Read La isla de los perros Online

Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Intriga, #Policíaco

La isla de los perros (5 page)

—¿Quiere decir que le haga sentir pavor para que confiese su verdadera identidad? —El gobernador se sentó en su silla de cuero, cogió la lupa y descubrió un nuevo montón de informes y recortes de prensa—. ¿De dónde ha salido todo esto?

—¿Todo el qué? ¿Se refiere a las señales del PAVOR? —Trader estaba confuso, lo cual le ocurría muy a menudo cuando hablaba con el gobernador.

—Ah, sí, comprendo. Sólo era una pregunta retórica, claro. Supongo que habla de asustar al Agente Verdad para que diga quién es. No me siento bien y ahora no puedo hablar más sobre esto.

—Me refiero a los controles de velocidad. —Trader no soportaba que el gobernador lo interrumpiera—. Tenemos que encontrar un nombre para el programa y he pensado que «PAVOR» es justo lo que usted quiere.

—¡Tonterías! —De repente el gobernador recordó el contenido de la conversación anterior—. Si le ponemos ese nombre, todos los habitantes de la isla sabrán que nuestra intención es asustarlos y que se trata de una amenaza vacía. Encuentre un nombre que suene más burocrático y que tenga menos significado. De ese modo, los isleños se lo tomarán en serio.

Bueno, como ya he dicho antes, esos isleños van a ser difíciles. —Trader se atribuyó el mérito de advertir al gobernador—. Recuerde que yo he sido el primero en decírselo, así que no me eche las culpas si hay polémica.

—Si me hace quedar mal, le echaré las culpas, seguro.

—Como quiera —dijo Trader—, pero no permita que mi advertencia le impida aprobar esa ley, gobernador. Creo que deberíamos enviar de inmediato un helicóptero y hacer ensayos del programa, ¿no le parece?

—Mandaremos helicópteros de todos modos para que me traigan marisco, así que no veo por qué no.

—Eso mismo opino yo —convino Trader.

Trader colgó y se pasó una hora garabateando en su libreta, probando todas las combinaciones de letras que se le ocurrían que tuvieran significado o que encontraba en un diccionario de sinónimos. Cuando la tarde tocaba a su fin, se le ocurrió «VASCAR», que más o menos significaba «Computador de Velocidad Media Visual» y daba a entender que si un automovilista aumentaba visiblemente la velocidad, un aparato objetivo no humano, esto es un ordenador, decidiría si la persona era culpable calculando la velocidad media a la que circulaba mientras iba del punto A al punto B. Los puntos A y B serían bandas blancas pintadas en el asfalto, que se reconocerían con facilidad desde el aire. Trader confiaba en que las siglas serían lo bastante confusas v burocráticas como para sembrar el pánico en el corazón de todos. Y lo que era más importante, se aseguraría de que la indignación pública tuviera como blanco la policía estatal y no el gobernador o él mismo.

Un plan brillante, pensó mientras se conectaba a Internet utilizando un alias. En su mente cobraba fuerza una idea y había mucho que hacer. Entró en la página web del Agente Verdad con el pulso acelerado; lo que más le excitaba era su propia sagacidad y su habilidad manipuladora. Se aseguraría de que la noticia del VASCAR se divulgase por todo el ciberespacio y avisara a gentes de todo el mundo de que Virginia no toleraría el exceso de velocidad y que nunca lo había tolerado, y que la Commonwealth era un ente pendenciero que mandaba helicópteros potentes a hostigar a unos tranquilos isleños pescadores, muy pocos de los cuales tenían vehículo. Se encargaría de que los locales se enfurecieran y fueran a quejarse directamente a la superintendente Judy Hammer de la Policía Estatal para desviar así la atención de los problemas del transporte y de los piratas ante los que el gobernador y, por supuesto, también él tenían que responder.

Hammer era nueva y no había nacido en Virginia, lo cual la convertía en un objetivo fácil. En cualquier caso, le caía mal. En tiempos pasados, los superintendentes habían sido hombres fornidos y duros que procedían de las más viejas familias de Virginia; ellos sabían acatar órdenes y mostrar el respeto debido al secretario de prensa que, en última instancia, era quien controlaba lo que pensaba el gobernador y lo que el público creía. Hammer era una deshonra. Se trataba de una mujer contundente y díscola que, a menudo, vestía pantalones. Trader la había conocido durante la entrevista para optar el cargo de superintendente y Hammer lo había atravesado con la mirada como si fuera de humo, sin reírle las gracias; ni siquiera había prestado atención a los chistes y las anécdotas de mal gusto que Trader había contado.

Empezó a escribir un e-mail y sus dedos se detuvieron sobre el teclado.

Querido Agente Verdad:

He leído con gran interés su «Breve Explicación» y espero que pueda usted recoger la preocupación de una anciana como yo, que nunca se ha casado y vive sola y que tiene miedo de conducir por culpa de todos esos locos de la carretera, incluidos los piratas.

Sin embargo, no creo que la respuesta sean los controles de velocidad y los helicópteros que pasan rugiendo por encima de los honrados ciudadanos. ¡El VASCAR iniciará otra guerra civil y espero que usted se ocupe de ello en su próximo escrito!

Atentamente,

ANA AMIGA.

Trader quería haber firmado «Una amiga», y no vio el error tipográfico mientras pulsaba «Enviar». Cuando recibió la respuesta, al cabo de unos instantes, se percató de la falta.

Querida señorita A. Amiga:

Gracias por su interés. Lamento mucho que esté sola y le dé miedo conducir; eso me entristece. Siéntase libre para escribirme cuando quiera. ¿Qué es el VASCAR?

AGENTE VERDAD.

Major Trader decidió que, a partir de aquel momento, bien podía convertirse en la señorita A. Amiga y envió otro mensaje.

Querido Agente Verdad:

Le estoy muy agradecida por haberse tomado la molestia de contestar a una vieja solterona. La superintendente Hammer sabe qué es el VASCAR. Fue idea suya. Me sorprende que no oyera decir nada sobre esos controles de velocidad que va a poner en la isla Tangier, y no puedo hacer otra cosa que sospechar que ha sacado la idea de la «Breve Explicación» que usted ha escrito. Le felicito por la influencia que ha ejercido sobre ella para que diera un escarmiento a los que antes eran uña y carne con los piratas y ahora se aprovechan del turismo.

Atentamente,

ANA AMIGA.

Mientras enviaba un informe a Hammer, Trader cloqueó. Era breve y confuso e iba acompañado de una nota de prensa que tenía que difundirse enseguida, por orden del gobernador.

—Qué demonios es esto? —preguntó Hammer cuando su secretaria Windy Brees, le tendió un fax procedente de la oficina del gobernador en el que le informaba de un nuevo programa para el control de velocidad llamado «VASCAR».

—Es nuevo para mí —respondió Windy—. Qué nombre tan estúpido. Quiero decir, que no significa nada, o sea que si me preguntan, diría que me recuerda a NASCAR, lo de las carreras de coches, aunque estoy segura de que el gobernador no ha pensado en ello. Un ejemplo más de cruzar la calle sin mirar primero.

Hammer levó el informe y la nota de prensa varias veces, furiosa de que el gobernador quisiera poner en práctica un programa de la Policía Estatal sin consultarlo antes con ella.

—Maldita sea —murmuró—. Es lo más estúpido que he oído en mi vida. ¿Vamos a utilizar helicópteros para controlar lo deprisa que van los conductores? ¿Y el primer objetivo es la isla Tangier y tiene que ser una información reservada hasta que se hayan pintado las franjas blancas reflectantes en las pocas carreteras que hay allí? Ponme ahora mismo con el gobernador —ordenó Hammer—. Seguramente estará en su oficina. Di que es urgente a quienquiera que coja el teléfono.

Windy volvió a su escritorio y marcó el número de la oficina del gobernador, sabiendo que eso no serviría de nada. El gobernador nunca devolvía las llamadas de Hammer y desde que la nombrara para el cargo no había vuelto a verla. Windy había aprendido a inventar elaboradas excusas para no delatar su incapacidad de conseguir que el gobernador se pusiera en contacto con Hammer. En los descansos para fumar un cigarrillo, Windy hablaba con las otras secretarias y empleados y muchas veces les decía: «Una cosa es segura: más vale prevenir que un culo volando», que era su manera de decir que, embaucando a su jefa, Windy tomaba medidas preventivas para que no la despidieran cuando tuviera que decirle que el gobernador, como siempre, no podía ser molestado por una superintendente de la Policía Estatal.

Hacía tiempo que los amigos y colegas de Windy habían dejado de corregirle sus incongruencias lingüísticas y, por más disparatados que fueran sus refranes, casi todos entendían lo que quería decir; de hecho, olvidaban el significado original para utilizar siempre el deformado. A Hammer le resultaba exasperante tener que soportar una y otra vez frases como que sus empleados «hubieran tomado por el foro» o que alguien fuera acusado de «ir a su agua».

—Superintendente Hammer? —Windy se detuvo en el umbral de la puerta. Lo siento mucho, pero ahora no puedo ponerme en contacto con el gobernador. Al parecer está en transición.

Hammer alzó la vista de la pila de informes y comunicaciones que estaba leyendo y preguntó:

—¿A qué te refieres con eso de que «está en transición»?

—De viaje a algún sitio. Tal vez esté regresando a la mansión. No estoy segura.

—¿Está en tránsito?

—O de camino hacia ahí, supongo. —Windy se enredó más en su mentira. Pero, en resumen, no creo que nadie pueda ponerse en contacto con él, o sea que no le ocurre sólo a usted.

—¡Pues claro que sólo me ocurre a mí! —Hammer miró de nuevo el informe del VASCAR y se preguntó cómo podría afrontar la última decisión estúpida de la Administración, y tal vez la más peligrosa—. No va a hablar conmigo y tú, ¿podrías dejar de consolarme al respecto?

—Bueno, no es en absoluto amable por parte del gobernador. —Windy se puso en jarras—. Y espero que no se enfade conmigo por cómo la trata. No es justo disparar al mensajero.

«Matar al mensajero —pensó Hammer, irritada—. Se dispara al pianista y se mata al mensajero. Oh, Dios mío, últimamente sólo se me ocurren frases hechas. ¡Detesto las frases hechas!»

—Un hombre con el que salí el mes pasado me dijo que la única razón de que el gobernador la nombrara es porque los problemas que tenemos en las autopistas a él le crean mala prensa y necesita un chivo expiatorio —dijo Windy. Y no creo que deba usted culparse de ello ni tampoco tomárselo como algo personal.

Hammer no podía creer que hubiese heredado una secretaria tan insoportable, pero despedir a los funcionarios del Estado era muy difícil. No resultaba, pues, extraño que el anterior superintendente se jubilara antes de tiempo aquejado de una dolencia cardíaca y la enfermedad de Parkinson. Pero ¿en qué demonios estaría pensando cuando contrató a Windy Brees? En cuanto abría la boca, ya quedaba claro que era una carga y una incompetente, una alegre estúpida que llevaba una tonelada de maquillaje y se hacía la remilgada, inclinando la cabeza hacia un lado y hacia el otro en un intento de parecer sumisa y mona y necesitada de hombres poderosos que se ocuparan de ella.

Eran las seis pasadas y Hammer llenó el portafolios y se marchó a casa. Mientras circulaba por el centro tuvo la sensación de que el VASCAR iba a arruinarle la carrera sin que pudiera hacer nada por evitarlo. ¿Era una mera coincidencia que el día en que Andy inauguraba la página web gracias a la cual la policía sería vista con buenos ojos, el gobernador decidiera poner en marcha un programa por culpa del cual la policía sería mal juzgada? ¿Era mera coincidencia que Andy hubiese apuntado que, antaño, la isla Tangier era un nido de piratas y que ahora el gobernador la tomara con los isleños? Eso por no mencionar lo escasa que iba de pilotos de helicóptero y que los pocos agentes que quedaban en la unidad de aviación tenían que dedicar el tiempo a perseguir delincuentes y localizar plantaciones de marihuana en vez de lanzarse a la caza de conductores imprudentes en una pequeña isla o en cualquier otra parte.

Hammer siguió pensado en Andy y cayó presa de una fulminante paranoia. No tenía que haberle permitido nunca que colgara esos ensayos en Internet sin previa censura, pero eso había sido parte del acuerdo.

—Si vas a revisarlos, no lo haré —le había dicho él el año anterior—. Una razón obvia para el anonimato es que nadie sepa lo que el Agente Verdad va a decir ni tenga control sobre ello. De otro modo, la verdad se perdería. Si vas a leer mis ensayos antes de que aparezcan en Internet, superintendente Hammer, sé muy bien lo que ocurrirá. Empezarás a preocuparte por las críticas, las culpas y los problemas políticos. Por desgracia es en eso en lo que se centran los burócratas, y con esto no te estoy llamando burócrata.

—Si que lo estás haciendo —replicó ella, profundamente ofendida.

Tal vez Andy tuviera razón, pensó Hammer con desaliento mientras recorría East Broad Street hacia Church Hill, el barrio de casas restauradas donde ella vivía. Quizá se estaba convirtiendo en una burócrata a la que le ofuscaba en exceso lo que los demás pensaran o dijeran de ella. ¿Qué le había ocurrido a su manera, firme pero diplomática, de tratar con las quejas y exigencias del público?

Llamó a Andy por el móvil y le dijo:

—Tenemos una posible emergencia. El gobernador quiere poner controles de velocidad en la isla Tangier y se va a organizar un buen lío.

—Algo he oído —dijo él.

—Cómo dices?

—Me habría gustado que me dijeras algo —añadió con frustración Andy, que estaba sentado al ordenador con los cientos de mensajes que el Agente Verdad había recibido en lo que iba de día—. No tenía ni la más leve idea hasta que la señorita Amiga me mandó un e-mail. Tal vez necesite un ayudante. Nunca podré leer todo lo que me llega —afirmó al tiempo que su ordenador anunciaba la llegada de cuatro comunicaciones más.

—¡El VASCAR no ha sido idea mía, por el amor de Dios! —exclamó Hammer—. ¿Y quién es la señorita Amiga? ¡Ahora deberíamos centrarnos en esos terribles secuestros y asaltos, no en la velocidad! Necesito tu ayuda en esto, Andy. Tenemos que pensar qué vamos a hacer.

—Sólo podemos hacer una cosa —respondió mientras tecleaba—. Yo mismo iré a la isla Tangier y pintaré esas franjas para ver cuál es la respuesta. Mejor que lo haga yo que otra persona, y puedo utilizar el Agente Verdad para contrarrestar todas las críticas dirigidas a ti y a la Policía Estatal. Demostraré al público que el VASCAR es una idea pésima, y quizás el gobernador retire el programa y nos deje trabajar en delitos serios. Lo único que necesito es un par de botes de pintura reflectante de secado rápido, una brocha, un helicóptero y un poco de tiempo para revisar bien el artículo de mañana sobre las momias.

Other books

La prueba by Agota Kristof
The Associate by John Grisham
Blowback by Stephanie Summers
Child Bride by Suzanne Finstad
The Revenge of Geography by Robert D. Kaplan
Sword by Amy Bai
Brute Force by Marc Cameron
The Pack by Dayna Lorentz
The Asset by Shane Kuhn