La mujer que arañaba las paredes (26 page)

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Authors: Jussi Adler-Olsen

Tags: #Intriga, Policíaco

La peña de la barbacoa estaba una vez más de preparativos cuando llegó a casa, claro que el tiempo también había contribuido. Eran las 18.24 del 22 de marzo de 2007, o sea que la primavera empezaba de veras.

Para la ocasión, Morten Holland se había puesto unos ropajes holgados que había comprado baratísimo en un viaje a Marruecos. Con aquel uniforme era capaz de fundar una nueva secta en menos que canta un gallo.

—A tiempo, Carl —dijo, poniéndole un par de trozos de churrasco en el plato.

Su vecina Sysser Petersen parecía algo achispada ya, pero lo llevaba con dignidad.

—Estoy hasta el gorro —declaró—. Vendo la puñetera casa y me largo.

Tomó un buen trago del vaso de tinto.

—En la oficina pasamos más tiempo rellenando formularios absurdos que ayudando a los ciudadanos, ¿lo sabías, Carl? Esa gente del Gobierno, tan satisfecha de sí misma, debería probarlo. Si tuvieran que rellenar formularios para tener cenas gratis, chófer gratis, alquiler gratis, dietas, viajes gratis, secretarias gratis y todo eso, no les quedaría tiempo para atiborrarse, dormir, viajar, conducir ni nada de nada. ¿Te lo imaginas? ¿Que el primer ministro tuviera que hacer una cruz en el tema del que quisiera tratar con sus ministros antes de empezar la reunión? Impresas por triplicado en un ordenador que sólo funciona un día sí y otro no. Y que tuviera que enviarlo a un funcionario para que le diera el visto bueno antes de poder decir nada. El tío iba a ñipar —se desfogó echando la cabeza atrás con una carcajada.

Carl asintió en silencio. La discusión pronto versaría sobre el derecho del ministro de Cultura a hacer callar a los medios, o si había alguien que recordara los argumentos a favor de la destrucción de la organización territorial, o de los hospitales, o del Ministerio de Hacienda, ya puestos. La conversación no cesaría hasta beber la última gota y chupar la última costilla.

Dio un pequeño abrazo a Sysser, una palmada en el hombro a Kenn y subió con el plato a su habitación. Porque todos estaban más o menos de acuerdo. Más de la mitad del país estaba deseando mandar al primer ministro a freír espárragos, y seguiría deseando lo mismo mañana y pasado, hasta el día en que toda la desgracia que había derramado sobre el país y los ciudadanos fuera reparada. Harían falta décadas.

Pero Carl tenía otras cosas en que pensar, de momento.

28

2007

A las tres de la mañana, todavía de noche, Carl abrió los ojos. Guardaba un vago recuerdo de camisas rojas a cuadros y pistolas clavadoras, y una sensación nítida de que una de las camisas de Soro tenía exactamente el mismo dibujo. Carl tenía el pulso acelerado y el humor por los suelos, no se encontraba bien. Era una cuestión sobre la que no se tomaba la molestia de pensar, pero ¿quién podía frenar la pesadilla y evitar que las sábanas se empaparan?

Y ahora Pelle Hyttested, aquel periodista despreciable, ¿iba a entrometerse también? Uno de los titulares del siguiente
Gossip,
¿iba a tratar realmente de un policía que estaba en un apuro?

Puta mierda. De sólo pensarlo se le contraía el diafragma y se le quedaba como una coraza para el resto de la noche.

—Pareces cansado —observó el jefe de Homicidios.

Carl le quitó importancia con un movimiento de la mano.

—¿Le has dicho a Bak que venga?

—Vendrá dentro de cinco minutos —confirmó Marcus, inclinándose hacia delante—. Me he dado cuenta de que no te has apuntado para el cursillo. El plazo vence, ya lo sabes.

—Pues tendrá que ser la próxima vez, ¿no?

—Ya sabes que todo está dentro de un plan, ¿verdad, Carl? Cuando tu departamento haya logrado resultados, va a ser natural que te ayuden tus antiguos compañeros. Pero de nada sirve que no tengas a tus espaldas la autoridad que te da el cargo de comisario, ¿no? De hecho, no tienes elección, Carl: tienes que acudir al cursillo.

—No voy a ser mejor investigador por estar en el banco de la escuela afilando lapiceros.

—Eres jefe de un nuevo departamento, y el cargo está incluido en el equipaje. O vas al cursillo o tendrás que buscarte otro lugar para investigar.

Carl miró fijamente la Torre Dorada del Tívoli que tenía delante, donde dos trabajadores hacían tareas de limpieza de cara a la nueva temporada. Cuatro o cinco viajes arriba y abajo en aquel instrumento de tortura y Marcus Jacobsen le imploraría perdón.

—Lo pensaré, señor inspector.

El ambiente se había enfriado un tanto cuando Bak entró con la chaqueta de cuero negra echada cuidadosamente sobre los hombros.

Carl no esperó a que el jefe de Homicidios empezara con sus maniobras preliminares.

—Joder, Bak! Menuda chapuza hicisteis en el caso Lynggaard. Estabais rodeados de indicios que sugerían que había algo que no encajaba. ¿Tenía toda la brigada la enfermedad del sueño, o qué?

Los ojos de Bak eran puro acero cuando sus miradas se cruzaron, forzadas, pero qué cono, no iba a librarse.

—Quiero saber si te has guardado algo más del caso —continuó—. ¿Hay alguien o algo que haya frenado vuestra extraordinaria investigación, Borge?

El jefe de Homicidios estuvo pensando en ponerse las gafas para poder esconderse tras ellas, pero el rostro cabreado de Bak exigía una intervención.

—Si dejamos de lado un par de las últimas observaciones que ha hecho Carl con su peculiar estilo —declaró, enseñando a Carl un par de cejas arqueadas—, comprendo a Carl, porque acaba de comprobar que el difunto Daniel Hale no era la persona que Merete Lynggaard conoció en el Parlamento. Cosa que debería haber quedado patente en la primera investigación, hay que admitirlo.

Un par de pliegues aparecieron en los hombros de la chaqueta de cuero de Bak, pero fue lo único que desveló la tensión que le había provocado aquella información.

Carl no soltó su presa.

—Pero eso no es todo, Borge. ¿Sabíais, por ejemplo, que Daniel Hale era gay, y que además estaba de viaje en el período en que se supone que había mantenido contacto con Merete Lynggaard? Deberíais haberos tomado la molestia de enseñar una fotografía de Hale a Søs Norup, la secretaria de Merete Lynggaard, o al jefe de la delegación, Bille Antvorskov. Si lo hubierais hecho, enseguida os habríais dado cuenta de que algo no encajaba.

Bak se sentó lentamente. Era evidente que le estaba dando vueltas a la cuestión. Claro que había habido montones de casos desde entonces, y la presión del trabajo en el departamento siempre había sido acojonante, pero aun así Bak tuvo que rendirse ante la evidencia.

—¿Sigues creyendo que podemos excluir por completo la posibilidad del crimen? —continuó Carl, y se volvió hacia su jefe—. ¿Tú qué dices, Marcus?

—Supongo que investigarás las circunstancias de la muerte de Daniel Hale, Carl.

—Estamos en ello.

Después se volvió hacia Bak.

—En Hornbæk, en la Clínica para Lesiones de Médula, está ingresado un viejo compañero avispado que sabe pensar —añadió, arrojando las fotografías sobre la mesa delante de su jefe—. Si no hubiera sido por Hardy, no me habría puesto en contacto con un fotógrafo que se llama Jonas Hess y no estaría en posesión de un par de fotos que demuestran, por una parte, que Merete Lynggaard se llevó a casa el maletín aquel día; por otra aparece una secretaria lesbiana que muestra gran interés por su jefa, y finalmente un tipo con el que Merete Lynggaard cruzó unas palabras en la escalinata del Parlamento un par de días antes de desaparecer. Encuentro que en apariencia la afectó.

Señaló la fotografía del rostro de la mujer y su mirada evasiva.

—El tipo sólo aparece de espaldas, pero si comparamos el pelo, la postura y la altura, de hecho se parece bastante a Daniel Hale, aunque no es él.

Llegado a ese punto, puso una de las fotografías de Hale del folleto de Interlab junto a las otras.

—Y ahora te pregunto, Børge Bak: ¿no crees que es bastante extraño que el maletín desapareciera entre Christiansborg y Stevns? Porque no lo encontrasteis, ¿verdad? ¿Y no te parece también extraño que Daniel Hale muriera al día siguiente de la desaparición de Lynggaard?

Bak se encogió de hombros. Por supuesto que lo pensaba, lo que pasa es que el idiota de él no quería admitirlo.

—Los maletines desaparecen —repuso—. Pudo dejarlo olvidado en alguna gasolinera, en cualquier sitio. Buscamos en su casa y en el coche del transbordador. Hicimos lo que pudimos.

—Oye, a propósito. Dices que lo olvidó en una gasolinera, pero ¿es posible? Por lo que veo en su extracto de cuentas, aquel día no dio ningún rodeo para volver a casa. No hicisteis un trabajo muy concienzudo, ¿verdad, Bak?

En aquel momento, el aludido parecía a punto de explotar.

—Te digo que buscamos a fondo ese maletín.

—Creo que tanto Bak como yo somos conscientes de que nos queda trabajo por hacer —medió el jefe.

Nos
queda, dijo. ¿Ahora iban a meterse todos en el caso?

Carl apartó la mirada de su jefe. No, por supuesto que Marcus Jacobsen no sugería nada con aquella formulación. Porque no iba a llegarle ninguna ayuda desde arriba. Carl sabía perfectamente cómo funcionaban las cosas en aquella casa.

—Vuelvo a preguntarte, Bak: ¿estás seguro de que no nos dejamos nada? No incluíste a Hale en tu informe, y tampoco ponía nada acerca de las observaciones de Karen Mortensen sobre Uffe Lynggaard. ¿Falta algo más, Bak? ¿Puedes decírmelo? Me hace falta apoyo, ¿comprendes?

Bak se quedó mirando con atención el suelo mientras se frotaba la nariz. Dentro de poco la otra mano alisaría el mechón de pelo que le cubría la calva. Podría haber saltado y montado un numerito por las insinuaciones y acusaciones, habría sido comprensible, pero en resumidas cuentas era un Investigador con mayúscula, y en aquel momento estaba en otro mundo.

El jefe dirigió a Carl una mirada que decía «tómatelo con calma», y éste se calló. Estaba de acuerdo con el jefe de Homicidios. Había que dar a Bak algo de tiempo.

Estuvieron así un rato, hasta que Bak se tocó otra vez el pelo con la mano.

—Las huellas de los frenos —dijo—. Me refiero a las huellas de los frenos en el accidente de Daniel Hale.

—¿Qué pasa con ellas?

Bak levantó la vista.

—Como pone en el informe, no había ninguna huella en la calzada, ni de un vehículo ni del otro. Lo que digo: ni rastro de huellas. Hale se descuidó e invadió la calzada contraria. ¡Bum! —exclamó, dando una fuerte palmada—. Nadie acertó a reaccionar hasta que el choque fue una realidad, eso fue lo que supusimos.

—Sí, lo pone en el atestado de Tráfico. ¿Por qué lo mencionas?

—Porque casualmente pasé por allí varias semanas después y recordé lo ocurrido, así que paré.

—Ya.

—Como estaba escrito, no había ninguna huella de frenazos, pero no cabía duda de lo que había ocurrido allí. Ni siquiera habían retirado el árbol tronchado y medio quemado, ni reparado la pared, y todavía se veían las huellas del otro coche en el descampado.

—¿Pero…? Habrá un pero, ¿verdad?

Bak asintió en silencio.

—Pero después encontré unas huellas de frenazo veinticinco metros más allá, camino de Tástrup. Estaban bastante borradas ya, y eran muy cortas, de medio metro o algo así. Entonces pensé: ¿Y si esas huellas fueran del mismo accidente?

Carl trataba de seguirlo. Pero, para su irritación, su jefe se le adelantó.

—¿Huellas de un frenazo para esquivar? —preguntó.

—Podrían serlo, sí —convino Bak, asintiendo con la cabeza.

—¿Quieres decir que Hale estuvo a punto de chocar contra algo que no sabemos qué era, pero que después frenó y dio un volantazo? —continuó Marcus.

—Sí.

—Entonces la calzada contraria, ¿no habría estado libre? Marcus Jacobsen movió la cabeza arriba y abajo. Parecía posible.

Entonces Carl levantó el dedo.

—El informe dice que el choque se produjo en la calzada contraria. Creo que estás sugiriendo que no tuvo por qué ser así. ¿Quieres decir que pudo ocurrir en medio de la carretera, y que allí quien venía en sentido contrario no pudo hacer nada? ¿Es eso lo que dices?

Bak inspiró profundamente.

—Lo pensé por un momento, pero después lo olvidé. Claro que ahora veo que podría ser una posibilidad. Que algo o alguien sale a la calzada, que Hale lo esquiva y que alguien que viene a toda velocidad en sentido contrario lo embiste aproximadamente en la mediana. Puede que de forma premeditada. Sí, tal vez habría podido encontrar huellas de aceleración en la calzada contraria si hubiera retrocedido cien metros. Puede que el que venía en sentido contrario acelerase para embestirlo perfectamente cuando Hale dio un volantazo en la parte central para evitar atropellar a alguien o algo.

—Y si se trataba de una persona que salió a la calzada, y si esa persona y quien embistió a Hale estaban confabuladas, ya no estamos ante un accidente: es un asesinato. Y en ese caso habría sospechas fundadas de que la desaparición de Merete Lynggaard no es más que un eslabón del mismo crimen —concluyó Marcus Jacobsen, anotando algo en su cuaderno.

—Sí, tal vez —admitió Bak torciendo el gesto. No lo estaba pasando nada bien. Carl se levantó.

—No hubo testigos, o sea que no podemos saber más. Estamos buscando al chófer del otro vehículo.

Se volvió hacia Bak, que casi había desaparecido en su funda de cuero.

—También yo pensaba en algo como lo que has dicho, Bak, así que has de saber que pese a todo has sido de ayuda. No olvides decirme si recuerdas algo más, ¿vale?

Bak asintió en silencio. Su mirada era grave. Aquello no tenía que ver con su prestigio personal, sino con un trabajo profesional que había que terminar debidamente. Había que reconocérselo al hombre.

Casi daban ganas de darle una palmada amistosa en el hombro.

—Traigo noticias buenas y noticias malas de Stevns, Carl —comenzó Assad. Carl suspiró.

—Me importa un huevo el orden, Assad. Desembucha.

Assad se sentó en el borde de su escritorio. A ese paso, iba a sentársele en el regazo.

—Vale, empieza con las malas —sugirió. Si tenía por norma introducir sus malas noticias con una sonrisa como aquella, iba a troncharse de risa cuando llegara a las buenas.

—El que embistió a Daniel Hale también ha muerto —declaró, expectante ante la reacción de Carl—. Ha llamado Lis para decirlo. Lo tengo escrito aquí.

Señaló una serie de caracteres árabes que igualmente podían significar que pasado mañana iba a nevar en Lofoten.

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