Read La puerta oscura. Requiem Online
Authors: David Lozano Garbala
—A Alfred Varney lo enterraron en Pere Lachaise —informó Laville, completando el plan de la vidente.
Aquel planteamiento parecía razonable, y todos lo aceptaron. No hizo falta añadir que Mathieu y Edouard continuarían, mientras tanto, velando la Puerta Oscura y esperando noticias del Viajero. Si bien el joven médium estaba acostumbrado a sesiones así de prolongadas, Mathieu por el contrario echaba en falta respirar aire fresco, salir a la calle. Ver la luz del día, en definitiva. El entorno macizo del sótano, solo ampliado por el lóbrego paisaje de las intrincadas escaleras que ascendían a niveles superiores, empezaba a resultarle claustrofóbico.
Marcel, reparando en ello, se apresuró a sugerirle un rato de «ventilación»:
—Mathieu, sería conveniente que salieras a la calle antes de que volváis a quedaros junto a la Puerta —le propuso—. Al menos mientras nosotros preparamos nuestra marcha.
El chico, asintiendo, pensó que llevaba horarios opuestos a Jules. Con el sol él salía al exterior, mientras su amigo se ocultaba para iniciar, tal vez, el letargo propio de los depredadores nocturnos. Con el siguiente lapso de oscuridad, los movimientos de ambos se invertirían.
* * *
La bamboleante oscilación del puente aconsejaba evitar movimientos violentos, así que Pascal se vio obligado a asistir al tropiezo de su amigo sin reacciones demasiado bruscas. Se hubiera lanzado a ayudarle, pero tuvo que limitarse a observar como Dominique agitaba los brazos en el aire, procurando mantenerse en pie, antes de terminar perdiendo el equilibrio. Dada la distancia que los separaba, tampoco habría podido hacer nada.
Fueron segundos durante los cuales incluso el tiempo, ya de por sí de transcurso lento en aquella región, todavía pareció detenerse más. Dominique se desplomó por fin hacia un lado, estrellándose contra la red de cuerdas que, a modo de barandilla, ayudaba a mantener las tablas unidas y todo el conjunto suspendido sobre la sima. Al menos aquella estructura de poderosas maromas, ejerciendo de barrera, evitó que cayera al precipicio. El chico rebotó en ella y acabó sentado sobre los tablones.
—¿Estás bien? —preguntó Pascal sin alzar la voz metros más adelante, tranquilizado al ver cómo concluía aquella peligrosa escena.
Dominique respondió con un gesto afirmativo, procurando sobreponerse al susto.
Apenas tardó unos minutos en volver a estar de pie, aunque no quiso mirar por encima de las cuerdas hacia la profundidad del barranco que se abría bajo las tablas. Solo entonces Pascal reanudó su avance; estaba ya muy cerca de alcanzar el terreno donde se asentaba la Colmena.
Culminó el desplazamiento muy pronto y, pisando tierra firme, se giró hacia Dominique, que con sumo cuidado —era comprensible, después de lo que acababa de ocurrirle— iba aproximándose paso a paso.
—¡Animo! —le alentó, desde la seguridad de su emplazamiento—. ¡Te falta muy poco!
El chico contenía la respiración con cada zancada, pero lo cierto era que no se detenía, y encontrarse cada vez más cerca del final del puente constituía su principal estímulo.
Lo iba a conseguir.
Pascal extendía los brazos, inclinado hacia él, mientras con las manos le instaba a vencer el último trecho. Dominique lo lograba poco después, sin sufrir nuevos sustos. Ambos se abrazaron al encontrarse. A continuación, Dominique sintió la necesidad de agacharse y tantear con los dedos la solidez rocosa del suelo.
—¡Prueba superada! —exclamó el Viajero—. Ya nada nos separa de la Colmena.
Se volvieron hacia el gigantesco peñasco agujereado que ahora, frente a ellos, podía contemplarse en toda su inquietante grandeza, enhiesto con soberbia sobre el paisaje desértico.
Pascal, recordando cada detalle de aquella ruta que había recorrido con Beatrice, observaba el cielo negro sobre sus cabezas.
—¿Qué pasa? —Dominique había aprendido a desconfiar de cualquier comportamiento extraño que pudiera mostrar su amigo.
—Nada —le calmó el Viajero—. El espíritu errante dijo, cuando llegamos aquí por primera vez, que solo se puede acceder a la celda inicial de la Colmena durante unas determinadas horas de máxima oscuridad, una especie de breve noche periódica en esta región. Estoy comprobando si ha coincidido con nuestra llegada.
—¿Y…? Yo lo veo todo muy oscuro, sí. Especialmente oscuro.
Pascal entrecerró los ojos, valorando. La imagen de Michelle, furtiva, se colaba en medio de sus reflexiones.
¿Qué estaría haciendo ella en el mundo de los vivos? Y, lo que tenía mayor importancia para Pascal: ¿le dedicaría a él algún pensamiento en medio de la búsqueda de Jules, del mismo modo que Pascal no podía evitar soñar con ella, incluso despierto, a cada paso?
¿Necesitaba hacerlo Michelle con la misma fuerza que comprimía las entrañas de él?
—Estoy de acuerdo —concluyó, dejando a un lado sus pensamientos y comenzando a experimentar una tensión añadida, la que despertaba en él la inminencia de su acceso a la Colmena de Kronos—. Ha llegado el momento de acometer el verdadero rastreo de Lena Lambert.
Dominique asintió, concentrado. Si bien le intimidaba el aspecto colosal de aquella montaña a cuyo lado ellos adquirían conciencia de sus minúsculas dimensiones, lo cierto era que aún le abrumaba más el increíble fenómeno de desplazamientos temporales que se producía en su interior.
Pascal, tras repasar el contenido de su mochila, tomar algunos alimentos y beber agua, se dispuso a provocarse un nance.
—Voy a enviar un mensaje a Edouard —notificó a Dominique—. Tienen que estar impacientes ante nuestra ausencia de noticias.
—Salúdalos de mi parte —Dominique recuperaba su acostumbrada ironía—. Aunque no podré ver la cara que ponen…
Pascal, que ya se había sentado en el suelo con los ojos cerrados, sonrió.
Mathieu detectó en el semblante de Edouard un súbito cambio e interrumpió sus palabras, la charla intrascendente que mantenían mientras dejaban transcurrir el tiempo en aquel sótano a la espera de unas noticias que por fin parecían llegar.
Algo había percibido el joven médium. Erguido sobre su silla y con los brazos caídos, cerraba ahora los ojos, buscando la concentración necesaria para ejercer de receptor. Poco a poco logró abstraerse, abandonar con la mente su verdadero entorno. Entonces escuchó.
Sí, Edouard casi podía visualizar las palabras que le alcanzaban procedentes de otro mundo; letras impulsadas por un torrente de naturaleza espiritual. A él llegaba el eco de un mensaje pronunciado desde una distancia remota, insalvable.
Lo escuchó y, aliviado al comprobar que no se trataba de noticias preocupantes, transmitió a su vez información. También deseó suerte al Viajero.
Edouard inició después un despertar progresivo. Abrió los ojos con lentitud, regresando a su propia realidad tras los instantes de trance autoinducido. Y se encontró con el anhelante rostro de Mathieu, unas facciones que provocaban en él sentimientos cada vez más íntimos.
—¿Noticias de Pascal?
El joven médium asintió en silencio, recuperándose del cansancio que siempre acarreaba un contacto con el Más Allá.
—Ha llegado a la Colmena —notificó, empezando a experimentar una creciente ansiedad—. Se dispone a entrar, así que prepárate. En cualquier momento necesitará tus conocimientos históricos.
Mathieu no pudo evitar cierto nerviosismo. No quiso ni imaginar la posibilidad de que Pascal le planteara algún interrogante que no supiese responder. Miedo a no estar a la altura… y al precio que eso implicaba.
—Solos tú y yo —comentó, inquieto.
Edouard captó todo el alcance de aquella observación. Se aproximó hasta él y le acarició la mejilla.
—Sabíamos que este momento llegaría, Mathieu. Los demás están metidos en sus propios desafíos. Esta es nuestra misión. Tranquilo, lo harás muy bien.
—Gracias, Ed.
—Te digo lo que siento.
—¿Subimos, entonces?
Mathieu recordaba las instrucciones de Marcel; solo en la planta calle podrían navegar por Internet en caso de que las dudas de Pascal lo requiriesen.
—Sí —Edouard echó una última ojeada a la Puerta Oscura, se dejó embargar una vez más por el flujo energético que la circundaba—. Vamos.
—¿No deberíamos avisar a Michelle, a Daphne…?
—Es pronto para eso. No conviene distraerlos, y la única manifestación del Viajero ha sido un primer aviso. Salvo urgencias imprevistas, será mejor que esperemos a que vuelvan al palacio para ponerlos al día.
—¿Te ha dicho algo más?
Edouard se puso muy serio.
—Ha preguntado por todos… y quería saber si hemos encontrado a Jules.
Aquel asunto era muy delicado, sobre todo porque nadie se había planteado si convenía que Pascal estuviese al corriente del fracaso que de momento había supuesto la búsqueda del gótico. Bastante tenía ya el Viajero con sus propias dificultades como para que ellos se arriesgaran a desanimarlo o a hacerle dudar de la necesidad de su misión.
—¿Y qué le has contestado?
Edouard suspiró, indeciso.
—La verdad —reconoció—. No… no estaba seguro de lo que debía hacer, y…
Mathieu procuró animarle.
—Has hecho bien. Dentro del grupo no debemos ocultar información, no tiene sentido.
—No quería desanimarle —se justificó el médium, al borde del remordimiento—. Por eso le he dicho que habíamos detectado el rastro de Jules y… he suavizado el estado vampírico en el que Marcel y Michelle le vieron.
Mathieu asintió.
—Me parece lo más inteligente. Así Pascal mantiene la esperanza, pero al mismo tiempo procurará darse toda la prisa que pueda.
—Eso espero.
Mientras, segundos después, ascendían los primeros peldaños hacia el vestíbulo, Edouard añadió algo, una información adicional mucho más estimulante destinada a motivar a Mathieu.
—Por cierto, Pascal no va solo.
El otro se detuvo para volverse hacia él.
—¿Que no va solo? ¿Quién lo acompaña?
Edouard esbozó una tímida sonrisa en la que no se percibía ni el más leve asombro. Dominique.
* * *
Los dedos se movían ágiles por el teclado, provocando en el monitor del ordenador una rápida sucesión de búsquedas. A los pocos minutos se detuvieron. El joven había movido el ratón, accediendo a la página de un diario. En la pantalla aparecía un llamativo titular de noticia, el detonante que acababa de motivar la brusca interrupción en el baile de esas manos masculinas.
—Es la web de un periódico digital especializado en sucesos —aclaró la voz de aquel internauta a sus dos acompañantes—. Lo consulto a menudo a la caza de pistas. Leed esto.
Con treinta años y algo de sobrepeso, el pelo rubio muy largo y las mejillas sin afeitar desde hacía varios días, el chico ofrecía un aspecto de dejadez personal que contrastaba con sus ávidos ojos azules. Justin se apartaba ahora del equipo informático para que sus dos amigos pudieran hacer caso a la propuesta.
—«Hallados tres perros desangrados en una granja» —leyó en voz alta Suzanne, una diminuta morena de apariencia
hippie
con multitud de collares colgados al cuello—. ¡Vaya, ha sucedido esta misma noche!
Las pupilas de la chica habían adquirido un inusitado brillo ante aquella información tan prometedora. Incluso había dejado de masticar el chicle con el que jugaba dentro de su boca, una de sus manías más características.
—Estos medios de comunicación «alternativos» se lo montan para tener contactos en la poli —justificó Justin, presa de unos incipientes nervios ante lo que parecía un verdadero indicio de lo que llevaban años buscando—. Por eso están al tanto de todo lo que ocurre, aunque no trascienda demasiado.
—Eso nos viene muy bien —añadió Suzanne.
—¿Por qué? —Bernard, el tercero de los presentes, un corpulento gigante rapado de casi dos metros y semblante permanentemente abotargado, no terminaba de pillar la importancia de aquella noticia sobre la muerte de unos animales—. ¿Por qué nos viene tan bien que se fijen en noticias así?
—Porque prestan atención a hechos de gran interés para nosotros que menosprecia o silencia la prensa más importante —concluyó Justin, cada vez más emocionado—. Y este suceso parece de los buenos.
Bernard y Suzanne se inclinaban sobre la mesa para leer el texto completo de la noticia.
—Desangraron a los animales por el cuello… —la chica recitaba con énfasis, empezando a mostrar la misma euforia que su amigo—. Y sin hacer uso de ningún arma blanca…
—En plena noche —completó Bernard con tono neutro, blandiendo sus inmensas manos—. ¿Y…?
—Continúa leyendo —le ordenó Justin, molesto ante una interrupción que podía distraer a Suzanne.
—«Según afirma el granjero —el gigante, dócil, se apresuró a obedecer—, los perros empezaron a ponerse nerviosos un rato antes, como si presintieran lo que iba a ocurrir».
La chica, que seguía recorriendo las líneas de la noticia, lanzó un grito y se llevó las manos a la boca.
—¡El hombre creyó ver a un joven sobre sus animales! ¡Un joven de ojos amarillos que se quedó mirándole!
Los tres contuvieron el aliento ante ese misterioso testimonio. Bernard no tuvo en esta ocasión que preguntar nada; incluso él captó todo lo que implicaba aquel detalle.
—¡Lo sabía! —gritó Justin, sin lograr contenerse—. ¡Sabía que los vampiros existen! ¡Por fin tenemos la prueba a nuestro alcance! Todos estos años de dedicación han tenido sentido…
Suzanne y él recordaron la última —y única fiable— manifestación de apariencia vampírica que habían conocido en París, esos enigmáticos crímenes recientes —que apenas habían trascendido—, entre los que se contaba el del profesor Delaveau, del
lycée
Marie Curie. A pesar de su entrega compulsiva a aquel asunto, no habían logrado investigarlo por culpa del hermético celo con el que se había conducido la policía, y encima había concluido con un cierre del caso demasiado convencional para resultar creíble a ojos suspicaces como los suyos.
Ahora, quizá la suerte les ofrecía en bandeja la posibilidad de compensar pérdidas anteriores, premiando su fidelidad, esos años de esfuerzos baldíos.
Si bien el final de aquellos perros constituía una evidencia menos espectacular que el asesinato del docente, no era menos sospechoso.
«El granjero, asustado, se metió en su casa —repasaba Bernard— y ya no volvió a ver a esa persona desconocida de rasgos tan anormales en toda la noche. Por la mañana descubrió a sus perros muertos».