociales.

—Por encima de mi cadáver.

—¿Cómo vas a impedírmelo? ¡No vas a tener al niño pegado a tus faldas toda la vida! Como es huérfano yo estoy in loco parentis.

—Por poco tiempo. Pienso volver a casarme.

—¡Volver a casarse es impropio de una noble romana! Creí que ibas a emular a Cornelia, la madre de los Gracos.

—No soy tonta. Una noble de ascendencia patricia debe tener esposo para asegurarse la preeminencia. Y un esposo tan noble como ella.

Él soltó una estentórea carcajada.

—¿Quieres decir que vas a casarte con un bufón linajudo como Druso Nerón?

—Mi hermana Lilla es quien va a casarse con Druso Nerón.

—¡Muy oportuno! Y eso que no se gustan.

—Harán lo que les digan, conforme está dispuesto.

—Seré yo quien se case con la hija de tío Mamerco —dijo Catón con aire de suficiencia.

Servilia le miró con aire despreciativo.

—¡Tú no! Emilia Lépida está prometida hace años a Metelo Escipión, de cuando el tío Mamerco estaba con Pío, su padre, en el ejército de Sila. ¡Tú, Catón, comparado con Metelo Escipión, eres una seta!

—Es igual. Emilia Lépida estará prometida a Metelo Escipión, pero no le ama; se pelean constantemente, y cuando está triste ¿a quién acude ella? ¡A mí, naturalmente! ¡Pierde cuidado, que me casaré con ella!

—¿No hay nada bajo el sol capaz de quebrantar tu increíble engreimiento? —inquirió ella.

—Si lo hay no me consta —replicó él imperturbable.

—No te preocupes, que surgirá.

Otra risotada.

—¡Eso esperas!

—No espero; estoy segura.

—Mi hermana Porcia ya está comprometida —añadió Catón para no cambiar de tema.

—Con un Ahenobarbo sin duda. ¿El joven Lucio?

—Exacto; el joven Lucio. ¡Me gusta! Es una persona que sabe pensar.

—Un advenedizo casi tan fatuo como tú.

—Me marcho —dijo Catón levantándose.

—¡Vete con viento fresco! —volvió a decir Servilia, pero esta vez a la cara.

Así fue como Servilia fue a su cama vacía aquella noche, sumida en una mezcla de tristeza y decisión. Así que no aprobaban su intención de volver a casarse; la consideraban una fuerza acabada, ¿verdad?

—¡Pues se equivocan! —exclamó en voz alta antes de rendirse al sueño.

Por la mañana fue a ver a tío Mamerco, con quien siempre se había llevado muy bien.

—Eres el albacea del testamento de mi esposo —dijo—. Quiero saber qué sucede con mi dote.

—Sigue siendo tuya, Servilia, pero ahora que eres viuda no la necesitarás. Marco Junio Bruto te ha dejado lo suficiente para vivir cómodamente, y su hijo es un niño muy rico.

—No pienso seguir viviendo sola, tío. Quiero volver a casarme si me encuentras un esposo conveniente.

—Rápida decisión —comentó Mamerco sin salir de su asombro.

—No hay por qué demorarlo.

—Han de pasar nueve meses para que puedas volver a casarte, Servilia.

—Tiempo de sobra para que me encuentres marido —replicó la viuda—. Que sea por lo menos de tan buena cuna y fortuna como Marco Junio, pero preferiblemente algo más joven.

—¿Cuántos años tienes tú?

—Veintisiete.

—¿Quieres alguien de unos treinta?

—Una edad ideal, tío Mamerco.

—No un cazafortunas, claro.

—¡No un cazafortunas! —contestó ella enarcando las cejas.

—De acuerdo, Servilia —dijo Mamerco sonriente—. Comenzaré a buscar. No será difícil. Tu linaje no puede ser mejor, tienes una dote de doscientos talentos y eres fértil. Y tu hijo no será una carga financiera ni para tu esposo ni para ti. ¡Sí, creo que te encontraremos algo que esté bien!

—Por cierto, tío —dijo ella cuando se levantaba—, ¿te has dado cuenta de que el joven Catón ha echado el ojo a tu hija?

—¿Qué?

—Catón ha echado el ojo a Emilia Lépida.

—¡Si está prometida a Metelo Escipión!

—Eso le dije yo, pero él no parece considerarlo un impedimento. Yo no creo que Emilia Lépida tenga pensado cambiar a Metelo Escipión por Catón, pero no cumpliría con mi deber si no te informara de lo que va diciendo Catón por ahí.

—Son buenos amigos, es cierto —dijo Mamerco con aire de preocupación—, ¡pero tiene exactamente la misma edad que Emilia Lépida! Generalmente a las chicas no les interesan muchachos de su misma edad.

—Te repito que no sé lo que a ella le interesa. Lo Único que te digo es que a Catón le interesa ella. ¡Córtalo de raíz, tío, córtalo de raíz!

«¡Así aprenderás, Marco Porcio Catón!», se dijo Servilia para sus adentros al salir a la tranquila calle del Palatino donde vivían Mamerco y Cornelia Sila. ¿Cómo has osado pretender a la hija de tío Mamerco, patricia por los dos costados?

Y llegó a su casa, muy satisfecha de sí misma. En muchos aspectos, no lamentaba que la vida le hubiese reservado el destino de viuda; aunque cuando se casó con Marco Junio Bruto no era muy mayor, los ocho años de matrimonio le habían avejentado a sus ojos, y ella había comenzado a desesperar de tener más hijos. Un varón ya estaba bien, pero las hijas también servían; con una buena dote podían encontrar un buen marido que fuese políticamente útil para el hijo varón. Si, la muerte de Bruto había sido una sorpresa, pero no la afligía.

El mayordomo en persona le abrió la puerta.

—¿Qué sucede, Dito?

—Tenéis visita, domina.

—¡Después de tantos años, griego idiota, deberías saber anunciar las visitas de otro modo! —le espetó ella, complaciéndose en el súbito temor que le asaltaba—. ¿Qué visita?

—Dijo que era Décimo Junio Silano, señora.

—Dijo que era Décimo Junio Silano. O es quien dice que es o no lo es. ¿Quién es, Epafrodito?

—Es Décimo Junio Silano, señora.

—¿Le has hecho pasar al despacho?

—Sí, señora.

Y allí se dirigió sin quitarse la negra palla, frunciendo el ceño para enfrentarse con aquel Décimo Junio Silano. La misma famosa familia de su difunto marido, pero de una rama con el cognomen de Silano porque el primero de la estirpe llamado así no era feo como el impúdico rostro del Silano que arrojaba el agua en todas las fuentes de Roma, sino un hombre guapo. Con la misma fama que los Memmios, los Junio Silanos seguían siendo hombres muy bien parecidos.

—Venía— dijo él, tendiendo la mano a la viuda a darte el pésame y ofrecerte la ayuda que puedas necesitar. Me imagino que estarás muy apenada —concluyó con poca convicción, ruborizándose.

Evidentemente, por el rostro no se le podía confundir más que con un Junio Silano, pues era rubio, de ojos azules y de una guapura impresionante. A Servilia le gustaban los rubios guapos. Puso su mano en la de él el tiempo preciso, y se volvió para quitarse la palla y dejarla en el respaldo de la silla de su difunto, quedándose con el negro vestido. Era un color que le iba bien por su cutis claro, pero sus ojos y el pelo eran tan azabache como sus galas de viuda. También tenía buen gusto y se vestía con estilo y sencillez, y al joven le pareció tan perfecta de carne y hueso como se lo había parecido en el recuerdo.

—Décimo Junio, ¿no nos conocemos? —inquirió, haciéndole seña para que se sentase en el sofá, mientras ella se acomodaba en una silla.

—Si, Servilia, pero de hace años. Nos vimos en una cena en casa de Quinto Lutacio Catulo antes de que Sila fuese dictador. No hablamos mucho, pero recuerdo que hacía poco que habías tenido un hijo.

—¡Ah, claro! —exclamó ella recordándolo—. Excusa mi descortesía, pero es que me han sucedido tantas cosas desde entonces… —añadió, llevándose una mano a la cabeza con gesto de tristeza.

—No te preocupes —contestó él afable, sentándose sin decir nada más ni quitarle ojo.

Ella tosió delicadamente.

—¿Te apetece un poco de vino?

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