Read Heliconia - Primavera Online
Authors: Bryan W. Addis
—¿Un venerado? —Por un instante, Vry sintió que él trataba de dar expresión a un humor insólito.—Un vidriado. Hibernan en los brassimipos, en busca de calor. Llévalo a tu casa.
—Shay Tal y yo los hemos visto al oeste del río. Mielas, así se llaman cuando salen de la hibernación. —¿Qué habría pensado Shay Tal si… ?
—Llévatelo —repitió él—. Te lo regalo.
—Gracias —respondió ella furiosa. Se puso de pie, con las emociones otra vez en orden.
Vry advirtió que tenía sangre en la mejilla, donde él la había acariciado con la mano lastimada.
Los esclavos cortaban a hachazos el cuerpo monstruoso. Laintal Ay había llegado y hablaba con Tanth Ein y Aoz Roon. Este último llamó enérgicamente a, agitando la mano por encima de la cabeza. Con una resignada mirada de despedida a Vry, se acercó al señor de Embruddock.
Los atareados movimientos de los hombres nada significaban para ella. Apretó el vidriado entre el brazo y los pequeños pechos y se marchó colina abajo hacia las torres. Oyó que alguien corría para alcanzarla y se dijo: —Demasiado tarde. —Pero era Laintal Ay.
—Te acompañaré, Vry —dijo. Vry advirtió que él parecía alegre.
—Pensé que tenías dificultades con Aoz Roon. —Siempre se pone susceptible después de un encontronazo con Shay Tal. Es un gran hombre, sin embargo. Y también estoy contento por el pinzasaco. Ahora que la temperatura ha subido, es más difícil verlos.
Los niños seguían retozando entre los géisers. Laintal Ay admiró el vidriado y cantó unas líneas de una canción de cazadores:
Los vidriados que duermen
en la nieve profunda,
despertarán en medio de la lluvia,
y abundarán los mielas
de patas larguiruchas
en la llanura estremecida de flores.
—Estás de buen humor. ¿Oyre es buena contigo?
—Oyre es siempre buena.
Se separaron, Vry fue hacia la torre en ruinas donde mostró el regalo de a Shay Tal. Shay Tal examinó el animalito cristalino.
—No es comestible en ese estado. La carne puede ser nociva.
—No pensaba comérmelo. Quiero guardarlo aquí hasta que despierte.
—La vida es dura, querida. Quizá tengamos hambre si Aoz Roon nos acosa. —Miró a Vry un momento sin hablar, como hacía cada vez con mayor frecuencia.—Ayunaré y le haré frente. No necesito cosas materiales. Puedo ser tan dura conmigo misma como él.
—Pero él, en verdad… —Vry no encontraba palabras. No podía convencer a la mujer mayor, que continuó resueltamente:
—Como te he dicho, tengo dos intenciones inmediatas. Primero, haré un experimento para determinar mis poderes. Luego descenderé al mundo de los coruscos para unirme con Loilanun. Ella tiene que saber muchas cosas ignoradas por mí. Según lo que descubra, quizá decida marcharme de Oldorando.
—Oh, no, señora, por favor. ¿Estás segura de que es eso lo que conviene? Juro que iré contigo si te marchas. —Ya veremos. Déjame ahora, por favor. Deprimida, Vry subió la escalera hacia su habitación. Se arrojó a la cama.
—Quiero un amante, eso es lo que quiero y necesito. Un amante… La vida es tan vacía…
Un rato más tarde, se levantó y miró por la ventana el cielo donde navegaban nubes y pájaros. Por lo menos era mejor estar aquí que en el mundo inferior al que Shay Tal quería ir.
Recordó la canción de Laintal Ay. La mujer que la había escrito —si era una mujer— sabía que la nieve desaparecería y que habría flores y animales. Quizá fuera cierto. Algunas observaciones nocturnas habían convencido a Vry de que había cambios en el cielo. Las estrellas no eran fessupos sino fuegos, fuegos que no ardían entre las rocas sino en el aire. Grandes fuegos ardiendo en la distante oscuridad. Si se acercaban, se sentiría el calor. Quizá los dos centinelas se acercaran y calentaran el mundo.
Entonces los vidriados volverían a la vida y se convertirían en mielas de patas larguiruchas, como decía la canción.
Resolvió concentrarse sobre todo en la astronomía. Las estrellas sabían más que los coruscos, por más que dijera Shay Tal. Aunque en verdad era desconcertante no estar por completo de acuerdo con una persona tan majestuosa y digna.
Puso al vidriado en un rincón abrigado, cerca de la cama, y lo envolvió en pieles hasta que sólo el rostro quedó a la vista. Día tras día deseaba que volviera a la vida. Le hablaba en voz baja y lo alentaba. Quería verlo crecer y moverse por la habitación. Pero unos días más tarde, el brillo de los ojos del vidriado se oscureció y se apagó: la criatura había muerto sin haber parpadeado una sola vez.
Decepcionada, Vry llevó el bulto a la cumbre medio desmoronada de la torre y lo arrojó lejos. Aún estaba envuelto en pieles, como un niño muerto.
La inquietud se adueñó de Shay Tal. Todo lo que decía parecía cada vez más un sermón. Aunque las otras mujeres le traían alimentos, prefería ayunar, preparándose para el pauk profundo en que hablaría con los muertos ilustres. Si no encontraba la sabiduría, iría a buscarla más lejos, fuera de la granja.
Decidió, en primer lugar, poner a prueba sus propios poderes. A pocas millas de distancia, hacia el este, se encontraba la Laguna del Pez, escena del «milagro». Mientras a ella le preocupaba la verdadera naturaleza de lo que allí había sucedido, los ciudadanos de Oldorando no tenían ninguna duda. Durante toda esa fría primavera fueron varias veces en peregrinación a contemplar el espectáculo en el hielo, estremeciéndose con un temor no exento de orgullo. Los peregrinos encontraron a muchos habitantes de Borlien que también habían venido a ver la maravilla. En una ocasión aparecieron dos phagors, con las aves vaqueras posadas en los hombros, que miraron en silencio a sus muertos cristalizados desde la costa opuesta.
A medida que el calor retornaba al mundo, el cuadro se deterioraba. Lo que era terrible se hizo grotesco. Una mañana el hielo se derritió y la estatua se convirtió en un montón de carne en descomposición. Los visitantes no encontraron otra maravilla que un globo ocular o un mechón de pelo. La misma Laguna del Pez se secó y desapareció, casi tan rápidamente como había aparecido. Sólo una pila de huesos y de cuernos de kaidaw señalaba el lugar del milagro. Pero el hecho se recordó, agrandado por la lente de la reminiscencia. Y las dudas de Shay Tal subsistieron.
Solía ir a la plaza por la tarde, a una hora en que el clima más benigno tentaba a la gente a pasear y hablar de un modo antes desconocido. Mujeres con hijas, hombres con hijos, cazadores, hombres de las corporaciones, viejos y jóvenes, empleaban así las horas finales del día. Casi todo el mundo se acercaba esperando la llamada de Shay Tal; casi nadie le hablaba.
Laintal Ay y Dathka estaban con sus amigos, riendo. Laintal Ay sorprendió la mirada de Shay Tal y se acercó a ella de mala gana.
—Voy a hacer un experimento, Laintal Ay. Quiero que me acompañes como testigo de confianza. No te crearé nuevas dificultades con Aoz Roon.
—Estoy en buenos términos con él.
Le explicó que el experimento se desarrollaría junto al Voral. Ella quería, antes, explorar el antiguo templo. Caminaron juntos entre la multitud. Laintal Ay no decía nada.
—¿Te avergüenza estar conmigo?—Siempre me complace tu compañía, Shay Tal.
—No es necesario que seas cortés. ¿Crees que soy una hechicera?
—Eres una mujer excepcional. Te admiro por eso.
—¿Me quieres?
Eso lo desconcertó. En lugar de responder directamente, miró el suelo enfangado y murmuró: —Has sido una madre para mí desde la muerte de mi madre. ¿Por qué me lo preguntas?
—Desearía ser tu madre. Estaría orgullosa. Laintal Ay, también tú tienes energía interior. La siento. Esa interioridad te duele, pero también te da vida, es vida. No la ignores, cultívala. La mayoría de esta gente no tiene nada dentro.
—Esa energía, ¿equivale a conflicto?
Shay Tal se echó a reír apretando los codos contra el cuerpo.
—Escucha, estamos atrapados en esta desventurada aldea, entre seres mediocres. En cualquier otro sitio pueden estar ocurriendo acontecimientos mucho más importantes. Por eso hay tanto que hacer. Quizá me vaya de Oldorando.
—¿Adonde irás?
Ella sacudió la cabeza.
—A veces pienso que la mera presión de la gente obtusa hará que estallemos y nos dispersemos por el mundo. Ya habrás notado que estos últimos años han nacido muchos niños.
Laintal Ay recorrió con la mirada los rostros familiares y amistosos de la calle, y sospechó que ella se inventaba razones, aunque era cierto que había más niños.
Apoyó el hombro contra la puerta del antiguo templo y la abrió. Entraron y guardaron silencio. Un pájaro había quedado prisionero en el interior. Voló en círculos, acercándose, como para examinarlos; luego se lanzó hacia arriba y huyó por un agujero en el techo.
La luz se filtraba por ese y otros agujeros, creando rayos donde giraban las partículas de polvo. Los cerdos habían sido trasladados poco antes a unas zahúrdas en el exterior, pero el olor subsistía. Shay Tal se movía sin descanso de un lado a otro mientras Laintal Ay, junto a la puerta, mirando hacia la calle, recordaba que de muchacho había jugado allí.
Los muros estaban decorados con pinturas de estilo formal. Muchas se habían estropeado. Shay Tal miraba el alto estrado del altar de sacrificios. Algo que podía haber sido sangre oscurecía las piedras, A demasiada altura para que nadie pudiera intentar deteriorarla, había una representación de Wutra. Shay Tal la miró con los puños apoyados en las caderas.
La pintura mostraba la cabeza y los hombros de Wutra, con un manto velludo. Los ojos miraban desde la larga cara animal con una expresión que podía interpretarse como compasiva. El rostro era azul, y representaba el color ideal del cielo donde Wutra moraba. Un áspero pelo blanco, casi como unas crines, le coronaba la cabeza; pero la característica más asombrosa era el par de cuernos que le brotaba del cráneo y que remataba en campanillas de plata.
Detrás de Wutra se apretujaban otras figuras de una mitología olvidada, en general horrendas, que descendían del cielo. Wutra llevaba los dos centinelas posados en los hombros. Batalix estaba representado como un buey, barbado, gris, anciano, y de la lanza le brotaban rayos de luz. Freyr era más grande: un viril mono verde con una clepsidra suspendida del cuello. La lanza de Freyr, más grande que la de Batalix, también irradiaba rayos de luz.
Shay Tal se apartó, diciendo vivamente; —Ahora, mi experimento, si Goija Hin está preparado.
—¿Has visto lo que querías? —Laintal Ay estaba sorprendido por la brusquedad de Shay Tal.
—No lo sé. Quizá lo sepa después. Me propongo entrar en pauk. Me hubiera gustado preguntar a algunos de los viejos sacerdotes si se pensaba que Wutra presidía el mundo inferior, así como la tierra y el cielo… Hay tantas discontinuidades… Goija Hin traía ya a Myk del establo, debajo de la gran torre. Goija Hin era el encargado de los esclavos, y exhibía todos los estigmas de su tarea. Era bajo pero fornido, con brazos y piernas musculosos. Las facciones se le situaban con dificultad en la cara de frente baja y adornada con mechones en desorden. Vestía ropas de cuero, y durmiera o se paseara siempre lo acompañaba un látigo. Todos conocían a Goija Hin, un hombre impermeable a los golpes y a los pensamientos.
—Vamos Myk, bestia, es hora de que sirvas para algo —dijo en el tono habitual, ronco y gruñón.
Myk se movió rápidamente; había crecido en esclavitud. Era el phagor que más largo tiempo había servido en Oldorando, y podía recordar al predecesor de Goija Hin, un hombre de aspecto mucho más terrible. Myk tenía algunos pelos negros en la sucia piel, la cara arrugada, y grandes bolsas húmedas debajo de los ojos.
Era siempre dócil. En esa ocasión, Oyre estaba cerca para tranquilizarlo. Mientras Oyre le palmeaba la espalda encorvada, Goija Hin lo pinchaba con un palo.
Oyre, actuando como intermediaria de Shay Tal, había pedido permiso a Aoz Roon para que ella empleara un phagor en un difícil experimento. Aoz Roon había respondido descuidadamente que tomara a Myk, que era demasiado viejo.
Los dos humanos llevaron a Myk a un recodo del Voral donde el río era profundo, no muy lejos de la ruinosa torre de Shay Tal. Shay Tal y Laintal Ay estaban ya esperando cuando llegó el trío. Shay Tal miraba la profundidad de la corriente como sí tratara de descifrar sus secretos, con las mejillas hundidas y la expresión ausente.
—Pues bien, Myk —dijo cuando se acercó al phagor. Lo miró pensativa. Fláccidas bolsas de piel le colgaban del pecho y del estómago. Goija Hin ya le había atado las manos a la espalda. Myk movía aprensivamente la cabeza entre los hombros encogidos. Cuando miró el Voral, el fluido lechoso le salió por los ollares, en oleadas sucesivas, y gritó sordamente. ¿Era posible que el agua lo convirtiese en estatua? Goija Hin saludó con aspereza a Shay Tal.
— Átale las piernas —ordenó Shay Tal.
—No le hagas mucho daño —dijo Oyre—. Conozco a Myk desde que era niña y es totalmente dócil. Nos llevaba montados, ¿recuerdas, Laintal Ay?
Laintal Ay se adelantó al oír la petición.
—Shay Tal no le hará ningún daño —respondió, sonriendo a Oyre. Ella lo miró interrogativamente.
Atraídos por la posible novedad, varias mujeres y muchachos se reunieron en grupos sobre la costa, a ver qué ocurría.
Era un recodo brusco en el que las aguas pasaban sólo a unos centímetros por debajo de donde ellos estaban. En el lado opuesto el río no era tan hondo y había una fina capa de hielo, protegida del sol por un saliente. El hielo se extendía hacia las aguas más profundas, con formas cristalinas en los bordes, como si el agua las hubiera tallado a cuchillo.
Goija Hin ató las piernas del infortunado Myk y lo empujó hasta el borde del río. Myk alzó la larga cabeza, retrajo el labio inferior sobre el mentón hirsuto y emitió un trompeteo de terror.
Oyre pidió a Shay Tal que no le hiciera daño, tirando de la piel de Myk.
—Atrás —dijo Shay Tal. Hizo una seña a Goija Hin, para que empujara al phagor.
Goija Hin apoyó el hombro macizo contra las costillas de Myk. El phagor vaciló y cayó al río con una gran salpicadura. Shay Tal alzó los brazos en un ademán imperioso.
Las mujeres que miraban gritaron y corrieron. Entre ellas estaba Rol Sakil. Shay Tal les indicó a todos que se detuvieran.
Miró y vio a Myk debatiéndose debajo del agua. Mechones de pelaje rodaban entre la turbulencia, rozando la superficie como algas amarillas.