Read Heliconia - Primavera Online
Authors: Bryan W. Addis
El agua seguía siendo agua. El phagor seguía vivo.
—Súbelo —ordenó Shay Tal. Goija Hin sostenía a Myk con dos correas. Tiró de ellas con la ayuda de Laintal Ay. La cabeza y los hombros del viejo phagor rompieron la superficie; Myk lanzó un grito patético.
—¡No me ahogues mates pobre yo!
Lo pusieron en la costa, jadeando, a los pies de Shay Tal. Ella se mordía el labio inferior y miraba el Voral con el ceño fruncido. La magia no funcionaba.
—Arrojadlo de nuevo —dijo una espectadora.
—No más agua o muero —dijo Myk con dificultad.
—Empújalo —dijo Shay Tal.
Myk volvió al Voral una segunda y una tercera vez. Pero el agua era siempre agua. No hubo milagro, y Shay Tal disimuló su decepción.
—Es suficiente —dijo—. Goija Hin, llévate a Myk y dale una ración de comida extra.
Oyre se arrodilló compasivamente junto a Myk, acariciándolo, llorando. Un agua oscura fluía de los labios del phagor, que empezó a toser. Laintal Ay se arrodilló y puso un brazo sobre los hombros de Oyre.
Desdeñosamente, Shay Tal se apartó. El experimento demostraba que un phagor más agua no era igual a hielo. El proceso no era inevitable. Entonces, ¿qué había ocurrido en la Laguna del Pez? Había deseado convertir el Voral en hielo, y no lo había logrado. El experimento no demostraba, por lo tanto, que fuera una hechicera. Tampoco demostraba que no lo fuera: había logrado convertir en hielo a los phagors en la Laguna del Pez… si no habían operado otros factores que ella no había tenido en cuenta.
Se detuvo con la mano en la piedra que enmarcaba la puerta de la torre, sintiendo la aspereza de los líquenes contra la palma. Mientras no encontrara una explicación, tendría que considerarse a sí misma como la consideraban los demás: como una hechicera. Cuanto más ayunara, más se respetaría a sí misma. Y por supuesto, como hechicera tenía que conservarse virgen; el intercambio sexual destruía los poderes mágicos. Se acomodó las pieles sobre el cuerpo desnudo, y subió los gastados escalones.
Las mujeres de la costa miraron el cuerpo empapado de Myk, rodeado por una charca creciente, y luego la figura de Shay Tal, que se alejaba.
—¿Para qué lo habrá hecho? —preguntó a las demás Rol Sakil—. ¿Por qué no ahogó del todo a esa estúpida criatura si era eso lo que quería?
La próxima vez que se reunió el consejo, Laintal Ay se puso de pie y habló a los demás. Dijo que había escuchado a Shay Tal. Todos conocían el milagro de la Laguna del Pez, que había salvado muchas vidas. Nada de lo que ella hacía era para mal. Laintal Ay propuso que la academia fuera reconocida y apoyada.
Aoz Roon parecía furioso mientras Laintal Ay hablaba. estaba sentado, rígido, en silencio. Los ancianos del consejo se espiaban unos a otros por debajo de las cejas, murmurando, incómodos. Eline Tal rió.
—¿Qué deseas que hagamos para ayudar a esa academia? —preguntó Aoz Roon.
—El templo está vacío. Puedes dárselo a Shay Tal. Que organice allí reuniones por las tardes, a la hora del paseo. Que se use como un foro donde todos puedan hablar. El frío se ha ido, la gente es más libre. Abre el templo como una academia para todos, hombres, mujeres y niños.
Las palabras resonantes se apagaron. Todos callaron. Luego Aoz Roon habló.
—No puede usar el templo. No queremos una nueva serie de sacerdotes. Guardaremos allí los cerdos.
—El templo está vacío.
—Desde ahora, los cerdos se guardarán en el templo.
—El día en que se pone a los cerdos por encima de la comunidad es un mal día.
La reunión concluyó con cierto desorden, cuando Aoz Roon se marchó de pronto. Laintal Ay se volvió a Dathka, con las mejillas enrojecidas.
—¿Por qué no me has apoyado? Dathka sonrió con cortedad, se acarició la fina barba, bajó la vista.
—No habrías vencido aunque toda Oldorando te hubiese apoyado. Ya ha prohibido la academia. Te fatigas en vano, amigo mío.
Cuando Laintal Ay abandonaba la torre, desencantado del mundo, Datnil Skar, el maestro de la corporación de curtidores, lo llamó y le tomó la manga.
—Has hablado bien, joven Laintal Ay; y sin embargo, Aoz Roon tiene razón. O, si no la tiene, lo que ha dicho no es un desatino. Si Shay Tal hablara en el templo, se convertiría en sacerdotisa y sería adorada. No es eso lo que queremos: nuestros antepasados se liberaron de los sacerdotes hace varias generaciones.
Laintal Ay sabía que el maestro Datnil era un hombre amable y modesto. Se contuvo, miró el rostro desgastado, y preguntó: —¿Por qué me lo dices?
El maestro Datnil miró alrededor para asegurarse de que nadie escuchaba.
—La religión nace de la ignorancia. Creer algo establecido es señal de ignorancia. Yo respeto la tentativa de machacar con hechos la cabeza de la gente. Quiero decir que lamento tu derrota, aunque no comparto tu propuesta. Me gustaría hablar en la academia de Shay Tal, si ella me aceptara.
Se quitó el sombrero de piel y lo puso sobre el antepecho de la ventana, cubierto de líquenes. Se alisó el ralo pelo gris y carraspeó. Miró alrededor, sonriendo, nervioso. Aunque conocía desde el nacimiento a todos los presentes, no estaba acostumbrado al papel de orador. Las rígidas ropas de piel le crujían mientras desplazaba el peso del cuerpo de un pie al otro.
—No tengas miedo de nosotras, maestro Datnil —dijo Shay Tal.
Él advirtió una nota de impaciencia en la voz de ella.
—Sólo de tu intolerancia, señora, tengo miedo —le respondió; y algunas de las mujeres acuclilladas en el suelo se llevaron la mano a la boca, escondiendo unas sonrisas.
—Ya sabéis lo que hacemos en nuestra corporación, porque algunas de vosotras trabajáis conmigo —agregó Datnil Skar—. Por supuesto, sólo los hombres pueden ser miembros, y los secretos de nuestra profesión se transmiten de generación a generación. En particular, un maestro enseña todo lo que sabe a su oficial de confianza o su principal aprendiz. Cuando el maestro muere o se retira, éste toma su puesto, así como hará pronto Raynil Layan.
—Una mujer podría hacerlo tan bien como cualquier hombre —dijo una de las mujeres, Cheme Phar—. He trabajado contigo bastante tiempo, Datnil Skar. Sé todos los secretos de los pozos de sal. Podría salarme a mí misma, si fuera necesario.
—Ah, pero es preciso que haya orden y continuidad, Cheme Phar —dijo suavemente el maestro.
—Y también podría poner orden —dijo Cheme Phar, y todas rieron. Luego miraron a Shay Tal.
—Háblanos de la continuidad —dijo esta última—. Sabemos, porque Loilanun nos lo dijo, que algunos de nosotros descendemos de Yuli, el Sacerdote, que llegó del norte, de Pannoval y el lago Dorzin. Ésa es una continuidad. ¿Y cuál es la continuidad dentro de la corporación, maestro Datnil?
—Todos los miembros de nuestra corporación han nacido y engendrado hijos en Embruddock, antes de que se convirtiera en Oldorando. Muchas generaciones.
—¿Cuántas?
—Ah, muchas, muchas.
—Dinos cómo lo sabes.
Datnil Skar se secó las manos en los pantalones.
—Tenemos un registro. Todos los maestros llevamos un registro.
—¿Por escrito?
—Así es. En un libro. Y el arte se transmite. Pero no se puede revelar ese registro a otras personas.
—¿Por qué piensas que es así?
—No quieren que las mujeres les quiten el trabajo y lo hagan mejor —dijo alguien, y otra vez hubo risas. Datnil Skar sonrió, confuso, y no habló más.
—Creo que en cierto momento, el secreto ha de haber tenido un propósito defensivo —dijo Shay Tal—. Quizás era necesario mantener vivas ciertas artes, como la curtimbre o la herrería, en los malos tiempos, a pesar del hambre o de las incursiones de los phagors. Probablemente hubo en el pasado tiempos muy malos, y algunas artes se perdieron. No sabemos hacer papel. Quizás en otro tiempo hubo una corporación de papeleros. Cristal. No podemos hacer cristal. Sin embargo hay trozos de cristal por todas partes. Ya sabéis qué es el cristal. ¿Por qué somos más estúpidos que nuestros antepasados? ¿Acaso vivimos y trabajamos en una condición desventajosa que no comprendemos del todo? Ésa es una de las grandes preguntas que no hay que olvidar.
Se interrumpió. Nadie dijo nada, cosa que la irritaba siempre. Anhelaba algún comentario que provocara una discusión.
Datnil Skar respondió: —Madre Shay, dices la verdad, según mi mejor conocimiento. Comprendes que, como maestro, he jurado no revelar a nadie los secretos de mi arte; es un juramento que he hecho a Wutra y a Embruddock. Pero sé que hubo antes malos tiempos, de los cuales no tendría que hablar…
Cuando calló, ella lo alentó con una sonrisa.
—¿Crees que Oldorando era antes más grande que ahora?
Datnil Skar la miró con la cabeza de lado.
—Sé que llamas una granja a esta ciudad. Pero sobrevive… Es el centro del cosmos. Aunque esto no responde a tu pregunta. Pero vosotras, amigas mías, habéis encontrado centeno y trigo, al norte de aquí, así que de eso hablaremos. En ese lugar, según mi conocimiento, hubo tiempo atrás unos campos celosamente cuidados, defendidos con cercas contra las bestias salvajes. Esos campos pertenecían a Embruddock. Crecían también y se cultivaban otros muchos cereales. Ahora los cultiváis de nuevo, lo que es sabio.
"Ya sabéis que necesitamos corteza de árbol para curtir pieles. Nos cuesta trabajo obtenerla. Yo creo, es decir, sé —calló y continuó rápidamente— que al oeste y al norte crecían bosques altos que daban madera y corteza. Esa región se llamaba Kace. Era, en esa época, cálida, y no hacía frío.
Alguien dijo: —El tiempo del calor… es una leyenda que cantaban los sacerdotes. Son ésos, precisamente, los cuentos que esta academia quiere desterrar. Sabemos que antes hizo más frío que ahora. Pregúntale a mi abuela.
—Lo que digo, según entiendo, es que hizo calor antes de que hiciera frío —respondió Datnil Skar, rascándose lentamente el occipucio gris. Tendríais que tratar de comprender. Han pasado muchas vidas, muchos años. Buena parte de la historia se ha desvanecido. Sé que las mujeres pensáis que los hombres están contra vosotras; y quizá sea así; pero yo hablo sinceramente cuando digo que apoyéis a Shay Tal a pesar de las dificultades. Como maestro, sé cuan precioso es el conocimiento. Y parece escapar de la comunidad como el agua de un calcetín.
Mientras él se marchaba, las mujeres se pusieron de pie y lo aplaudieron cortésmente.,
Dos días después, al ocaso de Freyr, Shay Tal caminaba de un lado a otro por la habitación de la torre aislada. Llegó un grito desde abajo. Pensó inmediatamente en Aoz Roon, aunque no era su voz.
Se preguntó quién podía aventurarse más allá de la empalizada cuando oscurecía. Asomó la cabeza por la ventana y vio a Datnil Skar: una figura inmaterial en la penumbra.
—Oh, sube, amigo mío —dijo. Bajó a recibirlo. El traía una caja y sonreía, nervioso. Se sentaron frente a frente en el suelo de piedra, una vez que ella le sirvió una medida de rathel.
—¿Sabes? —dijo él, luego de una breve conversación ociosa—, creo que pronto me retiraré como maestro de la corporación de curtidores. Mi oficial principal tomará pronto mi sitio. Me estoy volviendo viejo, y él sabe desde hace tiempo todo lo que yo puedo enseñar.
—¿Por eso vienes?
Datnil Skar sonrió y movió la cabeza.
—Vengo, madre Shay, porque siento una admiración de anciano por ti, por tu persona y tu valor… No, déjame terminar. Siempre he amado y servido a esta comunidad, y creo que tú haces lo mismo aunque tienes la oposición de muchos hombres. Quiero, entonces, hacerte un bien mientras todavía puedo.
—Eres un buen hombre, Datnil Skar. Oldorando lo sabe. La comunidad necesita buenas personas.
Suspirando, él asintió.
—He servido a Embruddock, a Oldorando como hemos de llamarla, todos los días de mi vida, y jamás he salido de ella. Sin embargo apenas ha pasado un día… —Se interrumpió, con su habitual timidez, sonrió y agregó: —Creo que hablo con un espíritu afín; desde que era muchacho, ni un sólo día ha pasado sin que me preguntara… sin que me preguntara qué ocurría en otros lugares, muy lejos de aquí,
Hizo una pausa, se aclaró la garganta, y continuó con más vivacidad.
—Te contaré una cosa. Es muy breve. Recuerdo un terrible invierno, cuando yo era niño, en que atacaron los phagors, y luego siguieron las enfermedades y el hambre. Mucha gente murió y también muchos phagors, aunque en ese momento no se sabía. Estaba tan oscuro… Los días son más brillantes ahora… Sea como fuere, los phagors abandonaron, durante la matanza, un niño humano. El nombre era… me avergüenza decir que lo he olvidado pero, según creo, era algo parecido a Krindelsedo. Un nombre largo. Antes lo recordaba claramente. Los años me han hecho olvidar.
"Krindelsedo venía de Sibornal, una comarca lejana del norte. Decía que Sibornal era un país de glaciares perpetuos. En ese momento, yo había sido elegido oficial principal de mi corporación; y él estaba a punto de convertirse en sacerdote en Sibornal, de modo que ambos trabajábamos con entusiasmo en nuestras profesiones. Él… Krindelsedo, o como se llamara… pensaba que nuestra vida era fácil. Los géiseres hacían de Oldorando un lugar caliente.
"Mi amigo, ese joven sacerdote, estaba con algunos colonos que marchaban hacia el sur huyendo del hielo. Llegaron a unas tierras mejores, junto a un río. Allí tuvieron que luchar contra la población local, un reino llamado… el nombre se me ha ido después de tantos años. Hubo una gran batalla en que hirieron a Krindelsedo, sí así se llamaba. Los sobrevivientes pretendieron escapar, pero fueron capturados por una banda de phagors. La suerte quiso que Krindelsedo se librara de ellos. O tal vez lo dejaron atrás porque estaba herido.
"Hicimos lo posible por atenderlo, pero murió un mes más tarde. Lloré por él. Yo era muy joven. Y sin embargo, lo envidiaba porque había visto algo del mundo. Me dijo que en Sibornal el hielo tenía muchos colores y era muy hermoso.
Cuando el maestro Datnil concluyó su historia, sentado sosegadamente junto a Shay Tal, Vry entró en la habitación, en camino al piso superior.
Él le sonrió y dijo a Shay Tal: —No le pidas que se marche. Sé que es tu oficial principal y que confías en ella, como yo desearía confiar en el mío. Que escuche también lo que diré. —Depositó en el suelo la caja de madera. —He traído el libro de nuestra corporación para que lo veas.
Shay Tal parecía a punto de desmayarse. Sabía que si eso se descubría, la corporación mataría al maestro sin vacilar. Pudo imaginar el conflicto interno del maestro antes de venir. Lo abrazó y le besó la frente arrugada.