—Estás loco —dijo—. No me extraña que te suspendieran de servicio, a menos que… —Macovich había tenido una idea. A menos que no lo hubieran hecho y anduvieras detrás de algo, en alguna misión secreta. ¡Vaya!
Hablando de secretos —dijo Andy, esquivando con destreza las insinuaciones de Macovich—, me pregunto quién debe de ser el Agente Verdad.
—Sí, y no eres el único que se lo pregunta —comentó Macovich—. El gobernador se muere de ganas por saberlo y me ha dicho que lo averigüe. Así que si tienes alguna idea, te agradeceré que me la comuniques.
Andy no respondió.
Yo también siento curiosidad —prosiguió Macovich—. ¿Cómo sabe lo de Tangier y lo que estuvimos haciendo allí? Lo he leído todo en esa columna que firma en Internet. Es como si hubiera estado allí y lo hubiera visto todo.
Andy no dijo nada porque no quería mentir. Macovich volvió hacia él sus gafas oscuras, y sus pensamientos fueron asaltados por otra sospecha.
—¿No serás tú el Agente Verdad? —lo presionó Macovich—. Porque si lo eres, prometo guardarte el secreto. Aunque tienes que entender que debo decírselo al gobernador.
—Escucha, ¿qué te hace pensar que si supiera quién es el Agente Verdad no se lo diría yo mismo al gobernador? Andy sorteó la pregunta con otra pregunta.
—Sí supongo que tienes razón. Si lo supieras, se lo dirías y todo el mérito sería tuyo —precisó Macovich.
—Por supuesto.
—Entonces, ¿quién crees que es? Se me ha pasado por la cabeza la posibilidad de que fuera Major Trader.
—Difícilmente —replicó Andy—. Trader no puede decir la verdad, o sea que no puede ser el Agente Verdad, acierto?
—Probablemente tengas razón. —Macovich exhaló una bocanada de humo—. Y también tienes razón en que andamos escasos de pilotos.
—Por qué todos lo dejan? —inquirió Andy.
Macovich decidió que ya había hablado bastante. Tenía suficientes problemas con la primera familia y no era cuestión de empeorar las cosas. Le preocupaba que Andy pudiera convertirse en una amenaza para él. Ese blanquito era muy listo, mucho más listo que él. Andy ni siquiera tenía que pensar mucho tiempo antes de hablar y a veces utilizaba palabras cuyo significado Macovich desconocía.
—Apuesto a que cuando ibas a la escuela eras uno de esos empollones —dijo Macovich con envidia y dispuesto a encontrar la manera de humillarlo—. Apuesto a que vivías en la biblioteca y no hacías más que estudiar.
—Qué va, nunca estudié —replicó Andy, sin añadir que había pasado tres años en la escuela superior y que le había gustado tanto aprender que nunca lo consideró un deber impuesto—. Lo único que me apetecía era salir y sacar adelante las cosas.
—Sí, seguro. —La nube de humo asintió.
Macovich pasó un año en una escuela técnica, y decidió oponerse a la ambición que tenía su padre de que el hijo mayor llegara un día a tener un trabajo respetable en la Ethyl, fabricando disolventes. Se marchó de casa durante su primer año de estudios para alistarse en el ejército, donde aprendió a pilotar helicópteros, y luego ingresó en la escuela de policía. Con la intención de molestar un poco a su padre, hacía dos meses que le había regalado una foto de la primera familia; la señora Crimm había escrito en ella una dedicatoria personal con la rúbrica de: «Primera dama, Maude Crimm».
Una colilla de cigarrillo voló trazando un arco perfecto y cayó al asfalto, donde brilló como un ojo furioso.
—Lo único que tengo que hacer es decirle al gobernador que me harás de copiloto, y él cuidará de ti —fanfarroneó Macovich sin la menor intención de buscarle a Andy un helicóptero ni ninguna otra cosa salvo, tal vez, algún problema—. Eso suponiendo que no me reconozca. Si ese tiburón de hija que tiene decide montar una bronca, será mejor que se lo diga otro día. Y ahora, será mejor que fume otro cigarrillo antes de que salgan.
Durante un breve instante, el humo se aclaró lo suficiente para que Andy recordase que Thorlo Macovich era el negro más grande que había visto en su vida.
—No es que al gobernador le moleste que fume —Macovich encendió otro cigarrillo mentolado—, pero a la primera dama, buf… ¿Recuerdas esa entrevista suya en el periódico de hace dos domingos sobre el «humo terciario»? —La nube de humo se volvía cada vez más espesa—. ¿Sabes cómo? Yo inhalo, te paso el humo a ti, a tu boca, y después tú sales corriendo y se lo echas a otra persona en la boca.
—Pues creo que será mejor que lo eches en otro sitio —dijo Andy, urdiendo un plan—. Ahí llegan.
En Virginia hay cosas peores que las fábricas de tabaco, y una de ellas era un pirata de las autopistas llamado Smoke, que ya dio muestras de su consumada malicia desde la cuna. Su largo historial de incidentes como delincuente juvenil iba desde ausencias injustificadas en la escuela o prender fuego a gatos hasta agresiones violentas y homicidio. Aunque algunos años atrás se le había llevado ante la justicia de Virginia, había conseguido fugarse de una prisión de máxima seguridad.
Para hacerlo, había fingido que se ahorcaba, colgándose de una sábana atada a la barra de su litera de acero. Cuando el carcelero, A. P. Pinn, vio a Smoke caído en el suelo, con un nudo al cuello, los ojos fuera de las órbitas y la lengua asomándole por la boca, abrió la puerta de la celda y entró apresuradamente a comprobar si el recluso aún estaba con vida. Así era: Smoke se incorporó de un salto y golpeó a Pinn en la cabeza con una bandeja para la comida. A continuación se vistió rápidamente con el uniforme del carcelero, se puso sus gafas de sol y logró salir de la penitenciaría sin que lo descubrieran. Más adelante, Pinn escribió un libro sobre aquel episodio y lo publicó él mismo: Traicionado no se vendió mucho, pero Pinn acabó por conducir un programa por cable llamado «Cara a cara con Pinn».
Smoke veía el programa cada semana para asegurarse de que no iban tras él ni había sospechas de que era el jefe de una banda de asaltantes de autopistas. En cierto modo, le disgustaba que Pinn no se refiriera nunca a él, salvo para mencionar que ser agredido a traición con una bandeja lo había traumatizado y que nadie puede imaginar lo que supone recibir un golpe en la cabeza con un filete y puré de patatas hasta que le ha sucedido, al menos, una vez.
El programa ya había empezado y Smoke y sus secuaces se hallaban reunidos en su remolque Winnebago, que estaba aparcado detrás de los pinos de un solar vacío, en el norte de la ciudad. Smoke cogió el mando a distancia y subió el volumen. Pinn sonreía a la cámara y hablaba con el reverendo Pontius Justice acerca del programa de vigilancia del barrio que acababa de iniciar en Shockhoe Bottom, cerca del mercado agrícola.
Mirad a ese capullo —soltó Smoke mientras daba cuenta de una cerveza—. Se cree alguien.
Pinn vestía un traje cruzado negro brillante, camisa y corbata negras y mostraba unos dientes visiblemente blanqueados. Cuando Smoke conoció a Pinn en la cárcel, el tipo llevaba gafas de sol; ahora debía de llevar unas lentes de contacto que lo obligaban a entrecerrar los ojos a cada momento.
—¿Qué cree que es esto? ¿Los premios de la Academia? Aún se le nota el chichón donde le di con la bandeja —señaló Smoke.
—¡Bah, siempre ha tenido ese bulto en la cabeza! —replicó Cat, el más veterano de la banda—. Antes no se afeitaba la cabeza ni se untaba ceras como hace ahora. Por eso se nota el bulto. Qué cabeza tan brillante, tío. Hay que ponerse gafas de sol para que no te deslumbre.
Cat entrecerró los ojos, miró a través del humo y tiró la ceniza del cigarrillo en una lata de cerveza.
—Qué marca de cera crees que usa? —preguntó otro de los bandidos, Possum, un tipo pequeño y de aspecto enfermizo que solía quedarse todo el día en su habitación, viendo televisión con las luces apagadas—. Cera de abeja, supongo. Eh, quizás usa Bed Head. ¿0s acordáis del tipo que me vendió el arma? Le pregunté cómo hacía para tener una cabeza tan brillante y me dijo que usaba Bed Head y que lo sacaba de uno de esos centros de cosmética de Nueva York. Le costaba veinte pavos. Es una barrita que se empuja desde el fondo y luego la frotas en la cabeza como un desodorante…
—¿Ese cabrón se pone desodorante en la cabeza? —dijo un tercer bandido, Cuda, abreviatura de su apodo, «Barracuda». Miró con ojos turbios la calva bruñida de Pinn.
—¡Cierra el pico! —Smoke subió el volumen otra vez.
Estaba tenso porque Pinn parecía acercarse al tema que él esperaba oír.
—… En su libro, Traicionado —decía el reverendo justice desde su sillón, excesivamente hundido y puesto junto a un decorado que representaba una biblioteca en la que destacaba la acogedora chimenea—, habla usted extensamente de que los vecinos deben ser vecinos y no sólo gente que vive en el mismo vecindario. Creo que le he citado bien, ¿no?
—Hum… Si, eso dije.
Y que, si amamos a nuestros semejantes y nos apoyamos en nuestro ir y venir, la comunidad cambiará.
—Hum… Sí, es posible que dijera eso.
—¿Y ya pensaba así antes de que le golpearan en la cabeza?
—No recuerdo. Tal vez. —Pinn se incorporó en su asiento, miró a la cámara y acarició la corbata de satén que había comprado en S& K por nueve dólares, noventa y cinco—. Lo que tengo claro es que fui honesto y noble cuando me preocupé por aquel recluso muerto, y lo siguiente que supe fue que me había dejado inconsciente sobre el frío suelo. Me quitó el uniforme y todo lo que había en él. —Pinn estaba enfureciéndose al evocar el episodio y empezaba a costarle esfuerzo aparentar entereza y ecuanimidad.
—¿Se imaginan eso? ¿Les gustaría a ustedes —señaló con el dedo a la audiencia televisiva— que alguien les golpeara en la cabeza y les robara la ropa, insinuando al resto de reclusos y a los guardianes que ha sido su amante quien les ha hecho algo, porque los encontraran inconscientes, boca abajo y desnudos?
El reverendo palideció y empezó a sudar bajo los potentes focos.
—Eso es lo que el perdón… —intentó cortar a Pinn.
—¡Al carajo el perdón! ¡No perdonaré nunca a ese capullo! ¡Rotundamente, no! Algún día lo encontraré, y entonces veremos quién golpea a quién. —Lanzó una mirada de odio a la cámara, dirigida a Smoke—. Y escuchen esto, si alguien sabe dónde está esa víbora venenosa, si lo ven, llamen al número gratuito que aparece abajo en la pantalla y le enviaremos una recompensa. —Repitió el número varias veces—. Se le conoce por el alias de «Smoke» y es un joven blanco de aspecto corriente, con rastas y lo que él llama barba aunque no son más que cuatro pelos.
—¡Bah! —exclamó Possum al tiempo que lanzaba una lata de cerveza vacía contra el televisor.
Smoke echó a su compinche del sofá de un empujón y le ordenó que callara.
—¡Tú rompes esa tele y yo te rompo la cabeza!
—Bien, no sé cuál será el aspecto de Smoke ahora, pues la última vez que lo vi llevaba un mono anaranjado de preso, pero es un joven de veintiuno o veintidós años y es más malo que una serpiente venenosa —continuó Pinn—. Puedo garantizar que no hace nada por ayudar a la comunidad. ¡Ni muchísimo menos! Y bien —añadió, buscando al público sin rostro que escuchaba tras la cámara—, ¿ustedes desearían tener una serpiente deslizándose por la maleza en su barrio?
—Nos mantendremos alerta en el barrio —prometió el reverendo Justice con un gesto de asentimiento y se secó la cara con un pañuelo. Por supuesto que hay mucha maldad por ahí suelta. Fíjese, si no, en el reciente y horrible caso de Moses Custer, que recibió una paliza y a quien robaron el Peterbilt allí mismo, junto al depósito de calabazas.
—Se llevaron el remolque entero o sólo la cabina? —Pinn se distrajo por un instante ante la terrible historia.
—Para qué íbamos a llevárnoslo? —Smoke hizo un gesto de desprecio hacia el televisor—. Si hubiera estado lleno de marihuana, en lugar de esas malditas calabazas… ¿Qué apostáis a que Pinn el Pelado es ese tal Agente Verdad? Sí, seguro que este capullo es quien escribe toda esa basura en Internet.
—Sí, se llevaron el remolque —declaró el reverendo y añadió que era un «gran danés», un término del argot camionero que se refería al vehículo último modelo, lleno de calabazas, que iba unido a la cabeza tractora Peterbilt, de dieciocho ruedas—. Visité a Moses en el hospital. —El reverendo movió la cabeza con tristeza—. El pobre hombre da la impresión de que lo ha atacado un perro de presa.
—¿Y qué cuenta que le hicieron? Pinn empezaba a irritarse otra vez. No le gustaba que un invitado estuviera mejor informado que él.
—Qué te hace pensar que ese tipo sea el Agente Verdad? —preguntó Possum, que sabía de ordenadores y era el responsable de comprobar cada mañana la página web del Agente Verdad para ver si había algo que Smoke debería saber.
Possum también se encargaba de todo lo relacionado con Internet, como la búsqueda de camiones de dieciocho ruedas que pudiera haber aparcados con un rótulo de «en venta», así como de novedades relacionadas con exposiciones de camiones, carreras, piezas y acceso-ríos, mercados rurales, asaltos a transportes, contrabando y fronteras con Canadá. Possum también frecuentaba páginas web de sus temas favoritos, como la del club de fans de «Bonanza» y las de cualquier convención que estuviera relacionada con la serie a la que, por supuesto, no asistiría nunca. También había una gran cantidad de mensajes electrónicos de los contactos de Smoke en los bajos fondos, la mayoría de los cuales eran anónimos.
—Moses dormía en el Peterbilt —decía el reverendo Justice—, cuando de repente apareció ese ángel para proporcionarle una experiencia única… Y enseguida lo asaltan esos demonios y lo arrojan al pavimento, propinándole golpes y patadas y navajazos…
—¿No tenía echado el seguro? —preguntó Pinn como si insinuara algo, puesto que tenía por costumbre considerar a la víctima culpable de lo que le sucedía; Pinn ya estaba dispuesto a sentenciar que Moses Custer no habría sido atacado por demonios, piratas de autopista o lo que fuese, si se hubiera preocupado de echar el seguro.
—Supongo que no, pero eso no significa que la culpa fuera suya. —El reverendo lanzó una mirada severa a Pinn.
—¡Eh —terció Cuda—, quizá diga en qué hospital está y podamos ir a acabar con él!
—No, yo no creo que Pinn sea el Agente Verdad —Possum expuso su opinión—. No es él, a menos que escriba mucho mejor de lo que habla. Creo que el Agente Verdad es un policía, como su nombre indica. Fijaos que siempre habla de piratas y de ADN y esas cosas. Será mejor que andemos con ojo y que no venga tras nosotros, porque ese tipo sabe descubrir cosas y tú ya has estado encerrado una vez —miró a Smoke—. Y hay una descripción tuya circulando por ahí; quizá será mejor que nos olvidemos de la piratería y busquemos empleo en una tienda o algo así…