Favoritos de la fortuna (91 page)

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Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

—¿Verdad que es estupendo? —dijo Metelo Pío a su hijo mientras contemplaban la estela de polvo que iba alejándose hacia el Oeste de Itálica.

—¡Tata, has estado genial! —exclamó el joven, olvidando que ya era demasiado mayor para usar aquel diminutivo infantil.

El Meneítos no cabía en sí de gozo.

—Y ahora nos daremos un buen baño en el río y dormiremos bien esta noche para mañana marchar hacia Gades —añadió, feliz, pensando ya en las cartas que iba a escribir al Senado y a Pompeyo.

—¿A Gades? ¿Por qué a Gades? —inquirió Metelo Escipión extrañado.

—¡Claro que a Gades! —contestó Metelo Pío, cogiéndole por los hombros y zarandeándole—. ¡Vamos, muchacho, a la sombra! No quiero que nadie coja una insolación, que os necesito a todos. ¿No te apetece un largo viaje por mar para huir de este calor?

—¿Un largo viaje? ¿A dónde?

—A Cartago Nova, en socorro de Cayo Memmio.

—¡Padre, desde luego no cabe duda de que eres genial!

Y eso, pensó el Meneítos mientras conducía a su hijo a la sombra de la tienda de mando, era tan emocionante como escuchar los gritos y vítores de «¡Imperator!» con que le había saludado el ejército al término de la batalla. ¡Lo había conseguido! Había infligido una derrota al mejor general de Quinto Sertorio.

La flota que zarpó de Gades era grande y perfectamente escoltada por todos los navíos de guerra que el gobernador pudo reunir; los mercantes iban cargados de trigo, aceite, pescado y carne en salazón, garbanzos, vino y hasta sal. Todo lo necesario para asegurar el abastecimiento de Cartago Nova, cercada por los contestanos por tierra y bloqueada por los piratas por mar.

Después de aprovisionar a Cartago Nova, Metelo Pío embarcó la legión de Cayo Memmio en los mercantes vacíos y zarpó para seguir tranquilamente hacia el norte por la costa este de Hispania Citerior, complacido al ver que el barco pirata con que se tropezaron huía a toda vela. Los piratas habrían derrotado a Cayo Cotta en una batalla naval varios años atrás en aquellas mismas aguas, pero rehuían al Meneítos.

Él iba, naturalmente, como buen noble romano que era, a entregar a Pompeyo en Emporiae la legión de Cayo Memmio; y también iba a jactarse un poquito y a mostrarse algo apesadumbrado por el desastroso verano bélico de Pompeyo… Consideraba que se lo merecía por intentar arrebatarle la gloria.

Cuando, pasado ya el fuerte reducto pirata de Dianium, Metelo Pío mandó anclar los barcos en una ensenada tranquila para pasar la noche, vieron que se llegaba a ellos una barca de Dianium. Era Balbus el joven con muchas noticias.

—¡Qué bien volver a hallarme entre amigos! —dijo en su curioso latín a Metelo Pío, Metelo Escipión y Cayo Memmio (aparte de su tío, que se alegró sobremanera de verle sano y salvo).

—Supongo que no pudiste entrar en contacto con mi colega Cneo Pompeyo —dijo Metelo Pío.

—No, Quinto Cecilio. No pude pasar de Dianium. Toda la costa desde la desembocadura del Sucro hasta el Tader está llena de tropas de Sertorio, y a mí se me nota que soy gaditano… me habrían capturado y torturado. Mientras que en Dianium hay muchos púnicos; así que pensé que sería mejor quedarme allí y enterarme de cuanto pudiera.

—¿Y de qué te has enterado, Balbus?

—¡De lo que me he enterado y lo que he visto! Algo muy interesante —dijo Balbus el joven con ojos brillantes—. No hará dos intervalos de mercado que llegó una escuadra; venía del Pontus y era del rey Mitrídates.

Los romanos, tensos, se inclinaron para oír mejor.

—Continúa —dijo Metelo Pío.

—En la capitana viajaban dos emisarios del rey, dos desertores romanos… creo que habían sido legados al mando de tropas de Fimbria, Lucio Magio y Lucio Fanio.

—Sus nombres estaban en las listas de proscritos de Sila —comentó Metelo Pío.

—Habían venido a ofrecer a Quinto Sertorio, que acudió en persona a hablar con ellos cuatro días después, tres mil talentos de oro y cuarenta grandes navíos de guerra.

—¿A cambio de qué? —gruñó Cayo Memmio.

—A cambio de que, cuando Quinto Sertorio sea dictador de Roma, confirme a Mitrídates todos los territorios que posee y le permita expansionarse más.

—¡Cuando Sertorio sea dictador de Roma! —dijo Metelo Escipión boquiabierto—. ¡ Eso no sucederá jamás!

—¡Tranquilízate, hijo! Deja que prosiga el buen Balbus —terció el padre, reprimiendo su indignación.

—Quinto Sertorio aceptó la propuesta del rey con una condición: que la provincia de Asia y Cilicia siga siendo de Roma.

—¿Y qué dijeron Magio y Fanio?

—Aceptaron, según mi informador. Supongo que se lo esperaban, porque Roma no quiere perder ninguna provincia. Aceptaron en nombre del rey, aunque dijeron que Mitrídates tendría que oírselo antes a ellos para dar su confirmación formal.

—¿Y sigue fondeada en Dianium la flota póntica?

—No, Quinto Cecilio. Sólo estuvo nueve días y volvió a zarpar.

—¿Y entregaron oro o barcos?

—Aún no. Lo harán en primavera. Sin embargo, Quinto Sertorio envió pruebas al rey de su buena fe…

—¿Cuál?

—Ha regalado al rey una centuria completa de sus mejores tropas hispanas de guerrilla al mando de Marco Mario, un joven a quien aprecia mucho.

—¿Quién es Marco Mario? —inquirió el Meneítos, frunciendo el ceño.

—Un hijo ilegítimo que tuvo Cayo Mario con una mujer de los beturios cuando era propraetor de la provincia Ulterior, hace cuarenta y ocho años.

—Pues no será tan joven ese Marco Mario —comentó Cayo Memmio.

—Cierto; perdonad que os lo haya hecho creer —respondió Balbus excusándose.

—¡Por los dioses, hombre, no es ningún delito! —comentó el Meneítos, irónico—. Continúa, continúa.

—Pero Marco Mario no ha salido nunca de Hispania, y, aunque habla bien latín y ha recibido una buena educación, pues Cayo Mario le había dejado bien provisto, es un hombre inclinado a la causa de los bárbaros hispanos. De hecho, ha sido el mejor comandante de guerrillas de Quinto Sertorio, y esa clase de combate es su especialidad.

—Entonces, Sertorio le ha enviado para que enseñe a Mitrídates a tender emboscadas y hacer incursiones —dijo Metelo Escipión—. ¡Gracias, Sertorio!

—¿Y será en Dianium donde entreguen el dinero y los barcos? —preguntó Metelo Pío.

—Sí, en primavera, como os he dicho.

Las sorprendentes noticias dieron que pensar y materia para escribir a Metelo Pío durante el resto del viaje hasta Emporiae. Nunca había llegado a imaginar que las ambiciones de Sertorio fuesen más allá de proclamarse rey romanizado de toda la Hispania, pues su causa le parecía exclusivamente vinculada a la de los nativos.

—Ahora creo —dijo a Pompeyo al llegar a Emporiae— que hay que tomarse más en serio a Quinto Sertorio. La conquista de Hispania no es más que su primer paso, y si tú y yo no le paramos los pies, va a llegar a Roma con la blanca diadema lista para ceñírsela. ¡ Rey de Roma! Y aliado de Mitrídates y Tigranes.

Después de aquellos comentarios previos, a Metelo Pío le fue imposible hurgar en las heridas del joven Pompeyo. Había mirado aquel rostro inexpresivo y aquellos ojos vacíos del joven Carnicero, llegando a la conclusión de que en vez de reprocharle sus torpezas tenía que ayudarle espiritual y mentalmente. Su padre el Numídico habría dicho que de todos modos su honor le exigía escarbar con el cuchillo, pero el hijo Pío había vivido demasiado tiempo a la sombra de su padre y abominaba tan enrarecido concepto del pundonor.

Con objeto de efectuar amplias composturas en el maltrecho amor propio de Pompeyo, el Meneítos tuvo el acierto de enviar a su engreído y poco diplomático hijo a la Galia narbonense con Aulo Gabinio para reclutar caballería y caballos; habló con Cayo Memmio para que le secundara y encomendó a Afranio y a Petreyo la reorganización del mermado ejército de Pompeyo. Durante varios días mantuvo toda conversación y pensamientos al margen de las campañas pasadas, satisfecho de que las noticias de Dianium dieran nuevo impulso a los acontecimientos.

Finalmente, casi ya en diciembre y dispuestos a regresar a su provincia, la vieja de la Hispania Ulterior se puso manos a la obra.

—No creo que sea necesario hablar de los acontecimientos pasados —dijo resueltamente—. Ahora tenemos que preocuparnos de las próximas campañas.

A Pompeyo siempre le había gustado bastante Metelo Pío, y ahora hasta le habría complacido que su colega le hubiese zaherido con su jactancia por el éxito, pues a él le habría servido para desdeñarle y detestarle, mientras que con aquella amabilidad y consideración se exacerbaba su amargura. Era evidente que el Meneítos no le consideraba lo bastante importante como para despreciarle; no era más que un simple tribuno militar joven que había fracasado en su primera misión, al que había que recoger, sacudir el polvo y montarle de nuevo en el caballo.

Sin embargo, al menos esta actitud daba pie a que se sentasen juntos amigablemente. Antes del episodio con Sertorio, Pompeyo simplemente habría supuesto que se trataba de una charla entre militares, pero en su actual estado se limitó a sentarse a la espera de que Metelo Pío expusiera su plan.

—Esta vez —dijo el Meneítos— avanzaremos los dos hasta el Sucro en busca de Sertorio. Ninguno de los dos contamos con un ejército lo bastante numeroso para operar por separado. Pero yo no puedo cruzar por Laminium porque Hirtuleyo y el ejército hispano habrán regresado allí y me estarán esperando; así que tendré que elegir una ruta muy distinta y hacerla lo más sigilosamente posible, de modo que no le llegue a Sertorio noticia de mi avance, y menos a Hirtuleyo. Pero éste tendrá que dejar Laminium para cortarme el paso, y no lo hará hasta que Sertorio se lo ordene. Sertorio es un déspota completo en todo, asuntos militares incluidos.

—¿Y qué ruta seguirás? —inquirió Pompeyo.

—Me desviaré por el oeste, a través de Lusitania —contestó el Meneítos—. Me llegaré hasta Segovia.

—¿Segovia? ¡Eso está en el fin del mundo!

—Cierto. Eso despistará a Sertorio y me evitará tropezarme con Hirtuleyo. Sertorio creerá que me dirijo más arriba del Iberus para invadir la región mientras él se enfrenta a ti, y enviará a Hirtuleyo a interceptarme, porque él en Laminium se encuentra ciento sesenta kilómetros más cerca de Segovia que yo.

—¿Y qué quieres que haga yo exactamente? —preguntó Pompeyo, ahora ya más humilde.

—Que permanezcas acampado aquí en Emporiae hasta mayo. Yo tardaré dos meses en llegar a Segovia, así que saldré mucho antes que tú. Cuando te pongas en marcha hazlo con extrema precaución. Lo crucial de toda la estrategia es que parezca que avanzas con un propósito definido, totalmente independiente de mí, y que no llegues al Turis y a Valentia antes de finales de junio.

—¿Y no intentará Sertorio cerrarme el paso en Saguntum o Lauro?

—Lo dudo. Él no actúa en el mismo territorio dos veces. Tú ahora ya conoces bien Saguntum y Lauro.

Pompeyo se puso rojo, pero no dijo nada.

El Meneítos continuó como si no lo hubiese advertido.

—No, esta vez te dejará llegar al Turis y a Valentia, porque es terreno desconocido para ti. Herenio y el traidor Perpena siguen ocupando Valentia, pero no creo que se dispongan a aguantar el asedio; a Sertorio no le gusta resistir de ese modo en ciudades costeras, prefiere los reductos montañosos inexpugnables.

Metelo Pío hizo una pausa para mirar el rostro de Pompeyo, ya recuperado el color normal, y le animó sobremanera ver que sus ojos denotaban interés. ¡ Bien! Comenzaba a comprender.

—Desde Segovia me dirigiré al Sucro, donde espero que Sertorio te presente batalla.

Pompeyo frunció el ceño y dio vueltas a aquello en la cabeza, una cabeza que el Meneítos advirtió que funcionaba perfectamente; lo que sucedía es que había perdido la confianza en hacer planes propios. ¡Bueno, con un par de victorias la recuperaría! Su carácter estaba hecho y no iba a perderlo; sólo estaba maltrecho.

—Pero la marcha de Segovia hasta el Sucro tendrás que hacerla a través de la región más seca de Hispania —replicó Pompeyo—. ¡ Es puro desierto! Y hasta que alcances el Sucro no harás mas que cruzar montañas en vez de avanzar por valles. ¡ Es un camino infernal!

—Por eso lo elijo —contestó Metelo Pío—. Nadie ha seguido esa ruta jamás, y Sertorio no se imaginará que voy a llegar por ahí. Lo que espero es llegar al Sucro antes de que sus exploradores me oteen —añadió, enarcando las cejas y mirándole sonriente—. Pompeyo, tú has estudiado a fondo los mapas y los informes, y conoces bien el terreno.

—Si, Quinto Cecilio, pero eso no tiene comparación con la experiencia real, aunque es lo mejor que se puede hacer hasta obtenerla —replicó Pompeyo.

—¡Ya la estás adquiriendo, pierde cuidado! —dijo Metelo Pío animoso.

—Experiencia negativa —farfulló Pompeyo.

—Ninguna experiencia es negativa, Cneo Pompeyo, con tal de que se aproveche para triunfar.

—Supongo —añadió Pompeyo con un suspiro, encogiéndose de hombros y mirándose las manos—. ¿Dónde quieres que esté yo cuando llegues al Sucro? ¿Y cuándo crees que llegarás?

—Sertorio no subirá desde el Sucro hasta el Turis —dijo Metelo Pío con firmeza—. Herenio y Perpena quizás intenten detenerte en Valentia o en algún lugar del Turis, pero yo creo que sus órdenes serán reunirse con Sertorio en el Sucro. Yo intentaré encontrarme cerca de Sertorio a finales de quintilis. Es decir, si tú llegas al Turis a finales de junio, puedes rezagarte allí un mes. Pase lo que pase, no continúes hacia el sur para enfrentarte a Sertorio hasta finales de quintilis, porque si lo haces yo no estaré allí para reforzarte. Lo que Sertorio pretende es aniquilar a tus legiones para así quedar en ventaja para combatir conmigo. Yo bajaré.

—El año pasado dijiste que subirías, Quinto Cecilio.

—Habría sido algo inopinado, y es lo que debió de calcular Sertorio. Ten el convencimiento de que si me tropiezo con Hirtuleyo y vuelvo a derrotarle, haré cuanto pueda porque Sertorio no se entere hasta que yo pueda unir mis fuerzas a las tuyas.

—Me han dicho que en Hispania es difícil. Sertorio lo sabe todo.

—Eso dicen, pero yo ya hace unos años que estoy en Hispania y sé que Sertorio va perdiendo cada vez más ventajas. ¡Animo, Cneo Pompeyo! ¡Venceremos!

Decir que Pompeyo estaba más animado después de que la vieja de la Ulterior reembarcase camino de Gades quizá fuese exagerado, pero desde luego sí que se sentía mejor. Comenzó a salir de su alojamiento y se unió a Afranio, Petreyo y los legados más jóvenes para dar los toques finales a la reorganización del ejército. ¡ Menos mal que el Meneítos se había empeñado en que se quedase con una legión suya! Sin ella no habría podido entrar en campaña. El número de soldados con que contaba le permitía dos alternativas: cinco legiones disminuidas o cuatro normales. Como militarmente no era nada tonto, Pompeyo optó por encuadrarlos en cinco, que eran más maniobrables que las cuatro normales. Le costaba ver a los supervivientes, y era la primera vez que lo hacía desde la derrota, pero, para su gran sorpresa, se enteró de que ninguno le reprochaba la muerte de tantos compañeros. Por el contrario, parecían todos coincidir en que Sertorio caería, y se mostraban tan dispuestos como siempre a hacer lo que ordenase su joven general.

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