Fragmentos de una enseñanza desconocida (20 page)

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Authors: P. D. Ouspensky

Tags: #Autoayuda, #Esoterismo, #Psicología

"El cuarto cuerpo está formado por elementos del
mundo estelar,
es decir elementos que no pertenecen al sistema solar, y por consiguiente, si se ha cristalizado dentro de los límites del sistema solar, no hay nada dentro de estos límites que pueda destruirlo.
Esto significa que un hombre que posee el cuarto cuerpo es inmortal dentro de los limites del sistema solar.

"Ahora ven por qué es imposible contestar de primera intención a la pregunta: ¿es o no inmortal el hombre? Un hombre es inmortal, otro no lo es, un tercero trata de llegar a ser inmortal, un cuarto se imagina ser inmortal, y sin embargo no es sino un pedazo de carne."

Cuando G. iba a Moscú, nuestro grupo se reunía sin él. Guardo el recuerdo de varias conversaciones. Giraban alrededor de la idea del milagro, y del hecho de que el Absoluto no puede manifestar su voluntad en nuestro mundo, que esta voluntad se manifiesta solamente bajo la forma de leyes mecánicas, y que ella misma no puede manifestarse en violación a estas leyes.

Yo no sé cuál de nosotros fue el primero en recordar una anécdota bien conocida pero poco respetuosa, en la que vimos al instante una ilustración de esta ley.

Se trataba de la historia del viejo seminarista, que en su examen final, no comprendía todavía la idea de la omnipotencia divina.

—Bien, déme un ejemplo de alguna cosa que el Señor no pueda hacer, dijo el obispo examinador.

—Es muy simple, su Eminencia, contestó el seminarista, todos sabemos que ni el Señor mismo puede ganar a un as de triunfo con un dos ordinario."

Nada podía ser más claro.

Había más sentido en esta tonta historieta que en mil tratados de teología. Las leyes de un juego son la esencia misma del juego. La violación de estas leyes destruiría el juego entero. Es tan imposible que el Absoluto interfiera en nuestra vida y sustituya con otros los resultados naturales de causas accidentalmente creadas por nosotros, o fuera de nosotros, como que un dos le gane al as de triunfo. Turgueniev escribió en alguna parte que todas las oraciones ordinarias pueden reducirse a ésta: "Señor, haz que dos y dos no sean cuatro". Esto es lo mismo que el as de triunfo del seminarista.

En otra ocasión hablamos de la luna y de su relación a la vida orgánica sobre la tierra. Y uno de nosotros encontró un excelente ejemplo para ilustrar esta relación.

La luna es la pesa de un reloj de péndulo. La vida orgánica corresponde a su mecanismo, que es puesto en marcha por las pesas. Las pesas jalan la cadena que pasa alrededor de la rueda de engranaje, que pone en movimiento las pequeñas ruedas del reloj y sus agujas. Levántese la pesa y el reloj se detendrá inmediatamente. Asimismo la luna es una pesa gigantesca, suspendida a la vida orgánica y que la hace andar. Sean cuales fueren nuestros actos, buenos o malos, inteligentes o estúpidos, todos los movimientos de las ruedas y de las agujas de nuestro organismo dependen de esta pesa que continuamente ejerce su presión sobre nosotros.

Personalmente estaba muy interesado por la cuestión de la relatividad considerada en relación a
lugar,
quiero decir al lugar en el mundo. Ya había llegado desde hacía tiempo a la idea de una relatividad dependiente de la interrelación de magnitudes y de velocidades. Pero la idea de lugar en el orden cósmico era enteramente nueva para mí, así como para todos los demás. Cuánto me extrañó, al convencerme poco después que esto era lo mismo; en otras palabras cuando comprendí que la magnitud y la velocidad determinaban el
lugar,
y que a su vez el lugar determinaba la magnitud y la velocidad.

Recuerdo otra conversación más que tuvo lugar en el mismo período. Le preguntaron a G. sobre la posibilidad de un
lenguaje universal.

—Es posible un lenguaje universal, dijo G., pero la gente no lo inventará jamás.

—¿Por qué? se le preguntó.

—Primero, porque ya ha sido inventado desde hace mucho tiempo, respondió G. Luego, porque la capacidad de comprender y de expresar ideas en este lenguaje depende no sólo del conocimiento de este lenguaje, sino también
del ser.
Diré aún más. No hay uno, sino tres lenguajes universales. El primero, lo podemos hablar y escribir permaneciendo a la vez dentro de los limites de nuestro propio lenguaje. La única diferencia está en que los hombres, cuando hablan su lenguaje ordinario, no se comprenden entre ellos, pero en este otro lenguaje sí se comprenden. En el segundo lenguaje, el lenguaje escrito es el mismo para todos los pueblos; observen, por ejemplo, las cifras y las fórmulas matemáticas; los hombres siguen hablando su propio lenguaje, no obstante cada uno comprende al otro, aunque el otro hable un lenguaje desconocido. El tercer lenguaje, escrito o hablado, es el mismo para todos. En este nivel, la diferencia de lenguajes desaparece enteramente.

—¿No es esto lo mismo que ha sido descrito en los Hechos como el descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, cuando comenzaron a comprender todos los lenguajes? preguntó alguien.

Ya había notado que tales preguntas siempre irritaban a G.

—Yo no sé, no estuve allí, dijo.

Pero en otras ocasiones, alguna pregunta oportuna conducía a explicaciones nuevas e inesperadas.

Durante una conversación, se le preguntó si había cualquier cosa que fuese real, o que permitiese alcanzar algo real en las enseñanzas y ritos de las religiones existentes.

—Sí y no, dijo G. Imaginen que estemos aquí un día hablando de religiones y que la sirvienta Masha oiga nuestra conversación. Naturalmente la comprenderá a su manera, y repetirá a Iván el conserje lo que recuerde; Iván lo comprenderá también a su manera, y repetirá lo que recuerde a Pedro, el cochero de la casa contigua. Pedro se va al campo, y cuenta en el pueblo lo que hablan estos señores de la ciudad. ¿Piensan ustedes que lo que cuente conservará alguna semejanza con lo que hemos dicho? Tal es precisamente la relación entre las religiones existentes y lo que fue en su origen. Tenemos las enseñanzas, las tradiciones, las oraciones y los ritos, no de quinta mano, sino de vigésimoquinta, y naturalmente casi todo ha sido desfigurado hasta el punto de llegar a ser irreconocible; lo esencial se ha perdido hace mucho tiempo.

"Por ejemplo, en todas las confesiones cristianas, la tradición de la última Cena, la última comida de Cristo con sus discípulos, desempeña un papel importante. Las liturgias y toda una serie de dogmas, de ritos y de sacramentos tienen aquí su origen. Esta tradición ha dado lugar a cismas, a separaciones de Iglesias, a la formación de sectas. Cuántos han perecido por haber rehusado aceptar tal o cual interpretación. Pero es un hecho que nadie comprende verdaderamente lo que Cristo hizo con sus discípulos en aquella velada. No hay explicación que se parezca, aun aproximadamente, a la verdad; primero porque el texto mismo de los Evangelios ha sido muy desfigurado por los copistas y los traductores; luego porque habían sido
escritos para los que saben.
Para los que no saben, los Evangelios no pueden explicar nada. Mientras más se esfuerzan por comprenderlos, tanto más se hunden en el error.

"Para comprender lo que sucedió durante la Cena, es indispensable conocer primero ciertas leyes.

"¿Se acuerdan ustedes de lo que dije sobre el cuerpo astral? Resumámoslo brevemente. Los hombres que tienen un «cuerpo astral» pueden comunicarse entre sí, a distancia, sin recurrir a medios físicos. Pero para que tales comunicaciones lleguen a ser posibles, aquéllos deben establecer algún «lazo» entre sí. Con este propósito, si se separan, los que se alejan llevan consigo a veces un objeto perteneciente a la persona con la cual desean permanecer en relación, preferiblemente un objeto que haya estado en contacto con su cuerpo de modo que haya podido ser penetrado por sus emanaciones. De la misma manera, para mantener una relación con una persona muerta, sus amigos tienen la costumbre de conservar objetos que le han pertenecido. Estos dejan en cierta forma, un
rastro
detrás de ellos, algo como hilos o filamentos invisibles, que permanecen tendidos en el espacio. Estos hilos ligan el objeto dado a la persona —viva o muerta— a la que pertenecía este objeto. Los hombres tienen este conocimiento desde los tiempos más remotos, y se han servido de él en las formas más variadas.

"Pueden reconocerse sus rastros en las costumbres de muchos pueblos. Ustedes saben por ejemplo que muchos de ellos practican el rito de la
hermandad de sangre.
Dos o más hombres mezclan su sangre en la misma copa y beben de esta copa. Luego son considerados como
hermanos de sangre
. Pero el origen de esta costumbre debe buscarse en un plano más profundo. Primitivamente, se trataba de una ceremonia mágica para establecer un lazo entre «cuerpos astrales». La sangre tiene cualidades especiales. Algunos pueblos, por ejemplo los Judíos, atribuyen a la sangre un significado particular y propiedades mágicas. Ustedes comprenden ahora, que según las creencias de ciertos pueblos, si se establece un lazo entre «cuerpos astrales» la muerte no lo quebranta.

"Cristo sabía que tenía que morir. Esto había sido decidido de antemano. Él lo sabía y sus discípulos lo sabían también. Y cada uno de ellos conocía el papel que tenía que desempeñar. Pero al mismo tiempo, querían establecer un lazo permanente con su Maestro. Con este fin, Cristo les dio su sangre a beber, y su carne a comer. De ninguna manera era pan ni vino, sino su verdadera carne y su verdadera sangre.

"La Última Cena fue un
rito mágico,
análogo a una «hermandad de sangre» para establecer un lazo entre «cuerpos astrales». Pero ¿dónde está quien aún pueda encontrar en las religiones actuales, el rastro de esto y comprender su sentido? Hace mucho tiempo que todo ha sido olvidado y que se ha substituido el sentido original con interpretaciones enteramente diferentes. Las palabras permanecen, pero su significación se ha perdido desde hace siglos."

Esta conversación, y sobre todo su final, provocaron muchas conversaciones en nuestros grupos. Muchos se sentían repelidos por lo que G. había dicho sobre Cristo y sobre la Cena; otros por el contrario, sentían en esto una verdad que nunca hubiesen podido alcanzar por sí mismos.

Capítulo
seis

Conversación sobre las metas. ¿Puede la enseñanza tener una meta definida? La meta de la existencia. Las metas personales. Conocer el futuro. Existir después de la muerte. Ser amo de sí mismo. Ser cristiano. Ayudar a la humanidad. Detener las guerras. Explicaciones de G. Destino, accidente y voluntad. "Máquinas locas". Cristianismo esotérico. ¿Cuál deberla ser la meta del hombre? Las causas de la esclavitud interior. De donde parte el camino que lleva a la liberación. "Conócete a tí mismo". Diferentes modos de comprender esta idea. El estudio de sí. Cómo llevar este estudio. La observación de sí. Constataciones y análisis. Un principio fundamental del trabajo de la máquina humana. Los cuatro centros: intelectual, emocional, instintivo y motor. Distinción entre los diferentes modos de trabajo de los centros. Modificaciones en el trabajo de la máquina. Trastorno en el equilibrio. ¿Cómo restablece la máquina su equilibrio? Cambios incidentales. Trabajo equivocado de los centros. Imaginación. Ensueño. Hábitos. Para observarse es indispensable oponerse a los hábitos. La lucha contra la expresión de emociones negativas. Constatación de la mecanicidad. Cambios que resultan de la observación de sí bien conducida. La idea del centro motor. Clasificación habitual de las acciones del hombre. Clasificación basada en la división de los centros. Automatismo. Acciones instintivas. Diferencia entre las funciones instintivas y las funciones motrices. División de las emociones. Los diferentes niveles de los centros.

En una de las reuniones siguientes, le fue planteada esta pregunta:
¿Cuál es la meta de su enseñanza?

—Yo tengo, por cierto, mi meta, respondió G., pero ustedes me permitirán que no hable de ella. Porque mi meta no puede todavía significar nada para ustedes. Para ustedes, lo que cuenta ahora es que puedan definir su propia meta.
En cuanto a la enseñanza misma, ella no puede tener una meta
. No hace sino indicar a los hombres la mejor manera de alcanzar sus metas, cualesquiera que éstas sean. La cuestión de metas es primordial. Mientras un hombre no haya definido su propia meta, no es capaz aún de comenzar a «hacer». ¿Cómo podría uno «hacer», si no tiene meta? Ante todo, «hacer» presupone una meta.

—Pero la cuestión de la meta de la existencia es una de las más difíciles, replicó uno de los presentes. Usted nos pide resolverla de entrada. Quizás hemos venido aquí precisamente porque buscamos una respuesta a esta pregunta. Usted espera de nosotros el que ya la conozcamos. Pero de ser así el caso, ya sabríamos realmente todo.

—Ustedes me han comprendido mal, dijo G. No hablaba de la meta de la existencia, en un sentido filosófico. El hombre no la conoce y no puede conocerla, mientras siga siendo lo que es.

"No le es posible, primeramente porque la existencia no tiene una sola, sino numerosas metas. Por lo demás, todas las tentativas para resolver este problema por los métodos ordinarios son absolutamente sin esperanza e inútiles. Yo les hice una pregunta totalmente diferente. Les interrogué sobre su meta
personal,
sobre lo que quieren alcanzar, y no sobre la razón de ser de su existencia. Cada uno debe tener su propia meta; un hombre desea riquezas, otro salud, un tercero el reino de los cielos, un cuarto quiere ser general, etc. Sobre metas de esta clase es lo que les pregunté. Si me dicen cuál es su meta, yo podré decirles si seguimos o no el mismo camino.

"Piensen de qué manera se formulaban su meta, a sí mismos, antes de venir aquí.

—Yo me formulaba mi meta con perfecta claridad hace algunos años, respondí. Me decía entonces que quería
conocer el futuro.
A través de un estudio teórico del problema, había llegado a la conclusión de que el futuro
puede
ser conocido, e incluso varias veces logré conseguir experimentalmente un conocimiento exacto del futuro. Había llegado a la conclusión de que teníamos que conocer el futuro y que teníamos derecho a ello, porque de otra manera no podríamos organizar nuestras vidas. Este asunto me parecía muy importante. Consideraba, por ejemplo, que un hombre puede saber y tiene el derecho de saber exactamente el tiempo que le queda, el tiempo de que aún dispone —el día y la hora de su muerte. Siempre había encontrado humillante vivir en esta ignorancia y había decidido, desde cierto momento, no emprender nada, fuera lo que fuere, antes de saberlo. En realidad ¿qué sentido tiene emprender un trabajo cualquiera cuando uno ni siquiera sabe si tendrá tiempo para terminarlo?

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