El tercer acto se desarrolla en el mismo lugar, a la misma hora y con los mismos personajes, con la adición, sin embargo, de un tal Randazzo Benito, novio meridional de la no tan joven Giuliana, acusado de mafia so por alguno de los presentes en el transcurso de la pelea del acto anterior. La actitud de los Orsoli ha cambiado como de la noche a la mañana: la madre sigue ofreciendo pasta a todos, pero con una sonrisa macabra fijada como una máscara encantadora en los labios; los hijos siguen protestando, pero en voz baja y con una inesperada abundancia de modales; Giuliana ha pasado a estar casi amable y bajo la mesa sus dedos se unen con los honestos dedos superlimpios de Randazzo. Todos tienen los ojos fijos en la pantalla, la madre repite de vez en cuando: ¡Qué buenos son!», y el padre se ha puesto las gafas para ver mejor, aunque con las gafas ve peor. El novio parece muy cansado, bosteza, se nota que ha trabajado todo el día. Después bostezan los demás, sucesivamente. El acto se cierra con el repentino estallido del televisor y la llegada de un conejo negro de Nueva Orleans que entra corriendo exclamando alegremente: «Surprise! ¡Surprise!». (Matteo Campanari, «Il Mondo»).
5
Tristón e Isoldo
(Guión cinematográfico inédito de Llorenç Riber; manuscrito procedente de una colección privada)
Época: Edad Media. Lugar: El Canal de la Mancha y alrededores. Tristán, hijo de Blancaflor, hermana de Marcos de Cornualles, vive en la corte de su tío. El e Isoldo, estudiante de medicina y príncipe de Irlanda, hijo del rey Gurmano y de la reina Lotta, son la
créme de la créme
de la
jeunesse dorée
de la época. Llevan mucho tiempo sabiendo cosas el uno del otro, pero sólo de oídas. Isoldo, sin haberlo visto nunca, considera a Tristán el folk-singer ideal: barba rubia y espesa, mostachos de león, anteojos de cornalina; para Tristán, en cambio, Isoldo personifica el sueño maravilloso del universitario imberbe de excelente familia.
Tristán debe la fama que le rodea tanto a su voz como a sus dignas costumbres; preciosa herencia de su sangre bretona. (En efecto, su padre, Rimalino de Parmenia, se trasladó de la tierra natal a Tintal, sede de la corte del rey Marcos; la historia de sus amores con Blancaflor y un ciervo del bosque real tuvo un trágico desarrollo). Él no sólo es el más hermoso y el más deportivo de los jóvenes, el experto condottiero que ha prestado al tío mil servicios como profesor de gimnasia del cuerpo de cadetes, el brillante y heroico caballero de tantos encuentros de polo y campeón local de ajedrez, sino también el hombre más culto de aquellos tiempos incultos, hábil conversador, experto en cante español y en medios de comunicación de masas, una mente política, en suma, no un mero play-boy de los bosques.
En cuanto a las gracias del rubio Isoldo, sumadas a unas extraordinarias dotes espirituales (la madre le ha iniciado entre otras cosas en los secretos de la cocina), mucho saben acerca de ellas los viajeros que han visitado Irlanda y su capital (Dublín) pero no todo cuanto sería necesario para tejer las justas alabanzas.
Así, ambos jóvenes llevan sus respectivos retratos en el corazón, y sus pensamientos se encuentran superando cualquier distancia. (Encuadres iniciales).
Pero es bastante improbable que puedan encontrarse alguna vez en persona, puesto que antiguos rencores se-paran inexorablemente a Cornualles de Irlanda, y con suerte alterna ambos países se han combatido ásperamente durante mucho tiempo. La sangre corrió a torrentes y el odio fue grande; tal vez mayor por parte irlandesa, porque una ley exigía que cada hombre de Cornualles, si era sorprendido aunque sólo fuera preguntándole la hora a un muchacho irlandés, fuera muerto inmediatamente Y colgado cabeza abajo de un poste de la luz.
En el castillo del rey, en Tintal de Cornualles, encontramos una extraña situación: el rey Marcos, muerta su mujer Gerunda, famosa por la longitud y rectitud de su nariz, ha designado como heredero del trono a su sobrino (de él), a quien el monarca ama entrañablemente, y por dicho motivo no quiere casarse de nuevo. Por él, en efecto, cuentan en voz baja los habituales de lugares de mala nota, hizo destripar a la reina, que en cierto modo obstaculizaba aquel afecto. En la corte, sin embargo, entre los grandes del reino, muchos barones envidian a Tristán, conspiran contra él y apremian al rey Marcos para que nombre otro heredero menos escandaloso.
Tristán, desprovisto de cualquier egoísmo, es incondicionalmente fiel a Marcos; hasta tal punto consigue con-fundir esta fidelidad con su interés por el famoso Isoldo, que se propone conquistar al joven para ofrecerlo como heredero a su señor. El proyecto no está desprovisto de consecuencias políticas: aparte de las ventajas de tener un médico en la familia, el gesto de Tristán servirá para pacificar a los dos países, profundamente golpeados por el odio recíproco y excesivamente dañados por la prolongada guerra.
El proyecto es osado, pero, cuando Tristán se lo insinúa al rey para pedirle consejo, éste lo considera irrealizable. Al final, sin embargo, Marcos se rinde a la idea, para poner término a las impertinencias de los barones. Se convence de querer únicamente a Isoldo; pero si Tristán fracasa en su intento de secuestrar al irlandés, el rey renunciará a la adopción y Tristán seguirá siendo heredero del trono.
Los barones procuran cargar sobre Tristán todo el peligro de la empresa e intentan convencer al rey de que lo envíe solo a Irlanda (con la secreta esperanza de que no regrese, colgado patas arriba por la dura ley de Dublín). El rey opone un airado rechazo y pretende incluso que sean los barones quienes vayan para que Tristán se quede con él. Tristán, entre otras razones porque le parece improbable que aquellos antihigiénicos barones consigan seducir al estudiante, exige para sí el honor de la empresa; acepta que los barones le acompañen, pero no todos, y con prohibición absoluta de tocar a la presa. Estos, preocupados, acceden de mala gana.
Parten. Cerca de las costas irlandesas el príncipe se viste unas míseras y harapientas ropas, los blue-jeans más viejos que ha encontrado, y desciende a una barca con su arpa y un gran conejo de regalo. Ordena a los demás que vuelvan a la patria y le cuenten al rey que traerá a Isoldo preparado para la adopción, o, en caso contrario, no regresará jamás. Después se deja arrastrar por las olas hacia la playa. La barca a la deriva es avistada por una lancha patrullera en las proximidades de Dublín y del puerto sale una barca en su auxilio.
A los oídos de los marineros que se aproximan llega un canto, acompañado del sonido del arpa, tan dulce y encantador, que todos se ponen a bailar sobre la barca, descuidando remos y timón. Abordan finalmente la barquilla a la deriva y encuentran en ella a Tristán, que les cuenta una historia lacrimosa: yendo de viaje hacia Bretaña con un rico compañero y una preciosa carga, fueron sorprendidos por los piratas, los cuales mataron a su compañero junto con toda la tripulación de la nave, a excepción del conejo. A él, sin embargo, le perdonaron la vida, después de haber sido violentado por todos, junto con el conejo, gracias a su belleza viril y a sus canciones; los apiadados piratas le abandonaron en medio del mar con esta barca y una modesta provisión de comida. Pide por caridad a sus socorredores un puñado de hierba para el conejo, que no ha comido nada desde el día del estupro.
Los irlandeses llevan a los dos a tierra; mientras desembarcan, pasa cerca de ellos Isoldo, en compañía de Branganio y de sus pajes, de regreso al castillo después del baño (encuadres de playa con muchachos y jóvenes irlandeses en traje de baño, esquí acuático, desnudos a contraluz, etcétera). Acude mucha más gente, y alguien comunica la noticia al principito, que quiere que le traigan inmediatamente a Tristán (el cual manifiesta llamarse Tantris) y le ordena que cante y recite. El inglés lo hace, y su voz, sus modales y su conejo suscitan una gran impresión. Isoldo ordena finalmente que lleven a los dos náufragos al castillo y que los alojen en una habitación aseada, a fin de que puedan reponer fuerzas y sacarse los piojos de mar.
De este modo llega Tristán, bajo fingida cobertura, a la corte y no tarda en conquistar, con sus músculos y su talento, el favor de todos; porque a todos supera en ingenio, cultura musical y sentido innato de la publicidad. Junto a Isoldo, se dedica a la música y a las letras, a la cría de conejos, al juego del ajedrez; le da también lecciones de moralidad, de judo, de español; en suma, se enamoran uno del otro.
Pero frente a la responsabilidad de su misión y a su deber respecto al rey Marcos, Tristán hace pasar a segundo término sus sentimientos, por otra parte más que naturales entre dos jóvenes bellos, ricos y amantes del deporte; cuando descubre el amor de Isoldo, se alegra, porque piensa que ahora el príncipe le seguirá con mayor agrado a Cornualles.
Isoldo, por su parte, vive con el escozor de que su inclinación no llegue a nada concreto; desde el momento en que sabe que el pobre y desconocido pero fascinante juglar-mercader duerme con su conejo, teme no ser plenamente correspondido.
Finalmente Tristán le revela su propia identidad. Es una escena abundante en los más contrastados sentimientos. Isoldo se entera de ese modo de que el jovencito amado por él es Tristán, aquel que era para él tanto un nombre como un sueño, y que ahora llegaba hasta él astutamente, para conquistarlo; pero no para sí mismo, sino para el rey Marcos. ¿Debería seguido, pero sólo para acabar entre los brazos del tío?
Tristán intenta convencerle, con el ímpetu de su experta lengua, en nombre de Marcos y de sus proyectos políticos; finalmente obtiene el consentimiento del muchacho, vencido ahora por el espejismo de un
ménage a trois
a nivel real. Todo, o casi todo, es revelado a los venerables progenitores: sigue de ahí la sorpresa, la cólera, la reflexión, la alegría, y después la conformidad. Tristán recoge el conejo y conduce a Isoldo a Cornualles.
Durante el viaje se acaba creando en la nave una situación extraña. Isoldo, a quien hasta ahora no se le ha resistido un solo hombre, sigue celoso del conejo y vacila entre el amor y el odio; Tristán titubea en cambio entre la voz del instinto y la de la razón de Estado. Pero una noche, en que se han quedado solos porque todos los demás han descendido a tierra, los dos jóvenes beben un litro de cerveza irlandesa por cabeza, y el deseo de Isoldo estalla libremente sin freno. El conejo es abandonado en la estiba de la nave y los dos príncipes se alojan juntos durante el resto del viaje, temiendo ambos su indeseable final.
El Rey Marcos les acoge con gran pompa y nombra heredero a Isoldo. Aquella misma noche, cuando se dispone a llevar a término la adopción, el complaciente Branganio se deja convencer por los otros dos: sustituye a Isoldo en el lecho familiar, y Marcos pasa con él el resto de la noche.
El engaño prosigue sin que Marcos lo descubra, porque Tristán tiene libre acceso a las habitaciones de Isoldo, y ambos consiguen evitar la menor sospecha. Pero su felicidad, nacida bajo el signo de la fatalidad, es descubierta por Marioldo, el senescal del rey, el cual también desea entrañablemente a Isoldo.
Marioldo lleva años durmiendo en la misma tienda que el conejo y Tristán; así que no tarda en descubrir que éste, a determinada hora de la noche, se dirige furtivamente a las habitaciones del príncipe heredero. Marioldo sigue sus huellas sobre la nieve y descubre a Tristán e Isoldo que juegan al ajedrez sobre la alfombra, aunque el fiel Branganio intente cubrir con el tablero la luz de la lámpara.
¡Dolor y rabia! Marioldo, sin embargo, no revela al rey que ha descubierto a los dos en plena apertura india, pero le informa de ciertos rumores, que le inquietan, y sigue estando en guardia.
Terribles dudas atormentan a Marcos, puesto que se trata nada menos que de su hijo, puro como un ángel, y de su más querido amigo y sobrino, no tan puro pero en cualquier caso de la familia.
El rey y Marioldo, roídos por las sospechas, contratan como espía al enano Melot. Como espía éste es un fracaso y al primer espionaje hace venir a Marcos, pero los otros se dan cuenta a tiempo y fingen que están jugando al ajedrez en un árbol. Marcos, furioso, arroja al enano al arroyo. Vuelve a la corte y ordena que los dos jóvenes sean expulsados: que vayan a jugar al ajedrez a Francia.
Los dos príncipes se refugian en la selva y viven en una gruta, antiguo refugio de los gigantes (encuadres de la vida serena y bucólica en plena Edad Media entre las fieras del bosque). Sin embargo, el rey les ha seguido y les descubre en la gruta, dedicados a jugar un final de partida especialmente difícil, torre contra torre, sobre el montón de paja del conejo. Los dos protestan que en la Irlanda medieval todo el mundo juega al ajedrez.
Pero el rey no atiende a razones: desenvaina la larga espada y se abalanza contra Tristán. En un desesperado intento por salvar al amigo, que en lugar de escapar ha ofrecido el pecho al sable, Isoldo se adelanta, con el resultado de que ambos jóvenes son ensartados por la misma hoja, y ésta se clava en la roca. Unidos como dos tordos en el sangriento espetón de la muerte, Tristán e Isoldo consiguen soltarse de la roca, adelantar unos pasos juntos y caer finalmente, exánimes, sobre el tablero de ajedrez. A lo que el conejo, enfurecido, se lanza contra el rey y lo devora. (Por gentileza de Charles Guy Fulke Greville, conde de Warwick).
Hace sólo veinte años existía en el estado de Iowa, cerca de la ciudad de Les Moines, una universidad en la que se impartían exclusivamente las enseñanzas de una única persona: la persona de su propietario, Alfred William Lawson.
Rector Magnífico y Primer Sabio de la Universidad de Lawsonomía, Lawson se describe a sí mismo en su libro
Manlife (Vida de hombre),
firmado con el pseudónimo Cy Q. Faunce y dedicado enteramente a la documentación de las propias gestas intelectuales, en los siguientes términos: «No hay límites para sus increíbles actividades mentales; infinitas inteligencias humanas se fortificarán y ocuparán durante miles de años en el estudio de las ramas interminables que brotan del tronco y de las raíces del más grande árbol del saber que haya producido hasta ahora la raza humana».
En la contraportada del mismo libro, el editor (siempre el mismo Lawson) tributa respetuoso homenaje al autor: «Comparada con la Ley de la Penetrabilidad y del Movimiento en Zigzag y Remolino de Lawson, la ley de la gravitación de Newton se convierte en un ejercicio de escuela primaria, y los descubrimientos de Copérnico y de Galileo no son más que semillas infinitesimales del saber».