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Authors: Stephen King y otros

Tags: #Terror

Horror 2 (13 page)

—Resultó degradante, pero la mar de efectivo —fue lo único que Buzz quiso decirme cuando, al volver, le telefoneé para preguntarle cómo le había ido.

Se mostró más comunicativo en lo referente a la reencarnación de Warren Gish.

Había ocurrido en una noche lluviosa, cerca de una semana después de la sesión de espiritismo, cuando Buzz se encontraba sentado a solas en la espaciosa sala de estar de la casa que tenía en la ladera de una colina. Además de lluviosa, la noche era fría y brumosa. Panda, que de vez en cuando vivía con él, se encontraba en Burbank, grabando el programa
Es extraño, ¿verdad?

—Estupro, incesto, tortura, cáncer incurable —musitaba Buzz, tratando de encontrar un tema que aún no hubiese utilizado en
Brigada de gorilas
—. Corrupción de menores, sodomía, peste bubónica… Caramba, tendría que ocurrírseme algo. ¿Hay algo sobre el aborto provocado que aún no se le haya ocurrido a nadie? ¿Y si volviéramos a echarle algo de bestialidad?

Se oyeron unos débiles arañazos.

Buzz se levantó rápidamente de su butaca tapizada de cuero y dejó caer los lápices y la libreta. Desde la sesión de espiritismo estaba bastante tenso.

Volvieron a oírse los arañazos, esta vez más fuertes. La puerta de la cocina empezó a vibrar como si estuvieran arrojando algo contra ella.

—¿Le debo dinero a alguien? ¿Hay alguien que quiera romperme los brazos y las piernas?

Tras decidir que no correría ningún peligro al atravesar su casa grande y sumida en la oscuridad, encendió la luz y fue a investigar.

—¿Qué pasa? —preguntó desde el centro de la cocina.

Más arañazos, más vibraciones de la puerta exterior. La puerta de atrás, que estaba pintada de amarillo, le impedía ver qué había fuera.

—¿Quién anda ahí?

—Miau, miau.

Buzz encendió las luces que iluminaban la parte posterior de la casa y abrió la puerta con cuidado.

En el exterior había un gato, un gato gordo y peludo del color del dulce de azúcar con mantequilla.

—Hola, gatito.

—Hola tú, so capullo.

Buzz pegó un bote hacia atrás y se dio un buen golpe en la cadera con la mesa en la cocina.

«Debe de ser una broma», pensó. «Ahí fuera está escondido algún ventrílocuo chiflado.»

Se acercó otra vez a la puerta abierta.

—No buscamos a nadie para
Es extraño, ¿verdad?
Llévese su gato a Burbank para…

—Déjame entrar, muchacho. Me estoy calando hasta los huesos —dijo el gato—. Ser tan peludo es una lata, pero como…

—¿Warren? ¿Warren Gish?

—Ahora me llaman Groucho. Abre de una vez, ¿quieres?

Con manos temblorosas, Buzz abrió la puerta exterior y estuvo en un tris de lanzar al gato fuera del mojado porche de madera de secuoya.

—¿Groucho? ¿Qué clase de nombre estúpido es ése para…?

—No lo escogí yo, obviamente, muchacho —dijo Groucho, entrando en la cocina—. El gato en el que me metieron ya se llamaba Groucho. Mira, incluso llevo una etiqueta con el nombre debajo del collar antipulgas.

—Esto es… un milagro.

Groucho sacudió el cuerpo para quitarse el agua de encima y empezó a frotarse una oreja con la patita.

—Tráeme una toalla o algo para secarme, bobo.

Buzz cogió todo el rollo de toallas de papel que colgaba sobre el fregadero de azulejos amarillos.

—Yo creía que… Me figuraba que ibas a volver… Tú ya me entiendes…, en forma de persona.

—Ya veo que sabes mucho de reencarnaciones —dijo el gato—. Te das prisa en hacerme volver del otro barrio, para ello recurres a esa vieja bruja de Oxnard, nada menos que Oxnard, para que se apodere de mi espíritu. Una típica jugarreta de Buzz Stover.

—¿No es esto mejor que estar muerto?

—¡Los dueños de Groucho sólo me daban «Yowl» para comer!

—¿«Yowl»? ¿Y eso qué es?

—«Yowl» es el nuevo alimento que parece carne para gatos satisfechos —explicó Groucho—. Utiliza algunas de esas toallas, estoy empapado.

—Oh, desde luego. Perdona. —Buzz se agachó al lado de su colaborador reencarnado—. ¿Qué tal son las cosas en el otro barrio?

—No sabría decirte.

—¿Hay reglas?

—No me acuerdo. El viaje de vuelta ha sido muy movido y se me han olvidado los detalles. Frótame más vigorosamente, ¿o es que no puedes?

Buzz se esforzó en darle masajes al gato mojado para que se secara más rápidamente.

—¿Cómo es que puedes hablar? La mayoría de los gatos no tienen la facultad de…

—Todo forma parte del conjuro que me echaste encima —explicó Groucho—. Lo único que sé es que me desmayé inmediatamente después de que hicieras volver a mi espíritu para aquella conferencia de Oxnard. Al despertar, me encontraba en Pasadena comiendo «Yowl» en una bandeja de alimentos congelados reciclada. Y todo el mundo me llamaba Groucho.

—¿Y has venido desde Pasadena a pie?

—Como en
Lassie, vuelve a casa
, ¿eh?

Buzz hizo una bola con las toallas de papel mojadas, se levantó y se alejó un poco del gato color dulce de azúcar con mantequilla.

—Te he echado de menos, Warren. De veras.

—¿No puedes pegarle bofetadas a Panda en vez de a mí? A propósito, no me había dado cuenta de que Panda fuera tan flaca. Cuando los dos os desnudasteis para aquel ritual místico vi que tenía más costillas que tetas.

—Escúchame, Warren, espero que no hayas vuelto sólo para gruñir y discutir.

—Tienes que llamarme Groucho.

—Es un nombre estúpido.

—Aunque lo sea, parece que así es como funciona eso de la reencarnación.

—¿Quieres beber algo, Groucho?

—Leche. —El gato echó a andar hacia el frigorífico azul—. Ya no puedo con el alcohol. Lo averigüé en Pasadena. Tiene algo que ver con el metabolismo felino que tengo que soportar.

—Sólo tengo desnatada. Es Panda quien bebe leche, y…

—Está a régimen. ¿Para ponerse aún más flaca?

—No todo el mundo tiene que estar rollizo, Warren…, digo Groucho. Recuerda que incluso una de tus esposas estaba delgada.

El gato se estremeció.

—No hablemos de Estrellita.

—¿Sabes? Si algún cumplido puedo hacerte, es que ahora tienes una voz muy melodiosa. Tiene algo de tu voz de antes, pero con una especie de…

—Tono animal de esos que salen en las películas de dibujos, ¿eh?

—Lo decía sinceramente —dijo Buzz—. Eres un tipo muy difícil de halagar.

—Un gato. Soy un gato muy difícil de halagar.

—Yo no pedí un gato. Sólo pedimos reencarnación, ¿comprendes? De hecho, me he pasado toda la semana observando a los desconocidos con la esperanza de que uno de ellos fueras tú. Un tipo que encontré en un bar estuvo a punto de atizarme porque…

—No me cuentes detalles sórdidos, muchacho.

Andando a cuatro patas, salió al pasillo y se encaminó hacia la inmensa sala de estar.

—Te echaba de menos —dijo Buzz, siguiéndole—. De verdad. A pesar de nuestros altibajos, eras el mejor colaborador que yo…

—De acuerdo, engañabobos, ¿en qué consiste el problema?

Groucho se encaramó de un salto a la butaca que Buzz había dejado desocupada.

—Pues en que tengo dificultades con los guiones de
Brigada de gorilas.

—Ya me imaginé que las tendrías —dijo Groucho—. En el mismo instante en que me estrellé contra aquella pared de piedra y me di cuenta de que me había matado, el último pensamiento que cruzó por mi cerebro fue: «Ese capullo se va a hundir sin mi ayuda».

—Es conmovedor… que pensaras en mí en el último momento.

—Muy bien, muchacho, coge un lápiz. —Groucho se lamió el pelo de un costado—. Le he estado dando vueltas a una idea nueva sobre el argumento del incesto.

—¿Una idea nueva sobre el incesto?

—Calla y escucha, muchacho. Y confía en mí —dijo Groucho.

Buzz se echó a reír.

—¡Chico, es estupendo tenerte aquí de nuevo!

Aunque no tuve ocasión de conocer a Groucho durante aquellas primeras semanas en que Buzz colaboró con él, no me cabía ninguna duda de que en el gato se alojaba el espíritu de Warren Gish. Porque sencillamente no había otra forma de explicarse la fantástica mejora de los guiones que Buzz escribía supuestamente solo. Sencillamente, no hubiese podido escribir tan bien él solito, sin que nadie le ayudara. Empecé a oír rumores de que su nuevo guión para
Brigada de gorilas
, el que trataba de estupro, incesto y lepra, tenía muchas probabilidades de ganar un Emmy. Desde luego, todo hacía pensar que Buzz conservaría su puesto entre los mejores guionistas de televisión de la ciudad.

Más o menos por aquellas fechas tuve que ausentarme otra vez de la ciudad, de modo inesperado. Habían surgido nuevos problemas con «Lavado de cerebro», esta vez en East Moline, Illinois, mercado en el que se estaban realizando pruebas. Los químicos de los Laboratorios Arends habían eliminado los efectos alucinógenos, pero ahora ocurría que alrededor del setenta por ciento de las personas que probaban el nuevo líquido para la jaqueca se encontraban, al despertar al día siguiente, con que tenían las palmas de las manos cubiertas de pelo. La agencia me envió para que ayudase a los del laboratorio a crear anuncios para la radio en los que se le quitase importancia al estigma social de las palmas peludas. Por desgracia, Júnior Arends se presentó en East Moline y, quizá con la esperanza de tener más alucinaciones, se bebió once botellas de «Lavado de cerebro». A primera hora de la tarde siguiente le encontré dormido en mi habitación, cubierto de pies a cabeza por un vello corto y ensortijado. Entre una cosa y otra, no volví a Los Ángeles hasta pasadas casi tres semanas.

Al día siguiente, cuando entré en la agencia, mi preciosa secretaria me tiró de la manga cuando me encaminaba hacia mi despacho privado.

—Está ahí dentro—susurró, intranquila—. Con una jaula.

—¿Quién?

—Ese hombrecillo saltarín.

—Ah, Buzz Stover.

La muchacha asintió con su bellísima cabeza.

—Sí, con una jaula en el regazo. Ha insistido en esperar para verle.

—Probablemente ha traído a Groucho, su nuevo…, su nuevo gato.

—La jaula —me informó mi secretaria— está vacía.

Buzz estaba acurrucado en uno de mis sofás imitación de cuero y sobre sus rodillas había una de esas jaulas que se utilizan para transportar gatos.

—Me han traicionado —anunció en cuanto hube cerrado la puerta.

Me agaché y miré el interior de la pequeña jaula a través del alambre entrecruzado. Estaba vacía.

—No pensarás que ahí dentro hay un gato, ¿verdad, Buzz?

—¿Me has tomado por tonto de capirote? —Se puso en pie y se balanceó un poco al mismo tiempo que agitaba la jaula igual que un monaguillo agita el incensario en las ceremonias religiosas—. ¿Tú crees que si me he abierto camino a zarpazos hasta la estúpida cumbre del éxito en Hollywood, ha sido imaginando que voy por ahí paseando mininos? —Con un suspiro, se dejó caer otra vez sobre el sofá—. Mi supuesto amor y mi traicionero colaborador me han dado una puñalada en la espalda.

Me acomodé detrás de mi gran escritorio de metal y di unos golpecitos al enorme montón de papeles que se había acumulado en él.

—¿Exactamente cómo?

—Ella lo sedujo.

—¿Seguimos hablando de Panda?

—¿Cuántos amores de mi vida crees que tengo? Cuando me enamoro, es para siempre.

—¿Panda le hizo algo a Groucho?

—Lo secuestró —dijo—. Sólo que lo hizo todo de un modo legítimo.

—¿Dónde está el gato… Warren?

—Viviendo con ella en su mansión de Bel Air.

—¿Desde cuándo la secretaria de un programa de televisión como…?

—Se compró la condenada casa, hizo el maldito primer pago, con parte del dinero que le dieron —dijo—. ¿Sabes quién vivía allí? Orlando Busino, el gran amante de la pantalla muda. Es una verdadera mansión, un palacio de lujo.

Di una vuelta en mi silla giratoria.

—Me parece que no entiendo lo que ha hecho Panda —le dije—. ¿Firmó algún contrato para escribir guiones y se asoció con tu gato?

—No, no. No seas cretino. Es la agente de Groucho. —Golpeó con el puño la jaula vacía—. ¡Vendió los servicios de Groucho a «Yowl»! Llevaban meses dando palos de ciego en busca de un gato perfecto para los anuncios que ponen en la televisión. Tengo que reconocer que Groucho queda la mar de bien delante de las cámaras. Sigue las instrucciones al pie de la letra y hace una mueca de desdén perfecta cuando oye hablar de los productos de la competencia…

—¿Ha…? En los anuncios no hablará, ¿verdad?

—Claro que no. Solamente habla conmigo y con Panda —dijo Buzz—. Ni siquiera en Hollywood puedes progresar si dejas que tu gato hable por todas partes. Pero, como el espíritu de Warren está dentro de él, el gato hace los anuncios mejor que cualquier otro gato conocido del hombre.

—¿Cómo se las compuso Panda para…?

—Actuó con una inteligencia de lo más insidiosa. —Sus dedos tamborilearon sobre la parte superior de la jaula—. Naturalmente, como estaba conmigo tanto tiempo, se lo confié todo. También Groucho se mostraba cordial con ella, puesto que la había conocido en su anterior encarnación. Al principio fue un sueño de felicidad absoluta. Los guiones salían que daba gusto leerlos. Ya tenía a los jefes a punto de concederme un aumento de sueldo. Y, sin saberlo, estaba alimentando a una víbora personificada por esa mujer de trenzas negras cual ala de cuervo…

—Creía que era pelirroja.

—No, era rubia, pero volvió a cambiar —explicó—. Escúchame, lo importante es que «Yowl» es uno de los patrocinadores de esa idiotez que se titula
Es extraño, ¿verdad?
. Panda se enteró de que andaban buscando un gato y, aprovechando que yo estaba en Apple Valley, rodando exteriores para
Brigada de gorilas
, llevó a Groucho para que le hicieran unas pruebas.

—El gato es tuyo, ¿no? Desde el punto de vista jurídico…

—Ah, es que en este sentido volvió a actuar con una inteligencia diabólica. —Descargó un fuerte golpe sobre la jaula—. Panda fue a ver a los antiguos dueños de Groucho y lo compró. Es la propietaria de ese condenado Judas.

—¿Y él qué opina de todo esto?

—Se le ha subido a la cabeza. Salir en los anuncios, verse halagado… —dijo Buzz—. Warren era un gran escritor, pero al principio vino aquí para tratar de meterse en el cine. Quería ser actor. Ahora se encuentra con que uno de sus sueños de juventud se está haciendo realidad, y a causa de ello me ha dejado plantado.

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