de vez en cuando alguna campanada.
Pero, mientras escribo, por la acera
pasa un tropel de gente a la carrera
en dirección del cruce de caminos.
Y cuando salgo a ver: —Pero, ¿qué pasa?
Ya responde una vieja en la otra casa:
—¡Que se volteó el camión de los cochinos!
Oye, negra, ¿te ha fijao
la cantidá y la cuantía
de cuelpos de policía
que existen en la ciudad?
Pues cuéntalo, y si lo cuenta
uno, dó, tré, cuatro y tal,
si en la cuenta no te enreda
te va a caé pa atrá.
Policía con cachucha,
policía con pumpá;
policía con sombrero
y de cabeza pelá.
Y hasta policía mujeres
pal que se quiera casá.
Eso sí es policiera,
¡que policiera cará!...
Que si la criminológica,
que si la municipá,
que si la arta policía,
que si la de más allá,
que llegó la PTJ,
que si se fue la social,
que si estos son digepoles
y del Sifa lo demá;
que si aquélla es la civí,
que si esta es la militá,
que si esta no tiene rolo
sino que tira con gá,
que si este te afloja un tiro
y el otro te muele a plan
y en una radiopatrulla
te rueda el de más allá;
cualquiera te pone preso,
cualquiera te hace rodá,
que con o sin uniforme,
con sombrero o con pumpá,
en cuanto a rodalo a uno
todo lo ruedan igual,
pue la sola diferencia
que del uno al otro va,
e que depué tú no sabe
cuál de ello te va a soltá.
—Suéltame al negro, mijito,
—le dice tú a la Social—
y la Social te conteta
que vaya a la judicial,
la judicial que te entienda
con el cueppo ditrital,
y el cueppo que es asunto
de la gualdia nacional,
o de la alta policía
o bien de la milital,
o bien de lo de cachucha,
o bien de lo de pumpá,
o bien de lo que trabajan
con la cabeza pelá,
o bien del que tira tiro
o bien del que tira gá,
o bien que si patatín
o bien que si patatán.
Que si uno que tocan pito,
que si el que no toca ná,
que si el que usa la pitola
con el piquito pa trá,
o la lleva en la cintura
lo mimo que una empaná
pa dale muelte a la novia
ca vez que la va a limpiá;
que si el que lleva manopla,
que si el que tiene black jack,
que si el que lo rueda a uno
sin etale haciendo ná,
que si el que llega a lo robo
depués que el ladrón se va;
policía con cachucha,
policía con pumpá,
policía que trabaja
con la cabeza pelá...
¡Y no te lo cuento todo
porque me voy a enredá!
Ya, lector, llegó Don Julio,
ya de portón en portón
llegó Don Julio anunciando
que empieza la raspazón.
Y a darle un recibimiento
digno de su condición,
los gallardos estudiantes,
sin ninguna distinción,
se quitan de zoquetadas
y dejan el camastrón.
Mirad aquel, por ejemplo.
mirad aquel mocetón,
aquel que viviendo en Catia
va a estudiar para el Panteón...
Abrumado bajo el peso
de su actual preocupación
—la raspazón y Don Julio,
Don Julio y la raspazón—;
con más corotos encima
que si fuera de excursión,
la boina hasta las orejas
cual gorrita de Pierrot,
enrojecidos los ojos
y el semblante todo hinchón;
levantada la solapa
como un viejo con pestón,
y al hombro la inevitable
silletica de extensión.
con la que parece un hijo
del Hombre de la Emulsión;
con su tesis bajo el brazo,
con su librote marrón
que ya de tan manoseado
parece de chicharrón;
con sus cuadernos de apuntes,
con sus tizas de color,
con su caucho por los hombros
tipo Cristóbal Colón,
allí va el pobre estudiante
cargado como un camión,
en busca de una placita
o un sosegado rincón,
en donde poder fajarse
—fajarse como un león—
a meterse en el cacumen
esa notamentazón
y esa pila de bichitos
que parecen de masón
y esas cuentas del carrizo
que uno no sabe qué son
porque les ponen letricas
en vez de numeración.
¿Por qué no estudia en la casa?
Decidme, ¿por qué razón?
Porque en la casa no hay forma
de concentrar la atención:
Que si Fulano te busca,
que si esta noche hay Simón,
que si coge el cenicero
que me quemas el sillón,
que si molesto a Antonieta,
que si despierto a Ramón,
que si tanto echar jareta
con tu estudio y tu cuestión
para que de todos modos
te raspen como un lechón.
Y así va el pobre estudiante
cargado como un camión,
con su thermo, con su caucho,
con su silla de extensión,
y con los demás corotos
de que ya hicimos mención,
en busca de una placita
o de un simple callejón
donde estudiar sin que nadie
le eche a perder la cuestión.
Por el día en El Calvario,
por la noche en el Panteón,
a veces junto a una estatua,
a veces junto a un farol,
a veces junto a una mata
que según su vocación
unas veces es de mango
y otras veces de mamón.
Allí está el pobre estudiante,
fajado como un campeón,
con su thermo, con su caucho,
con su silla de extensión
y todas las otras cosas
de igual significación
que según tengo entendido
ya nombré en otra ocasión.
Desde aquí lo estoy mirando,
aquí, desde mi balcón,
estoy mirando la estampa
del estudiante en cuestión.
Miradlo cuán solo llega,
mirad su noble expresión:
de no más verle la cara
se le ve la vocación!
Antes de entrar en materia
fue a buscar inspiración
y en la venta de tostadas
se pegó tres de jamón.
Y en este momento vuelve
satisfecho y barrigón,
listo a agarrar esa tesis
y entrarles como un campeón.
Miradlo sacar sus notas,
mirad con que decisión
se saca todas las tizas
que carga en el pantalón;
mirad el gesto resuelto
con que da un solo tirón,
echando mano del thermo
le quita al thermo el tapón
y ¡observad con cuantas ganas
se empina el thermo en cuestión!
y como distiende el forro
de la silla de extensión
y como despliega el caucho
y agarra el libro marrón
y en la actitud del que lee
con sostenida atención,
¡se queda toda la noche
durmiendo como un lirón!
La más grande aspiración
de muchos que "astros" se sienten
es que el chance les presenten
de actuar en televisión.
Yo, que en más de una ocasión
he tenido ese placer,
un cuento les voy a hacer
—si el lector me lo permite—
que a algunos tal vez les quite
las ganas de aparecer.
El cuento puede empezar
cuando usted, como un cañón,
se aparece a la estación
que lo va a televisar;
recorre todo el lugar
con mirada zahorí,
toca allá, pregunta aquí
buscando al que lo ha citado,
¡y ocurre que del malvado
no hay ni sombra por allí!
Harto ya usted de esperar,
llega el tercio a la carrera
y le dice que qué espera,
¡que se vaya a maquillar!
Y entonces lo hacen entrar
a un monísimo salón,
del que, a fuerza de loción,
colorete y brillantina
sale usted como Cristina
después de la operación.
No halla usted dónde meter
aquel rostro repintado
mientras piensa avergonzado:
"¡Si me viera mi mujer!"...
Mas ya se va a proceder,
pasamos al interior,
y es tan grande su temblor
del "estudio" ante la entrada,
que ya usted no quiere nada:
¡lo que quiere es un doctor!
Llega el momento de actuar
y usted, mudo y tembloroso,
presa de miedo espantoso
no sabe cómo empezar;
de nada valió ensayar
con tanta anticipación!,
pues frente a aquel perolón
que lo enfoca inquisitivo,
se pone usted como un chivo
cuando hay ternera en Falcón.
Otras veces el terror
sobreviene al cabo rato,
por culpa de un aparato
que llaman el Monitor,
un bicho que el director
ha puesto allí con la idea
de que usted mismo se vea
y se duela en lo más profundo
de haber venido a este mundo
con una cara tan fea.
Termina la transmisión,
y está usted como humillado,
consciente de haber quedado
como un solemne... simplón.
Así es la televisión:
para el vidente, un placer,
mas para el que ha menester
de enfrentarla en su guarida,
¡esa bicha es más temida
que pleito con un chofer!
Todo está en paz; la noche se ilumina
con una luna de marfìl y oro;
las ranas y los grillos forman coro;
el aire huele a tierra de pimpina.
Al pie de una ventana, en una esquina,
hay un muchacho, cuyo nombre ignoro,
hablando con su novia más que un loro,
la muchacha en cuestión, se llama Trina.
—¿Te acuerdas Trina? —le pregunta el mozo—
¿que me ofrecistes un beso bien sabroso
si encontraba un trabajo con buen sueldo?
Y la joven, esquiva como un gato,
se le queda mirando largo rato
y al final le responde: —No me acueldo…
Salió a pasear la reina de Inglaterra
y —alguna concha de cambur sería—
sufrió la soberana en plena vía,
su primera caída de post guerra.
Sacó la noble dama al dar en tierra
un rasguñito de menor cuantía
que, sin necesidad de cirugía,
con algodón y yodo se le cierra.
Se trata, pues, de un ínfimo accidente;
más los diarios de todo el continente
en sus primeras páginas lo traen.
y ello tiene su parte de ironía:
Nadie nombra a los reyes hoy en día
sino cuando se caen...
¡Qué formas tan pintorescas
son nuestras formas de hablar!
Para decirnos dos cosas
que en cualquier otro lugar
se dicen directamente
con dos palabras no más,
aquí estamos media hora
tratando de concretar,
y el pavoroso enredijo
que nos formamos es tal,
que el que nos está escuchando
no entiende ni la mitad,
ni nosotros entendemos
lo que él nos quiere explicar.
Y si quieren una muestra
de nuestros modos de hablar,
acomoden las orejas,
que allí van:
—Yo, chico, hablé con el hombre
y él me dijo que si tal
que si qué sé yo qué cosa,
que si yo no sé qué más,
que si esto, que si lo otro,
que si lo de más allá,
que si patatín,
que si patatán...
¡Bueno, puej, me volvió loco
con ese tronco e macán!
Pero yo le eché coraje
y le dije: —pára guan,
si usted me viene con curvas
que si tal que si cual
y que si yo no sé qué
y que si yo no sé qué más,
conmigo estás bueno, puej,
¡porque conmigo qué va!
Si él me dice en un principio:
"Mira, Pedro, ven acá,
yo vengo a tal y tal cosa,
pero y tal y tal y tal",
pues entonces, qué carrizo,
¿pero así? ¡No oh, que vá!
Y así como habla ese tipo
que acabamos de escuchar,
así hablamos casi todos
en la Caracas actual:
Un montón de frases mochas,
alguno que otro refrán,
cien mil mentadas de madre,
y el resto, ni hablar ni hablar!
¡Chofer de autobús, piloto
del Rolls-Royce en que yo viajo;
chofer que por el espejo
me miras mal encarado
con ganas de que yo chiste
para ponerme la mano
tan sólo porque te pido
que bajes un poco el radio!
No, chofer, no te calientes;
chofer no te pongas bravo:
recuerda que los dos somos
harina de un mismo saco
y entre nosotros no luce
vivir como perro y gato.
Además, ¿Por qué te ofendes?
¿Por qué te montas, mi hermano;
si yo sólo te he pedido
que bajes un poco el radio?
¿Tanto quieres a ese bicho?
¿Tu amor por él llega a tanto
que por él hasta peleas
como si fuera un muchacho?
Pues, caliéntate si quieres;
si quieres dame un fondazo;
pero, contesta, mi viejo
¿No te parece inhumano
que a la dantesca tortura
que es viajar en estos trastos
con sus estrechos asientos
y con sus techos tan bajos
y con sus mil pasajeros
unos sobre otros montados,