Read Horror 2 Online

Authors: Stephen King y otros

Tags: #Terror

Horror 2 (16 page)

»Fue en el pulgar de la mano derecha de mi amada donde apareció la primera porción de sustancia gris. No era más que una pequeña mancha circular, muy parecida a un lunar gris. ¡Dios mío! ¡Qué temor embargó mi corazón cuando ella me la enseñó! La lavamos entre los dos, rociándola con ácido carbólico y agua. Al día siguiente, por la mañana, volvió a enseñarme la mano. La mancha gris, parecida a una verruga, volvía a ser visible. Durante un rato estuvimos mirándonos en silencio. Luego, todavía sin mediar palabra, nos pusimos a eliminarla de nuevo. Estábamos a la mitad de la operación cuando de pronto mi amada dijo:

»"¿Qué es eso que tienes en la cara, amado mío?" Su voz reflejaba inquietud. Alcé la mano para tocarme la cara.

»"¡Ahí! Debajo del cabello junto a la oreja. Un poco hacia el frente." Mi dedo se posó en el lugar que me indicaba y entonces lo supe.

»"Primero acabemos de curarte el pulgar", dije. Y ella se sometió sólo porque temía tocarme antes de que se lo hubiese limpiado. Terminé de lavarle y desinfectarle el pulgar y entonces ella hizo lo propio con mi cara. Al terminar, nos sentamos y estuvimos hablando durante un rato; hablamos de muchas cosas, pues en nuestras vidas acababan de irrumpir pensamientos inesperados y terribles. De pronto, sentimos miedo de algo peor que la muerte. Hablamos de cargar el bote con provisiones y agua y hacernos a la mar; pero por diversas causas éramos impotentes y… la sustancia ya nos había atacado. Decidimos quedarnos y que Dios hiciera con nosotros su voluntad. Nosotros esperaríamos.

»Pasó un mes, dos meses, tres meses, y las manchas iban creciendo, a la vez que aparecían otras. Pero seguíamos esforzándonos por luchar contra el miedo, tanto es así que sus progresos eran lentos, relativamente hablando.

»De vez en cuando nos aventurábamos a volver al barco en busca de cosas que nos hadan falta. Allí comprobamos que la sustancia crecía de modo persistente. Uno de los nódulos de la cubierta principal no tardó en llegar a la altura de mi cabeza.

»Para entonces ya habíamos abandonado toda esperanza de salir de la isla. Nos dábamos cuenta de que, padeciendo de aquel mal, no nos permitirían volver con los demás seres humanos.

»Una vez hubimos llegado a tal conclusión, comprendimos que era necesario vigilar nuestras existencias de alimentos y agua, pues a la sazón no sabíamos cuánto tiempo pasaríamos allí, aunque era posible que fuesen muchos años.

»Esto me recuerda que ya os he dicho que soy un anciano. No es así si nos atenemos a mis años. Pero…, pero…

Se interrumpió, pero luego continuó hablando con cierta brusquedad:

—Como decía, sabíamos que teníamos que ir con cuidado con nuestros alimentos, pero ignorábamos que nos quedasen tan pocos. Fue una semana después cuando descubrí que todos los demás depósitos de pan…, que yo suponía llenos…, estaban vacíos, y que, aparte de algunas latas de verduras y carne y algunas otras cosas, no teníamos nada para comer excepto el pan del depósito que yo había abierto.

»Á1 descubrir esto, decidí hacer algo, lo que pudiese, y traté de pescar en la laguna, pero no lo conseguí. Entonces me sentí un tanto inclinado al desespero, hasta que se me ocurrió que podía probar suerte fuera de la laguna, en mar abierto.

»Aquí pescaba algún que otro pez, pero con tan poca frecuencia que apenas resultaba suficiente para protegernos del hambre que nos amenazaba. Empecé a pensar que nuestra muerte sobrevendría probablemente a causa del hambre y del crecimiento de la sustancia que se había apoderado de nuestros cuerpos.

»En ese estado se encontraban nuestros ánimos cuando el cuarto mes tocó a su fin. Entonces hice un descubrimiento en verdad horrible.

Una mañana, poco antes del mediodía, regresé del barco con un pedazo de galleta que quedaba en él y vi que mi amada estaba sentada ante la entrada de la tienda, comiendo algo.

»"¿Qué es, amada mía?", le pregunté en el momento de saltar a tierra. Mas, al oír mi voz, pareció un tanto confundida y, volviéndose, con gesto furtivo arrojó algo hacia el lindero del pequeño claro. Cayó más cerca de lo que ella deseaba y yo, que empezaba a sentir una vaga sospecha, me acerqué y lo recogí. Era un trozo de la sustancia gris.

»A1 acercarme a ella con aquello en la mano, se puso pálida como un cadáver y luego se ruborizó.

»Yo me sentía extrañamente aturdido y asustado.

»"¡Querida mía! ¡Querida mía!", dije, incapaz de decir nada más. Pero, al oír mis palabras, no pudo resistirlo y rompió a llorar amargamente. Poco a poco, cuando se fue calmando, me confesó que lo había probado el día anterior y que… le había gustado. La obligué a arrodillarse y le hice prometer que no volvería a tocarlo, por grande que fuera nuestra hambre. Después de prometérmelo, me dijo que el deseo de comer de aquello le había sobrevenido de pronto y que, hasta el momento de sentir tal deseo, la sustancia no le había inspirado más que una repulsión infinita.

»Unas horas después, sintiéndome extrañamente desasosegado, y muy consternado por lo que había descubierto, eché a andar por uno de los senderos retorcidos que formaba aquella especie de tierra blanca que parecía arena y que cruzaba la sustancia gris. Ya me había aventurado por allí en otra ocasión, aunque sin llegar muy lejos. Esta vez, hallándome enfrascado en pensamientos que me llenaban de perplejidad, llegué mucho más lejos.

«Súbitamente salí de mi ensimismamiento al oír un ruido extraño y áspero a mi izquierda. Al volverme rápidamente vi que algo se movía entre la masa que había cerca de mí, y que presentaba unas formas extraordinarias. Se balanceaba de un modo precario, como si poseyera vida propia. De pronto, mientras mis fascinados ojos contemplaban aquello, pensé que se parecía de un modo grotesco a la figura de un ser humano deforme. Todavía estaba pensando en ello cuando se oyó un ruido desagradable, como si algo se estuviera rasgando, y vi que uno de los brazos, que más bien parecían ramas, se estaba despegando de las masas grises que lo rodeaban y acercándose a mí. La cabeza…, una especie de bola gris sin forma definida, se inclinó hacia mí. Me quedé allí parado como un estúpido y el brazo repugnante me rozó la cara. Proferí un grito de terror y retrocedí apresuradamente unos pasos. En mis labios notaba un sabor dulzón. Pasé la lengua por ellos y al instante sentí que me embargaba un deseo inhumano. Me volví y cogí un puñado de sustancia. Luego más y… más. Mi deseo era insaciable. Mientras devoraba la sustancia, el recuerdo del descubrimiento de la mañana penetró en el laberinto de mi cerebro. Dios lo había enviado. Tiré al suelo el fragmento que tenía en la mano. Luego, totalmente abatido y sintiéndome horriblemente culpable, regresé al pequeño campamento.

»Creo que en cuanto puso sus ojos en mí, ella lo adivinó, merced a alguna intuición maravillosa que el amor debía de haberle dado. Su comprensión silenciosa hizo que me resultara más fácil confesarle mi repentina flaqueza, aunque omití decirle la cosa extraordinaria que había ocurrido antes. Deseaba ahorrarle todo terror innecesario.

»Mas lo que había descubierto resultaba intolerable y hacía nacer un terror incesante en mi cerebro, pues no me cabía la menor duda de que había presenciado el fin de uno de los hombres que habían llegado a la isla en el barco que estaba en la laguna. Y en aquel fin monstruoso había presenciado el nuestro propio.

»En lo sucesivo nos abstuvimos de aquel alimento abominable, aunque el deseo de comerlo se nos había metido en la sangre. Sin embargo, nuestro temible castigo era inminente, pues día a día, con una rapidez monstruosa, la sustancia fangosa iba apoderándose de nuestros pobres cuerpos. Materialmente no podíamos hacer nada para detenerla, y así…, nosotros…, que habíamos sido humanos, nos convertimos en… Bueno, cada día importa menos. Sólo…, sólo que habíamos sido hombre y doncella.

»Y cada día resulta más terrible la lucha por resistirse al hambre, al deseo lujurioso de comer esa horrible sustancia.

»Hace una semana terminamos la galleta, y desde entonces he pescado tres peces. Me encontraba pescando aquí esta noche cuando vuestra goleta surgió de entre la niebla y casi se me echó encima. Entonces os llamé. El resto ya lo conocéis. Y que Dios os bendiga por vuestra bondad para con un… par de pobres almas proscritas.

Se oyó el ruido de un remo al sumergirse…, luego el de otro. Después…, la voz habló de nuevo y por última vez, atravesando la niebla que la envolvía, fantasmal y lúgubre:

—¡Que Dios os bendiga! ¡Adiós!

—¡Adiós! —gritamos al unísono con voz ronca y el corazón rebosante de emociones.

Miré a mi alrededor y me di cuenta de que empezaba a amanecer.

El sol lanzó un rayo aislado sobre el mar oculto; la luz mortecina perforó la niebla y con un fuego melancólico iluminó la barca que se alejaba. Aunque no muy claramente, vi algo que cabeceaba entre los remos. Me hizo pensar en una esponja…, una esponja grande y gris que movía la cabeza arriba y abajo… Los remos continuaron moviéndose. Eran grises… Igual que la barca… Y mis ojos buscaron inútilmente el lugar donde la mano se unía al remo. Mi mirada volvió rápidamente a la… cabeza. Se inclinaba hacia delante cuando los remos se movían hacia atrás a causa del golpe. Luego los remos se hundieron, la barca salió de la zona iluminada y la…, la cosa se perdió de vista en medio de la niebla, sin dejar de cabecear.

Cambio en el mar

George Clayton Johnson

I
maginad, si queréis…

Las neblinas blancas ruedan como objetos sólidos y chocan dulcemente con las costas del trópico. Las turbulentas aguas del golfo lamen la madera de la pequeña lancha anclada cerca de la playa.

Doc Howard mira ansiosamente hacia tierra y se seca las manos sudorosas en su sucio mono de mecánico antes de beber directamente de la botella un trago de whisky.

—Vamos —musita—. ¿Qué te lo impide?

Doc es un hombrecillo flaco, de tez gris, y tiene las manos temblorosas del borracho crónico. La vida no ha sido buena con él; poco a poco se le ha ido comiendo la dignidad y la confianza en sí mismo, hasta dejar solamente el caparazón de hombre.

Se oye un graznido agudo y Doc se sobresalta. Sus ojos se vuelven frenéticamente hacia la jaulita que cuelga de la superestructura cerca de la entrada del camarote. En la jaula hay un loro de vivos colores. Al ver de dónde procede el sonido, Doc deja escapar la respiración contenida. El loro araña la jaula con sus garras y cloquea ruidosamente.

—Las aguas llenas de lanchas de la policía y Al está en tierra con un cargamento de armas mientras yo me encuentro inmovilizado aquí contigo —farfulla Doc—. ¿Qué sé yo de lanchas y de contrabando de armas?

El loro chilla agudamente y Doc se seca la sudorosa frente con la manga.

—Vamos, Al. ¡Vamos!

De repente se pone rígido. A lo lejos se oyen disparos de rifle y ruidos en la maleza próxima a la lancha amarrada. Doc se inclina sobre la borda.

—¿Al? —Su voz es un ronco susurro—. ¿Al? ¿Eres tú?

Unas piernas chapotean en el agua; se oye un golpe sordo contra el costado de la lancha. Ayudado por Doc, Al Lucho, delincuente de poca monta, salta ruidosamente por encima de la borda y aterriza en cubierta.

—¡Arriba ese ancla! —ordena secamente—. Yo pondré el motor en marcha. ¡Muévete!

Doc le mira con cara asustada y salta hacia la cadena del ancla. La cadena va amontonándose sobre cubierta a medida que el ancla sube.

El motor cobra vida y la embarcación comienza a alejarse de la playa. Por encima del ruido del motor se oye el eco de varios disparos de fusil; unos agujeros pequeños y feos aparecen en el costado de la lancha, por encima de la línea de flotación.

El loro chilla ruidosamente mientras el ruido de los disparos de fusil va disipándose a lo lejos.

La embarcación navega ya sin peligro, sus perseguidores han quedado atrás, y entonces Al fija la rueda del timón y sube a cubierta. Observa el loro en su jaula y una sonrisa amplia aparece en su chupada cara. Suelta una risita.

—¿Qué pasa, Conchita? ¿Piensas que la cosa se está poniendo demasiado fea?

Mete el dedo por entre los barrotes de la jaula y acaricia la cabeza del loro. El animal le picotea el dedo. Al aparta rápidamente la mano y se mete el dedo herido en la boca.

Doc se reúne con él.

—Uno de estos días ese pájaro te va a dejar sin un dedo. ¿Has oído hablar alguna vez de la fiebre de los loros?

Al da la vuelta para mirarle, con una expresión hosca en su rostro.

—El pájaro es mío, ¿no?

Doc se pone conciliador.

—Desde luego, Al. Desde luego.

—Quiero dejarle que me picotee. Es asunto mío. Ya lo ha hecho antes y siempre se cura pronto.

Cuando Doc se vuelve, Al alarga la mano y lo sujeta. Mira las manos trémulas de Doc, luego se inclina hacia delante y con cara de suspicacia olfatea el aliento de Doc.

—Verás, Al…

—¡Ya has vuelto a arrearle a la botella!

—Sólo un traguito, Al.

—Me juego el cuello dejándote aquí para que me cubras y tú le das a la botella en cuanto me pierdes de vista. —Zarandea bruscamente a Doc y lo empuja contra la borda—. ¿Dónde está la botella?

—Por favor, Al…

Al le retuerce el brazo.

—Vamos, borracho. ¿Dónde está?

Doc suelta una exclamación de dolor y señala con un gesto hacia un rollo de soga. Al lo aparta de un empujón, encuentra la botella y alza el brazo para tirarla por la borda.

Doc se muestra abatido.

—Por favor, Al. Ya sabes cómo me pongo cuando necesito un trago…

Al le mira desdeñosamente.

—¡A sufrir! —dice con voz severa mientras arroja la botella hacia la niebla, y, sin hacer caso a Doc, que se aferra débilmente a la borda, se aproxima a la jaula del loro—. ¿Has visto con lo que tengo que apechugar, Conchita? Una esponja humana. Huele el tapón de una botella y ya está trompa. He tenido suerte de encontrar la lancha esperándome.

Hablar con el loro parece animarle un poco. Sonríe como una gárgola y empieza a jugar con el pájaro. Frunce los labios, emite sonidos cariñosos y cloquea. Con mucho cuidado acaricia esa cabeza de vivos colores y se muestra encantado al ver que el pájaro soporta sus atenciones.

Doc levanta la cabeza.

—¿Al? —dice quedamente.

—¿Sí? ¿Qué quieres?

En la voz de Doc hay un leve gimoteo.

—¿Tienes el dinero?

Al ríe sin ganas.

—¿Ves lo que te decía, Conchita? Un borracho sin redaños, pero siempre dispuesto a cobrar —dice imitando la voz de Doc—.
¿Tienes el dinero?
¿Tienes ganas de reírte, Conchita? Puede que a ti te parezca una botella de whisky humana, pero nuestro valiente socio, aquí presente, en otro tiempo fue médico. Como lo oyes. Un médico de verdad, con su bata blanca y todo. Según él, era médico en una clínica hasta que empezó a beberse el alcohol medicinal.

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