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Authors: Laura Gallego García

La Maldición del Maestro (6 page)

Al pie de la escalera la esperaba Fenris.

El mago elfo alzó hacia ella sus ojos ambarinos y la miró con seriedad. Ella levantó la barbilla con orgullo.

—Shi-Mae —dijo él.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó ella en élfico.

Fenris sonrió con amargura. Se le hacía extraño oír a alguien hablar en su idioma materno, después de tanto tiempo.

—¿Por qué has venido?

—No es por ti, te lo aseguro —replicó ella ásperamente.

Nawin será algún día reina de los elfos, y debo asegurarme de que reciba una educación que esté a la altura de su talento.

Fenris asintió, pensativo. —Sabes que estás en mis dominios, ¿no?

—Shi-Mae se irguió y lo miró con fiereza. —¿Osas amenazarme?

—No me trates como si fuera un aprendiz, Shi-Mae. No he olvidado lo que hubo entre tú y yo. No he olvidado que me juraste amor eterno.

Shi-Mae le lanzó una mirada llena de rencor. —Entonces yo era joven e ingenua. Salí de la Escuela del Bosque Dorado con un magnífico expediente. Superé la Prueba del Fuego, me convertí en Archimaga después de muchos años de estudio y esfuerzo. ¿Cómo puedes pensar que sigo siendo la misma?

—No estás casada —observó él. —La magia ocupa todo mi tiempo. —Shi-Mae hizo ademán de seguir andando, pero Fenris se interpuso en su camino.

—Tampoco he olvidado lo que dijiste de mí el día del juicio —dijo con voz ronca. —Creo que no tuve oportunidad de agradecer tus "amables" palabras. Gracias a tu testimonio me sacaron de la sala arrastrándome como un perro, y los arqueros de Su Majestad me persiguieron por el bosque como a una alimaña, hasta que, herido y atormentado, pude escapar del Reino de los Elfos. ¿Dónde estabas tú entonces, Shi-Mae? ¿En una de tus fiestas de alta sociedad? ¿Fue así como obtuviste el rango de Archimaga?

—¡Cállate! —bramó ella; las palabras de Fenris habían logrado hacerle perder la compostura. —No merecías seguir entre nosotros, criatura monstruosa. No sé cómo pude... —¿Cómo pudiste quererme? —completó él. —¿De verdad? ¿Sentiste algo por mí alguna vez, Shi-Mae? ¿O era otra de tus mentiras?

—No mentí en el juicio, lo sabes muy bien. Yo no tengo la culpa de tu desgracia.

Se libró de él y siguió caminando por el corredor, sin mirar atrás. Fenris la observó con gesto torvo.

—Me traicionaste —dijo.

—No, tú me traicionaste a mí —corrigió ella sin volverse; no pudo ocultar en su voz un tono de sorda rabia. —¿Cómo iba a casarme con un monstruo como tú? ¿Cómo crees que me sentí al descubrir...?

No terminó la frase. Se desvaneció en el aire y desapareció de allí, como un suspiro.

Fenris quedó solo al pie de la escalera. Sus ojos almendrados seguían fijos en el lugar donde Shi-Mae había estado apenas unos momentos antes.

—Me traicionaste —repitió para sí mismo en un susurro, perdido en los recuerdos del pasado.

V. DESAPARICIÓN DE DANA

Era noche cerrada. En su habitación, en la cúspide de la Torre, Dana dormitaba en un sueño intranquilo, respirando entrecortadamente.

Fuera, los lobos aullaban desde las montañas.

—Dana.

La Señora de la Torre abrió los ojos casi enseguida. Se volvió hacia la ventana. Allí, recortada contra la luna creciente, estaba la silueta de Kai, sentado sobre el alféizar. Dana se relajó un tanto, pero apreció que su postura tensa no era natural en él.

—¿Qué es lo que pasa, Kai?

Él le tendió la mano.

—Dame la mano, Dana.

Ella se irguió y susurró una palabra mágica. El candil mágico que reposaba sobre la mesa se iluminó inmediatamente, bañando la habitación en una suave luz vacilante.

Dana observó el rostro de Kai. El muchacho se había incorporado y se alejaba del alféizar, desde donde solía velar el sueño de su amiga, para acercarse a ella.

—Dame la mano —repitió.

Dana se apartó de la cara la larga melena negra y alargó la mano hacia él, vacilante. Sabía que no podría tocarlo, pero también sabía que podía sentir su contacto, un tipo de contacto que no era real, pero que podía consolarla inmensamente.

Kai sonrió. Sus dedos rozaron los de ella, y Dana lanzó una exclamación de sorpresa. Los había sentido cálidos, consistentes, vivos.

La Señora de la Torre aferró la mano del muchacho, que se cerró en torno a la suya.

—Puedo... tocarte —dijo ella, maravillada.

Kai sonrió otra vez. Dana lo miró a los ojos, aquellos ojos verdes cuya mirada tenía clavada en lo más profundo del corazón.

Pero vio algo en ellos...

El chico seguía sonriendo con ternura. Sin embargo, la Señora de la Torre pudo ver, a la débil luz del candil, que sus ojos le estaban mintiendo.

—Tú no eres Kai —dijo. —¿Quién...?

Trató de desasirse, pero no lo consiguió. El muchacho lanzó una siniestra carcajada. Sus ojos eran ahora de un pétreo color gris.

—Al fin eres mía —dijo, con una perversa sonrisa.

Kai se irguió inmediatamente en su puesto sobre el alféizar de la ventana en cuanto oyó chillar a la Señora de la Torre.

La hechicera se debatía en sueños y acababa de gritar su nombre.

—¿Dana? —llamó Kai, preocupado.

En la penumbra pudo ver algo aterrador: la mano derecha de Dana había desaparecido, y su brazo se desvanecía lentamente en el aire.

—¡Dana!

Kai se lanzó hacia ella, tratando de evitar que desapareciera por completo. Sus dedos lograron alcanzar la mano de la joven maga, pero, cuando intentaron aferrarla, pasaron a través de ella, como si Kai no fuese más que un ser creado de niebla incorpórea.

Dana gritó de nuevo en sueños, poco antes de desvanecerse ante la mirada desesperada e impotente de Kai. El chico trató de abrazarla, de retenerla a su lado, pero, una vez más, no logró ni siquiera rozarla.

Sus manos quedaron tendidas hacia el lecho donde momentos antes había estado Dana, en un último intento de hacer algo por ella.

—Dana... —sollozó.

Ya nadie podía escucharlo.

Salamandra apenas pudo dormir aquella noche. Eran demasiadas las cosas que la preocupaban: los comentarios de Shi-Mae, Dana hablando con nadie, las acusaciones de Nawin...

Quizá era esto lo que más le quitaba el sueño. No quería creer a la joven elfa, pero, le gustara o no, lo cierto era que, al igual que Dana, el elfo a veces se comportaba de una manera extraña. Era ese aire de misterio lo que fascinaba a la muchacha, un brillo peligroso en sus ojos almendrados, una sensación de terrible secreto sobre su persona y su pasado.

Su pasado... ¿quién o qué había sido Fenris en su tierra natal? ¿Eran ciertas las palabras de Nawin? Si Fenris había sido desterrado..., ¿por qué? ¿Qué crimen había cometido?

¿Y de qué conocía a Shi-Mae? ¿Por qué él, de ordinario tan imperturbable, se había alterado tanto al verla?

Salamandra pasó la noche inquieta, debatiéndose entre la duda y los celos. El aullido de los lobos desde las montañas no contribuía a tranquilizarla, pese a que, después de un año en la Torre, ya se había acostumbrado a oírlos todas las noches. «Pero juraría qué hoy aúllan más alto», se dijo la chica, en medio de su insomnio, metiendo la cabeza bajo la almohada.

Solo cuando el sol salía tras las montañas logró dormitar un poco. Pero, apenas un rato después, la despertaron unos enérgicos golpes en la puerta.

—¿Sí? —bostezó, frotándose los ojos, cercados por profundas ojeras.

—¡Reunión urgente! —Era la voz de Morderek. —¿Qué pasa? —pudo articular Salamandra, intentando despertarse del todo.

Pero no hubo respuesta.

Salamandra luchó contra el impulso de volver a arrellanarse bajo la manta y seguir durmiendo. Con un suspiro, se levantó, se vistió y salió de su cuarto.

Se encontró en el patio con Jonás, que también había acudido a la pila para lavarse la cara.

—Tienes mal aspecto —dijo él. —¿No has dormido bien? Salamandra suspiró de nuevo, mientras metía la cabeza bajo el caño y reprimía una exclamación al contacto con el agua helada. Cuando se incorporó de nuevo, sus rizos pelirrojos chorreaban. Tiritaba, pero se sentía bastante más despierta que antes.

—He pasado toda la noche en vela —dijo, mientras ambos subían las escaleras. —No sé, me preocupa todo este asunto. ¿Quién ha convocado la reunión, Dana o Fenris? Jonás le dirigió una mirada seria. —Ninguno de los dos —respondió. —Ha sido Shi-Mae. —¿Qué? ¡No puede! Ella no es Maestra de esta escuela. Jonás se encogió de hombros.

—Lo sé. Podríamos negarnos a asistir, y no pasaría nada. Pero yo estoy preocupado. ¿No oíste a los lobos anoche? —Salamandra se estremeció.

—Sí. ¿Qué significaba? —No lo sé. Pero nada bueno, créeme. Salamandra se detuvo un momento, antes de entrar en el salón de reuniones, para hacerse una trenza con el pelo mojado. Conrado pasó a su lado, muy atribulado, estudiando un libro bastante grueso sobre el lenguaje de los animales. Salamandra lo miró mientras entraba en la estancia, y suspiró por tercera vez.

—¡Condenados lobos! —murmuró.

Sintió de pronto una presencia tras ella, y se volvió. Ahí estaba Fenris, contemplándola con una seria expresión pensativa.

—Vamos, entra —dijo él.

—¿Qué es lo que pasa?

Pero el elfo no respondió. Dio media vuelta y se alejó.

Salamandra se reunió con sus compañeros en el interior de la sala. Shi-Mae no había llegado todavía, pero Nawinya estaba allí, sentada lejos de los demás. Salamandra la ignoró, y fue a hablar con Conrado, Morderek y Jonás.

—Anunciaban una desgracia —estaba diciendo Morderek. —Los lobos del valle están anímicamente unidos a los habitantes de la Torre, sobre todo a los Maestros. No había más que escucharlos: nos decían que nos andemos con ojo. —Yo diría que decían algo más que eso —intervino una voz melodiosa, seria y serena.

Los aprendices se sobresaltaron. Junto a ellos acababa de materializarse Shi-Mae, imponente con su refulgente túnica dorada.

—Yo... —se atrevió a decir Morderek. —En mi opinión, los lobos...

Shi-Mae le dirigió una terrible mirada, y Morderek enmudeció. Hubo un incómodo silencio; solo Nawin parecía sentirse a sus anchas.

Salamandra aún estaba algo dormida, pero captaba perfectamente que sucedía algo grave. Volvió la cabeza; no vio a Fenris en la sala, pero no se atrevió a preguntar por él. En su lugar, dijo:

—¿Dónde está Dana... quiero decir, la Maestra? —rectificó ante la mirada severa de Shi-Mae.

—Esperaba que me lo pudieseis decir vosotros —replicó la hechicera elfa.

Reinó el desconcierto entre los alumnos, que se miraron unos a otros. Fue Conrado el que se atrevió a preguntar:

—¿Se... Se ha ido?

—Eso parece —Shi-Mae estudió los rostros de los chicos; Salamandra enrojeció intensamente. —Tú, muchacha, ¿qué sabes?

Salamandra enrojeció aún más. No podía revelarle a Shi-Mae todo lo que había visto; pero, por otro lado, ella era una Archimaga, y Salamandra sólo una estudiante de primer grado, y debía contestar a sus preguntas.

—Yo... sé que ella estaba confusa —dijo con precaución. —Hablaba sobre una maldición y... —vaciló; no quería contarle todos los detalles de la escena que había presenciado el día anterior. —Dijo que no tenía miedo —recordó oportunamente. —Dijo que nunca abandonaría la Torre, que no nos dejaría. Que se enfrentaría a la maldición y sacaría la escuela adelante.

Los chicos asintieron, sonrientes y aliviados, pero Shi-Mae no varió un ápice la expresión de su rostro.

—¿Y qué más te dijo? —inquirió.

—¿Me... dijo? —repitió Salamandra, un poco perdida.

La mirada de Shi-Mae se endureció.

—Comprendo —dijo. —Espiabas otra vez.

Salamandra enrojeció de nuevo.

—Bueno, bueno —murmuró Shi-Mae, recorriendo la estancia con paso sereno y tranquilo. —Siento deciros que, a última hora, a vuestra Maestra le han fallado sus buenas intenciones: ha huido de la Torre, y quién sabe si volverá. —¡No! —exclamó Jonás, interviniendo tras un largo rato de silencio. —¡Ella no ha huido, no se ha marchado! Seguro que volverá.

Shi-Mae se detuvo y lo miró con sus ojos de color zafiro. Pero Jonás sostuvo su mirada sin pestañear.

—Yo conozco a la Maestra, señora —dijo el chico. —Ella no se marcharía, no nos dejaría.

Shi-Mae no respondió. Conrado alzó la mano tímidamente.

—Perdón —dijo. —¿Qué es eso de la maldición? La Archimaga sonrió levemente.

—Veo que son muchas las cosas que Dana no os ha contado. No quiero preocuparos inútilmente; el Valle de los Lobos está maldito, y la Señora de la Torre es la causante. Sobre ella recae directamente la maldición. Ahora que se ha marchado, vosotros no tenéis nada que temer.

—Quizá por eso se ha ido —dijo Conrado a media voz; probablemente solo estaba pensando en voz alta, y no pretendía que nadie le oyese; pero se le oyó, y, vacilante ante la penetrante mirada de Shi-Mae, explicó, —quiero decir, que tal vez se ha marchado para no ponernos en peligro. —Bueno —dijo la Archimaga. —Yo solo sé que nadie en sus cabales reabriría una escuela situada en un lugar maldito; ella lo sabía y lo hizo, y, ahora que ha llegado la hora, se ha marchado, sin más. ¿O es que acaso le ha dicho a alguien adonde iba?

Salamandra abrió la boca para contestar, pero no dijo nada.

—¿Qué va a pasar ahora con nosotros? —preguntó Morderek.

—De momento, mientras el Consejo de Magos estudia el caso, yo seré vuestra Maestra y Señora de la Torre en funciones.

—¡No! —se le escapó a Salamandra.

Las dos elfas la fulminaron con la mirada, y ella se apresuró a añadir:

—¿Y Fenris?

Pudo apreciar que en el delicado rostro de Shi-Mae aparecía una levísima mueca de desprecio.

—El Consejo de Magos no lo ha tenido en cuenta. Además —añadió, algo pensativa

—Es posible que también él esté maldito.

Salamandra se mordió la lengua para no decir lo que pensaba y estropear las cosas.

—Me gustaría que entendieseis —concluyó Shi-Mae —que este cambio es por vuestro bien. Los aprendices no deben pagar por los errores pasados de los Maestros.

La Archimaga no dijo nada más. Se despidió de ellos y desapareció de la estancia.

Nawin se levantó y salió de la sala sin hacer comentarios. Salamandra la miró marcharse.

—Dime que todavía estoy durmiendo y esto es una pesadilla —murmuró, muy preocupada.

Jonás la miró con simpatía.

—Eh —dijo. —Ya verás como no es nada. Dana estará de vuelta para la hora de la cena, y Shi-Mae tendrá que marcharse.

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