Filipo se sentó, y Décimo Junio Bruto, el primer cónsul, se puso en pie.
—Miembros de la Cámara, propongo una votación. Los que estén a favor de otorgar un mando especial con imperium proconsular y seis legiones a Cneo Pompeyo Magnus, caballero, que se sitúen a mi derecha. Los que se opongan, que se coloquen a mi izquierda.
Nadie se situó a la izquierda de Décimo Bruto, ni siquiera el joven senador Cayo Julio César.
N
o había nadie con quien Pompeyo pudiese compartir la noticia cuando le llegó a Mutina la carta de Filipo, ni nadie cuando llegó el decreto del Senado en los idus de sextilis. Aún estaba intentando convencer a Varrón de que la expedición a Hispania era tan interesante como beneficiosa para un superdotado capaz de grandes empresas, pero las respuestas de Varrón a sus misivas eran tibias. Los hijos de Varrón habían alcanzado una edad ideal, y él no tenía ganas de ausentarse de Roma durante una más que previsible larga temporada.
El nuevo procónsul, sin haber sido cónsul, estaba muy bien preparado y sabía exactamente cómo iba a actuar. En primer lugar, escribió al Senado informándole de que tomaría el mando de tres de las cuatro legiones que habían sido de Catulo y luego de Mamerco, y añadiría tres legiones de sus veteranos. Sin embargo, decía, la clase de guerra que Metelo Pío hacia en la Hispania Ulterior no era de índole agresiva y desde los primeros días de su mandato el grueso de las operaciones se había trasladado a la provincia Citerior; por consiguiente, solicitaba que el Senado ordenase a Metelo Pío ceder una de sus legiones a Pompeyo. Su valioso cuñado, Cayo Memmio, era ya tribuno militar con Metelo Pío, y al año siguiente tendría ya edad para ser cuestor; ¿era posible que Cayo Memmio fuese nombrado cuestor in absentia y se incorporase como cuestor al estado mayor de Pompeyo en la Hispania Citerior?
El consentimiento del Senado (hábilmente manipulado por Filipo) llegó antes de que Pompeyo partiera de Mutina, corroborando su convicción de que cualquier cosa que pidiera se la concederían. Padre de un hijo de casi dos años y de una hija nacida a primeros de año, Pompeyo dejó a Mucia Tercia en su fortaleza de Piceno, dando orden de que no fuese a Roma durante su ausencia. Esperaba una larga campaña y no quería exponer a tentaciones a su hermosa y enigmática esposa.
Aunque ya había movilizado mil soldados de caballería de sus propias unidades, tenía la intención de incrementar el número reclutando jinetes en la Galia Transalpina, uno de los principales motivos por los que prefería ir a Hispania por tierra. Además, no le gustaba el mar y no confiaba en los barcos para llegar a su nueva provincia, a pesar de que los vientos de invierno eran favorables.
Había consultado todos los mapas y hablado con todos los comerciantes y viajeros de la ruta terrestre hacia Hispania, y sabía que la vía Domicia presentaba inconvenientes, pues cuando Marco Perpena Vento la había cruzado con los restos del ejército de Lépido en Cerdeña para encaminarse desde Liguria a Hispania, se había recreado en causar el mayor daño posible a Roma, y en consecuencia había soliviantado contra ella a las principales tribus de la Galia Transalpina: helvecios, voconcios, saluvios y volscos arecomici.
Lo peor del levantamiento de las tribus galas era el retraso que sufriría camino de Hispania a través de un territorio hostil lleno de pobladores muy belicosos. Pompeyo no dudaba de lograr cruzarlo, pero quería a toda costa llegar a Hispania antes del invierno, pues si quería estar seguro de que Metelo Pío no ganaba la guerra contra Sertorio, no podía demorarse un año en llegar allí, cosa más que probable dado el estado levantisco de la Galia Transalpina. Todos los pasos de los Alpes los dominaban una u otra de las tribus sublevadas; los cazadores de cabezas saluvios ocupaban las alturas de los Alpes marítimos, los voconcios campaban por el valle del Druentia y el paso del monte Genava, los helvecios obstruían las alturas medias del valle del Rhodanus y los volscos arecomici se interponían en la vía Domicia en la zona a los pies del macizo central de las Cevennas.
Añadiría laureles a su frente si aplastaba todas aquellas insurrecciones de bárbaros, desde luego, pero no laureles de suprema calidad. Esos laureles estaban en el territorio de Sertorio. En tal caso, ¿cómo evitar el largo y arduo tránsito por la Galia Transalpina?
La respuesta ya la sabía antes de partir de Mutina a primeros de septiembre: evitaría la ruta habitual y abriría una nueva. El mayor de los afluentes norte del Padus era el Duna Maior, que descendía rugiente y veloz de los Alpes más altos, los que se alzaban entre el arco de la Galia itálica occidental y los lagos y ríos que irrigaban la Galia Comata, el lago Lemanna, el curso alto del Rhodanus y el poderoso río Rhenus que separaba las tierras de los galos de las de los germanos. La hermosa hendidura socavada por el Duna Maior era conocida como el valle de los salassi por estar habitado por la tribu gala del mismo nombre; cuando treinta años atrás se había encontrado oro de aluvión en sus aguas y habían comenzado a acudir los buscadores romanos, aquellos bárbaros habían opuesto tan tenaz resistencia que nadie más había osado ir a explorar el curso fluvial más allá de la ciudad de Eporedia.
Pero se decía que en el fondo del valle de los Salassi había dos pasos en los Alpes Peninos. El primero era prácticamente un sendero de cabras que cruzaba las mayores alturas y descendía hasta el asentamiento llamado Octodurum, de la tribu de los veragros, para después seguir el alto curso del Rhodanus hasta desembocar en el extremo oriental del lago Lemanna; debido a que llegaba a más de tres mil metros de altura, era un paso sólo practicable en verano y a principios de otoño, pero demasiado peligroso para un ejército. El segundo paso discurría a una altura de unos dos mil trescientos metros, y permitía el tránsito de carros, aunque no estaba pavimentado ni tenía guarnición romana; llevaba, en dirección norte, hasta el nacimiento del río Isara y las tierras de los alóbroges para seguir el curso médio del Rhodanus. Era el camino que habían seguido en su huida los cimbros germanos tras su derrota en Vercellae a manos de Cayo Mario y Catulo César, aunque su avance había sido muy lento, y más adelante habían sido aniquilados por los alóbroges y los ambarri.
Ya durante la primera entrevista que sostuvo Pompeyo con un grupo de los salassi sometidos, había descartado la idea de utilizar el paso más alto, pero el más bajo le interesaba enormemente. Un camino cuya anchura permitía el paso de carros, por abrupto y peligroso que fuese, significaba que podía cruzarlo con las legiones y —esperaba— con la caballería. La estación estaba atrasada en un mes al calendario, así que cruzaría los Alpes a finales de verano si se ponía en marcha a primeros de septiembre, siendo mínimas las posibilidades de nevada incluso a dos mil trescientos metros. Decidió no llevar pertrechos en carro, confiando en poder abastecerse en Narbo y más adelante en la Galia; por lo tanto hizo acopio del mayor número posible de mulas para el transporte de la impedimenta.
—Vamos a avanzar aprisa, por difícil que sea el terreno —dijo a su ejército formado al amanecer del día de la marcha—. Cuantas menos noticias tengan los alóbroges de nuestra llegada, más posibilidades tendremos de no vernos empantanados en un combate que no deseo. Debemos alcanzar los Pirineos antes de que se halle cerrado el paso más bajo de Hispania. La Galia Transalpina pertenece moralmente a los Domicios Ahenobarbos, y por lo que a mí respecta pueden quedársela. ¡Necesitamos estar en la Hispania Citerior en invierno, y en la Hispania Citerior estaremos en invierno!
El ejército cruzó el paso de menor altura por el valle de los Salassi a finales de septiembre, encontrando muy pocos obstáculos en el propio camino y por parte de los pueblos de los aledaños. Y cuando Pompeyo descendió al valle del Isara y a las tierras de los fieros alóbroges, para éstos fue tan inesperado que blandieron inútilmente sus lanzas en dirección a la estela de polvo sin lograr darle alcance, y el ejército romano llegó hasta el Rhodanus sin encontrar resistencia organizada. Fueron los helvecios, que vivían en la orilla occidental del gran río, a los pies del macizo de las Cevennas, quienes presentaron batalla, pero resultaron presa fácil para Pompeyo, que derrotó a varios contingentes de guerreros y finalmente pidió y obtuvo rehenes con la promesa de un comportamiento pacífico. Los voconcios y los saluvios, que se atrevieron a bajar a las llanuras del Rhodanus, corrieron igual suerte, y lo mismo sucedió con los volscos arecomici que les atacaron después de cruzar la calzada de los pantanos entre Arelate y Nemausus. Salvado el último peligro, Pompeyo reagrupó los centenares de niños que había tomado como rehenes y los envió a Massilia para que los retuvieran allí.
Cruzó los Pirineos antes del invierno y halló un excelente lugar para establecer su campamento en tierras de los civilizados indicetes, cerca de la ciudad de Emporiae. Ya estaba en la Hispania Citerior. El procónsul que no había sido senador, y menos aún cónsul, se sentó para escribir al Senado contando sus aventuras desde la marcha de la Galia itálica, poniendo énfasis en el valor y audacia de abrir una nueva ruta a través de los Alpes, y en la facilidad con que había derrotado a las tribus galas.
Al faltarle los toques finales con que Varrón siempre adornaba su limitada prosa, Pompeyo escribió al otro procónsul, Metelo Pío el Meneítos, en la Hispania Ulterior.
He llegado a Emporiae y he instalado el campamento de invierno. Voy a pasar el invierno endureciendo a mis tropas para la campaña del año que viene. Creo que el Senado te ha ordenado que me entregues una de tus legiones. Ahora mi cuñado Cayo Memmio habrá sido elegido cuestor y podrá traerme esa legión bajo su mando.
Evidentemente la mejor manera de derrotar a Quinto Sertorio es actuar de concierto. Por eso el Senado no nos ha nombrado superior y subordinado. Compartiremos el mando y actuaremos juntos.
He hablado mucho con gente que conoce Hispania y he ideado una buena estrategia para el año que viene. Sertorio no se atreve a penetrar en la Ulterior al este del Betis, porque está densamente poblada y romanizada y no hay tribus salvajes que simpaticen con su causa.
A ti te incumbe, Quinto Cecilio, cuidar la Ulterior y no hacer nada que provoque a Sertorio para que invada la provincia al este del Betis. Yo este año le expulsaré de la zona costera de la Citerior. No será una campaña ardua desde el punto de vista de los abastecimientos; en las zonas costeras hay zonas de buenas tierras con excelentes cultivos. En primavera descenderé hacia el sur, cruzaré el río Iberus y me dirigiré a Cartago Nova, que sigue en nuestras manos, aunque aislada del resto de la Citerior por las fuerzas de Sertorio. Cuando me una a Cayo Memmio en Cartago Nova volveremos a invernar en Emporiae, reforzando de paso las diversas ciudades costeras.
Al año siguiente expulsaré a Sertorio de la Hispania Citerior y le obligaré a retirarse hacia el suroeste, a tierras de los lusitanos. Al tercer año, Quinto Cecilio, juntaremos nuestros dos ejércitos y le aplastaremos en el Tajo.
Cuando Metelo Pío recibió este comunicado a mediados de enero, se retiró a su despacho en la casa que ocupaba en la ciudad de Hispalis para estudiarlo a solas. Su contenido no era para reír, pero esbozó una amarga sonrisa, ignorando que Sila había recibido en cierta ocasión una carta no muy distinta, llena de abundante información sobre un país que el dictador conocía mucho mejor que Pompeyo. ¡Por los dioses, qué confianza en sí mismo tenía el joven Carnicero! ¡Y qué paternalista!
Tres años habían transcurrido desde que Metelo Pío y sus ocho legiones habían llegado a la Hispania Ulterior, tres años en que Sertorio había resultado mejor estratega y general que él. Nadie sentía más respeto por Quinto Sertorio y su legado Lucio Hirtuleyo que Metelo Pío el Meneítos. Y nadie mejor que él sabía lo difícil que iba a ser, incluso para Pompeyo, vencer a Sertorio y a Hirtuleyo. Por lo que a él respectaba, la tragedia radicaba en que Roma no le había dado tiempo. Según Esopo, los lentos pero constantes ganan la carrera; pero Metelo Pío era la quintaesencia de los lentos y constantes. Se había lamido las heridas y reorganizado sus fuerzas para compensar la pérdida de una legión, y a continuación se atrincheró en su provincia sin provocar a Sertorio. Y muy deliberadamente. Pues mientras aguardaba y reunía los informes del espionaje pormenorizando los movimientos de Sertorio, se dedicaba a reflexionar. No consideraba imposible derrotar a Sertorio; lo que sucedía es que creía que a Sertorio no se le podía derrotar con métodos militares ortodoxos, y estaba convencido de que la solución estribaba, al menos en parte, en establecer una red de espionaje más astuta y artera, una clase de red que impidiese que Sertorio se enterase de antemano de sus movimientos de tropas. Una cosa bien difícil, porque los indígenas eran la clave del espionaje suyo y del de Sertorio; pero no era imposible. Y en ese sentido estaba trabajando Metelo Pío.
Ahora Pompeyo irrumpía en el solar de Hispania con poderes del Senado (manipulado por Filipo) con igual imperium que él y muy seguro de su capacidad para eclipsar a Sertorio, a Hirtuleyo y a Metelo Pío. Bien, ya aprendería Pompeyo lo que Metelo Pío sabía perfectamente, aunque en aquel momento no estuviera dispuesto a escucharlo; cuestión de tiempo y unas cuantas derrotas. Oh, no cabía duda de que el joven era valiente como un león, pero el Meneítos le conocía de cuando tenía dieciocho años, y también sabía que Sertorio era valiente como un león. Y lo más importante, era el héroe militar de Cayo Mario y conocía el arte de la guerra como pocos hombres en la historia de Roma. Pese a todo, Metelo Pío había comenzado a intuir la debilidad de Sertorio y estaba casi seguro de que ésta radicaba en su engreimiento. Si esas ideas regias y fantasiosas podían socavarse sería posible buscarle las vueltas.
Pero ahora no se las podía buscar porque iba a enfrentarse a él Cneo Pompeyo Magnus.
Entró su hijo, después de haber llamado debidamente, porque Metelo Pío era un acérrimo partidario del formalismo. Todos le conocían por Metelo Escipión (aunque en privado su padre le llama¡ba Quinto) y su nombre completo era majestuoso: Quinto Cecilio Metelo Pío Corneliano Escipión Nasica; con diecinueve años, había llegado el año anterior para incorporarse al estado mayor de su padre como contubernalis, y estaba muy contento de poder —igual que había sido el caso de su progenitor— hacer el servicio militar con su padre. El vínculo paterno no tenía la fuerza de la sangre, pues Metelo Pío había adoptado al hijo mayor de Licinia, la hermana de su esposa, casada con Escipión Nasica. El Meneítos no se explicaba por qué Licinia la mayor era una mujer fértil que había concebido varios hijos, mientras que su Licinia era estéril. Eran cosas que sucedían, y cuando sucedían el hombre se divorciaba de la mujer estéril o, si la amaba, como en su caso, adoptaba un hijo.