La sinagoga de los iconoclastas (14 page)

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Authors: Juan Rodolfo Wilcock

Tags: #Fantástico, Otros

SYMMES, TEED, GARDNER

El capitán John Cleves Symmes sostenía que la tierra está formada por cinco esferas concéntricas, todas ellas agujereadas por los polos. Mucho, y durante muchos años, se habló en los Estados Unidos de esta apertura polar, llamada habitualmente el «agujero de Symmes»; el capitán había hecho distribuir por todas partes un folleto en el que explicaba cómo estaban las cosas y solicitaba la ayuda de cien valerosos compañeros dispuestos a explorar con él el agujero septentrional, a lo largo de varios millares de kilómetros. A través de este agujero —y del opuesto— el agua del mar fluye continuamente a la primera esfera interna, también poblada, al igual que las tres restantes, de animales y vegetales.

Sus teorías quedan expuestas en dos libros, muy diferentes entre sí pero ambos titulados La teoría de las esferas concéntricas de Symmes
(Symmes' Theory of Concentric Spheres);
el primero publicado en 1826, por un discípulo suyo, y el segundo en 1878, por su hijo, Americus Symmes. Una de las razones aducidas por Symmes en apoyo de su hipótesis es el hecho, para él obvio, de que con el sistema de las esferas concéntricas el Creador se ahorraba una notable cantidad de materiales, sin afectar en mucho la solidez del conjunto. Por otra parte la circunstancia de que la tierra sea habitable tanto por fuera como por dentro debe ser para Dios, sumo arrendador de los planetas, ventajosa, no sólo desde el punto de vista económico sino también del ecuménico.

Parece que el relato inconcluso de Edgar Allan Poe,
Narración de Arthur Gordon Pym de Nantucket,
pretendía precisamente describir un viaje al centro de la tierra a través del agujero de Symmes.

* * *

Una noche de 1869, en su laboratorio al químico de Utica, Cyrus Reed Teed tuvo una visión, descrita posterior-mente en el opúsculo
La iluminación del Koresh: Maravillosa experiencia del Cran Alquimista de Utica,
Nueva York (
The Illumination of Koresh: Marvelous Experience of the Creat Alchemist at Utica,
N. Y.). En la visión se le había aparecido una hermosa mujer y le había anunciado que él, Cyrus Teed, se convertiría en el nuevo Mesías. Antes de desaparecer, la señora le había explicado además la estructura real del universo, o sea la auténtica cosmogonía.

La auténtica cosmogonía consiste en el hecho de que la tierra es una esfera vacía, dentro de la cual está contenido el universo. Encerrados en ese espacio, unos astros con las órbitas cada vez más pequeñas engañan a los astrónomos con su ilusión de infinito; este infinito no es otra cosa que el invisible centro de la esfera.

Teed elabora la revelación y en 1870, con el pseudónimo de Koresh (Ciro en hebreo), publica
La cosmogonía celular (The Celullar Cosmogony).
El universo entero es comparable a un huevo. Nosotros vivimos pegados a la superficie interna de la cáscara; en el vacío central de ese huevo están colgados el sol, la luna, las estrellas, los planetas, las cometas, y en torno a ellos el cielo y las nubes. Fuera, no hay nada, absolutamente nada. Hacia el centro del huevo, en cambio, la atmósfera es tan densa que ni con los mejores telescopios alcanzamos jamás a ver los antípodas, que hormiguean ignorantes sobre la pared opuesta de la cáscara; la cual tiene 160 kilómetros de espesor y está formada por diecisiete estratos. Los primeros cinco estratos, a partir de la superficie de la tierra hacia fuera, o sea hacia la nada, son geológicos; después vienen cinco estratos minerales, y finalmente otros siete de metal puro.

El sol fijo en el centro de la esfera es en realidad invisible: descubrimos solamente su reflexión. Este sol invisible es mitad luminoso y mitad oscuro. Gira sobre sí mismo y de dicha rotación se originan, siempre por reflejo, el día y la noche. También la luna es un reflejo, pero de la propia tierra. Los planetas, en cambio, son la reflexión de los discos mercuriales que flotan entre los planos metálicos. En consecuencia, los cuerpos celestes que vemos no son reales, sino puntos focales luminosos, o más exactamente, imágenes virtuales.

Es cierto, admite Cyrus Teed, que la Tierra a primera vista parece convexa, pero se trata obviamente de una ilusión óptica. Basta con trazar una línea horizontal lo bastante larga para darse cuenta de que antes o después la línea va a parar a la curva ascendente de la tierra o del mar. La demostración experimental de esta nueva ley de la óptica fue realizada en 1897 por el Comité Geodésico Koreshiano, el cual llevó a cabo en la costa occidental de Florida las observaciones pertinentes, con la, ayuda de una serie de reglas de madera, llamadas por Teed rectilineadores. En las siguientes ediciones de
La cosmogonía celular
aparece una fotografía de los atareados investigadores de] Comité, barbudos, distinguidos, dispuestos a hundirse con sus reglas, cuando llegue el momento, en las aguas claras y poco profundas del Golfo de México. En realidad, explica Teed, cada vez que se intentaba trazar una línea paralela al horizonte, al cabo de un breve recorrido de seis o siete kilómetros, la línea acababa en el agua.

El estilo de Cyrus Teed es casi tan extraordinario como el de un crítico de arte. Los planetas, escribe, son esferas compactas a causa del impacto de las fluxiones, cuya esencia aferente no deja de ser eferente. Los cometas están formados de fuerza cruósica, debida a la condensación de sustancia mediante la disipación del calor en la apertura de los circuitos electromagnéticos, que cierra los conductos de la energía solar y lunar. El autor no deja en su libro de compararse con Harvey y Galileo. Amparándose en su audiencia de cuatro mil adeptos, todos ellos tan convencidos como él de que la tierra es una esfera vacía de la que sólo conocemos el interior, el alquimista de Utica organiza giras de conferencias pagadas a lo largo de la costa californiana, con notable éxito. Proclama, en su fervor, que todo lo que se oponga a su teoría es Anticristo.

Enriquecido a partir de aquel momento, compra tierras en Florida y funda en ellas la ciudad del Exterior, llamada también Nueva Jerusalén, capital del mundo. El proyecto de Exterior preveía una población de ocho millones de habitantes, pero cuando todo estuvo preparado para acogerlos sólo llegaron doscientos, lo que convirtió a Nueva Jerusalén en la capital con menor densidad de población de la tierra. Teed murió unos años después; en otro libro suyo,
La humanidad inmortal (The lmmortal Manhood),
había profetizado que resucitaría después de la muerte física y que los ángeles se lo llevarían al cielo junto con todos sus discípulos.

Cuando le llegó la hora, el 22 de diciembre de 1908, a consecuencia de la agresión de un sargento de policía de Fort Meyers, Florida, los miembros de la colonia dejaron de trabajar y comenzaron a orar y cantar en torno a los restos mortales. La víspera de Navidad, Koresh apestaba; el día después, el olor se había hecho insoportable, pero los fieles seguían esperando la resurrección. El 26, Koresh reventaba, y las autoridades se vieron obligadas a secuestrar los restos, para hacerlos sepultar en alguna parte.

Las teorías de Teed tuvieron amplia difusión en el mundo civilizado. En Alemania dieron origen a la «Hohlweltlehre», o sea Doctrina de la Tierra Hueca, que alcanzó gran popularidad en tiempos de Hitler; su principal defensor, Karl E. Neupert, fue encerrado en un Lager para científicos y debidamente incinerado. La «Hohlweltlehre» se trasladó a Argentina donde el abogado Durán Navarro consiguió demostrar en 1947 que la fuerza de la gravedad no es más que la fuerza centrífuga provocada por la rotación de la cáscara vacía, sobre cuya rugosa piel interior vivimos y morimos.

* * *

Mientras tanto, el mecánico Marshall B. Gardner, de Aurora en Illinois, había publicado su
Viaje al interior de la tierra (Journey to the Earth's Interior);
el autor trabajaba en una fábrica de corsés. Aunque sostenía, como ya había hecho Symmes, que la tierra es una esfera vacía, durante toda su vida negó que se hubiera inspirado en las ideas de su predecesor, cuyos trabajos afirmaba ignorar. En 1920 el libro de Gardner fue ampliado a 456 páginas, con fotografías. En la nueva edición, el mecánico de Aurora repudiaba decididamente, calificándola de fantástica, la teoría de las cinco esferas concéntricas de Symmes; es cierto que la tierra estaba vacía, pero consistía únicamente en una gruesa corteza de un espesor de 1.300 kilómetros. El resto era cielo interior.

En el centro de ese cielo cerrado, un sol de mil kilómetros de diámetro ilumina eternamente la superficie interna. En correspondencia a los polos hay dos grandes agujeros, de dos mil kilómetros de anchura cada uno. Los demás planetas están hechos de igual manera: basta observar a Marte desde cerca para descubrir las dos gran-des aperturas por las que sale la luz del sol interior marciano. En la tierra, la luz que sale del agujero polar origina en las zonas árticas la aurora boreal.

Los mamuts encontrados en Siberia proceden todos ellos del interior de la tierra, donde todavía abundan, pacíficos y prolíficos. También los esquimales proceden de aquellas regiones. Realmente es muy extraño, comenta Gardner, que ninguna expedición polar haya conseguido encontrar nunca el agujero del Polo, un orificio de dimensiones tan vastas. Hasta el momento de su muerte tuvo sus dudas respecto a la honestidad del almirante Byrd, primer hombre que voló sobre el Polo Norte, o en cualquier caso sobre la agudeza de su vista.

Los discípulos de Gardner siguen todavía activos y se ocupan de difundir y perfeccionar su enseñanza, publicando libros como
La tierra vacía
(Raymond Bernard,
The Hollow Earth
, 1969), con ilustraciones que representan el interior de la tierra, donde reina una temperatura agradable y constante de 29 grados y una raza evolucionada construye los platillos volantes que periódicamente vemos surgir del agujero del Polo. La teoría del origen subterráneo de los platillos volantes fue propuesta en los años cincuenta por O. C. Huguenin, en
Del mundo subterráneo al cielo (From the Subterranean World to the Sky),
el mérito de la conjetura corresponde, sin embargo, a Henrique José de Souza, presidente de la Sociedad Teosófica de Minas Gerais en Brasil y patrocinador del grandioso templo de estilo griego de Sao Lourengo dedicado a los misterios del mundo inferior.

NIKLAUS ODELIUS

Durante cierto tiempo, hacia 1890, los enemigos del darwinismo —que entonces amenazaba con arrastrar a Europa a una nueva herejía, tan atractiva que seducía incluso a las Iglesias militantes— se sintieron tentados de apuntarse a las teorías de Odelius, profesor de zoología de Bergen y corresponsal del Real Instituto de las Ciencias de Königsberg; la tentación fue tan efímera como la teoría.

Como otros muchos estudiosos de su siglo, Odelius había llegado a la conclusión de que el relato de la creación del mundo que nos había dejado Moisés debía ser totalmente revisado. No ya porque la historia del Génesis no hubiera sido inspirada por el propio Dios, sino porque la expresión escrita de dicha inspiración había sido confiada a la lengua hebraica. Ahora bien, es característico de dicha escritura el hecho de aparecer invertida, o en cualquier caso en la dirección que el mundo unánimemente estima invertida, o sea derecha a izquierda. Era una manera como otra, entre las muchas imaginadas por Dios, aquel eterno burlón, de dar a entender a los lectores que también los hechos descritos estaban invertidos. Generaciones de hombres se habían preguntado cómo era posible que Dios hubiese separado en un día la luz de las tinieblas, y algunos días después creado el sol y las estrellas, que constituyen la única fuente conocida de luz: In respuesta de Niklaus Odelius era simplemente que el sol había sido creado antes que la luz, y el hombre antes que los animales. Eso implicaba curiosas consecuencias.

Como todos los naturalistas de su tiempo, Odelius era evolucionista; fue el único entre sus contemporáneos, en cambio, que seguía sosteniendo, como muchos habían sostenido en los siglos XVII y XVIII, que esta evolución supo-nía una decadencia; no sólo de un estado de perfección original, cerciorable en mayor o menor medida en las diferentes especies tanto desaparecidas como existentes, sino decadencia también a lo largo de la escala biológica, de especie a especie, de la más antigua y suprema invención de Dios, que es el hombre, hasta los más modernos protozoos. El hombre aquejado por el pecado original se había convertido en mono (no todos, sin embargo, porque quedaban todavía algunos en el estado originario, para testimoniar la gloria del Creador), el mono en veso, el veso en ballena y así sucesivamente: los lagartos en peces, los peces en calamares, las hidras en amebas; desde sus orígenes el mundo había tomado el camino de un franco descenso.

Niklaus Odelius, zoólogo, supuso que algo parecido debía haber ocurrido con las plantas; pero dejó a los botánicos ese aspecto del problema. Reconocía que la escritura de la creación era en ocasiones decididamente bustrofédica, es decir, que determinadas cosas habían ocurrido después, y otras antes, respecto a cómo habían sido narradas, o bien testimoniadas por la historia fósil; en cualquier caso, los detalles no le incumbían, lo que le interesaba sobre todo era la gran síntesis, la idea conductora, la genial intuición que no sólo hacía morder el polvo a toda una ralea petulante de darwinistas, sino que arrojaba una luz insólita sobre los milenios alterados de lo creado, este degenerar de Adán en babuino, en perro, el elefante, en pterodáctilo, en serpiente. Eva, en cambio, había degenerado, sugería Odelius, en animalitos amables y femeninos, suaves castores, suntuosos pájaros, preciosas tortugas. La idea de que la tortuga sea un animal precioso, comparable por tanto a la mujer, puede parecer arbitraria actualmente, pero estaba muy difundida a fines del siglo pasado, cuando era usada (la tortuga) para fabricar peines, anteojos y tabaqueras.

Un estudioso capaz de afirmar que los camellos descienden de los árabes, tal vez hubiera podido mantenerse a flote en la Edad Media; pero hace ochenta años, como científico, su fama estaba condenada a una rápida extinción. La ciencia oficial es una fortaleza, en cuyos túneles en ocasiones, tal vez siempre, reina una lucha encendida, pero sus puertas no se abren al primero que llama a ellas.
Del Génesis al microbio
(1887), la obra en la que Odelius expresa más articuladamente su teoría de la progresiva estultificación de las especies, habría podido ser acogida con curiosidad, con escepticismo, con repugnancia, con hilaridad; en cambio no fue acogida en absoluto. Nadie se tomó el trabajo de refutada, lo que es la máxima señal del desprecio científico. No por ello el autor se quitó la vida; en la soledad de la obstinación, vivió el suficiente tiempo como para que le fuera permitido contemplar la llegada de los nazis a Bergen, como confirmación a su jamás repudiada teoría.

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