—Dios mío —murmuró enseguida—. ¡No tenía ni idea! De haberlo sabido…
—¿Dónde diablos has estado? —le respondió la voz adormilada de Hammer desde el otro extremo de la línea.
—No puedo decírtelo —dijo Andy—. En este momento, no puedo. Sé que debo parecerte insolente e injusto, pero estuve investigando un asunto que en este momento no tengo tiempo de explicarte. Te bastará con saber que cuando esbocé los ensayos que tenía previsto escribir en la página web, mi temario no incluía la isla Tangier ni el fraude dental, de forma que he estado ocupado, y mucho, intentando averiguar todo lo posible sobre los isleños y he tenido que desconectar el teléfono y ponerme a escribir…
—¡Andy! —Hammer ya estaba muy despierta y ofendida—. ¡No puedes ocultarme secretos! ¿Dónde estuviste metido todo el día? ¿Has oído la noticia? Por lo visto no —añadió con emoción—. Una mujer fue asesinada brutalmente en la isla Belle y el asesino escribió tu nombre en el cuerpo de la víctima.
—¿Mi nombre? ¿A qué diablos te refieres con lo de mi nombre?
—Me refiero al de Agente Verdad.
—¿Que alguien ha grabado «Agente Verdad» en el cuerpo de la muerta? —Andy se quedó atónito—. ¿Qué…? ¿Qué…?
—No sé nada más. Pero, maldita sea, creo que sería una excelente idea que olvidaras ahora mismo toda esa mierda del Agente Verdad y volvieras a las tareas normales de policía antes de que se produzcan males mayores.
—No me eches la culpa de lo que ha hecho un asesino perturbado. Por mucho que lo sienta por la víctima, no tengo nada que ver con su muerte y prometo colaborar en todo. Escucha, llegamos a un acuerdo y me diste tu palabra —le recordó Andy—. Y no olvides lo que te dije hace un año cuando hablamos de todo esto. Si dices la verdad, las fuerzas del mal se disgustan y suceden cosas malas, pero al final la verdad triunfa.
—Andy, por el amor de Dios! —replicó Hammer en tono de impaciencia—. Por favor, no me vengas con otra de tus lecciones de filosofía barata.
—Eso duele —señaló Andy, herido y molesto aunque más decidido que nunca—. Lee al Agente Verdad por la mañana y quizás hablemos después.
BREVE HISTORIA DE LA ISLA TANGIER por el Agente Verdad.
Aunque en este momento pueda desear lo contrario, la isla Tangier forma parte del territorio de Virginia y viene perteneciendo a éste desde 1608, cuando John Smith y siete soldados, tres caballeros y un doctor exploraron la bahía de Chesapeake en una gabarra abierta de tres toneladas.
En su búsqueda de buenos puertos y asentamientos se encontraron en medio de numerosas islas, a las que denominaron islas Russell. Y cuando cruzaron la bahía hasta la costa oriental, vieron frente a ellos a dos ceñudos y recios nativos, o «salvajes», como los llamó Smith, que llevaban largas pértigas con punta de hueso.
«¿Quiénes sois y que os proponéis?», preguntaron valientemente los nativos en la lengua de Powhatan, llamada así porque era la que hablaba el gran jefe, padre de Pocahontas.
Smith les respondió en su propio idioma, lo cual impresionó considerablemente a los salvajes.
Y aquí hago una pausa para referirme un momento a la importancia de la comunicación, un tema que me parece muy oportuno en vista de lo que sucedió ayer en esa misma isla (Tangier) que Smith descubrió. Ningún gobierno, incluido el de Virginia, debería hacer leyes y tomar iniciativas que afecten a una gente que dice lo contrario de lo que quiere decir. Si un isleño dice, por ejemplo: «iVaya, muy bonito!» o «No llueve nada», tal vez esté afirmando que cae un diluvio, como bien explica el tangierano David L. Shores en su obra definitiva, Isla Tangier: el lugar; la gente y el habla.
Pues bien, en los viejos tiempos cuando un isleño quería decir lo contrario de lo que decía, lo indicaba añadiendo un «al revés», con lo cual se entendía el sentido. Al decir: «No llueve nada, al revés», venía a afirmar que estaba lloviendo a cántaros. Ahora ya no. Sólo quien conoce a fondo el uso de la inflexión en el tono y de la expresión facial de los isleños puede detectar qué dice en realidad uno de esos pescadores si declara: «No tengo interés en ir» o «Eso es una miserable ostra».
Un amigo mío, conocido de los isleños y a quien en adelante me referiré como «mi sabio confidente», me comentaba:
Supongo que te plantearás si ya que la reacción de la gente ante los controles de velocidad del VASCAR fue un: «¡Vaya, muy gracioso!», quizás en realidad estuvieran expresando que los controles de velocidad no tienen nada de gracioso y que están furiosos contra ellos. Por lo que me has contado, es evidente que esa isleña, Ginny Crockett, estaba muy molesta, aunque a ese policía le dijera exactamente lo contrario.
—Ni más ni menos —asentí—. El gobernador no debería hacer nada por o en esa isla sin entender muy bien la cuestión del «habla al revés». Y para mí está muy claro que la Administración del gobernador está muy habituada a decir lo contrario de lo que piensa, pero no de esta manera. Y acaba de tomar una decisión brillante.
—Pero —señaló mi sabio confidente— advierto una inflexión forzada en tu voz y un tono exageradamente agudo, y has prolongado las palabras levantando la barbilla mientras arqueabas las cejas al decir «acaba de tomar una decisión brillante». ¿Significa eso que querías decir lo contrario?
—¡Ah! Estaba probándote para ver si captabas la idea —repliqué—. No se trata de lo que dices, sino de cómo lo dices.
—Me pregunto si John Smith ya tendría una dificultad parecida al tratar con los salvajes —musitó mi interlocutor—. Quizás esos salvajes también hablaban al revés.
—Bueno, seguro que muchas veces era más importante cómo decían las cosas que lo que contaban —respondí.
Tras una visita amistosa a los salvajes, Smith zarpó de nuevo siguiendo otras caletas de la costa, cuando de pronto «se produjo un tremendo temporal de viento, lluvia, truenos y relámpagos; y sólo con gran peligro escapamos de la furia inmisericorde de aquellas aguas agitadas como un océano», en palabras del propio Smith. Para salvar la vida, los expedicionarios buscaron refugio en una de las muchas islas que Smith denominaba Russell.
Cuando zarparon otra vez, se abatió sobre la barcaza una segunda tormenta que arrancó el mástil y la vela y estuvieron a punto de hundirse mientras achicaban agua frenéticamente. Durante dos días esperaron a que pasara la tempestad y buscaron agua potable en un lugar deshabitado que Smith bautizó como isla del Limbo. Finalmente repararon las velas con sus propias camisas y emprendieron el regreso a Jamestown.
Al parecer, muchos eruditos consideran que Tangier era una de las islas Russell. Sin embargo, yo me pregunto, después de estudiar diferentes mapas antiguos y una carta de vuelo moderna, si no es posible que Tangier sea, en realidad, esa isla Limbo, lo cual explicaría la tendencia de los isleños a decir lo contrario de lo que pretenden dar a entender. Y, si bien no me es posible ofrecer demasiadas pruebas que lo demuestren, no creo que los historiadores puedan descartar por completo tal posibilidad. Si uno toma una carta de navegación aérea oficial de esa zona, se observa que Tangier y Limbo están a unos pocos minutos de vuelo en helicóptero.
Para investigar mejor, decidí ir en helicóptero a Jamestown y, desde allí, registrar las coordenadas exactas de la travesía de Smith si éste había de viajar de Jamestown a Tangier, regresar al punto de partida y, luego, navegar a Limbo. Observe usted, lector, las coordenadas geográficas correspondientes a Jamestown, Tangier y Limbo que me facilitó el sistema GPS cuando sobrevolé cada punto. Tras exponer la tabla, procederé a explicar su significado:
ISLA ISLA ISLA.
JAMESTOWN TANGIER LIMBO.
LATITUD 37*12' 47" 37*49' 51" 37*55' 75"
LONGITUD 76*46' 66" 75*59' 87" 76*01' 58"
Queda claro que Tangier y Limbo no están muy lejos la una de la otra. Así, la hipótesis que le propongo, lector, es que imaginen a Smith y a sus hombres en la barcaza abierta, con vientos terribles, truenos, visibilidad nula… ¿Cómo podía estar Smith tan seguro de que, cuando decidió buscar refugio en lo que llamó Tangier, no se hallaba en realidad en la isla Limbo? Tengo una razonable certeza de que, si yo hubiese volado en el helicóptero con un par de tragos de whisky, habría podido terminar tanto en Limbo como en cualquier otra parte.
Nunca sabremos si Tangier es en realidad esa isla Limbo. Dudo que el propio Smith, si viviera hoy, pudiera decírnoslo. Pero no tengo duda de que si visitara Tangier en la actualidad, se sentiría en cualquier caso como si estuviera en el limbo.
Si Tangier es en efecto esa isla Limbo, me gustaría que hubiera mantenido su viejo nombre. Creo que la isla Limbo habría desarrollado un mercado turístico sólido y especializado, atrayendo a visitantes que hoy no están en un sitio ni en el otro y a los que les gustaría perderse en medio de ninguna parte para dedicarse a la buena vida durante un tiempo. Y también creo que el gobernador de Virginia no se habría puesto a pintar rayas de control de velocidad en un lugar llamado Limbo y que la gente de Limbo no se habría molestado como ha sucedido.
¡
Tengan cuidado ahí afuera!
Andy medía la impaciencia de Hammer por el ritmo del tamborileo de sus dedos sobre el escritorio. En aquel momento interpretaba un fuerte staccato encima del secante mientras escuchaba al joven, que le informaba sobre Tangier y le explicaba que la revuelta guardaba relación con el pasado del lugar, ya que en ese instante el agente no tenía motivos para saber que sus comentarios sobre las malas prácticas dentales habían enfurecido a los isleños tanto como los controles de velocidad.
—Pero si mucha de esa gente ni siquiera conoce su pasado y tampoco ha oído hablar de John Smith —replicó Hammer al otro lado del escritorio, desde donde tenía una excelente vista de la calzada circular que rodeaba los edificios oficiales y de las banderas que ondeaban en mástiles altos.
—Yo no los infravaloraría, jefa. Lo único que hago es ponerte en antecedentes —dijo Andy, con el uniforme empapado de sudor y temeroso de lo que Hammer iba a decirle acerca de su último artículo como el Agente Verdad—. En mi opinión, los isleños están programados para pensar que los de afuera son malandrines que llegan para robarles la isla y todo lo que hay en ella; más o menos, lo que debían sentir los nativos norteamericanos cuando los ingleses desembarcaron en Jamestown y empezaron a construir el fuerte.
—¿Malandrines? —Hammer frunció el ceño.
—Es la palabra que usan los isleños para designar a los piratas.
—¡Jesús! —gruñó ella.
Windy Brees apareció de repente en la oficina de Hammer con una expresión excitada en su rostro maquillado y un paquete de UPS clavado en sus uñas pintadas de rojo brillante.
—¡Por los clavos de Cristo! —exclamó Windy—. Nunca adivinaría lo que ha pasado.
—Dímelo tú —dijo Hammer con impaciencia. No soportaba las adivinanzas de su secretaria.
—¡Tenemos problemas como para parar un camión! —dijo Windy, jadeante—. Ha desaparecido un dentista que trabaja con esos isleños: Ayer fue a la isla, como solía hacer, y su mujer ha denunciado su ausencia a la policía de Reedville. Les dijo que su marido no había regresado en el ferry, y cuando llamaron a la clínica dental un chico que hablaba muy raro dijo que el dentista había sido tomado como rehén hasta que el gobernador reconociera la independencia de la isla, o algo así.
—Sí, ya estaba al corriente de eso. Al parecer, los isleños han capturado al dentista y lo tienen secuestrado en el consultorio.
—¿En el consultorio? —preguntó Andy, presa de una desagradable sensación.
—Eso es lo que me dijo el dentista. Los secuestradores le han permitido hacer una llamada —explicó Hammer—. Pero no sé su nombre, me dijo que no podía dármelo.
—Sherman Fa.. —intervino Windy—. Se escribe muy raro. —Miró su bloc de notas y deletreó—: F-A-U-X.
—No importa cómo se escriba —la interrumpió Hammer—. Andy, ¿no viste por casualidad a ese dentista mientras pintabas el control de velocidad?
—No —respondió, sin mencionar que tampoco lo había visto cuando regresó disfrazado a la isla, pero que probablemente estuviera a diez metros de él porque uno de los lugares que había visitado era la clínica dental.
Tenía que hablarle a Hammer de su misión secreta, pero pensó que sería mejor hacerlo cuando ella estuviera de mejor humor.
—Había un grupo de barqueros manifestándose en Janders Road —añadió—, lo cual no me sorprende en absoluto; los isleños tienen una larga historia de rencor y aislamiento. Por mucho que yo admire a Thomas Jefferson, debo reconocer que no contribuyó a que las cosas se arreglasen cuando, durante la guerra de la Independencia, ordenó requisar todos los barcos de la isla y bloquear la llegada de suministros. Consideró que Tangier era un país enemigo, como si la isla no formara parte de la mismísima Commonwealth que él gobernaba y…
—Bueno, pero me temo que en este momento no podemos recurrir al señor Jefferson para que nos ayude —lo interrumpió Hammer con frialdad al tiempo que se ponía en pie.
—Según cómo mejor que no se pueda, si tenía esa postura respecto a la isla —comentó Andy, que a duras penas había logrado escapar en el helicóptero Bell 407 tras ser perseguido por los barqueros en Janders Road, cruzar varios puentes peatonales e innumerables marjales y llegar por fin a la diminuta pista donde el agente Macovich lo aguardaba con el motor en marcha.
—¡Tenemos que volver aquí más tarde! —había gritado Andy a Macovich mientras éste, frenético, despegaba y se elevaba en el aire para alejarse a toda prisa.
—¡Estás loco de atar, tío! —La voz de Macovich resonó con fuerza en los auriculares de Andy justo en el momento en que una piedra impactaba contra el patín—. ¡No volveremos! ¡Esa gentuza nos está tirando cosas! ¡Confiemos en que no toquen las palas de la hélice!
Eso no ocurrió, porque el 407 era muy potente y enseguida estuvo fuera del alcance de los isleños.
—Mira, lo que pasa es que no he terminado —intentó explicar Andy mientras observaba cómo la furiosa multitud empequeñecía hasta parecer una comitiva de hormigas.
—¿No has terminado de pintar las rayas, tío? Mierda. Pues es una lástima —dijo Macovich—, porque yo no pienso volver si no es a comprar cangrejos para el gran hombre. Y si tú no piensas comprar nada, mejor será que no vuelvas o acabarás de carnaza para los cangrejos.
—Bueno —lo tranquilizó Andy—. Creo que ahí abajo hay un caso grave de fraude dental, pero yo me ocuparé de eso.