Hacia la Fundación (13 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

–Hay más, Alteza. Joranum está organizando actos por todo Trantor en los que se hablará de la acusación…, por lo menos es lo que anuncian los noticiarios.

–Esas noticias todavía no me han llegado. Oh, claro que no… el Emperador no necesita saber lo que está ocurriendo, ¿verdad?

–No son asuntos que deban preocupar al Emperador, Alteza. Estoy seguro de que el Primer Ministro…

–El Primer Ministro no hará nada, ni siquiera mantenerme informado. He decidido recurrir a usted y a la psicohistoria.
Dígame qué debo hacer
.

–Alteza, ¿yo…?

–Basta de juegos, Seldon. Lleva ocho años trabajando en la psicohistoria. El Primer Ministro recomienda no emprender ninguna acción legal contra Joranum. Bien, entonces… ¿Qué he de hacer?

–¡Al… Alteza! – tartamudeó Seldon-. ¡Nada!

–¿No tiene nada que decir?

–No, Alteza, no quería decir eso… Lo que quiero decir es que no debéis hacer nada.
¡Nada en absoluto!
El Primer Ministro está en lo cierto al no recomendar ninguna acción legal. Sólo serviría para empeorar la situación.

–Muy bien. ¿Qué se puede hacer para que mejore?

–Ni vos ni el Primer Ministro debéis hacer nada. En cuanto al gobierno, debe permitir que Joranum haga lo que quiera.

–¿Y de qué va a servir?

–Pronto se verá -respondió Seldon intentando suprimir cualquier atisbo de desesperación en su voz.

De pronto el Emperador pareció encogerse sobre sí mismo como si toda la ira y la indignación le hubiesen abandonado en una fracción de segundo.

–¡Ah! – exclamó-. ¡Comprendo! Tiene controlada la situación, ¿verdad?

–¡Alteza! Yo no he dicho eso…

–Ni falta que hace. Ya he escuchado bastante. Controla la situación, sí, pero yo quiero resultados. Sigo disponiendo de la Guardia Imperial y las fuerzas armadas. Cuento con su lealtad, y si llegan a producirse auténticos disturbios le aseguro que no vacilaré…, pero antes le daré su oportunidad.

La imagen del Emperador se desvaneció, y Seldon se quedó inmóvil en su asiento con los ojos clavados en el espacio vacío que había ocupado la imagen. Desde el desafortunado momento en que habló de la psicohistoria en la última Convención Decenal, hacía ocho años, tuvo que enfrentarse una y otra vez al hecho lamentable de no poseer la herramienta de la que tan incautamente había hablado.

Sólo contaba con la sombra confusa de unas cuantas ideas…, y lo que Yugo Amaryl llamaba intuición.

21

Joranum conmovió a todo Trantor en dos días, interviniendo personalmente o mediante sus subordinados. Como Hari predijo a Dors, había dirigido su campaña con una envidiable eficiencia militar.

–Nació para ser almirante de guerra de los viejos tiempos -dijo Seldon-. Está perdiendo el tiempo en la política.

–¿Que pierde el tiempo? – replicó Dors- Tal y como van las cosas será Primer Ministro en una semana y, si se empeña, Emperador en dos. Hay informes de que algunas guarniciones militares le han vitoreado.

Seldon meneó la cabeza.

–Se derrumbará, Dors.

–¿El qué? ¿El partido de Joranum o el Imperio?

–El partido de Joranum. La historia del robot ha creado una enorme conmoción, sobre todo gracias al uso tan efectivo del panfleto, pero en cuanto las cosas se calmen un poco y la gente haya tenido tiempo de pensar, comprenderá la ridiculez de semejante acusación.

–Hari… -dijo Dors con voz tensa-. No hace falta que finjas conmigo, ¿de acuerdo? La acusación de Joranum no tiene nada de ridícula. ¿Cómo crees que ha descubierto que Demerzel es un robot?

–¡Oh, eso! Gracias a Raych, claro. Él se lo dijo.

–¡Raych!

–Así es. Hizo su trabajo a la perfección y logró volver sano y salvo con la promesa de que algún día le nombrarían líder del sector de Dahl. Le creyeron, naturalmente… Sabía que le creerían.

–¿Quieres decir que le contaste a Raych que Demerzel es un robot y que le enviaste a Dahl para que se lo dijera a Joranum?

Dors parecía horrorizada.

–No, no podía hacer eso. Ya sabes que no puedo decir a Raych, ni a nadie, que Demerzel es un robot. Lo que hice fue asegurarle con la máxima firmeza posible que Demerzel
no
es un robot…, e incluso eso me resultó bastante difícil, pero le pedí que le dijese a Joranum que lo era. Así que Raych está convencido de que le mintió.

–Pero, Hari… ¿Por qué? ¿Por qué?

–Debes saber que la psicohistoria no tiene nada que ver en esto. No creas que soy un mago, como piensa el Emperador… Quería que Joranum creyera que Demerzel era un robot. Nació en Mycogen, y desde pequeño le llenaron la cabeza con historias de robots propias de su cultura. Estaba predispuesto a creerlo y enseguida se convenció de que el público también lo creería.

–Bueno, ¿es que no va a ser así?

–No, la verdad es que no. Después de la sorpresa y el revuelo iniciales, comprenderán que es una fantasía sin pies ni cabeza…, o eso es lo que pensarán. He convencido a Demerzel de que aparezca en la holovisión subetérica para dar una charla que será transmitida a los puntos clave del Imperio y a todos los sectores de Trantor. Quiero que hable de todo, salvo del asunto del robot. Tenemos crisis más que suficientes para llenar un espacio así. La gente le escuchará y no oirá nada sobre robots. Al final le preguntarán qué opina del panfleto y no hará falta que responda ni una sola palabra. Bastará con que se ría.

–¿Reírse? Que yo sepa, Demerzel nunca se ha reído, y raramente sonríe.

–Esta vez se reirá, Dors. Es la única cosa que todo el mundo cree que un robot es incapaz de hacer. Estás cansada de ver robots en las fantasías holográficas, ¿verdad? Siempre los describen como criaturas inhumanas sin emociones, con una mentalidad estricta que hace que todo se lo tomen al pie de la letra… Te aseguro que eso es lo que la gente espera de los robots. Lo único que tendrá que hacer Demerzel es reírse, y aparte de eso… ¿Te acuerdas de Amo del Sol Catorce, el líder religioso de Mycogen?

–Pues claro que me acuerdo. Inhumano, carente de emociones, una mente que se lo toma todo al pie de la letra… Tampoco se ha reído nunca.

–Y no lo hará esta vez. Desde que tuve aquel pequeño altercado en el
campus
con Joranum, le he estado investigando en profundidad. Sé cuál es su auténtico nombre. Sé dónde nació, quiénes fueron sus padres, dónde estudió…, y todo cuanto sé, ha ido a parar a Amo del Sol Catorce junto con los documentos y las pruebas. No creo que a Amo del Sol Catorce le gusten mucho los desviados…

–Creí que habías dicho que no querías dar pretextos a la intolerancia y el fanatismo.

–Y así es, claro. Si hubiera entregado esa información a las cadenas de holovisión habría hecho justamente lo que dices, pero se la he entregado a Amo del Sol Catorce… y, después de todo, es la persona con más derecho a conocerla, ¿no te parece?

–Y él se encargará de avivar la intolerancia.

–Por supuesto que no. En todo Trantor no hay nadie que preste atención a Amo del Sol Catorce diga lo que diga.

–Entonces, ¿de qué servirá lo que has hecho?

–Bueno, eso lo averiguaremos dentro de poco, Dors. No cuento con un análisis psicohistórico de la situación, y ni siquiera sé si es posible obtenerlo. He de conformarme con la esperanza de no haberme equivocado.

22

Eto Demerzel rió.

No era la primera vez. Sentado con Hari Seldon y Dors Venabili en una habitación protegida contra las escuchas se había reído cada vez que Hari le hacía una señal. A veces se echaba hacia atrás y dejaba escapar una ruidosa carcajada, pero siempre que lo hacía Seldon meneaba la cabeza.

–Eso nunca sonaría convincente. Demerzel sonrió, dejó escapar una risa impregnada de dignidad y Seldon torció el gesto.

–No sé qué hacer -dijo-. Contarte chistes y anécdotas graciosas no sirve de nada. Las entiendes de forma puramente intelectual. Me temo que tendrás que memorizar el sonido.

–Usa una banda sonora holográfica -dijo Dors.

–¡No! No sería Demerzel, sino una pandilla de idiotas contratados para reírse como lo que son. No es eso lo que quiero. Vuelve a intentarlo, Demerzel.

Demerzel volvió a intentarlo una y otra vez hasta que Seldon se dio por satisfecho.

–De acuerdo -dijo-, memoriza ese sonido y reprodúcelo cuando se te formule la pregunta. Tu expresión debe transmitir que la pregunta te hace mucha gracia. Por muy bien que lo imites, no puedes emitir el sonido de la risa con la cara seria. Sonríe un poco, sólo un poco… Sube las comisuras de los labios. – La boca de Demerzel fue moldeando lentamente una sonrisa-. No está mal… ¿Puedes conseguir que te chispeen los ojos?

–¿Qué quieres decir con eso de que le «chispeen» los ojos? – preguntó Dors con voz indignada-. Nadie puede conseguir que le chispeen los ojos. No es más que una metáfora…

–No, no lo es -dijo Seldon-. Cuando hay algunas lágrimas en los ojos provocadas por lo que sea, tristeza, alegría, sorpresa, tanto da, el reflejo de la luz en las pequeñas lágrimas crea ese efecto.

–Bueno, ¿y esperas realmente que Demerzel produzca lágrimas? ¿Qué llore?

–Mis ojos producen lágrimas -dijo Demerzel con mucha calma-. Sirven para limpiarlos, aunque nunca hay un exceso de fluido. Claro que si me imagino que los tengo ligeramente irritados…

–Inténtalo -dijo Seldon-. Siempre ayudará un poco.

Cuando la holovisión subetérica acabó de transmitir la charla y las palabras se dirigían hacia millones de mundos a miles de veces la velocidad efectiva de la luz -palabras cargadas de información, pronunciadas en un tono de voz serio y calmado, sin el mínimo embellecimiento retórico-, y se hubieron abordado todos los temas salvo el de los robots, Demerzel declaró que estaba dispuesto a responder a las preguntas que quisieran.

No tuvo que esperar mucho tiempo. La primera pregunta fue: «Señor Primer Ministro, ¿es usted un robot?»

Demerzel se limitó a contemplar impasiblemente a quien había formulado la pregunta haciendo que la tensión se acumulara. Después sonrió, su cuerpo tembló ligeramente y se rió. No fue una carcajada estrepitosa, pero sí muy sonora, la risa de alguien que está disfrutando de una agradable fantasía interna. Era muy contagiosa. El público empezó a soltar risitas ahogadas y acabó riendo con él.

Demerzel esperó a que los últimos ecos de las carcajadas se desvanecieran.

–¿He de responder a esa pregunta? – dijo Demerzel con los ojos chispeantes-. ¿Es realmente necesario?

Cuando la pantalla se oscureció aún estaba sonriendo.

23

–Seguro que ha funcionado -dijo Seldon-. El vuelco en la situación no será instantáneo, naturalmente. Hace falta un poco de tiempo, pero creo que los acontecimientos ya empiezan a moverse en dirección correcta. Me di cuenta cuando interrumpí el discurso de Namarti en el
campus
universitario. El público estaba con él hasta que me enfrenté a Namarti, demostrando que él y sus matones no me asustaban. En cuanto lo hice, todos empezaron a cambiar de bando enseguida.

–¿Y crees que ésta situación es parecida a aquélla? – preguntó Dors con voz dubitativa.

–Por supuesto que sí. Si no dispongo de la psicohistoria puedo utilizar la analogía…, y supongo que también puedo utilizar el cerebro con el que nací, ¿no? El Primer Ministro veía cómo las acusaciones llovían sobre su cabeza y se enfrentó a ellas con una sonrisa y una carcajada, la reacción menos robótica que se pueda imaginar, y en sí mismo ese comportamiento implicaba una respuesta clara. La simpatía del público empezó a inclinarse hacia él, naturalmente. No hay nada que pueda detener el proceso. Pero eso no es más que el principio, Dors. Tendremos que esperar a que Amo del Sol Catorce intervenga, ya veremos qué dice.

–¿También confías en que esa parte del plan salga bien?

–Desde luego.

24

El tenis era uno de los deportes favoritos de Hari, pero prefería jugar a ver cómo lo hacían los demás; así que esperó con cierta impaciencia, mientras el Emperador Cleon -vestido con un elegante atuendo deportivo- cruzaba corriendo la pista para devolver la pelota. Cleon estaba jugando al tenis imperial, llamado así porque era uno de los deportes favoritos de los Emperadores; consistía en una versión modificada del juego en la que se usaba una raqueta provista de un miniordenador capaz de alterar su ángulo mediante las presiones ejercidas sobre el mango.

Hari había intentado dominar la técnica en varias ocasiones, pero había descubierto que aprender a utilizar esa raqueta exigía mucha práctica, y el tiempo de Hari Seldon era demasiado precioso para malgastarlo en lo que no era más que una actividad trivial.

Cleon colocó la pelota en un punto imposible de devolver, ganó el partido y salió trotando de la pista seguido por los discretos aplausos de los funcionarios imperiales que le habían visto jugar.

–Os felicito, Alteza -dijo Seldon-. Habéis jugado maravillosamente bien.

–¿Usted cree, Seldon? – replicó Cleon con indiferencia-. Todos se esfuerzan tanto en dejarme ganar que nunca consigo disfrutar del juego.

–En ese caso Alteza, podríais ordenar a vuestros adversarios que se tomaran el juego más en serio -dijo Seldon.

–No serviría de nada. Seguirían haciendo todo lo posible por perder, y si me ganaran, eso me proporcionaría todavía menos placer del que obtengo con una victoria carente de significado. Ser Emperador también tiene su lado malo, Seldon. Joranum lo habría descubierto…, si hubiera conseguido sentarse en el trono.

Cleon entró en su ducha privada y regresó un rato después duchado, seco y con un atuendo más formal.

–Y ahora, Seldon -dijo despidiendo a su séquito con un gesto de la mano-, la pista de tenis es tan íntima como cualquier otro sitio que podamos encontrar en el Palacio Imperial, y además hace un tiempo espléndido, así que no vayamos dentro. He leído el mensaje de ese mycogenita llamado Amo del Sol Catorce. ¿Cree que servirá?

–Por supuesto, Alteza. Como habréis leído, Joranum fue denunciado como desviado mycogenita y acusado de blasfemia en los más rigurosos términos imaginables.

–¿Y eso acaba con él?

–Disminuye su importancia de forma decisiva, Alteza. Muy pocos creen en la ridícula fantasía de que el Primer Ministro es un robot, y aparte de eso, se ha descubierto que Joranum es un mentiroso y un falsario, peor aun, un mentiroso y un falsario que no ha sabido engañar a sus víctimas.

–Sí, eso es cierto -murmuró Cleon pensativamente-. Lo cual significa que ser un arribista puede ser sinónimo de astuto, e incluso que puede llegar a ser admirable, pero también que el ser descubierto es una estupidez y las estupideces no son dignas de admiración, ¿verdad?

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