Read Heliconia - Primavera Online
Authors: Bryan W. Addis
En los cuatro planetas se elevaban las temperaturas. El conjunto mejoraba constantemente; sólo en el suelo, en la carne tierna, había anomalías.
El drama de las atareadas generaciones de Heliconia se desarrollaba en un escenario apenas estructurado, con unas pocas circunstancias predominantes. El año del planeta alrededor de Batalix —la Estrella B para los estudiosos del Avernus—, era de 480 días (el año «pequeño»). Pero Heliconia tenia un Gran Año, del cual nada sabían los actuales habitantes de Embruddock. El Gran Año era el tiempo que tardaba la Estrella B, con sus planetas, en describir una órbita en torno de Freyr, la Estrella A.
Ese Gran Año era de 1.825 años «pequeños» de Heliconia. Como un año pequeño heliconiano equivalía a 1.42 años terrestres, el Gran Año equivalía a 2.592 años terrestres, un período en que muchas generaciones florecían y abandonaban la escena.
El Gran Año significaba un enorme viaje elíptico. Heliconia era un poco mayor que la Tierra, con una masa igual a 1.28 de la terrestre; en muchos aspectos, era la hermana de la Tierra. Pero en ese viaje elíptico de miles de años, Heliconia se convertía casi en dos planetas: uno helado en el apastrón, cuando estaba más lejos de Freyr, y uno excesivamente caliente en el periastron, cuando estaba más cerca de Freyr.
Cada año pequeño, Heliconia se acercaba más a Freyr. La primavera estaba a punto de anunciarse de modo espectacular.
A mitad de camino entre las altas estrellas y los fessupos que se hundían lentamente hacia la roca original, dos mujeres se arrodillaban a cada lado de una cama de helechos. La luz de la habitación era bastante escasa y las mujeres parecían dos plañideras de luto a los lados de la imagen postrada. Sólo se podía determinar que una era regordeta y ya no joven, y la otra víctima del proceso desecador de la ancianidad.
Rol Sakil Den movió la cabeza gris y contempló con lúgubre compasión el cuerpo extendido.
—Pobrecilla, años atrás; tan bonita no tiene derecho a torturarse así.
—Tendría que haberse quedado con sus panes, diría yo —respondió la otra mujer, para mostrarse cordial.
—Mira qué flaca es. Toca las caderas. No me asombra que se haya vuelto tan extraña.
Rol Sakil era flaca como una momia. La artritis le corroía el cuerpo. Había sido la partera de la comunidad hasta que tuvo demasiados años para ocuparse de esas tareas. Aún atendía a quienes entraban en pauk. Ahora que Dol se había emancipado, estaba casi al margen de la academia, siempre lista para criticar, raramente preparada para pensar.
—Es tan estrecha que no podría parir un palito, no digamos un niño. Es preciso atender el vientre: es la parte central de la mujer.
—Tiene otras cosas que atender —dijo Amin Lim.
—Oh, yo respeto el conocimiento como cualquiera; pero cuando el conocimiento se opone a la práctica natural de la cópula, tendría que cederle el paso.
—En ese sentido —replicó Amin Lim con cierta aspereza, del otro lado de la cama—, esas prácticas naturales encontraron un obstáculo cuando tu Dol se instaló en el lecho de Aoz Roon. Ella lo admiraba mucho, ¿y quién no? Es un hombre de buen aspecto, Aoz Roon, aparte de ser el señor de Embruddock.
Rol Sakil resopló.
—No es una razón para que abandone por completo la sexualidad. Siempre podría dedicarle algún tiempo, para mantenerse en forma. Además, él no volverá a golpear a la puerta de ella, puedes estar segura. Tiene las manos ocupadas con nuestra Dol.
La anciana indicó a Amin Lim que se aproximara para decirle algo confidencial, y ambas unieron sus cabezas sobre el cuerpo extendido de Shay Tal.
—Dol no lo deja en paz un momento, tanto por inclinación como por política. Proceder que yo recomendaría a cualquier mujer, aun a ti, Amin Lin. Supongo que te gustará, de vez en cuando; no sería humano que no fuera así, a tu edad. Tienes que pedírselo a tu hombre.
—Sin duda no hay mujer que no haya pensado alguna vez en Aoz Roon, por más mal genio que tenga.
Shay Tal suspiró en su pauk. Rol Sakil le tomó la mano con una mano marchita, y continuó, siempre en tono confidencial: —Dice mi Dol que murmura de una manera terrible en sueños. Le he dicho que eso es signo de una conciencia culpable.—¿Y de qué puede ser culpable, entonces? —preguntó Amin Lim.
—Pues… podría contarte algo… aquella mañana, después de tanto beber y tanto movimiento, salí temprano como siempre. Y mientras andaba, bien abrigada contra el frío, tropecé con un cuerpo en la oscuridad, y me dije: «Algún necio, atontado con la bebida, se ha quedado dormido al aire libre». Allí estaba, al pie de la gran torre.
Se interrumpió para observar el efecto del relato sobre Amin Lim, que sin otra cosa que hacer escuchaba atentamente. Los ojitos de Rol Sakil casi se ocultaron entre las arrugas mientras proseguía: —No hubiera pensado más en el asunto; a mí también me gusta un poco de rathel. Pero, ¿qué veo entonces, si no otro cuerpo del otro lado de la torre? Me dije: «Pues son dos necios, atontados por la bebida, que se han quedado dormidos al aire libre». Y tampoco hubiera pensado más en el asunto; pero cuando se supo que habían encontrado muertos al joven Klils y a su hermano Nahkri, juntos y al pie de la torre, el asunto parecía muy distinto…
—Todo el mundo dijo que los habían encontrado allí.
—Ah, pero yo los vi primero, y no estaban juntos. Así que no habían peleado entre ellos, ¿no te parece? Es sospechoso, ¿verdad? Y me dije: «Alguien empujó a los dos hermanos de lo alto de la torre». ¿Quién podía ser? ¿Quién tenía más que ganar con esas muertes? Que otros lo juzguen. Todo lo que digo es que aconsejé a Dol: «Cultiva tu miedo a las alturas, Dol. No te acerques al borde de una torre cuando estés con Aoz Roon. No te acerques al borde de ninguna torre, y estarás perfectamente…» Eso le dije.
Amín Lim movió la cabeza.
—Shay Tal no querría a Aoz Roon si él hubiera hecho una cosa así. Y lo sabría. Es inteligente; sin duda lo sabría.
Rol Sakil se puso de pie y cojeó nerviosamente por la habitación de piedra, sacudiendo la cabeza.
—En lo que concierne a los hombres, Shay Tal es igual que nosotras. No siempre piensa con el cerebro, y usa en cambio lo que tiene entre las piernas.
—Oh, calla. —Amin Lim miró apenada a su amiga y mentora. En verdad, hubiera preferido que la vida de Shay Tal se ajustase más al camino preconizado por Rol Sakil; quizá sería más feliz.
Shay Tal yacía rígidamente sobre el costado izquierdo, en la postura del pauk. Tenía los ojos entreabiertos. Apenas se la oía respirar, pero a intervalos regulares suspiraba profundamente. Mirando los rasgos austeros de ese rostro amado, Amin Lim creyó ver a alguien que enfrentaba la muerte con compostura. Sólo la boca, de vez en cuando endurecida, indicaba el temor que es imposible evitar en presencia de los habitantes del mundo inferior.
Aunque Amin Lim había estado una vez en pauk, el terror de volver a ver a su padre le había bastado. Esa dimensión estaba ahora cerrada; no volvería a visitar el mundo inferior hasta que llegara la llamada final.
—Pobre, pobrecilla —dijo, mientras acariciaba la cabeza de su amiga y le miraba los cabellos grises, con la esperanza de aliviarle la travesía del reino negro, que estaba debajo de la vida.
Aunque el alma no tenía ojos, podía sin embargo ver en un medio donde el terror reemplazaba la visión.
Miraba hacia abajo mientras empezaba a caer a un espacio más grande que el cielo nocturno. En ese espacio Wutra no podía penetrar. Era aquélla una región que el inmortal Wutra no conocía. El dios de rostro azul, de mirada impávida, de cuernos delicados, pertenecía a la gran batalla glacial que se desarrollaba en todas las demás regiones. Esta era el infierno, pues faltaba él. Cada estrella que brillaba allí era una muerte.
No había otro olor que el miedo. Cada muerte tenía una posición inmutable. No ardían los cometas; era el reino de la entropía absoluta y sin cambios, de la muerte de los acontecimientos del universo; y la vida sólo podía responder a ella con terror. Como hacía ahora el alma.
Las octavas de tierra corrían sobre el territorio de la realidad. Podían compararse a senderos, aunque se parecían más a murallas entrecruzadas que dividían infinitamente el mundo y de las cuales sólo la parte superior aparecía en la superficie.
La verdadera materia se hundía profundamente en el suelo continuo, penetrando hasta la roca original sobre la que descansaba el disco del mundo.
En la roca original, en el extremo inferior de las octavas de tierra correspondientes, se amontonaban los coruscos y los fessupos, como millares de moscas podridas.
La desvaída alma de Shay Tal se sumergió en su predestinada octava de tierra, abriéndose paso entre los fessupos. Parecían momias: los vientres y las cuencas de los ojos estaban vacíos y los pies óseos bailoteaban; las pieles eran ásperas como la arpillera vieja, pero transparentes, y permitían vislumbrar órganos luminosos. Tenían las bocas abiertas como bocas de pescados, recordando quizá los días en que respiraban aire. Los coruscos menos antiguos sostenían en la boca unas cosas semejantes a luciérnagas que se deshacían en humo y polvo. Todas esas viejas criaturas desechadas estaban inmóviles, pero el alma errabunda podía sentir la furia contenida, una furia más intensa que ninguna otra experimentada antes que la obsidiana los engullera.
Mientras el alma pasaba los veía suspendidos en hileras irregulares que se extendían hasta sitios adonde no podía viajar en la realidad: Borlien, el mar, Pannoval, la lejana Sibornal, y aun las glaciales soledades del este. Todos, allí, eran unidades de una gran colección, archivadas debajo de las octavas de tierra apropiadas.
Para los sentidos vivientes, no había direcciones. Sin embargo, había una dirección. El alma disponía de su propio velamen. Tenía que estar alerta. Un fessupo no era mucho más independiente que el polvo; pero la furia acumulada en el eddre lo fortalecía. Era capaz de devorar un alma que bogase muy cerca y liberarse para volver al mundo, llevando la enfermedad y el terror dondequiera que fuese.
Atenta al peligro, el alma se hundía en el mundo de obsidiana atravesando lo que Loilanun había descrito como un vacío con arañazos. Por fin se encontró ante el corusco de la madre de Shay Tal. Esa cosa entre gris y amarillenta parecía hecha de alambres y ramas delgadas, como secos jirones de pechos y caderas, y miraba con odio el alma de su hija. Mostraba los viejos dientes castaños en la floja mandíbula inferior. Sólo era una mancha, pero se le podían ver todos los detalles, así como los líquenes de una pared pueden representar perfectamente un hombre o una necrópolis. El corusco emitía quejas incesantes. Los coruscos son el negativo de la vida humana, y en consecuencia nada de la vida les parece bueno. Ningún corusco cree que la vida en la tierra ha sido bastante larga, o que ha logrado la felicidad merecida. Ni puede considerar justo el olvido actual. Anhela un alma viviente. Sólo un alma viviente puede escuchar sus infinitas lamentaciones.
—Madre, vengo nuevamente a ti como es debido, y escucharé tus quejas.
—Niña despiadada, ¿cuándo has venido por última vez? ¿Cuánto hace? Y de mala gana, siempre de mala gana, como en aquellos desgraciados días… Yo tenía que haberlo sabido, yo tenía que haberlo sabido cuando te di a luz… No quería tener más descendencia… mi pobre vientre estrujado…
—Escucharé tus quejas…
—Oh, sí, de mala gana, como tu padre a quien no le preocupaba mi sufrimiento, nada sabía, nada hacía, como todos los hombres, pero quién puede decir que los niños son mejores cuando se alimentan de ti… Oh, yo tenía que haberlo sabido… Te digo que despreciaba a ese zoquete de hombre que siempre pedía, todo lo pedía, una y otra vez, más de lo que. yo podía dar, jamás satisfecho, las noches de horror, los días, prisionera en esa trampa, eso es lo que era, y luego apareces tú, otra trampa destinada a privarme de mi juventud, hermosa, sí, yo era hermosa, esa maldita enfermedad… Te veo, te ríes de mí ahora, poco te importa…
—Me importa, madre, es una agonía verte.
—Sí, pero tú y él, los dos, me estafasteis, me quitasteis todo lo que yo tenía y esperaba tener, él con su sensualidad, ese inmundo marrano, si los hombres conocieran al menos los odios que despiertan, y tú con esa sucia debilidad, esa boca que chupa y chupa, esa boca que pide demasiado, como el miembro de él, que pide mucho más de lo que soporta la paciencia, y tu suciedad que es preciso limpiar todo el tiempo, estúpida, llorando, siempre queriendo algo, los días, los años, todos esos años, quitándome la fuerza, ah, la dulce fuerza, y yo tan bonita antes, desperdiciada, sin placer en la vida, tendría que haberlo sabido, no la vida que me había prometido mi madre cuando me amamantaba, y ella tampoco fue mejor que el resto, y se murió, esa maldita perra sin leche que me parió, morirse cuando yo más la necesitaba.
La voz de aquella cosa de nada arañaba la obsidiana, tratando de llegar al alma de Shay Tal.
—Lo siento por ti, madre. Te preguntaré ahora una cosa, para ayudarte a apartar la mente de tus penas. Te pediré que pases la pregunta a tu madre, y a la madre de tu madre, así hasta el remoto pasado. Tienes que darme la respuesta, y me sentiré orgullosa de ti. Quiero saber si Wutra existe realmente. ¿Existe Wutra? ¿Qué o quién es? Tienes que enviar la pregunta hacia atrás, hasta que algún fessupo lejano devuelva una respuesta. La respuesta ha de ser completa. Deseo comprender cómo funciona el mundo. La respuesta ha de llegar hasta mí. ¿Entiendes, madre?
Un chillido le respondió antes que acabara de hablar.
—Por qué había de hacer algo por ti, después de la manera en que has estropeado mi vida, por qué, por qué y por qué, y qué me importan aquí abajo tus estúpidos problemas, pequeña tonta, sucia y mezquina, dura toda una eternidad estar aquí, oyes, toda una eternidad, como mi pena…
El alma interrumpió el monólogo.
—Ya has oído mi petición, madre. Si no lo cumples, no volveré a visitarte en el mundo inferior. Nadie volverá a hablarte.
El corusco lanzó un rápido mordisco. El alma se mantuvo justamente fuera de alcance, mirando las polvorientas chispas que brotaban de esa boca que no respiraba.
Sin responder, el corusco empezó a transmitir la pregunta de Shay Tal, y los fessupos inferiores se encolerizaron.
Todos estaban suspendidos en obsidiana.
El alma tuvo conciencia de los fessupos vecinos, que pendían como chaquetas harapientas del perchero de un salón, a medianoche. Allí estaba Loilanun, y Loil Bry, y el Pequeño Yuli. Incluso estaba en alguna parte el Gran Yuli, reducido a una sombra indignada, y también el corusco del alma del padre, más temible incluso que el de la madre, con una furia que subía hacia ella como una marea.