Heliconia - Primavera (12 page)

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Authors: Bryan W. Addis

Sifans olisqueó el aire.

—Como tú, haré algo poco inteligente. Te indicaré la mejor ruta para salir de la ciudad. Y también te diré que no lleves contigo a este hombre. Déjalo aquí. Yo me ocuparé de él. Morirá pronto.

—No, padre, es fuerte. Se recuperará con rapidez cuando la idea de la libertad crezca de veras en él. Lo ha pasado muy mal. ¿No es cierto, Usilk?

El prisionero los miró por encima de una mejilla amoratada e hinchada que casi le ocultaba un ojo.

—También es verdad que es tu enemigo, y que no dejará de serlo. Cuídate de él. Déjalo conmigo.

—Si es mi enemigo es por mi culpa. Haré las paces, y me perdonará cuando estemos a salvo.

—Algunos hombres nunca perdonan —dijo el padre Sifans.

Mientras los otros dos se miraban, Usilk logró erguirse con torpeza y apoyó la frente contra el muro.

—Creo que no puedo pedírtelo, padre —dijo Yuli—. Por lo que sé, eres un Guardián. ¿Vendrás con nosotros al mundo exterior?

Los ojos parpadearon rápidamente.

—Antes de mi iniciación, sentí que no podía servir a Akha e intenté escapar de Pannoval. Pero me sorprendieron, porque he sido siempre dócil, y no un salvaje como tú.

—Jamás has olvidado mis orígenes.

—Yo envidiaba el salvajismo. Todavía lo envidio. Pero fracasé. Mi naturaleza se opuso a mis deseos. Cayeron sobre mí, y acerca de cómo me trataron… sólo te diré que tampoco yo puedo perdonar. Eso fue hace mucho. Desde entonces ascendí en la jerarquía.

—Ven con nosotros.

—Me quedaré aquí, cuidando mi pierna lastimada. Siempre tengo excusas, Yuli.

Recogiendo una piedra del suelo, el padre Sifans dibujó en la pared el camino de la huida.

—Es un largo viaje. Tendrás que pasar por debajo de las Montañas de Quzint. No irás hacia el norte, sino hacia el sur, de temperatura más clemente. Buena suerte, y éxito. —Escupiendo en la mano, borró las marcas de la pared y arrojó la piedra a un rincón.

Yuli no encontró nada que decir; se acercó y rodeó con los brazos al anciano, apretándole los codos delgados contra el cuerpo.

—Nos marchamos ahora mismo. Adiós.

Usilk dijo, hablando con dificultad: —Tienes que matar a este hombre, sin demora. De lo contrario, dará la alarma apenas hayamos salido.

—Lo conozco y confío en él.

—Es una trampa.

—Tú y tus malditas trampas, Usilk. No tocarás al padre Sifans. —Yuli dijo esto con cierta agitación, extendiendo un brazo para retener a Usilk que se había adelantado hacia el viejo sacerdote. Usilk intentó empujarlo y lucharon un instante, hasta que Yuli lo apartó con toda la suavidad posible.

—Vamos, Usilk; si puedes pelear, puedes andar. En marcha.

—Espera. Ya veo que tendré que confiar en ti, monje. Prueba tu sinceridad liberando a mi camarada. Lo llaman el Marcado, trabajaba conmigo en el vivero de peces. Está en la celda 65. Y buscarás también a una persona de Vakk.

Frotándose el mentón, Yuli respondió: —No estás en posición de dar órdenes. —Toda demora implicaba peligro. Sin embargo, comprendía que tenía que aplacar a Usilk, si algún acuerdo era posible. El plano de Sifans hacía evidente que los esperaba un osado viaje.

—Está bien. El Marcado. Lo recuerdo. ¿Era tu enlace revolucionario?

—¿Todavía quieres interrogarme?

—Está bien. Padre, ¿puede quedarse aquí Usilk mientras busco al Marcado? Gracias. ¿Y quién es el hombre de Vakk?

Una especie de sonrisa atravesó brevemente la cara partida de Usilk.

—No es un hombre, es una mujer. Mi mujer, monje. Se llama Iskador, y es la reina de la arquería. Vive en el Arco en la última calle.

—Iskador… Sí, la conozco. La he visto una vez.

—Tráela. Ella y el Marcado son valientes. Ya veremos luego si tú lo eres, monje.

El padre Sifans aferró la manga de Yuli y le dijo suavemente, poniéndole la nariz casi dentro de la oreja: —Perdóname, pero he cambiado de idea. No me atrevo a quedarme solo con este hombre resentido y estúpido. Por favor, llévalo contigo… Te aseguro muy de veras que no saldré de mi habitación. —Oprimió con fuerza el brazo de Yuli.

Yuli juntó las manos.

—Está bien. Iremos juntos, Usilk. Te mostraré dónde puedes encontrar un hábito. Te lo pondrás e irás en busca del Marcado. Yo iré a Vakk y traeré a Iskador. Nos reuniremos en la esquina de Guiño. Hay dos corredores, de modo que podremos escapar en caso de apuro. Si no estáis allí, sabré que habéis sido capturados y partiré sin vosotros. ¿Está claro? Usilk gruñó.

—¿Está claro?

—Sí, adelante.

Se marcharon. Dejaron el abrigo de la pequeña habitación de Sifans y se lanzaron a la densa noche de los pasillos. Con los dedos en la franja grabada del muro, Yuli guiaba a Usilk, Tan excitado estaba que hasta olvidó despedirse de su viejo mentor.

En esa época, la gente de Pannoval no tenía gran cosa en la cabeza. Ningún gran pensamiento; sólo la comida les interesaba. Sin embargo, les gustaban los relatos, que los narradores contaban en ciertas ocasiones.

En la gran entrada, junto a las casas de la guardia, y antes de que el visitante de Pannoval llegara a las terrazas del Mercado, crecían unos árboles. Aunque pequeños de tamaño y escasos en número, eran claramente árboles verdes.

Se los apreciaba debidamente por su rareza, y por su costumbre de producir de vez en cuando unas nueces arrugadas llamadas tejeras. Ningún árbol lograba dar fruto una vez por año; pero todos los años uno u otro árbol mostraba unas pocas tejeras de color herrumbre bailoteando en el extremo de las ramas. La mayoría tenían gusanos; pero las mujeres y los niños de Vakk, Groyne y Prayn comían los gusanos junto con los frutos.

A veces los gusanos morían cuando se partía la nuez. Decía una historia que el gusano moría de sorpresa. Creía que el interior de la nuez era todo el mundo, y que la corteza arrugada era el cielo, pero un día el mundo se partía en dos. Veía con horror que más allá del mundo había un mundo gigantesco, más importante y brillante en todos los sentidos. Esto era demasiado para los gusanos, que morían ante la revelación.

Yuli pensaba en los gusanos de las nueces mientras salía de las tinieblas por vez primera en más de un año, y retornaba, deslumbrado, al atareado mundo de la vida ordinaria. Al principio, el ruido, la luz y el tumulto de tantas personas lo desconcertó.

Todo el desafío y las tentaciones de ese mundo se resumían en Iskador, Iskador la hermosa. La recordaba como si la hubiese visto ayer. Al verla ahora, le pareció aún más hermosa, y apenas alcanzó a tartamudear.

La vivienda tenía varias habitaciones y era parte de una pequeña fábrica, de arcos. El padre de Iskador era el gran maestre de la corporación de constructores de arcos. Con cierta altanería, Iskador invitó a entrar al sacerdote. Yuli se sentó en el suelo y bebió un vaso de agua, mientras explicaba lentamente la situación.

Iskador era una muchacha robusta y directa, de tez blanca como la leche y pelo negro y ojos de color avellana. Tenía una cara ancha de altos pómulos, y una boca grande y fresca. Sus movimientos eran enérgicos. Cruzó los brazos sobre el pecho con aire circunspecto mientras escuchaba lo que Yuli le decía.

—¿Y por qué no viene Usilk a contarme él mismo ese disparate?

—Tenía que buscar a otro amigo. Y no podía venir a Vakk. Tiene la cara lastimada, y llamaría la atención.

El pelo negro colgaba a ambos lados del rostro, enmarcándolo como unas alas negras. Esas alas fueron apartadas impacientemente con un movimiento de cabeza, e Iskador dijo: —Dentro de seis días hay un torneo de arco, que quiero ganar. No deseo irme de Pannoval. Soy feliz aquí. Era Usilk el que se quejaba todo el tiempo. Y además, hace siglos que no lo veo. Tengo otro amigo.

Yuli se puso en pie, enrojeciendo levemente.

—Está bien, entonces. No hables de lo que he dicho. Me iré y le daré tu respuesta a Usilk. —Se sentía nervioso ante ella y más brusco de lo que él deseaba.

—Espera —respondió ella, acercándose con un brazo extendido, con una nerviosa mano tendida hacia él—. No he dicho que puedes irte, monje. Lo que me has contado es muy interesante. Y además has de defender la causa de Usilk, y tratar de persuadirme a que vaya con vosotros.

—Sólo dos cosas, Iskador. Mi nombre es Yuli, y no «monje». ¿Y por qué habría de defender a Usilk? No es mi amigo, y además…

La voz se le apagó. La miró con rabia, con las mejillas encendidas.

—Y además, ¿qué? —Había una risa oculta debajo de la pregunta.

—Oh, Iskador, además eres hermosa; eso es lo que hay además; y además yo mismo te admiro.

La actitud de ella cambió. Alzó la mano, cubriéndose a medias los labios pálidos.

—Dos «además», y los dos importantes. Eso cambia todo, Yuli. Ahora que te miro, no eres nada desagradable. ¿Por qué te has hecho sacerdote?

Sintiendo cómo cambiaba la marea, Yuli vaciló y dijo luego osadamente: —Maté a dos hombres.

Iskador lo miró por debajo de las tupidas pestañas durante un tiempo que pareció muy largo.

—Espérame mientras busco un bolso y un arco —dijo finalmente.

El derrumbamiento de la bóveda había provocado una ansiosa excitación en todo Pannoval. Había ocurrido el acontecimiento que más temía la fantasía de la gente. Las reacciones eran algo confusas. Junto al temor había alivio, porque sólo habían perecido prisioneros, guardianes, y unos cuantos phagors. Probablemente merecían el destino que les había deparado el gran Akha.

En la parte posterior de Mercado se habían instalado unas barreras, y la milicia mantenía el orden. Equipos de rescate, hombres y mujeres de la corporación de médicos, y numerosos trabajadores se movían en el escenario del desastre. Contra las barreras se apretujaba la multitud, en parte silenciosa y tensa, en parte alegre, alrededor de un acróbata y un grupo de músicos que contribuían a esa alegría. Yuli se abrió paso entre la multitud, seguido por la muchacha. La gente, por la larga costumbre, se retiraba ante el sacerdote.

Guiño, donde había ocurrido el derrumbe, tenía un aspecto extraño. Allí no había espectadores. Una brillante hilera de luces de emergencia favorecía las tareas de rescate. Los prisioneros echaban un polvo especial a la llama para que diera más luz.

Era una escena de sombríos trabajos. Los prisioneros cavaban, descansaban un rato, y las filas posteriores continuaban la tarea. Los phagors arrastraban los carros de escombros. De vez en cuando se oía un grito: la remoción de escombros se hacía más febril, y un cuerpo emergía y era entregado a los médicos.

La escala del desastre era imponente. Al derrumbarse un nuevo túnel, parte de la bóveda principal había caído en varios puntos. La mayor parte del suelo estaba cubierta de rocas, y los viveros de peces y hongos habían quedado sepultados. La causa del derrumbe era un torrente subterráneo, que ahora afloraba con violencia, y añadía la inundación a las demás dificultades.

Las piedras caídas casi ocultaban los pasillos posteriores. Iskador y Yuli tuvieron que trepar sobre una pila de escombros. Por fortuna un montón de escombros todavía mayor los ocultaba de cualquier mirada inquisitiva. Pasaron sin que los detuvieran. Usilk y su camarada el Marcado aguardaban en las sombras.

—Te queda bien la ropa blanca y negra, Usilk —comentó sarcásticamente Yuli, refiriéndose al atuendo sacerdotal que vestían ambos prisioneros. Porque Usilk se había acercado vivamente a abrazar a Iskador. Ella, quizá disgustada por su rostro lastimado, lo mantuvo a distancia y le tomó afectuosamente las manos.

Aun disfrazado, el Marcado parecía un prisionero. Era alto y delgado, e inclinaba los hombros como una persona que ha pasado demasiado tiempo en una celda pequeña. Tenía las grandes manos cubiertas de cicatrices. Los ojos, al menos durante ese encuentro, eran huidizos; apartándose de la mirada de Yuli, le echaba una rápida ojeada cuando Yuli parecía distraído. Yuli le preguntó si estaba preparado para un difícil viaje, y el hombre asintió, gruñó y se ajustó la bolsa que llevaba al hombro.

No era un buen comienzo para la aventura, y por un instante Yuli lamentó la decisión que había tornado. Era mucho lo que dejaba para unirse a dos tipos corno Usilk y el Marcado. Entendió que era necesario que afirmase en seguida su autoridad, o habría problemas.

Evidentemente, Usilk tenía la misma idea.

Se adelantó con su carga y dijo: —Llegas tarde, monje. Pensábamos que te habías arrepentido. Y que todo era una trampa.

—¿Crees que tú y tu compañero podréis soportar un duro viaje? Pareces enfermo.

—Será mejor que nos movamos, en lugar de hablar—respondió Usilk, cuadrando los hombros y metiéndose entre Iskador y Yuli.

—Yo mando, vosotros ayudáis —dijo Yuli—. Si esto queda claro, todos nos llevaremos bien.

—¿Qué te hace pensar que mandarás tú, monje? —dijo Usilk desdeñosamente, mientras miraba a sus amigos, pidiéndoles apoyo. Con un ojo semicerrado, parecía a la vez taimado y amenazante. Volvía a mostrarse terco ahora que quizá era posible escapar.

—Ésta es la respuesta —dijo Yuli, moviendo el puño derecho en una dura curva que se hundió en el estómago de Usilk.

Usilk se dobló, gruñendo y jurando.

—Maldito eddre…

—Enderézate, Usilk, y vámonos antes que descubran nuestra ausencia.

No hubo más discusión. Lo siguieron obedientemente. Las débiles luces de Guiño desaparecieron tras ellos. Pero las puntas de los dedos de Yuli corrían por el relieve mural que le servía de vista: complicadas series de abalorios y cadenas de conchas diminutas, que se sucedían como una melodía tocada en el corno, mientras ellos entraban en el silencio enorme de la montaña.

Los otros no compartían el secreto sacerdotal de Yuli, y necesitaban luz para avanzar. Le pidieron que anduviera más lentamente, o que les permitiera encender una lámpara; Yuli se negó a ambas cosas. Aprovechó la oportunidad para tomar la mano de Iskador, lo que ella aceptó de buena gana, y avanzó disfrutando del contacto de la piel de ella. Los otros dos se contentaron con ir agarrados al vestido de Iskador.

Después de un tiempo, el corredor se bifurcó, los muros se hicieron más ásperos, y la trama repetida del mural desapareció. Habían llegado a los límites de Pannoval, y estaban solos. Descansaron. Mientras los demás hablaban, Yuli pensó en el plano que el padre Sifans había dibujado. Lamentaba no haber abrazado al anciano ni haberle deseado buena suerte.

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