Read Heliconia - Primavera Online
Authors: Bryan W. Addis
—Siempre hemos de ser positivas —explicó—. Si yo fuera una hechicera, traería de vuelta la nieve, para Aoz Roon.
—Eres una hechicera —dijo lealmente Vry.
La noticia de los phagors corrió con rapidez. Quienes recordaban la última incursión a la ciudad no hablaban de otra cosa. Lo contaban cuando el rathel los derrumbaba sobre los lechos; lo contaban al alba, cuando molían el grano a la luz de las velas.
—Podemos contribuir con algo más que palabras —dijo Shay Tal a las mujeres—. Tenemos corazones valientes así como lenguas rápidas. Demostraremos a Aoz Roon de qué somos capaces. Quiero que escuchéis lo que he pensado.
Decidieron que la academia, que siempre tenía que justificarse a sí misma a los ojos de los hombres, presentaría un plan de ataque capaz de salvar a Oldorando. Las mujeres elegirían un lugar adecuado y se mostrarían allí, seguras, para que los phagors las vieran. Cuando los phagors se acercaran, caerían en una emboscada: los cazadores estarían escondidos a los flancos para lanzarse sobre ellos. Las mujeres gritaron pidiendo sangre mientras discutían la idea.
Una vez estudiado el plan, eligieron a una de las muchachas más bonitas de la academia como emisaria que visitaría a Aoz Roon. La elegida, casi de la misma edad de Vry, fue Dol Sakil, hija de la anciana partera Rol Sakil. Oyre escoltó a Dol hasta la torre de su padre; la muchacha tenía que saludar a Aoz Roon y pedirle que concurriera a la casa de las mujeres, donde se le presentaría la propuesta defensiva.
—¿Crees que me escuchará? —preguntó Dol. Oyre sonrió y la empujó al interior de la torre.
Esperó mientras caía la lluvia.
Oyre retornó a la casa de las mujeres a media mañana. Estaba sola y parecía furiosa. Finalmente estalló y contó lo ocurrido. Aoz Roon había rechazado la invitación de las mujeres, pero se había quedado con Dol Sakil. La consideraba un presente de la academia. Viviría con ella de ahora en adelante.
Ante la noticia, Shay Tal tuvo un ataque de cólera. Se arrojó al suelo. Gritó y se arrancó los cabellos. Bailó de indignación. Gesticuló y juró vengarse de todos los estúpidos hombres. Profetizó que serían comidos vivos por los phagors, mientras el presunto jefe yacía en cama copulando con una niña boba. Dijo muchas otras cosas terribles. Las compañeras no pudieron calmarla y Vry y Oyre se alejaron asustadas.
—Es vergonzoso —dijo Rol Sakil—; pero será bueno para Dol.
Shay Tal se arrebujó en sus ropas y se lanzó corno un huracán a la calle y a la gran torre donde vivía Aoz Roon.
La lluvia le caía sobre el rostro mientras reprochaba a gritos la conducta escandalosa de Aoz Roon, desafiándolo a que saliera.
Tal era el griterío, que los hombres de las corporaciones y algunos cazadores corrieron a ver qué ocurría. Se quedaron al amparo de los ruinosos edificios, sonriendo, de brazos cruzados, mientras la lluvia inclinaba casi hasta el suelo los penachos de vapor de los géiseres y el barro burbujeaba entre las botas de los hombres.
Aoz Roon se asomó a la ventana de la torre. Miró hacia abajo y gritó a Shay Tal que se marchara. Ella le mostró el puño. Dijo que era un hombre abominable y que por causa de él todo Embruddock sufriría un desastre.
En este punto, llegó Laintal Ay y tomó del brazo a Shay Tal, hablándole con dulzura. Ella dejó de gritar. Laintal Ay le dijo que no desesperase. Los cazadores sabían cómo atacar a los phagors. También Aoz Roon. Saldrían a combatir cuando mejorara la temperatura.
—Cuando mejore. Si mejora. ¿Quién eres tú para poner esas condiciones, Laintal Ay? ¡Los hombres son tan débiles! —Alzó los puños hacia las nubes.—Seguiréis mi plan, o el desastre caerá sobre todos nosotros. Y sobre ti, Aoz Roon, ¿me oyes? Lo veo claramente con mi mirada interior.
—Sí, sí. —Laintal Ay intentaba acallarla.
—No me toques. ¡Limítate a seguir el plan! Y si ese necio de jefe o supuesto jefe quiere conservar su puesto, que saque de la cama a Dol Sakil. ¡El plan o la muerte! ¡Violador de niñas! ¡Condenación!
Esas profecías fueron pronunciadas con mucha seguridad. Shay Tal continuó la arenga, maldiciendo de paso a todos los hombres ignorantes y brutales. La gente quedó impresionada. La lluvia arreció. El agua chorreaba' de las torres. Los cazadores se sonreían unos a otros sin alegría. Llegaron nuevos espectadores, ávidos de drama.
Laintal Ay dijo a Aoz Roon que estaba convencido de la verdad de esas palabras. Aconsejó respetar las profecías. El plan de las mujeres le parecía bueno.
Aoz Roon, asomado a la ventana, tenía el rostro tan negro como sus pieles. A pesar de la ira, parecía sereno. Estaba de acuerdo en seguir el plan de las mujeres cuando la temperatura subiera. No antes. Ciertamente, no antes. Y se quedaría con Dol Sakil. Ella estaba enamorada de él y necesitaba protección.
—Bárbaro, bárbaro ignorante. Sois todos unos bárbaros, sólo dignos de esta maloliente granja. La perversidad y la ignorancia nos han hecho caer muy bajo.
Shay Tal recorría de un lado a otro la calle enlodada, chillando. El principal de los bárbaros era el indigno violador cuyo nombre se negaba a pronunciar. Vivían en una granja, en una charca de lodo, y habían olvidado la antigua grandeza de Embruddock. Todas las ruinas habían sido hermosas torres revestidas de oro; lo que ahora era barro y suciedad había estado pavimentado de lujosos mármoles. La ciudad había tenido cuatro veces el tamaño actual y todo había sido hermoso, limpio y hermoso. Y entonces se respetaba la santidad de las mujeres. Shay Tal se recogía las pieles mojadas y sollozaba.
No viviría más en ese lugar inmundo. Se marcharía lejos, más allá de las empalizadas. Si de noche llegaban los phagors, o si la capturaban los astutos habitantes de Borlien, ¿qué importaba? ¿Para qué había de vivir? Todos ellos eran hijos del desastre.
—Calma, calma, mujer —le decía Laintal Ay, chapoteando junto a ella.
Shay Tal lo rechazó irritada. Ella era sólo una mujer que estaba envejeciendo y a quien nadie quería. Sólo ella veía la verdad. Lo lamentarían cuando se fuera.
Luego, Shay Tal, como había amenazado, empezó a trasladar sus escasos bienes a una de las ruinosas torres situadas entre los rajabarales, en el noreste, más allá de las empalizadas. Vry y otras la ayudaron, caminando de un lado a otro bajo la lluvia, transportando aquellas pobres posesiones.
Al día siguiente escampó. Ocurrieron dos hechos notables. Una bandada de aves pequeñas de una especie desconocida voló sobre Oldorando, y giró por encima de las torres. El aire estaba lleno de trinos. La bandada no se posó en la aldea misma, sino en las torres más alejadas,
y particularmente en las ruinas donde se había exiliado Shay Tal.
Hicieron allí una gran barahúnda. Tenían picos pequeños y cabezas rojas, plumas rojas y blancas en las alas, y volaban como flechas. Algunos cazadores intentaron en vano cazarlas con redes.
Esto fue considerado un presagio.
El segundo hecho era aún más alarmante.
El Voral se desbordó.
Las lluvias habían aumentado el caudal del río. Cuando el Silbador de Horas anunció el mediodía, vino una gran riada desde el distante lago Dorzín. Una anciana, Molas Ferd, estaba en la orilla recogiendo excrementos de ganso cuando la vio. Se incorporó y contempló con asombro el muro de agua que se aproximaba. Los gansos y los patos se asustaron y volaron pesadamente hacia el poblado. Pero la vieja Molas Ferd se quedó donde estaba, con la pala en la mano y la boca abierta. La corriente la envolvió y la arrojó contra la casa de las mujeres.
El agua cubrió la aldea e invadió las casas, dispersando el grano y ahogando a los cerdos. Molas Ferd murió a causa del golpe.
La aldea se convirtió en una ciénaga. Sólo la. torre donde Shay Tal se había instalado se libró del asalto de las aguas fangosas.
Esos momentos señalaron el comienzo de la reputación de hechicera de Shay Tal. Quienes la habían oído vociferar contra Aoz Roon, hablaron ahora en voz baja dentro de sus casas.
Esa noche, cuando primero Batalix y luego Freyr se hundieron en el oeste, convirtiendo en sangre la inundación, la temperatura descendió dramáticamente. La aldea quedó cubierta por una fina y quebradiza capa de hielo.
Freyr se alzaba en el cielo cuando la ciudad fue despertada por los inflamados gritos de Aoz Roon. Las mujeres los oyeron con angustia mientras se ponían las botas
para ir a trabajar, y despertaron a sus hombres. Aoz Roon arrancaba una hoja del libro de Shay Tal.
—¡Afuera todos, malditos! ¡Iréis a luchar hoy contra los phagors, todos, hasta e! último! ¡Mi resolución contra vuestra negligencia! Arriba, arriba todos, a luchar. Si hay phagors, pues lucharéis. Yo he combatido contra ellos con las manos desnudas; bien podéis combatir juntos, desechos humanos. ¡Hoy será un gran día en la historia, ¿me oís?, un gran día, aunque ni uno de vosotros quede vivo!
Mientras las frías nubes de la madrugada se desplazaban rápidamente, en lo alto, la gran figura de Aoz Roon, envuelta en pieles negras, se erguía sobre la torre alzando el puño. Con la otra mano sostenía a Dol Sakil, que se debatía y chillaba, intentando huir del frío del terrado. Más atrás se veía a Eline Tal, sonriendo débilmente.
—Sí, mataremos a los phagors de acuerdo con el plan de las mujeres… ¿Me escucháis, memas ociosas de la academia? Lucharemos según el plan de las mujeres, para bien o para mal, al pie de la letra. ¡Por la roca original, hoy veremos qué ocurre, veremos si Shay Tal habla con sensatez, veremos cuánto valen sus profecías!
Unas pocas figuras aparecieron en la calle, sobre el hielo, mirando a su señor. Algunas se abrazaban, con miedo, pero la vieja Rol Sakil, madre de Dol, cloqueó y dijo: —Ha de estar bien formado, como ha dicho mi Dol, si puede gritar así. ¡Brama como un toro!
Él se acercó al borde del parapeto y las miró, arrastrando consigo a Dol y gritando todavía.
—Sí, ya veremos qué valen esas palabras. Probaremos a Shay Tal en la batalla, ya que todos pensáis tan bien de ella. Hoy ganaremos o perderemos, y correrá la sangre, la roja o la amarilla.
Escupió y se retiró. La puerta trampa del terrado se cerró con violencia mientras bajaba de vuelta al interior de la torre.
Después de comer un poco de pan moreno, todos se pusieron en marcha, apremiados por los cazadores. Estaban tranquilos, incluso Aoz Roon. La tempestad de palabras había cedido, agotada. Se encaminaron hacia el sudeste. La temperatura se mantenía bajo cero, Era un día apacible, y los soles se ocultaban entre las nubes. El suelo estaba duro y el hielo se quebraba debajo de los pies.
Shay Tal caminaba con las mujeres; tenía la boca fruncida y el abrigo de pieles le ondulaba alrededor del cuerpo delgado.
El avance era lento, pues las mujeres no estaban acostumbradas a recorrer distancias largas, que nada significaban para los hombres. Por fin llegaron a la quebrada llanura donde la partida de caza de Laintal Ay había sorprendido a los hombres de Borlien, tan sólo dos días antes de la inundación del Voral. Entre las elevaciones paralelas, una serie de lagunas reflejaban la luz como peces embarrancados. Allí se prepararía la emboscada. El frío atraería a los phagors, si estaban cerca. Batalix se había puesto detrás de las nubes.
Junto a la primera charca, las mujeres se detuvieron, mirando a Shay Tal de modo no muy amistoso. Comprendían el peligro que ellas correrían si aparecían los phagors, en particular si venían montados. De nada serviría que mirasen ansiosamente alrededor, pues las elevaciones ocultaban buena parte del escenario.
Estaban expuestas al peligro y a los elementos. La temperatura se mantenía dos o tres grados por debajo del punto de congelación. Reinaba la calma; el aire era glacial. La laguna se extendía silenciosa ante ellos: ocupaba todo el espacio entre las dos elevaciones, unos cuarenta metros, y tenía cien metros de longitud. Las aguas estaban serenas aunque todavía no heladas, y reflejaban tersamente el cielo. La hosca apariencia de estas aguas despertó un cierto temor sobrenatural en las mujeres, mientras los cazadores desaparecían detrás de una de las elevaciones. Incluso la hierba que pisaban, quebradiza por la escarcha, parecía soportar una maldición, y las aves guardaban silencio.
A los hombres les incomodaba la presencia de las mujeres. Se situaron en la depresión vecina, junto a otra laguna, y se quejaron a Aoz Roon.—No hemos visto señales de phagors —dijo Tanth Ein, soplándose las uñas—. Regresemos. ¿Y si destruyeran Oldorando mientras estamos afuera? Sólo eso nos faltaría.
La nube de vapor que les envolvía las cabezas los unió cuando se apoyaron en las lanzas y miraron con reprobación a Aoz Roon. Este último iba de un lado a otro, apartado de ellos, con expresión sombría.
—¿Regresar? Habláis como mujeres. Vinimos a pelear, y pelearemos, aunque entreguemos nuestras vidas a Wutra. Si hay phagors en las inmediaciones, haré que vengan. Quedaos aquí.
Subió corriendo a la cumbre de la elevación, hasta que vio de nuevo a las mujeres, dispuesto a gritar y a despertar todos los ecos de esas tierras desiertas.
Pero el enemigo ya estaba a la vista. Ahora, demasiado tarde, Aoz Roon comprendía por qué no habían visto más borlieneses errantes; habían huido aterrorizados. Como la anciana Molas Ferd cuando viera la inundación, quedó paralizado contemplando al milenario enemigo de los hombres.
Las mujeres se habían agrupado en un extremo de la laguna; las bestias de dos filos en el otro. Las mujeres hacían movimientos indecisos y asustados; las bestias esperaban inmóviles. Aun sorprendidas, las mujeres reaccionaban cada una a su modo; los phagors eran un grupo compacto.
No se podía saber cuántos eran los enemigos. Parecían fundirse con las nieblas vespertinas, y con las cicatrices grises y celestes del paisaje. Uno de ellos soltó una tos áspera y prolongada. Aparte de esto, podrían haber estado muertos.
Las aves blancas se posaban ahora en la elevación próxima primero con cierta vacilación, y luego a intervalos regulares, con las cabezas de costado, como las almas de los que se habían ido.
Por el contorno se podía determinar que tres phagors —presumiblemente los jefes— montaban en kaidaws.
Como de costumbre, estaban inclinados hacia adelante y con las cabezas muy cerca de las cabezas de los kaidaws, como si estuvieran a punto de fundirse con ellas. Los phagors de a pie se arracimaban junto a los flancos de los kaidaws, con los hombros encogidos. Las rocas vecinas no estaban más inmóviles que ellos.