Hacia la Fundación (16 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

–Cierto.

–¿Y qué crees haber visto, Yugo?

Seldon clavó los ojos en el rostro de Amaryl y se puso bastante serio. Estaba engordando, y empezaba a parecer un poco regordete. Pasaba demasiado tiempo inclinado sobre los ordenadores (especialmente sobre el Primer Radiante), y descuidaba la actividad física; aunque veía a alguna mujer de vez en cuando, Seldon sabía que nunca estuvo casado. ¡Un grave error! Incluso un adicto al trabajo debe robarle un poco de tiempo a su obsesión para satisfacer a una compañera o atender las necesidades de los niños.

Seldon pensó en su cuerpo, que aún seguía siendo delgado y ágil, y en los esfuerzos de Dors para mantenerle en tal estado.

–¿Qué veo? – murmuró Amaryl-. Veo que el Imperio tiene problemas.

–El Imperio siempre tiene problemas.

–Sí, pero esto es algo más preciso e importante. Existe la posibilidad de que tengamos problemas en el centro.

–¿En Trantor?

–Supongo, o en la periferia. Tal vez pasaremos por una situación bastante grave, quizá una guerra civil, o la independización del Imperio por parte de los alejados mundos exteriores.

–No creo que haga falta recurrir a la psicohistoria para predecir esas posibilidades.

–Lo interesante es que parece existir una exclusividad mutua. Una cosa o la otra, pero la probabilidad de que ocurran las dos es muy remota. ¡Aquí, mira! Está expresado en tus propios símbolos matemáticos… ¡Observa!

Permanecieron inclinados mucho rato sobre los datos que mostraba el Primer Radiante.

–No entiendo el porqué de esa exclusividad mutua -dijo Seldon por fin.

–Yo tampoco, Hari, pero ¿dónde está el valor de la psicohistoria si sólo nos muestra lo que queríamos ver? Esto nos está mostrando algo que de otra forma no veríamos. Lo que no nos indica es, primero, qué alternativa es la mejor, y, segundo, qué debemos hacer para asegurarnos de que ocurra sólo la mejor, disminuyendo o eliminando las posibilidades de la peor.

Seldon apretó los labios.

–Puedo decirte cuál de las dos alternativas es preferible -murmuró-. Dejemos que la periferia abandone el Imperio y conservemos Trantor.

–¿De verdad?

–No cabe duda. Debemos asegurar la estabilidad de Trantor aunque sólo sea porque vivimos aquí.

–Pero estoy seguro de que nuestra comodidad no puede ser el factor decisivo…

–No, pero la psicohistoria es vital. ¿De qué nos servirá mantener intacta la periferia si la situación en Trantor nos obliga a dejar de trabajar en la psicohistoria? No digo que nos maten, pero puede que nos resulte imposible seguir trabajando. Nuestro destino dependerá del desarrollo de la psicohistoria. En cuanto al Imperio, la secesión de la periferia sólo supondrá el comienzo de una desintegración que puede tardar mucho tiempo en llegar hasta el núcleo.

–Hari, aun suponiendo que tengas razón… ¿Qué podemos hacer para mantener la estabilidad en Trantor?

–Para empezar tendremos que pensar en el problema.

El silencio se adueñó de la habitación.

–Pensar no me tranquiliza demasiado -dijo Seldon por fin-. ¿Y si el Imperio ha estado siguiendo desde siempre una dirección equivocada? Pienso en eso cada vez que hablo con Gruber…

–¿Quién es Gruber?

–Mandell Gruber es un jardinero.

–Oh. ¿Es el que vino corriendo con el rastrillo en alto para salvarte cuando intentaron asesinarte?

–Sí. Siempre se lo he agradecido. Sólo tenía un rastrillo, y cabía la posibilidad de que se enfrentara a más conspiradores armados con desintegradores. Eso es auténtica lealtad, Yugo… En fin, hablar con él es como respirar una bocanada de aire limpio. No puedo pasarme la vida hablando con altos funcionarios de la corte y con psicohistoriadores.

–Muchas gracias.

–¡Vamos, vamos! Ya sabes lo que quiero decir… Gruber ama los espacios abiertos. Quiero sentir el viento, la lluvia, el aliento del frío y todas las cosas que la intemperie le depare. Algunas veces, yo también las echo de menos.

–Yo no. Creo que podría pasar el resto de mi vida sin salir de la cúpula.

–Naciste y creciste bajo la cúpula… Pero imagina que el Imperio estuviera formado por mundos sencillos no industrializados que subsistieran gracias a la ganadería y la agricultura, mundos poco poblados con muchos espacios desiertos. ¿No crees que todos viviríamos mejor?

–Creo que sería una existencia horrible.

–He encontrado algo de tiempo libre para hacer algunas investigaciones al respecto y me parece que es un caso de equilibrio inestable. Un mundo con poca población como el que describo, o empobrece hasta convertirse en un planeta moribundo con un nivel cultural primitivo…, o se industrializa. Cuando el desarrollo alcanza un punto determinado, se inclina hacia una dirección u otra, dándose la casualidad de que casi todos los mundos de la galaxia se han inclinado hacia la industrialización.

–Porque es preferible.

–Quizá, pero eso no puede seguir eternamente. Ahora asistimos a los resultados de ese exceso en una dirección. El Imperio no podrá subsistir por mucho tiempo porque se ha…, se ha recalentado. No se me ocurre otra palabra. No sabemos qué ocurrirá a continuación. Si conseguimos evitar la caída mediante la psicohistoria o, lo que es más probable, si conseguimos provocar una recuperación después de la caída, ¿será simplemente para asegurar otro cíclico período de recalentamiento? ¿Es el único futuro que tiene la Humanidad? ¿Está condenada a empujar el peñasco hasta lo alto de una colina, igual que Sísifo, sólo para verlo rodar por la ladera otra vez?

–¿Quién es Sísifo?

–Un personaje de un mito primitivo. Yugo, tienes que leer más.

Amaryl se encogió de hombros.

–¿Para enterarme de quién era Sísifo y de lo que le ocurrió? No es tan importante. Puede que la psicohistoria nos muestre el camino hacia una sociedad totalmente nueva, una sociedad tan estable y deseable que no se parezca en nada a todo cuanto hemos visto hasta el momento.

–Eso espero -suspiró Seldon-. Eso espero, pero aún no hay ninguna señal que lo indique. En un futuro próximo tendremos que hacer todo lo posible para librarnos de la periferia, y eso marcará el comienzo de la caída del Imperio Galáctico.

4

–Le dije que eso marcaría el comienzo de la caída del Imperio Galáctico -dijo Hari Seldon-. Y eso es lo que ocurrirá, Dors.

Dors le escuchaba con los labios apretados. Había aceptado su nombramiento como Primer Ministro tal y como lo aceptaba todo, con calma. Su única misión era protegerle a él y a su psicohistoria, pero Dors sabía muy bien que su nueva posición haría que le resultase más difícil. El mejor sistema de seguridad era pasar inadvertido, y mientras la Nave Espacial y el Sol, símbolos del Imperio, iluminaran a Seldon con su resplandor, todas las barreras físicas existentes resultarían insuficientes.

El lujo en el que vivían -la meticulosa protección contra los haces de espionaje que también les salvaguardaba de toda interferencia física; las ventajas que suponía para su propia investigación histórica el hecho de disponer de fondos casi ilimitados-, no la satisfacía. Dors habría cambiado todo aquello por su viejo apartamento de la Universidad de Streeling o, mejor aun, por un apartamento cualquiera en un sector donde nadie les conociese.

–Todo eso está muy bien, querido -dijo-, pero no es suficiente.

–¿A qué te refieres?

–La información que me estás dando… Dices que podríamos perder la periferia. ¿Cómo? ¿Por qué?

Seldon se permitió una sonrisa fugaz.

–Me gustaría saberlo, Dors, pero la psicohistoria aún no ha llegado a la fase necesaria para decírnoslo.

–Entonces dame tu opinión. ¿Crees que los gobernadores locales de los mundos más alejados sienten la ambición de autodeclararse independientes?

–Es un factor, desde luego. Como sabes, ha ocurrido en el pasado, pero nunca por mucho tiempo. Puede que esta vez sea permanente.

–¿Porque el Imperio es más débil?

–Sí, y porque el intercambio comercial se desarrolla con menos libertad que en el pasado, porque las comunicaciones son más inflexibles que antes y porque, de hecho, los gobernadores de la periferia se encuentran más cerca de la independencia de lo que jamás lo habían estado. Si uno de ellos se deja llevar por ciertas ambiciones…

–¿Puedes predecir quién será?

–Desde luego que no. Todo lo que podemos extraer de la psicohistoria en esta fase es la seguridad de que
si
aparece un gobernador extremadamente hábil y ambicioso, encontrará unas condiciones mucho más adecuadas para sus propósitos que en cualquier otro momento del pasado. También podrían ser otras cosas…, un gran desastre natural o una guerra civil entre dos coaliciones de mundos exteriores lejanos. Ninguno de esos acontecimientos puede predecirse con exactitud en estos momentos, pero sí podemos afirmar que cualquier acontecimiento de esa naturaleza que se produzca ahora tendrá consecuencias más serias de las que habría tenido hace un siglo.

–Pero si no sabes con exactitud qué ocurrirá en la periferia, ¿cómo puedes guiar las acciones con seguridad hacia la pérdida de la periferia en vez de a Trantor?

–Observando con mucha atención la situación en los dos mundos y tratando de estabilizar Trantor sin hacer nada por la periferia. No podemos esperar que la psicohistoria ordene los acontecimientos automáticamente a menos que nuestros conocimientos sobre su funcionamiento sean mucho mayores de lo que lo son en la actualidad, así que nos vemos obligados a utilizar continuamente los controles manuales. En días venideros la técnica será desarrollada y mejorada, y la necesidad de ejercer el control manual irá decreciendo paulatinamente.

–Pero eso ocurrirá en días venideros, ¿verdad? – dijo Dors.

–Sí, e incluso eso no es más que una esperanza.

–¿Y qué clase de inestabilidades amenazan a Trantor suponiendo que nos aferremos a la periferia?

–Las mismas de antes: factores económicos y sociales, desastres naturales, rivalidades entre altos funcionarios…, y algo más. Cuando hablé con Yugo le describí la situación del Imperio como si estuviera recalentado, y Trantor es la parte más recalentada de todo el Imperio. Parece como si todo se estuviera desmoronando. La infraestructura, el suministro de agua, la calefacción, la eliminación de desperdicios, los conductos de combustible, todo parece tener problemas que se salen de lo corriente, y me he dedicado a estudiarlo con una atención progresivamente mayor en los últimos tiempos.

–¿Y la muerte del Emperador?

Seldon extendió las manos con las palmas hacia arriba.

–Es algo inevitable, pero Cleon goza de buena salud. Tiene la misma edad que yo, y aunque me gustaría ser más joven, no es demasiado viejo. Su hijo sería el peor sucesor imaginable, pero habrá un buen número de aspirantes…, más que suficiente para crear problemas y hacer que su muerte resulte traumática para el Imperio, pero quizá no acabe convirtiéndose en una catástrofe total en el sentido histórico de la expresión.

–Bien, entonces pensemos en su asesinato.

Seldon alzó la cabeza.

–No digas eso -murmuró nerviosamente-. Ya sé que estamos protegidos contra las escuchas, pero no utilices esa palabra.

–Hari, no seas tonto. Es la eventualidad que ha de ser tomada en consideración. Hubo un tiempo en el que los joranumitas podrían haber tomado el poder, de haberlo hecho el Emperador habría sido eliminado de una forma o de otra…

–Probablemente no. Habría resultado más útil como figura decorativa, y en cualquier caso olvídalo. Joranum murió el año pasado en Nishaya, y tengo entendido que se convirtió en una ruina humana bastante patética.

–Tenía seguidores.

–Naturalmente. Todo el mundo tiene seguidores. Tus investigaciones históricas del reino de Trantor y los primeros tiempos del Imperio Galáctico… ¿No has encontrado ninguna referencia al Partido Globalista de Helicon?.

–No, ni una sola. No quiero herir tus sentimientos, Hari, pero no recuerdo haber encontrado ningún acontecimiento histórico en el que Helicon desempeñara un papel relevante.

–No pasa nada, Dors. Feliz aquel mundo que no tiene historia, siempre lo he dicho… Bien, hace unos dos mil cuatrocientos años cierto número de heliconianos firmemente convencidos de que Helicon
era
el único planeta habitado del Universo se agruparon. Afirmaban que Helicon era el Universo y que aparte del propio Helicon sólo existía una sólida esfera tachonada de estrellas diminutas.

–¿Cómo podían creer en algo semejante? – preguntó Dors-. Supongo que formaban parte del Imperio, ¿no?

–Sí, pero los globalistas insistían en que todas las pruebas que apoyaban la existencia del Imperio eran una ilusión o un engaño deliberado, que los emisarios y funcionarios del Imperio eran heliconianos que interpretaban un papel por algún motivo desconocido. Estaban totalmente al margen de la lógica y los razonamientos.

–¿Y qué ocurrió?

–Supongo que resulta agradable creer que tu mundo es el mundo. En el momento de máxima influencia, los globalistas convencieron a un diez por ciento de la población del planeta de que se uniera a su movimiento. Sólo un diez por ciento, pero se trataba de una minoría de exaltados que hacía mucho más ruido que la mayoría de indiferentes, y estuvo a punto de adueñarse del poder.

–Pero no lo consiguieron, ¿verdad?

–No, no lo consiguieron. El Partido Globalista provocó una considerable disminución del comercio imperial y la economía heliconiana no tardó en sufrir un rápido declive. Cuando la creencia empezó a afectar al bolsillo del ciudadano corriente, perdió popularidad muy deprisa. La ascensión y caída del movimiento debió de sorprender a mucha gente, pero estoy seguro de que la psicohistoria habría demostrado que eran inevitables y que no era necesario perder el tiempo preocupándose por lo que pudiera ocurrir.

–Comprendo, pero… Hari, ¿por qué me has contado esta historia? Supongo que tiene alguna relación con lo que estábamos discutiendo antes, ¿no?

–La relación es que no importa lo ridículas que puedan llegar a ser ciertas creencias para una persona sensata: esos movimientos nunca llegan a morir del todo. En estos momentos…,
en estos momentos
todavía hay globalistas en Helicon. No muchos, pero de vez en cuando setenta u ochenta se reúnen en lo que llaman un Congreso Global y lo pasan en grande hablando del globalismo. Bueno, sólo han transcurrido diez años desde que el movimiento joranumita parecía una amenaza tan terrible para el futuro de este planeta, no me sorprendería que aún quedaran algunos restos dignos de consideración. Puede que dentro de mil años aún queden algunos restos del movimiento.

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