Read Heliconia - Primavera Online
Authors: Bryan W. Addis
Vry se acercó y se arrodilló junto a ellos, con el rostro excitado.—A ver —dijo y extendió la mano, como si no fuera una muchacha tímida.
Datnil Skar puso una mano sobre la de Vry.
—Ved primero la madera de la caja. No es de rajabaral; el grano es demasiado hermoso. Y mirad cómo está labrada. Y el delicado trabajo del metal en los ángulos. ¿Podrían hacer una cosa tan fina los herreros de nuestra corporación?
Cuando ellas examinaron los detalles, abrió la caja. Sacó un gran volumen encuadernado en gruesa piel, con un adornado dibujo grabado a fuego.
—Esto lo hice yo mismo, madre. Yo encuaderné el libro. Lo que es antiguo es el interior.
Las páginas llevaban una cuidadosa y con frecuencia adornada escritura de muchas manos. Datnil Skar las volvió rápidamente, sin querer mostrar demasiado, aun en ese momento. Pero las mujeres vieron claramente fechas, nombres, listas, anotaciones, cifras.
Él miró sus rostros sonriendo gravemente.
—A su modo, este libro es una historia de Embruddock a lo largo de los años. Y cada corporación tiene un libro semejante, de eso estoy seguro.
—El pasado se ha ido. Ahora tratamos de mirar al futuro —dijo Vry—. No queremos quedar presos en el pasado. Queremos salir…
Indecisa, dejó caer la frase, lamentando haberse dejado arrastrar por la excitación. Al mirar los dos rostros, recordó que ellos eran más viejos y que nunca estarían de acuerdo con ella. Aunque parecían tener una meta común, había una diferencia que jamás podría salvarse.
—La clave del futuro está en el pasado —dijo Shay Tal, con afecto pero zanjando la cuestión, porque ya había dicho a Vry cosas semejantes anteriormente. Y volviéndose al anciano, agregó—: Maestro Datnil, apreciamos tu valiente actitud al permitir que veamos el libro. Quizá algún día podamos examinarlo con mayor detenimiento. ¿Nos puedes decir cuántos maestros ha habido en tu corporación desde que comenzó el registro?
Datnil Skar cerró el libro y empezó a guardarlo en la caja. De la vieja boca le fluía la saliva, y le temblaban las manos,
—Las ratas saben los secretos de Oldorando… Estoy en peligro por traer aquí el libro. Soy sólo un anciano tonto… Queridas mías: hubo en los viejos tiempos un gran rey que imperaba sobre todo Campannlat, llamado Rey Denniss. Él previo que el mundo, este mundo que los seres de dos filos llamaban Hrrm-Bhhrd Ydohk, perdería calor, así como se pierde el agua de un cántaro al llevarlo por una senda accidentada. Entonces fundó las corporaciones, con reglas de hierro. Los miembros de estas corporaciones preservarían el conocimiento a lo largo de las épocas oscuras hasta que retornara el calor.
Canturreaba un poco al hablar, como si lo hiciera de memoria.
—Nuestra corporación ha sobrevivido desde la época del buen rey, aunque en algunos períodos no había con qué curtir pieles. Según este registro, en una ocasión los únicos miembros eran un maestro y un aprendiz, que vivían debajo del suelo a cierta distancia… Tiempos terribles. Pero hemos sobrevivido.
Mientras Datnil se secaba la boca, Shay Tal preguntó que período era ése.
El maestro miró el rectángulo cada vez más oscuro de la ventana como si deseara evadir la pregunta.
—No comprendo todo lo que dice el libro. Ya conocéis nuestras confusiones con el calendario. Como se puede ver ahora, los nuevos calendarios determinan una dislocación considerable… Embruddock… Perdonadme, temo hablar de más… no siempre ha pertenecido a… nuestra gente.
Movió la cabeza, mirando nerviosamente alrededor. Las mujeres aguardaban inmóviles como phagors, en la vieja estancia oscura. El volvió a hablar.
—Mucha gente murió entonces. Hubo una gran plaga, la Muerte Gorda. Invasiones… Las Siete Cegueras… Historias de infortunio. Esperamos que nuestro presente señor —nuevamente miró en torno— sea tan sabio como el Rey Denniss. El buen rey fundó nuestra corporación en el año llamado 249 antes del Nadir. No sabemos quién era el Nadir. Lo que sabemos es que yo… admitiendo que pueda haber blancos en el registro… soy el sexagésimo octavo maestro de la corporación de curtidores. El sexagésimo octavo… —Miró con miopía a Shay Tal.
—Sesenta y ocho… —Tratando de ocultar su asombro, ella, recogió las pieles con un movimiento característico—. Son muchas generaciones que nos separan de la antigüedad.
—Así es, así es —el maestro Datnil asintió complacido, como si estuviera familiarizado con esas vastas extensiones de tiempo—. Hace casi siete siglos que nuestra corporación fue fundada. Siete siglos, y todavía hiela por las noches.
Embruddock era una nave encallada en el desierto circundante. Todavía daba abrigo a la tripulación, aunque nunca más había de hacerse a la vela.
El tiempo había desmantelado a tal extremo la ciudad antaño orgullosa, que sus habitantes la consideraban una aldea, e ignoraban que sólo era una ruina en medio de una civilización borrada por el hielo, la locura y el pasado del tiempo.
A medida que la temperatura aumentaba, los cazadores tenían que alejarse más en busca de caza. Los esclavos sembraban los campos y soñaban con una imposible libertad. Las mujeres permanecían en las casas y se volvían neuróticas.
Mientras Shay Tal ayunaba, siempre sola, las energías reprimidas de Vry crecían cada día más y la muchacha buscaba la compañía de Oyre. Habló con ella del maestro Datnil, y de lo que él había dicho, y encontró una oyente entusiasta. Ambas estaban de acuerdo: la historia contenía fascinantes enigmas, aunque Oyre era algo escéptica.
—Datnil Skar es viejo y está un poco ido, dice siempre mi padre —afirmó Oyre, y parodió el andar del maestro, diciendo con voz aflautada—: Nuestra corporación es tan exclusiva que ni siquiera permitimos la entrada del Rey Denniss…
Vry rió y Oyre continuó, más seriamente: —El maestro Datnil podría ser ejecutado por mostrar el libro. Eso prueba que no está en sus cabales.
—Ni siquiera permitió que lo viéramos bien. —Vry se interrumpió y luego estalló—: Si tan sólo pudiéramos juntar todos los hechos… Shay Tal los junta y los escribe. Tiene que haber algún modo de ordenarlos… en una estructura. Se ha perdido mucho, el maestro Datnil tiene razón. La temperatura fue tan helada en un tiempo que echaron al fuego todo lo que era inflamable; la madera, el papel, los registros. ¿Comprendes que ni siquiera sabemos qué año es? Las estrellas nos lo podrían decir. El calendario de Loil Bry es absurdo, los calendarios no han de fundarse en la gente sino en los años. La gente es tan poco de fiar… y yo también soy así. Oh, te juro que me volveré loca.
Oyre se echó a reír y abrazó a Vry.
—Eres la persona más cuerda que conozco, idiota. —Volvieron a hablar de las estrellas, sentadas sobre el suelo desnudo. Oyre había ido con Laintal Ay a mirar el fresco pintado en el antiguo templo.—Los centinelas están claramente representados; Batalix está como siempre encima de Freyr, pero casi tocándolo, sobre la cabeza de Wutra.
—Cada año los dos soles están más cerca —afirmó Vry sin vacilar—. El mes pasado casi se tocaron cuando Freyr sobrepasó a Batalix, y nadie prestó atención. El año próximo, chocarán. ¿Y entonces qué? O quizás uno pase detrás del otro.
—¿No será eso lo que el maestro Datnil llama una Ceguera? Si un centinela desapareciese, habría una media luz, ¿verdad? Quizá haya Siete Cegueras, como ya ha ocurrido. —Oyre parecía asustada; se movió hacia su amiga. —Sería el fin del mundo. Wutra se mostraría en toda su furia, por supuesto. Vry rió y se puso de pie.
—El mundo no desapareció entonces ni desaparecerá ahora. Quizá sea un nuevo principio —dijo, con un rostro radiante—. Por eso las estaciones son más calientes. Después de que Shay Tal termine con ese horrible pauk volveremos a ocuparnos del asunto. Yo seguiré trabajando en mis matemáticas. Que vengan las Cegueras: yo las abrazo.
Ambas, riendo, bailaron por la habitación.
—¡Cómo deseo una gran experiencia! —exclamó Vry.
Mientras tanto, Shay Tal mostraba más claramente que antes los pequeños huesos de ave que le sostenían la carne; las pieles le colgaban sueltas alrededor del cuerpo. Las mujeres le llevaban comida, pero ella se negaba a alimentarse.
—El ayuno le conviene a mi alma voraz —decía, caminando por la habitación helada, mientras Vry y Oyre intentaban oponerse y Amin Lim la acompañaba mansamente—. Mañana entraré en pauk. Vosotras tres y Rol Sakil podéis quedaros conmigo. Volveré a través de los fessupos hasta esa generación que construyó nuestras torres y corredores. Descenderé siglos si es preciso, y buscaré al Rey Denniss.
—Es maravilloso —exclamó Amin Lim. Las aves se posaban en la desmoronada ventana y comían el pan que Shay Tal no quería tocar.
—No te hundas en el pasado, señora —le aconsejaba Vry—. Ése es el camino de los ancianos. Mira adelante y hacia fuera. No ganaremos nada interrogando a los muertos.
Shay Tal estaba ahora tan poco habituada a las discusiones que le fue difícil contenerse. Alzó la vista y vio, casi con asombro, que aquella jovencita apocada se había convertido ahora en una mujer. Estaba pálida, y tenía sombras debajo de los ojos, como Oyre.
—¿Por qué estáis tan pálidas las dos? ¿Estáis enfermas?
Vry movió la cabeza.
—Esta noche hay una hora de oscuridad antes de la media luz. A esa hora te mostraré lo que estamos haciendo, Oyre y yo. Hemos trabajado mientras todo el mundo dormía.
A la puesta de Freyr, la noche era clara. El calor abandonaba el mundo mientras las dos jóvenes acompañaban a Shay Tal al terrado de la torre en ruinas. Un óvalo de luz espectral se elevaba desde el punto del horizonte donde había desaparecido Freyr. Había pocas nubes que ocultaran el cielo; mientras los ojos se acostumbraban a la oscuridad, las estrellas centelleaban. En algunos sectores del cielo eran relativamente escasas, en otras pendían en racimos. En lo alto, de horizonte a horizonte, había una ancha franja luminosa irregular, densa como una niebla, donde aparecían de vez en cuando unas estrellas muy brillantes.
—Es el espectáculo más magnífico del mundo —dijo Oyre—. ¿No te parece?
Shay Tal dijo: —En el mundo inferior los fessupos brillan como estrellas. Son las almas de los muertos. Aquí vemos las almas de los no nacidos. Arriba es como abajo.
—Creo que necesitamos un principio enteramente distinto para explicar el cielo —afirmó Vry—. Aquí todos los movimientos son regulares. Las estrellas giran alrededor de esa otra más brillante, la que llamamos estrella polar. —Señaló un astro situado encima de ellas.—En las veinticinco horas del día, las estrellas giran una vez, apareciendo en el este y poniéndose en el oeste como los dos centinelas. ¿No prueba eso que son similares a los dos centinelas, pero que se mueven mucho más lejos?
Las jóvenes mostraron a Shay Tal el mapa estelar que estaban haciendo, con las posiciones relativas de las estrellas marcadas en el pergamino. Ella demostró poco interés y dijo: —Las estrellas no pueden afectarnos como los coruscos. ¿En qué adelanta el conocimiento esto que hacéis? Valdría más que de noche durmierais.
Vry suspiró.
—El cielo está vivo. No es una tumba, como el mundo inferior. Oyre y yo hemos visto aquí cometas que arden y caen a tierra. Y hay cuatro estrellas brillantes que se mueven de un modo distinto al de todas las demás, las vagabundas de que hablan las viejas canciones. Hay días en que esas vagabundas pasan dos veces por el cielo, Y una reaparece con gran rapidez. Pensamos que está muy cerca de nosotros y la llamamos Kaidaw, por su velocidad. En seguida la veremos.
Shay Tal se frotó las manos, con aire aprensivo.
—Hace frío aquí.
—Hace más frío abajo, allí donde moran los coruscos —respondió Oyre.
—Cuida tu lengua, muchacha. No eres buena amiga de la academia si apartas a Vry de sus verdaderas tareas.
El rostro se le tornó frío y duro, como de halcón; se dio vuelta rápidamente, apartando los ojos de Oyre y Vry y descendió sin añadir una palabra.
—Oh, tendré que pagar por esto —dijo Vry—. Tendré que ser doblemente sumisa para hacer las paces.
—Eres demasiado humilde, y ella demasiado altiva. Al diablo con la academia. Tiene miedo del cielo, como la mayoría de la gente. Ése es su problema, sea o no una hechicera. Tolera a la gente, corno la estúpida Amin Lim, porque la halagan.
Abrazó a Vry con una especie de iracunda pasión y se puso a enumerar las tonterías de todos los conocidos.
—Lo que me duele es que no haya mirado por el telescopio —dijo Vry.
Ese telescopio había traído un gran cambio al interés de Vry por la astronomía. Cuando Aoz Roon se convirtió en señor y se trasladó a la gran torre, Oyre había podido examinar con libertad las posesiones de todas clases que allí había, guardadas en cofres. El telescopio había aparecido envuelto entre ropas apolilladas que se deshacían al tocarlas. Era de construcción sencilla; quizá lo había hecho la corporación de vidrieros, desaparecida mucho antes: un tubo de cuero que mantenía dos lentes en su sitio. Pero, apuntado hacia las estrellas vagabundas, el telescopio tuvo el poder de cambiar las ideas de Vry. Porque las vagabundas eran discos. En esto se parecían a los centinelas, aunque no emitían luz.
De ese descubrimiento, Vry y Oyre dedujeron que las vagabundas estaban más cerca del mundo, y las estrellas más lejos; algunas, muy lejos. Por los tramperos que trabajaban a la luz de la estrellas, supieron los nombres de las vagabundas: Ipocrene, Aganip y Copaise. Y vieron luego a la más rápida, que ellas mismas bautizaron Kaidaw. Ahora trataban de probar que eran mundos como el suyo, y quizás habitados.
Mirando a su amiga, Vry sólo vio el contorno general del hermoso rostro y la poderosa cabeza, y reconoció que Oyre se parecía mucho a Aoz Roon. Tanto ella como su padre eran personas enérgicas, y Oyre había nacido fuera de las convenciones acordadas. Vry se preguntó si Oyre habría estado, por alguna remota casualidad, con un hombre, en la oscuridad de un brassimipo, o en cualquier otra parte. Luego alejó el travieso pensamiento y volvió los ojos al cielo.
Permanecieron, más serenas, en el terrado de la torre, hasta que el Silbador de Horas volvió a sonar. Casi en seguida Kaidaw salió y se encaminó al cenit.
La Estación Observadora Terrestre Avernus —la Kaidaw de Vry—estaba suspendida a gran altura sobre Heliconia, mientras pasaba por debajo el continente de Campannlat, Los tripulantes de la estación se dedicaban sobre todo a observar el mundo que tenían más cerca, pero los instrumentos automáticos vigilaban también constantemente los otros tres planetas del sistema binario.