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Authors: Jean Baudrillard

La sociedad de consumo (28 page)

Una propaganda incesante nos recuerda, según los términos del cántico, que tenemos un solo cuerpo y que hay que salvarlo. Durante siglos, se intentó con empeño convencer a la gente de que no lo tenía (convencimiento que nunca se logró verdaderamente) y hoy se busca obstinada y sistemáticamente
convencer
a la gente
de su cuerpo
. En esto hay algo extraño. El cuerpo ¿no es acaso la evidencia misma? Parece que no lo es: el lugar que ocupa el cuerpo es un hecho de
cultura
. Ahora bien, en cualquier cultura, el modo de organización de la relación con el cuerpo refleja el modo de organización de la relación con las cosas y el modo de organización de las relaciones sociales. En una sociedad capitalista, el estatuto general de la propiedad privada se aplica igualmente al cuerpo, a la práctica social y a la representación mental que se tenga de ellos. En el orden tradicional, entre los campesinos, por ejemplo, no había investidura narcisista ni percepción especular del propio cuerpo, sino que se imponía una visión instrumental/mágica, inducida por el proceso de trabajo y la relación con la naturaleza.

Lo que queremos mostrar es que las estructuras actuales de la producción/consumo inducen al sujeto a realizar una práctica doble, vinculada con una representación desunida (pero profundamente solidaria) de su propio cuerpo: la de cuerpo como CAPITAL y la del cuerpo como FETICHE (u objeto de consumo). En ambos casos, lo importante es que, lejos de negar u omitir el cuerpo, el sujeto, deliberadamente, lo
invista
psicológicamente e
invierta
económicamente en él.

LAS CLAVES SECRETAS DE TU CUERPO

La revista
Elle
, en un artículo titulado «Las claves secretas de tu cuerpo que abren los caminos de una vida sin complejos», nos ofrece un buen ejemplo de esta reapropiación dirigida del cuerpo.

«Tu cuerpo es a la vez tu límite y tu sexto sentido» comienza diciendo el texto y se las da de serio trazando la psicogénesis novelada de la apropiación del cuerpo y su imagen: «Aproximadamente a los seis meses, comenzaste a percibir, muy confusamente todavía, que tenías un cuerpo distinto.» Después de una alusión al estadio del espejo («los psicólogos lo llaman…»), una alusión friolenta a las zonas erógenas («Freud dice que…»), el artículo pasa a lo esencial: «¿Te sientes bien contigo misma?». Inmediatamente después Brigit Bardot: ella «se siente bien en su pellejo». «Es bella por donde se la mire, la espalda, el cuello, la curva de la cintura.» «¿El secreto de B. B.? Ella habita realmente su cuerpo. Es como un animalito que llena exactamente su traje.» [¿Habita su cuerpo o su traje? ¿Cuál es la residencia secundaria, el cuerpo o el traje? Exactamente: lleva su cuerpo como un traje, lo remite aquí al verbo «habitar», a un efecto de moda y de panoplia, a un principio lúdico reforzado aún más por la expresión «animalito»]. Si alguna vez fue «el alma lo que envolvía el cuerpo» hoy lo que lo envuelve es la piel, pero no la piel como irrupción de la desnudez (y, por lo tanto, de deseo), sino la piel como vestimenta de prestigio y residencia secundaria, como signo y como referencia de moda (y por ello mismo, capaz de sustituir al vestido sin cambiar de sentido, como se ve claramente en la explotación actual de la desnudez en el teatro y en otras partes, donde la desnudez aparece, a pesar del falso patetismo sexual, como un término más en el paradigma de la indumentaria de moda).

Retornemos a nuestro texto. «Hay que estar atento a uno mismo, hay que aprender a leer el propio cuerpo» (de lo contrario, no eres una B. B.). «Echate de espaldas en el suelo, abre los brazos y sigue muy lentamente con el dedo corazón de la mano derecha esa línea invisible que se eleva desde el anular de la mano izquierda, a lo largo del brazo hasta el hueco del codo y luego de la axila. En las piernas existe una línea igual. Son líneas de ternura que forman tu mapa de la sensibilidad. Existen otras líneas de ternura: a lo largo de la columna vertebral, en la nuca, el vientre, los hombros… Si no las conoces, se produce en tu cuerpo una represión, como la que se produce en la psique… Los territorios del cuerpo no habitados por tu sensibilidad, no visitados por tu pensamiento, son zonas caídas en desgracia… con mala circulación y falta de tono, zonas donde además la celulitis (!) se instala definitivamente…» Dicho de otro modo, si usted no hace sus devociones corporales, si peca por omisión, será castigada. Todo aquello de lo que sufre es consecuencia de su irresponsabilidad culpable respecto de sí misma (de su propia salvación). Sin contar con el singular terrorismo moral que sopla sobre este «mapa de la sensibilidad» (y que equivale al terrorismo puritano, sólo que en este caso ya no es Dios quien castiga, sino el propio cuerpo: instancia a la vez maléfica, represora y que se venga si uno no es amable con ella). Como vemos, este discurso, bajo pretexto de reconciliar al individuo con su propio cuerpo, reintroduce entre el sujeto y el cuerpo objetivado como doble amenazante, las mismas relaciones que se dan en la vida social, las mismas determinaciones de las relaciones sociales: chantaje, represión, síndrome de persecución, neurosis conyugal (las mismas mujeres que leen esto leerán algunas páginas más adelante: si no eres gentil con tu marido, cargarás con la responsabilidad del fracaso de tu matrimonio). Más allá de ese terrorismo latente que en
Elle
se dirige particularmente a las mujeres, lo interesante es la sugestión de involucionar en el propio cuerpo y de investirlo narcisistamente «desde el interior», pero de ningún modo para conocerlo en profundidad, sino, por el contrario, para constituirlo hacia el exterior, en virtud de una lógica completamente fetichista y espectacular, como objeto más terso, más perfecto, más funcional. Esta relación narcisista, pero de un narcisismo
dirigido
, que opera sobre el cuerpo como en un «territorio» virgen y colonizado, que explora «tiernamente» el cuerpo como un yacimiento que debe ser explotado para hacer surgir los signos visibles de la felicidad, de la salud, de la belleza, de la animalidad triunfante en el mercado de la moda, es una relación que alcanza su expresión mística en las siguientes confesiones de las lectoras: «Descubría mi cuerpo. La sensación me sumergía en toda su pureza.» O aún mejor: «Se produjo como un abrazo entre mi cuerpo y yo. Comencé a amarlo. Y, al amarlo, quise ocuparme de él con la misma ternura que sentía por mis hijos.» Es significativa esta involución regresiva de la afectividad hacia el cuerpo/niño, el cuerpo/adorno (metáfora inagotable de un pene mimado, acunado y… castrado). En este sentido, el cuerpo, convertido en objeto de solicitud más bello, monopoliza a su favor toda la afectividad llamada normal (respecto de otras personas reales), sin que ello implique adquirir valor propio, puesto que, en ese proceso de desvío afectivo y según la misma lógica fetichista, cualquier otro objeto puede cumplir ese papel. El cuerpo es sólo el más bello de esos objetos poseídos, manipulados y consumidos psíquicamente.

Pero, lo esencial es que esa reinvestidura narcisista, orquestada como mística de la liberación y del logro personal, en realidad, siempre es simultáneamente una inversión que tiende a ser eficaz, competitiva, económica. El cuerpo así «reapropiado» lo es de entrada en función de objetivos «capitalistas»: en otras palabras, si se lo inviste, si se invierte en él, es para hacerlo fructificar. Esa reapropiación del cuerpo no se hace atendiendo a las finalidades autónomas del sujeto, sino siguiendo un principio
normativo
de goce y de rentabilidad hedonista. según una obligación de instrumentalidad directamente evaluada de acuerdo con el código y las normas de una sociedad de producción y de consumo dirigido. Por decirlo de otro modo: uno administra su cuerpo, lo acondiciona como un patrimonio, lo manipula como uno de los múltiples
significantes del estatus social
. La mujer que anteriormente decía ocuparse de él con la misma ternura con que se ocupa de sus hijos, agrega inmediatamente: «Comencé a frecuentar los institutos de belleza… Quienes me conocen, me dicen que después de esta crisis me encuentran más feliz, más bella…» Recuperado como instrumento de goce y exponente de prestigio, el cuerpo se vuelve objeto de un
trabajo de investidura
(solicitud, obsesión) que, detrás del mito de liberación con el que se le encubre, constituye sin duda un trabajo más profundamente alienado que la explotación del cuerpo en la fuerza de trabajo
90
.

LA BELLEZA FUNCIONAL

En este largo proceso de sacralización del cuerpo como valor exponencial, del cuerpo
funcional
, vale decir, que ya no es ni «carne» como en las visiones religiosas, ni fuerza de trabajo como en la lógica industrial, sino que ha sido retomado en su materialidad (o en su idealidad «visible») como objeto de culto narcisista o elemento de táctica y de rito social, la belleza y el erotismo son dos
leitmotiv
esenciales.

Son inseparables y, entre ambos, instituyen esta
nueva ética de la relación con el cuerpo
. Válidos tanto para el hombre como para la mujer, se diferencian sin embargo en un polo femenino y un polo masculino. FRINEÍSMO
91
y ATLETISMO: así podríamos designar a los dos modelos opuestos cuyos datos fundamentales, por otra parte, se intercambian. El modelo femenino tiene, sin embargo, una especie de prioridad, es de algún modo el esquema rector de esta nueva ética y no es casual que encontremos en
Elle
el tipo de documento analizado antes
92
.

Para la mujer, la belleza ha llegado a ser un imperativo absoluto, religioso. Ser bella no es ya un efecto de la naturaleza ni un acrecentamiento de las cualidades morales. Es LA cualidad fundamental, imperativa, de las que cuidan del rostro y de la línea como si fuera su alma. Signo de elección a nivel del cuerpo como el éxito a nivel de los negocios. Por otra parte, belleza y éxito reciben en las revistas respectivas el mismo
fundamento místico
: en la mujer, es la
sensibilidad
que explora y evoca «desde el interior» todas las partes del cuerpo; en el empresario, es la
intuición
adecuada de todas las posibilidades virtuales del mercado. Signo de elección y de salvación: la ética protestante no está muy lejos. Y es verdad que la belleza es un imperativo tan absoluto sólo porque es una forma del capital.

Avancemos un poco más siguiendo esta misma lógica: la ética de la belleza, que es la misma que la de la moda, puede definirse como la reducción de todos los valores concretos, los «valores de uso» del cuerpo (energético, gestual, sexual) en un único «valor de intercambio» funcional que resume por sí solo, en su abstracción, la
idea
del cuerpo glorioso, perfecto, la
idea
del deseo y del goce y, por eso mismo, por supuesto, los niega y los olvida en su realidad para agotarse en un intercambio de signos. Pues la belleza no es otra cosa que un material de signos que se intercambian.
Funciona
como valor/signo. Por ello, podemos decir que el imperativo de belleza es una de las modalidades del imperativo funcional —y esto vale tanto para los objetos como para las mujeres (y los hombres)— pues la experta en belleza en que se ha vuelto cada mujer para sí misma es homólogo del diseñador o del estilista de una empresa.

Por lo demás, si examinamos los principios dominantes de la estética industrial —el funcionalismo— vemos que se aplican directamente a los estatutos de la belleza: B. B. que «se siente bien en su pellejo» o que «llena perfectamente su vestido» es el mismo esquema de «conjunción armoniosa de la función y la forma».

EL EROTISMO FUNCIONAL

Junto con la belleza, tal como acabamos de definirla, la sexualidad orienta hoy en todas partes el «redescubrimiento» y el
consumo
del cuerpo. El imperativo de belleza, que es imperativo de resaltar el valor del cuerpo por la vía de la reinvestidura narcisista, implica lo
erótico
entendido como la manera de
resaltar el valor sexual
. Hay que distinguir claramente lo erótico, como dimensión generalizada del intercambio en nuestras sociedades, de la sexualidad propiamente dicha. Hay que distinguir el cuerpo erótico, soporte de los signos intercambiados del deseo, del cuerpo como lugar del fantasma y habitáculo del deseo. En el cuerpo/pulsión, el cuerpo/fantasma, predomina la estructura individual del deseo. En el cuerpo «erotizado» lo que predomina es la función social de intercambio. En este sentido, el imperativo erótico que, como la cortesía o tantos otros ritos sociales, pasa por un código instrumental de signos, sólo es (como el imperativo estético en la belleza) una variante o una metáfora del imperativo funcional.

El «calor» de la mujer de
Elle
es el mismo que el del conjunto mobiliario moderno: es una calidez de «ambiente». Ya no corresponde a la intimidad, a lo sensual, sino que compete a la significación sexual calculada. La sensualidad es calor. Esta sexualidad, en cambio, es
ca
liente
y
fría
, como el juego de colores cálidos y fríos de un interior «funcional». Tiene la misma «blancura» de las formas envolventes de los objetos modernos, «estilizados» y «vestidos». Aunque tampoco es frigidez, como se suele decir, pues la frigidez subentiende todavía una resonancia sexual de violación. La modelo no es frígida: es una
abstracción.

El cuerpo de la modelo ya no es objeto de deseo, sino que es objeto funcional, foro de signos en el que la moda y lo erótico se mezclan. Ya no es una síntesis de gestos, aun cuando la fotografía de moda despliegue todo su arte para
recrear
lo gestual y lo natural mediante un proceso de simulación
93
, el suyo ya no es un cuerpo propiamente dicho, sino una forma.

Allí es donde todos los censores se engañan (o quieren engañarse): en la publicidad y en la moda, el cuerpo desnudo (de la mujer o del hombre) se niega como carne, como sexo, como finalidad del deseo, instrumentando en cambio las partes fragmentadas del cuerpo
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en un gigantesco proceso de
sublimación
, de conjura del cuerpo en su evocación misma.

Como lo erótico está en los signos, nunca en el deseo, la belleza funcional de las modelos está pues en la «línea», nunca en la expresión. Esa belleza hasta es, y sobre todo es, ausencia de expresión. La irregularidad o la fealdad harían resurgir un sentido: por eso están excluidas. Pues la belleza está por entero en la abstracción, en el vacío, en la ausencia y la transparencia extáticas. Esta descarnación se resume finalmente en la
mirada
. Esos ojos fascinantes/fascinados, abismados, esa mirada sin objeto —a la vez sobresignificación del deseo y ausencia total del deseo— son bellos en su erección vacía, en la exaltación de su censura. Allí estriba su funcionalidad. Ojos de medusa, ojos estupefactos, signos puros. Así, a lo largo de todo ese cuerpo develado, exaltado, en esos ojos espectaculares, ojerosos por la moda, no por el placer, está el sentido mismo del cuerpo; la verdad del cuerpo queda abolida en un proceso hipnótico. Este es el proceso por el cual el cuerpo, sobre todo el de la mujer y más particularmente el del modelo absoluto que es la modelo de moda, se constituye en objeto homólogo de los otros objetos asexuados y funcionales cuyo vehículo es la publicidad.

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