Horror 2 (15 page)

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Authors: Stephen King y otros

Tags: #Terror

—Porque ¿qué? —pregunté enseguida.

Will me puso una mano en el hombro.

—Cállate durante un minuto, viejo —dijo—. Ya me encargo yo de él.

Se inclinó más sobre la borda.

—Oiga usted, señor —dijo—. Todo esto es muy extraño…, acercarse a nosotros de esta manera, en medio del bendito Pacífico. ¿Cómo vamos a saber que no se trae algo raro entre manos? Dice que está solo. ¿Cómo podemos saberlo si no le vemos? ¿Cómo… eh? ¿Qué tiene contra la luz, si puede saberse?

Cuando Will terminó de hablar, volví a oír el ruido de remos y luego la voz, pero ahora procedía de más lejos y su tono reflejaba una desesperanza y un patetismo tremendos.

—Lo siento… ¡Lo siento! No quería molestaros, pero es que tengo hambre…, y ella también.

La voz se apagó y hasta nosotros llegó el ruido de los remos sumergiéndose irregularmente.

—¡Alto! —gritó Will—. No quiero ahuyentarte. ¡Vuelve! Esconderemos la luz, si a ti no te gusta.

Will se volvió hacia mí:

—Todo esto resulta muy extraño, pero creo que no hay nada que temer.

Había un interrogante en su tono y le contesté:

—Yo tampoco. El pobre diablo habrá naufragado por aquí cerca y se habrá vuelto loco.

El sonido de los remos iba acercándose.

—Vuelve a guardar la lámpara en la bitácora —dijo Will; luego se inclinó sobre la borda y aguzó el oído.

Dejé la lámpara en su sitio y volví a su lado. El ruido de los remos cesó a una docena de metros aproximadamente.

—¿No quieres atracar de costado ahora? —preguntó Will con voz tranquila—. He vuelto a meter la lámpara en la bitácora.

—No…, no puedo —repuso la voz—. No me atrevo a acercarme más. Ni siquiera me atrevo a pagar las…, las provisiones.

—Eso no importa —dijo Will, titubeando luego—. Coge toda la comida que quieras…

Volvió a titubear.

—¡Eres muy bueno! —exclamó la voz—. Que Dios, que todo lo comprende, te recompense por tu…

La voz se quebró roncamente.

—¿La…, la señora? —dijo de pronto Will—. ¿Está…?

—La he dejado en la isla —dijo la voz.

—¿Qué isla? —tercié yo.

—No sé cómo se llama —contestó la voz—. Ojalá… —empezó a decir, pero se calló súbitamente.

—¿No podríamos enviar una barca en su busca? —pregunté a Will

—¡No! —dijo la voz con un énfasis extraordinario—. ¡Dios mío! ¡No! —Hubo una breve pausa; luego, en un tono que hacía pensar en un reproche merecido, añadió—: Me he aventurado a causa de nuestra necesidad… Porque su agonía me atormentaba.

—¡Soy un bruto despistado! —exclamó Will—. Aguarda un minuto, seas quien seas, y enseguida te traigo algo.

Al cabo de un par de minutos volvió con los brazos cargados de los más variados comestibles. Se detuvo ante la borda.

—¿No puedes acercarte a recogerlo? —preguntó.

—No…, no me atrevo —replicó la voz.

Me pareció detectar en ella un tono de anhelo sofocado… como si su dueño reprimiera algún deseo mortal. Y entonces se me ocurrió que aquella criatura vieja e infeliz sufría realmente necesidad de lo que Will tenía en los brazos y, pese a ello, debido a algún temor ininteligible, se abstenía de acercarse velozmente al costado de nuestra pequeña goleta y recogerlo. Y junto con este convencimiento relámpago, llegó el conocimiento de que el Invisible no estaba loco, sino que afrontaba con cordura algún horror intolerable.

—¡Maldita sea, Will! —dije, lleno de muchos sentimientos, entre los que predominaba una solidaridad inmensa—. Trae una caja. Meteremos la comida en ella y se la haremos llegar flotando.

Así lo hicimos, empujando la caja con un bichero hacia la oscuridad. Al cabo de un minuto llegó a nuestros oídos una leve exclamación del Invisible y entonces supimos que tenía la caja en su poder.

Poco después se despidió de nosotros y nos lanzó una bendición que, de ello estoy seguro, no nos vino nada mal. Luego, sin más, oímos que los remos se alejaban en la oscuridad.

—Mucha prisa en irse —comentó Will, quizás un tanto ofendido.

—Espera —repliqué—. No sé por qué, pero me parece que volverá. Seguramente esos alimentos le hacían muchísima falta.

—Y a la dama también —dijo Will. Guardó silencio durante un momento, luego prosiguió—: Es lo más raro que me ha pasado desde que me dedico a la pesca.

—Sí—dije yo, y me puse a reflexionar.

Y así fue pasando el tiempo: una hora, y otra, y Will seguía conmigo, pues la extraña aventura le había quitado todo deseo de dormir.

Habían transcurrido ya las tres cuartas partes de la tercera hora cuando nuevamente oímos ruido de remos en el silencio del océano.

—¡Escucha! —dijo Will, con un leve tono de excitación en la voz.

—Lo que me figuraba. Ya vuelve —musité.

El ruido de los remos al sumergirse era cada vez más cercano y me fijé en que los golpes de remo eran más firmes y duraban más. Era verdad que necesitaban los alimentos.

El ruido cesó a poca distancia del costado de la goleta y la voz extraña llegó de nuevo a nosotros a través de las tinieblas:

—¡Ah de la goleta!

—¿Eres tú? —preguntó Will.

—Sí —replicó la voz—. Me he ido repentinamente, pero… es que la necesidad era grande. La… señora les está agradecida aquí en la tierra. Pero más lo estará pronto en…, en el cielo.

Will empezó a decir algo con voz desconcertada, pero sus palabras se hicieron confusas y optó por callarse. Yo no dije nada. Me sentía maravillado por aquellas pausas curiosas, y además de mi maravilla, me embargaba una gran solidaridad.

La voz continuó:

—Nosotros…, ella y yo, hemos hablado mientras compartíamos el fruto de la ternura de Dios y de vosotros…

Will le interrumpió, pero sin coherencia.

—Os suplico que no…, que no menospreciéis vuestro acto de caridad cristiana de esta noche —dijo la voz—. Cercioraros de que no haya escapado a Su atención.

Se calló y durante un minuto entero reinó el silencio. Luego la voz volvió a oírse:

—Hemos hablado juntos de lo…, de lo que ha caído sobre nosotros. Habíamos pensado salir, sin decírselo a nadie, del terror que ha entrado en nuestras… vidas. Ella, igual que yo, cree que los acontecimientos de esta noche obedecen a algún designio especial y que es deseo de Dios que os contemos todo lo que hemos sufrido desde…, desde…

—¿Sí? —dijo Will quedamente.

—Desde el hundimiento del
Albatross.

—¡Ah! —exclamé involuntariamente—. Zarpó de Newcastle rumbo a Frisco hace unos seis meses y no ha vuelto a saberse de él.

—Sí —contestó la voz—. Pero unos grados al norte de la línea le sorprendió una terrible tempestad y quedó desarbolado. Al hacerse de día, se vio que el barco hacía agua por todas partes y, finalmente, cuando amainó el temporal, los marineros huyeron en los botes, dejando…, dejando a una joven dama…, mi prometida…, y a mí mismo en los restos del naufragio.

«Nosotros estábamos bajo cubierta, reuniendo algunas de nuestras pertenencias, cuando ellos se fueron. A causa del miedo se comportaron de un modo muy cruel, y cuando subimos a cubierta eran ya unas formas pequeñas en el horizonte. Más no desesperamos, sino que nos pusimos a construir una pequeña balsa. En ella colocamos lo poco que cabía, incluyendo un poco de agua y algunas galletas. Luego, como el barco estaba ya casi del todo sumergido, nos subimos a la balsa y nos alejamos de él.

»Fue más tarde cuando me di cuenta de que parecíamos estar en medio de alguna marea o corriente que nos alejaba del barco, de tal modo que al cabo de tres horas, según mi reloj, dejamos de ver su casco, aunque los mástiles rotos siguieron siendo visibles durante un poco más. Luego, hacia el crepúsculo, se levantó una niebla que duró toda la noche. Al día siguiente continuábamos envueltos por la niebla, y el tiempo permanecía encalmado.

»Durante cuatro días navegamos a la deriva bajo esta extraña niebla hasta que, al anochecer del cuarto día, llegó a nuestros oídos el murmullo de unos lejanos rompientes. Poco a poco el ruido fue haciéndose más claro y, al poco de la medianoche, pareció que sonaba a ambos lados y en un espacio no muy grande. Las olas levantaron la balsa varias veces y luego nos encontramos en aguas tranquilas, con el ruido de los rompientes a nuestras espaldas.

»A1 hacerse de día, vimos que nos encontrábamos en una especie de laguna grande; pero poco vimos de ella en ese momento, pues cerca de nosotros, por detrás, el casco de un gran velero asomó entre la niebla. Como si estuviéramos de común acuerdo, los dos nos postramos de rodillas y dimos gracias a Dios, pues creíamos que era el final de nuestras desventuras. Nos quedaba mucho por aprender.

»La balsa se acercó al barco y gritamos que nos subieran a bordo, mas nadie contestó. Al poco, la balsa rozó el costado del barco y, viendo que de él colgaba una soga, la así y empecé a subir. Pero me costó mucho subir por culpa de una especie de masa gris y viscosa que cubría la soga y que pintaba unas manchas lívidas en el costado del barco.

«Finalmente, llegué a la borda y salté a cubierta. Vi que estaba llena de manchas grises, algunas de las cuales formaban nódulos de varios palmos de altura, pero yo pensaba más en la posibilidad de que a bordo hubiera gente que en lo que veían mis ojos. Grité, pero nadie contestó. Entonces me acerqué a la puerta que había debajo de la cubierta de popa, la abrí y me asomé a su interior. Percibí un fuerte olor a aire enrarecido, por lo que adiviné al instante que allí dentro no había nada vivo y, sabiendo esto, me apresuré a cerrar la puerta, pues de repente me sentí solo.

»Volví al costado por donde había subido a bordo. Mi…, mi amada seguía en la balsa, sentada tranquilamente. Al ver que la estaba mirando desde arriba, me preguntó si había alguien a bordo. Le contesté que el barco parecía abandonado desde hacía mucho tiempo, pero que, si quería aguardar un poquito, buscaría una escalera o algo que pudiera usar para subir a bordo. Luego, una vez juntos, registraríamos todo el barco. Unos momentos después, encontré una escalera de cuerda en el otro extremo del barco. Me la llevé al costado por donde había subido y, al cabo de un minuto, mi amada estaba junto a mí.

»Juntos exploramos las cabinas y camarotes en la parte de popa, mas en ninguna parte encontramos señales de vida. Aquí y allá, en el interior de las cabinas, encontramos manchas de aquella masa extraña, pero, como dijo mi amada, iba a resultar fácil limpiarlas.

»A1 final, convencidos ya de que no había nadie en la popa, nos dirigimos a proa caminando por entre los repugnantes nódulos grises de aquella extraña sustancia. También registramos la parte de proa y averiguamos que, efectivamente, salvo nosotros no había nadie a bordo.

»Ya sin ninguna duda al respecto, volvimos a proa y procedimos a instalarnos tan cómodamente como nos fue posible. Entre los dos pusimos orden y limpiamos dos de las cabinas y después miré si en el barco había algo comestible. No tardé en comprobar que así era y mi corazón dio gracias a Dios por su bondad. Además, descubrí dónde estaba la bomba de agua dulce y, tras repasarla, comprobé que el agua era potable, aunque tema un saborcillo desagradable.

«Durante varios días permanecimos a bordo del barco, sin tratar de llegar a la playa. Trabajábamos afanosamente para hacer de aquél un lugar habitable. Sin embargo, ya entonces empezábamos a darnos cuenta de que nuestra suerte era aún menos deseable de lo que hubiera cabido imaginar, pues, aunque, como primera medida, rascamos las manchas de aquella sustancia que había en el suelo y las paredes de los camarotes y el salón, en el plazo de veinticuatro horas recuperaban casi su tamaño original, lo cual no sólo nos desalentaba, sino que nos inspiraba una vaga sensación de inquietud.

»Con todo, no estábamos dispuestos a darnos por vencidos, así que volvíamos a poner manos a la obra y no sólo rascábamos la masa, sino que los sitios donde había estado los regábamos profusamente con ácido carbólico, pues en la despensa había encontrado una lata llena. Sin embargo, al final de la semana, la sustancia volvía a presentar toda su fuerza y, además, se había propagado a otros lugares, como si nosotros, al tocarla, hubiéramos permitido que los gérmenes se esparcieran.

»A1 despertar en la mañana del séptimo día, mi amada se encontró con que una pequeña porción de la misteriosa sustancia crecía en su almohada, cerca de su cara. Al verlo, se vistió a toda prisa y vino a mí. En aquel momento me encontraba yo en la cocina, encendiendo el fuego para el desayuno.

»"Ven conmigo, John", dijo, y me condujo a popa. Al ver lo que crecía en su almohada, me estremecí y en aquel mismo instante decidimos abandonar enseguida el barco y ver si podíamos instalarnos más cómodamente en tierra firme.

«Rápidamente recogimos nuestras escasas pertenencias y entonces vi que incluso entre ellas había aparecido la masa, pues en uno de los chales de mi amada, cerca del borde, había un poco. Tiré la prenda por la borda, sin decirle nada a ella.

»La balsa seguía en el costado del barco, pero como era demasiado difícil gobernarla, eché al agua un bote pequeño que colgaba de lado a lado de popa y a bordo del mismo nos dirigimos a la playa. Mas al acercarnos a ella, poco a poco me di cuenta de que la vil masa que nos había hecho abandonar el barco empezaba a cubrir todo cuanto había en tierra. En algunos sitios formaba montículos horribles, fantásticos, que casi parecían moverse, como si albergaran algún tipo de vida silenciosa, cuando el viento pasaba sobre ellos. En otras partes tomaba la forma de dedos inmensos, mientras que en otras se limitaba a extenderse, lisa, viscosa y traicionera. En algunos sitios hacía pensar en árboles enanos y grotescos, llenos de nudos y pliegues extraordinarios… Y todo ello se movía a ratos, horriblemente.

»A1 principio nos pareció que en toda la costa que había a nuestro alrededor no quedaba ni un solo lugar que no estuviera oculto bajo aquella horrible sustancia; pero más tarde pudimos comprobar que nos equivocábamos, pues al navegar siguiendo la costa, a cierta distancia, vimos una pequeña extensión de algo que parecía arena fina y allí desembarcamos. No era arena. Lo que era no lo sé. Lo único que he podido observar es que sobre ella no crece la masa, mientras que nada más que ésta aparece en todas partes, salvo allí donde esa tierra que parece arena dibuja extraños senderos entre la gris desolación, que es en verdad un espectáculo terrible de ver.

»Es difícil haceros comprender cómo nos animamos al encontrar un sitio que aparecía absolutamente libre de aquella sustancia. En él depositamos nuestras pertenencias. Luego volvimos al barco para recoger las cosas que parecía que íbamos a necesitar. Entre otras cosas, logré llevarme a tierra una de las velas del barco, con la que construí dos tiendas pequeñas, las cuales, pese a tener una forma muy irregular, cumplían su cometido. En ellas vivíamos y teníamos almacenadas las cosas que necesitábamos, y durante varias semanas todo fue bien, sin que sufriéramos ningún percance digno de señalar. A decir verdad, nos sentíamos muy felices… porque…, porque estábamos juntos.

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