Read Finis mundi Online

Authors: Laura Gallego García

Tags: #Fantasía, Infantil y juvenil, Intriga

Finis mundi (22 page)

«Brebaje», pensó Lucía. «¿Tortura por orden mía?…». Le costaba asimilar toda aquella información.

—Así que ahora me vas a decir lo que quiero saber —concluyó Alinor—. ¿Dónde está el Eje del Pasado?

La pregunta le golpeó con la fuerza de una maza y comprendió de golpe, horrorizada, quién había estado moviendo los hilos desde Finisterre. «Nos dejó marchar porque la cofradía no sabe dónde está el tercer eje. Pero ahora que nosotros lo sabemos, nos sacará la información y dejaremos de serle útiles». Quizá era cierto lo de la misión encargada por el duque de Normandía pero, aunque no lo fuera, la presencia de la dama Alinor en Winchester no era casual. Ahora que tenía un punto de referencia, Lucía entendió quién había hecho prender fuego al barco. Al quedarse sin él, la dama Alinor tenía la excusa perfecta para quedarse en el castillo de lady Julianna todo el tiempo que necesitara.

Ahora había hecho prisionero a Mattius, diciendo que ella, Lucía, lo había acusado del incendio de la embarcación. Haciéndole creer que lo había traicionado. «¿Cómo ha conseguido que no me enterara de todo esto?», se preguntó.

Intentó huir, correr a rescatar a Mattius, pero se sentía muy débil y medio adormilada. Su mente trabajaba perezosamente, y Alinor guardaba silencio, dándole tiempo a asimilar todo lo que estaba pasando.

«El vino», pensó Lucía.

—¿Dónde está el tercer amuleto? —repitió la dama con calma.

—En un lugar llamado el Círculo de Piedra —respondió Lucía contra su voluntad—. Un monumento muy antiguo, formado por enormes piedras verticales… que sostienen otras horizontales. Como si fueran arcos, o puertas. Dispuestas en forma de círculo.

Alinor frunció el ceño. Le costaba trabajo imaginarlo.

—¿Y dónde está ese círculo?

—No lo sabemos. Hemos venido hasta aquí, pero ni siquiera sabemos si es la opción correcta. Cuando hablé con Michel, me dijo que tenía una pista, pero no me dio más detalles.

—Sin embargo, os vais esta noche.

—Sí. Pero no sé adónde.

Lady Alinor respiró profundamente.

—Tú no sabes nada, el juglar no sabe nada. Es curioso. Sólo me queda el monje, pero no me preocupa, porque sé que os habíais citado esta noche en el castillo, ¿no es cierto?

—Sí —respondió Lucía, llorando para sus adentros y deseando poder morderse la lengua—. En el patio, cuando la luna esté sobre las montañas.

—Perfecto. Justo donde lo quería —la dama exhaló un profundo suspiro de alivio—. Ahora, querida, me temo que tú no vas a ir a ninguna parte.

Todo se oscureció. Lucía sintió que la llevaban a rastras y la arrojaban sobre el lecho. Y después, el ruido de una puerta al cerrarse. Lo último que pensó fue que ojalá pudiera enviarle a Michel un mensaje de advertencia.

Michel estaba encerrado en una habitación de la torre del homenaje, echado sobre un jergón de paja. Había examinado hasta el último recoveco de la estancia, en busca de una forma de escapar de allí, pero no había tenido éxito.

Ahora, simplemente, pensaba. No sabía una palabra de la conspiración de la dama Alinor, pero era lo bastante perspicaz como para darse cuenta de que habían hecho bien en extremar sus precauciones en Winchester: la cofradía los había seguido hasta allí.

Se preguntó por enésima vez quién podía estar detrás de todo aquello. Antes habría apostado por el arzobispo Aelfric, pero ahora sospechaba prácticamente de todo el mundo. Sólo él y Lucía sabían que iba a acudir al castillo aquella noche para rescatar a Mattius.

Suspiró. Estaban perdidos. Faltaba una semana para Navidad. El fin del mundo se acercaba.

Cerró los ojos y comenzó a rezar, pidiendo un milagro.

Lucía se agitaba entre oscuras pesadillas. De pronto sintió una mano sobre su frente y una voz suave que le hablaba en francés con un curioso acento.

—Bebe esto.

La juglaresa abrió la boca, y tragó casi sin darse cuenta. Lentamente, la consciencia afloró a su mente. Se hizo la luz, y, aún vacilante, abrió los ojos.

Arrodillada junto a su catre, sujetándole la cabeza con una mano y sosteniendo un cuenco de barro en la otra, se hallaba lady Julianna.

Lucía tardó en comprender qué había pasado. De golpe le vino a la mente lo que había descubierto acerca de la dama Alinor de Bayeux, su plan de rescatar a Mattius y su cita con Michel.

—¡La luna… sobre las montañas! —balbuceó—. Es hora de…

La señora de Winchester la tranquilizó con un gesto. Su expresión era amable, pero había tristeza en sus ojos, y una llama de resolución.

—Mattius —murmuró Lucía—. Tengo que sacarlo de la prisión.

Lady Julianna asintió y Lucía comprendió que tenía una aliada.

—Alinor pretende… —empezó, pero la dama la detuvo.

—Yo sé —dijo en su francés aún vacilante—. Sarah la ha escuchado hablar contigo. Normandos quieren invadir mi tierra.

Lucía se quedó sorprendida. Recordó de pronto la criada que se había llevado los vasos de los aposentos de lady Alinor. Efectivamente era Sarah, la doncella de lady Julianna que sabía francés. Aquello era un increíble golpe de suerte. Ahora la dama sajona tenía conocimiento de que sus huéspedes eran potenciales enemigos. La juglaresa se incorporó, tomó a lady Julianna de las manos y la miró a los ojos.

—Señora, mis amigos y yo hemos venido desde muy lejos a salvaros de un peligro…, un gran peligro —se esforzó en emplear palabras sencillas; lady Alinor no se había molestado mucho en enseñarle su lengua nativa a la anfitriona—. Un peligro mayor que los normandos. Es difícil de explicar… debemos salir de aquí enseguida. Tengo que rescatar a Mattius.

—El monje también prisionero —le contó ella, sacudiendo sus rizos pelirrojos—. ¿Inocente?

—Sí. Los hombres de lady Alinor incendiaron el puerto.

Lady Julianna frunció el ceño y se levantó. En su rostro había una expresión de indignación. La muchacha pequeña y frágil se alzaba ahora con el porte de una gran señora. Lady Alinor había movido las piezas demasiado tiempo en su propio castillo. Era hora de poner las cosas en su sitio.

—Sigue a mí —le dijo a Lucía, muy seria.

La juglaresa se levantó, tambaleándose un poco. Vio sus ropas de hombre arrugadas en un rincón y se las mostró a la dama con un gesto ceñudo. Lady Julianna entendió lo que quería decir y asintió con una sonrisa: Lucía dejaría de ser una doncella de la corte, la sirvienta de lady Alinor, para volver a transformarse en una aventurera, descarada y valiente juglaresa.

La puerta de la habitación se abrió con un chirrido. Michel parpadeó ante la luz.

Lady Alinor entró en la estancia, acompañada por dos de sus soldados.

—Espero que sea cómodo —comentó—. No te he hecho encerrar en el calabozo porque pensaba venir a interrogarte personalmente y no me gustaba la idea de entrar en un lugar tan repugnante.

Michel no dijo nada, pero miró a la dama con seriedad. Llevaba un buen rato barajando aquella posibilidad, y ahora se veía confirmada. Allí la tenía. La pieza clave. La abeja reina.

Se preguntó qué motivos podía tener una mujer de la nobleza para relacionarse con una secta como la Cofradía de los Tres Ojos.

Uno de los soldados parecía impaciente por actuar.

—¿Me dejáis, señora? —preguntó, y Michel advirtió que había hablado en castellano.

—No —la voz de Alinor sonó autoritaria, y lo que era más sorprendente, habló también en castellano—. Tengo mis propios métodos.

—Con el juglar no funcionó.

—Pero sí con la muchacha. Ni una palabra más, García.

Michel observó más atentamente al falso normando. Se había afeitado la barba y dejado crecer el pelo. Con las ropas de la guardia de lady Alinor, y manteniéndose lejos de la mirada de los tres amigos, había logrado pasar inadvertido todo aquel tiempo.

La dama se inclinó junto a Michel.

—Tú sabes dónde está ese Círculo de Piedra. Pensabas huir esta noche. Lo tenías todo planeado.

—No… yo… no sé nada.

—¡Mientes! —Alinor le disparó una mirada incendiaria—. La chica sí que no sabe nada. Pero tú puedes conducirme al tercer eje.

De golpe, Michel comprendió qué quería de ellos la cofradía y por qué los había dejado escapar en Finisterre. Pero era demasiado tarde.

—No sé dónde está ese círculo. Estoy igual que vos. Todos nos movemos a ciegas en este lugar.

La dama lo observó, pensativa.

—Puedo hacer que te torturen hasta morir —comentó—, pero siempre me ha parecido un método más bien desagradable.

Extrajo una pequeña redoma de los pliegues de su traje de seda de Flandes. Dentro se agitaba un líquido transparente.

—¿Es… un veneno? —titubeó Michel.

—No exactamente. Me ha dado buenos resultados con tu amiga, pero al juglar no le ha hecho efecto, aún no sé por qué. De todas formas, si falla contigo, tendré que utilizar… otro sistema —miró a García, que sonrió satisfecho.

Michel se estremeció. Alinor seguía con una curiosa expresión pensativa, como un artista que se dispusiera a culminar su obra.

—Creía que esto sería más sencillo que seguiros y recuperar los tres ejes a la vez —suspiró—, pero veo que todo se está complicando. Quizá me he precipitado un poco, pero ya es tarde para volver atrás.

Hizo una seña a García y éste sujetó a Michel por detrás.

—Abre la boca y tómate esto como un niño bueno —dijo Alinor sonriendo.

De pronto hubo un movimiento en la escalera y el otro caballero se volvió, empuñando la espada. Lady Alinor también se volvió, molesta por la interrupción.

—¡Lady Julianna! —exclamó al ver a la joven que entraba en el habitáculo de la torre—. ¿Qué hacéis vos aquí? ¡Deberíais estar en la cama!

—No. Maltratas inocentes en mi castillo —declaró la dama, sombría—. Te ordeno: déjale marchar.

Alinor se puso pálida de rabia y se levantó para encararse a aquella mocosa que osaba darle órdenes.

—No sé quién os ha dicho… —descubrió entonces la presencia de Lucía detrás de lady Julianna—. ¡Ella! Es una juglaresa, una sucia embustera. Yo…

—Ni un movimiento —sonó entonces la voz de García, fría, metálica como el filo de su espada, apoyada ahora en la garganta de Michel—, o el muchacho morirá.

Habló en castellano y lady Julianna no lo entendió, pero el gesto era suficientemente elocuente. La joven, pálida, no perdió, sin embargo, ni un ápice de su aplomo y gritó algo en sajón.

Los extranjeros descubrieron entonces, demasiado tarde, que tras las dos muchachas había en el pasillo un grupo de caballeros armados. En menos tiempo del que tardó en parpadear, García vio cómo dos de ellos reducían al normando, y un tercero osaba poner sus manos sobre Alinor de Bayeux para dejarla exactamente en la misma situación en que estaba Michel.

A pesar de sus bravuconadas, García no había tenido en ningún momento intención de matar a Michel, porque creía que el monje era el único que sabía dónde estaba el Eje del Pasado. Pero, por lo que parecía, el caballero sajón sí podía matar a lady Alinor.

—¿Ahora quién tiene a quién? —dijo Lucía en castellano, con una torva sonrisa—. Suelta a Michel, o ella morirá.

—Si ella muere, el monje también —replicó García, ceñudo.

—¿Quieres probar?

Lady Alinor emitió un quejido desesperado. La espada acariciaba su blanca y fina piel.

—Haz lo que dice, estúpido.

El castellano obedeció, de mala gana. Michel se apresuró a alejarse de él, y a reunirse con Lucía.

—Marchad —les dijo lady Julianna—. Yo me ocupo.

Lucía y Michel bajaron a todo correr las escaleras, pero llegaron a oír cómo la puerta de la celda se cerraba atrapando a lady Alinor, a García y al caballero normando.

Pronto corrió la voz por el castillo de Winchester, y la consigna de los caballeros de lady Julianna fue buscar a todo normando y capturarlo, si era posible vivo para interrogarlo.

Los normandos, sin embargo, habían oído los gritos desde la torre del homenaje, y sabían que su señora tenía problemas. En el patio del castillo se inició una lucha, pero algunos de los caballeros de la dama Alinor subieron para intentar rescatarla.

En medio del caos, Lucía y Michel bajaban escaleras y más escaleras en busca de las mazmorras. No encontraron oposición: todos habían acudido al patio para ayudar a sus respectivos compañeros.

De pronto Lucía, que iba delante, se detuvo en seco. Una puerta enrejada, flanqueada por dos enormes antorchas, señalaba el paso a los calabozos.

—¿Por qué te paras? —jadeó Michel.

—Chissst, calla. Puede que quede alguien ahí dentro.

Avanzaron en silencio, pegados a la pared. Una rata les salió al paso y Lucía dio un respingo. Al percatarse de lo que era, le largó un puntapié al bicho, malhumorada, pero no lo alcanzó.

Pronto llegaron a las celdas. En su mayor parte estaban ocupadas por los remeros del barco hundido, que les suplicaron que los soltaran. Lucía no pensaba hacerlo: los condenados a galeras solían ser delincuentes muy peligrosos, pues un castigo tan cruel no se aplicaba a la ligera.

—¡Mattius! —llamó Michel.

—¡Yo soy Mattius! —exclamó uno de los galeotes—. ¡Sácame de aquí!

—Otro día, amigo —respondió Lucía, caminando con presteza corredor abajo.

Ya no eran necesarias las precauciones. Si quedaba algún guardia en los calabozos, a aquellas alturas ya los habría oído.

—¡Mattius! —repitió Michel.

—¿Michel? —se oyó una voz en un susurro.

El monje casi dio un salto de alegría. Corrió hacia la celda.

—Michel, ¿eres tú? —dijo Mattius; su voz parecía temblar, pero, al menos, estaba vivo.

—Vamos a sacarte de aquí —prometió el muchacho, examinando la cerradura.

—¡Diablo, ya era hora! Aunque no sé… Un momento; ¿has dicho «vamos»? ¿Quién viene contigo?

—Pues Lucía, claro. ¿Quién, si no…?

—¡Aléjate de ella! ¡Nos ha traicionado! ¡Pertenece a la cofradía!

—¿Qué? —Michel, estupefacto, buscó a la joven con la mirada.

—No es verdad, Mattius —dijo ella; la voz le temblaba de emoción y tristeza—. Te han mentido. No soy yo quien está detrás de todo: es la dama Alinor.

—¡La dama Alinor! —repitió Mattius con un bufido—. ¡Eso es absurdo!

—No, eso es verdad —intervino Michel—. Alinor está aliada con García; lo he visto con mis propios ojos. Ella me interrogó personalmente. Tiene una especie de brebaje que hace decir la verdad a las personas.

—Pero… García dijo…

Other books

Truly Mine by Amy Roe
The Perfect Gift by Raven McAllan
A Kidnapped Santa Claus by L. Frank Baum
Suffer the Children by Adam Creed
Death Come Quickly by Susan Wittig Albert
Beans on the Roof by Betsy Byars