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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Fantasía, Infantil y juvenil, Intriga

Finis mundi (21 page)

Cuando se le levantó la penalización, Michel se las arregló para volver a hablar con el recadero del castillo y le preguntó si había llevado el mensaje a su destino. El chico le respondió que sí, pero Michel sabía que podía estar mintiéndole para librarse de una reprimenda.

Buscó entonces la forma de ponerse en contacto con Lucía. No se fiaría de los mensajes escritos: debía hablar con ella en persona.

Se enteró de que pronto habría mercado en Winchester y decidió acudir. A Lucía le encantaban los días de mercado, y era posible que acompañara a las criadas del castillo en sus compras. Michel no sabía si la juglaresa estaba enterada de la captura de Mattius, pero, en cualquier caso, debía encontrase con ella para cambiar impresiones.

Tenía un plan más o menos definido, pero necesitaba la colaboración de la muchacha.

El día del mercado, Michel consiguió que le dieran permiso para acompañar al grupo de monjes que bajaría a Winchester a vender el excedente del monasterio. Sabía que era arriesgado, pero la lógica le decía que, si el arzobispo no había hecho nada por capturarle hasta el momento, no tenía por qué intentarlo ahora, así que bajó con todos hasta la ciudad y recorrió sus calles llenas de gente buscando con la mirada una chica menuda, de cabello castaño quizá demasiado corto.

No era un gran mercado y funcionaba mayoritariamente por el sistema de trueque. Los agricultores aprovechaban para cambiar sus escasos excedentes de verduras por algunos tristes pescados que sobraban a los pescadores, y los granjeros buscaban a alguien lo suficientemente rico como para comprar una oveja, un cerdo o una ternera. Michel se sentó en el puesto que habían improvisado los monjes para vender los productos del monasterio, esperando que el hermano encargado se distrajera para alejarse en busca de Lucía.

No fue necesario. La vio de pronto un poco más lejos; como había supuesto, la juglaresa no había dejado pasar aquella oportunidad y se hallaba en el mercado, acompañando a las criadas de lady Julianna. Los ojos de ambos se encontraron y Lucía pareció contenta de verle. Se acercó, fingiendo examinar la mercancía de los monjes. Si éstos veían a Michel hablando más de la cuenta con una chica, el muchacho podía verse reprendido por el admonitor a su regreso.

—Tengo que hablar contigo con urgencia —le susurró Michel rápidamente—. Mattius tiene problemas.

Ella lo miró sorprendida. A Michel le extrañó que no lo supiera.

De todas formas, Lucía estuvo a la altura de las circunstancias. Con una sonrisa, se despidió de los monjes y prosiguió su camino, pero, en cuanto pudo, desapareció por un callejón poco transitado. Michel sabía que lo estaba esperando allí.

Esta vez sí se escapó. Burló la vigilancia de los monjes y poco después entró en el callejón. Lucía lo aguardaba, con la espalda apoyada en una pared.

—Cuéntame —le dijo sin rodeos—. ¿Qué es eso de que Mattius tiene problemas?

—Es raro que no te hayas enterado —dijo Michel—. Lo han acusado de prender fuego al barco normando.

—¿Cómo? ¡Pero no pueden! ¿Quién ha dicho…?

—Lo apresaron por orden del arzobispo Aelfric. Fui a hablar con él, y me dijo que actuaba a petición de otro. Estoy seguro de que me engañaba: él pertenece a la cofradía.

—¿A la cofradía, dices? ¿Y por qué…?

—¿Recibiste mi mensaje? —interrumpió Michel.

—No; ¿qué mensaje?

—Entonces eso significa que el arzobispo lo interceptó —murmuró Michel—. Te envié un mensaje con el muchacho que lleva la leche al castillo. A medio camino se encontró con el arzobispo, y ahora resulta que no te llegó la información. Ya no tengo dudas.

—¿Por qué querías mandarme un mensaje?

—Para decirte que nos marchábamos al día siguiente. Pero esa misma noche Mattius fue hecho prisionero. La cofradía está detrás de esto.

Lucía abrió mucho los ojos.

—Espera —dijo—. ¿Qué es eso de que nos marchábamos? ¿Es que acaso habéis encontrado alguna pista?

Michel asintió.

—Queda poco tiempo y debemos apresurarnos. Hay que rescatar a Mattius.

Lucía estuvo de acuerdo.

—¿Tienes algún plan?

—Sí. Esta noche entraré en el castillo, diciendo que traigo un mensaje del abad. Nadie desconfiará de mí. Reúnete conmigo en el patio. Intentaremos liberar a Mattius.

—¿Cómo? ¿Con qué armas?

—El perro de Mattius vino el otro día a buscarme al monasterio Tenía una fea herida en la cabeza; seguro que intentó defender a su amo cuando se lo llevaron. Está un poco más flaco que de costumbre, pero sus colmillos siguen igual de afilados. Me lo llevaré al castillo.

Hubo un breve silencio.

—Nos veremos esta noche, entonces —dijo Lucía—. En el patio del castillo, cuando la luna esté sobre las montañas. ¿Seguro que podrás entrar?

—Sin problemas.

—Hasta la noche, pues.

—Hasta la noche.

Se despidieron y volvieron a salir, con un breve intervalo de tiempo, a la calle principal.

Michel no las tenía todas consigo cuando llegó a la puerta del castillo. Los guardias eran soldados de lady Julianna, y él apenas hablaba su lengua. Lo miraron con curiosidad.

El muchacho alzó un pergamino, sereno y firme pero temblando por dentro. Los caballeros lo examinaron, fingiendo interés. Probablemente no sabían leer; Michel ya contaba con eso.

Le preguntaron algo, pero Michel movió la cabeza y dijo que no entendía. Uno de los soldados lo reconoció como el monje francés que había venido en el barco el verano anterior, y fue a buscar a algún caballero normando que tratara con él.

Michel esperó, fingiendo impaciencia. Uno de los escoltas de lady Alinor se presentó, ceñudo y bostezando.

—¿Qué quieres, hermano? —gruñó.

—Traigo un mensaje del abad Patrick para lady Alinor —declaró Michel, muy digno—. Debo entregárselo en persona.

—¿A estas horas?

—Es urgente, según me han dicho. A mí tampoco me gusta salir de noche; falta poco para maitines, y debo descansar. Pero no iba a desobedecer al abad, entonces…

—Trae acá —cortó el caballero, y le arrebató el pergamino con brusquedad; Michel temió por un momento que supiera leer y todo se fuera al traste—. Yo se lo daré.

Aquello no estaba previsto. El cerebro de Michel trabajaba a toda velocidad en busca de una excusa.

—¿Sabe lady Alinor leer en latín? —preguntó entonces, súbitamente inspirado.

El caballero le lanzó una mirada ceñuda.

—No. ¿Por qué?

—Porque el abad Patrick no sabe francés. Me envía a mí para que le lea y le traduzca el mensaje.

El normando le dirigió una mirada extraña. Michel pensó, con inquietud, que parecía como si se estuviera riendo de él por dentro.

—Está bien, pasa. El perro, no —añadió señalando al animal, que trotaba junto al monje.

—Es otro de los asuntos que el abad Patrick desea tratar con la dama Alinor —replicó Michel—. Por lo visto el chucho pertenece al juglar prisionero en este castillo. Ronda por el monasterio y aúlla por las noches. El abad ha decidido enviarlo de vuelta a su dueño.

—Hay una solución más rápida —dijo el caballero, y se llevó la mano a la espada.

Michel lo detuvo, alarmado.

—El abad quería que antes supiese lady Alinor de la presencia del perro. El juglar le tiene mucho aprecio. Si la dama pretende interrogarle, quizá este animal le sea útil.

—Es un poco retorcido tu abad —comentó el caballero, pero los dejó pasar.

Una vez dentro, mientras cruzaban el patio del castillo, Michel buscó a Lucía con la mirada en cada sombra y cada rincón, a la luz de las vacilantes antorchas. El caballero lo llevaba directo a los aposentos de la dama Alinor, pero Michel no tenía intención de llegar tan lejos. Debía encontrar el modo de librarse de él.

Contaba con el perro. Imaginaba que, en cuanto éste husmeara a Lucía, correría a saludarla. Michel pensaba ir detrás de él, con la excusa de agarrarlo.

Pero
Sirius
seguía tranquilo, aunque alerta. Michel no sabía qué hacer. Todo indicaba que Lucía no se encontraba allí.

Su guía se detuvo frente a la entrada de la torre del homenaje y Michel, despistado, casi tropezó con él. Otros dos caballeros normandos flanqueaban el arco. Su intuición le dijo que algo no marchaba bien.

En cuestión de segundos se vio rodeado.

—Hermano Michel, nuestra señora te acusa de ser cómplice del juglar y planear su rescate —dijo uno de los caballeros.

El muchacho intentó zafarse sin resultado. El perro ladraba y gruñía. Se lanzó a por la espinilla del caballero más cercano; éste sacó la espada y la descargó contra el lomo del animal, que saltó ágilmente a un lado, esquivándola.

No había nada que hacer. Por mucho que se resistiera, ni aun con la ayuda de
Sirius
lograría escapar. Lo agarraron por la espalda, inmovilizándolo, y una voz conocida le susurró al oído, en castellano:

—Estás perdido, monje. Tu patético intento de evitar el fin del mundo no ha dado resultado.

Michel saltó como si le hubieran pinchado.

—¡Ve a buscar a Mattius! —le gritó a
Sirius
—. ¡Corre! ¡Busca a Mattius!

El perro alzó las orejas al oír el nombre de su amo, y pareció entender, porque echó a correr y se perdió en la oscuridad.

Mientras los normandos lo conducían escaleras arriba hacia lo alto de la torre del homenaje, Michel se preguntó qué había salido mal.

Aquella noche, poco antes de la hora en que debía entrevistarse con Michel, Lucía estaba aún cantando para lady Alinor. Se equivocó varias veces en una balada que conocía al dedillo por ser la preferida de su señora, y ésta lo notó.

—¿Qué te sucede, querida? Estás distante.

Lucía hizo como que reprimía un bostezo.

—Disculpad, señora, pero hoy no me encuentro muy bien. El día en el mercado ha sido agotador. Me gustaría retirarme, si me dais vuestro permiso.

—Ah, sí —la dama le dirigió una mirada pensativa—. Antes, supongo que no tendrás inconveniente en tomar una copa conmigo, ¿verdad?

—No, claro que no —respondió Lucía, algo inquieta—. ¿Aviso a lady Julianna?

—Mejor será que no la molestes. Sabes que suele acostarse temprano.

Alinor escanció personalmente el vino en dos copas. Lucía se removió en su asiento. La hora se acercaba.

La dama normanda alzó su copa.

—Por nosotras —dijo—. Y por Normandía y su próxima conquista de las islas Británicas.

—¿Cómo? —Lucía se quedó con la copa en el aire.

Alinor quitó importancia al asunto con un gesto despreocupado.

—¿Crees que mi esposo me pondría en peligro sólo para tratar con un arzobispo? No, querida. He venido a investigar. Este reino está tan preocupado por los vikingos que el duque de Normandía no tendrá ningún problema en hacerlo suyo. Esas armas que iban camino del
danelaw
no liberarán la isla. Sólo lograrán enfurecer a los daneses. Y, cuando esta tierra esté sumida en el caos… Normandía atacará. Pero bebe, querida amiga. No te quedes pasmada.

Lucía tomó un par de sorbos del vino. En realidad no tenía sed.

—Pero… hemos estado en Normandía y no había indicios de que se preparara una conquista —objetó.

—Oh, no sucederá enseguida. Quizá pasen bastantes años, tal vez un par de generaciones; probablemente haya que recurrir también a la política matrimonial, pero ocurrirá tarde o temprano. Evidentemente, la idea fue mía; al duque de Normandía le pareció excelente y me envió a mí para tomar contacto con el terreno, prometiéndome una gran recompensa a mi regreso. Yo no soy más que la avanzadilla, pero detrás de mí vendrá un gran ejército.

Lucía sintió náuseas. Tomó otro sorbo de vino, notó que se mareaba y dejó la copa sobre la mesita.

Lady Alinor hizo una seña a una de las criadas para que se llevara las copas. No había hecho nada por aprender sajón, así que se comunicaba con ellas por gestos. La mujer hizo lo que se le ordenaba, pero temblaba un poco, y salió de la sala rápidamente. Alinor no lo notó, pero Lucía sí.

—¿Por qué… me contáis esto a mí? —articuló con dificultad.

—Digamos que se trata de un… eh… intercambio de información. Yo he sido sincera contigo y espero que tú lo seas conmigo.

—Claro —murmuró Lucía, preguntándose por qué se sentía tan mal.

—Me alegro de que nos entendamos. Llevo mucho tiempo preguntándome cuál es tu verdadero propósito, y por qué estás tú aquí en Winchester.

Lucía se sobresaltó. Trató de decir «Sigo a mi maestro, Mattius el juglar», pero, en lugar de eso, susurró con voz ronca:

—Vamos en busca de un amuleto, una joya llamada el Eje del Pasado. El mundo se acabará en el año mil y nosotros debemos impedirlo.

Lucía se quedó horrorizada. No había tenido intención de decir aquello. Miró a lady Alinor, pero ella no pareció sorprendida. Sólo satisfecha.

—Muy bien, así me gusta. Sé que tú y ese monje amigo tuyo vais a marcharos esta noche, y que pensáis rescatar al juglar, ¿no es así?

—Sí —respondió Lucía como en un sueño—. ¿Vos interceptasteis el mensaje de Michel?

—Sí, fui yo. De todas formas, el monje no cayó en la cuenta de algo tan obvio como que tú no sabes leer, ¿me equivoco?

Lucía sonrió amargamente. Era cierto. Mattius aún no le había enseñado a leer, pero, por lo visto, era algo que Michel había pasado por alto.

—También envié a alguien tras de ti cuando fuiste al mercado, y espió para mí toda tu entrevista con el monje —prosiguió Alinor—. Conozco tus planes, así que no creas que vas a poder engañarme. Además, tengo prisionero a tu juglar.

La dama se inclinó sobre ella y la miró fijamente a los ojos.

—Ese pobre diablo ha estado todo este tiempo vagabundeando por la ciudad y cantando canciones obscenas en la taberna. Yo sé que el cerebro de vuestro grupo es el monje, pero está en el monasterio, y no tengo poder sobre él. A pesar de que hice lo posible para que no te enteraras, te ha contado que el juglar está prisionero. ¿Te ha dicho también cómo he conseguido que lo acusaran?

—No, yo…

—Fui a ver al arzobispo y le dije que tú habías confesado que él había prendido fuego al barco. Le convencí para que hablara con el
sheriff
. Si iban mis caballeros a capturarle resultaría muy sospechoso, así que me las arreglé para dejar el asunto en manos de la justicia local, aunque luego conseguí que trajeran al juglar al castillo, para interrogarle personalmente —esbozó una sonrisa—. He hecho todo lo posible, pero, según dicen, mi brebaje no le ha hecho efecto, y, a pesar de haberle aplicado otros métodos más persuasivos, tampoco ha soltado prenda, ni siquiera tras hacerle creer que le torturaban por orden tuya. Lo único que se me ocurre es que él no sabe nada, y que todo está en tus manos y las de ese monje.

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