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Authors: Jean Baudrillard

La sociedad de consumo (29 page)

PRINCIPIO DE PLACER Y FUERZA PRODUCTIVA

Inversamente, el menor de los objetos, investido implícitamente según el modelo del cuerpo/objeto de la mujer, se hace fetiche de la misma manera. De ahí que toda la esfera del «consumo» esté impregnada de un erotismo generalizado. No hay allí
una
moda en el sentido liviano del término; ésta es la lógica propia y rigurosa de
la
moda. Cuerpo y objeto constituyen una red de signos homogéneos que puede intercambiar, sobre la base de la abstracción de la que acabamos de hablar, sus significaciones (allí está propiamente su «valor de intercambio») y hacerse valer recíprocamente.

Esta
homología del cuerpo y de los objetos
nos introduce en los mecanismos profundos del consumo dirigido. Si este «redescubrimiento del cuerpo» es siempre del cuerpo/objeto en el contexto generalizado de los demás objetos, se hace evidente que es muy fácil hacer la transición, lógica y necesaria, de la apropiación funcional del cuerpo a la apropiación de bienes y objetos en el acto de compra. Además, sabemos hasta qué punto la erótica y la estética modernas del cuerpo están inmersas en un copioso ambiente de productos, de
gadgets
, de accesorios, bajo el signo de la sofisticación total. De la higiene al maquillaje, pasando por el bronceado, el deporte y las múltiples «liberaciones» de la moda, el descubrimiento del cuerpo pasa primero por los objetos. Hasta parece que la única pulsión verdaderamente liberada es la
pulsión de compra
. Citemos nuevamente a la mujer que, enamorada súbitamente de su cuerpo, se precipita al instituto de belleza. Por otra parte, es más frecuente el caso inverso, el de todas las que se entregan a las cremas de belleza, los masajes, las curas, con la esperanza de «redescubrir su cuerpo». El equivalente teórico del cuerpo y de los objetos como signos permite, en efecto, la equivalencia mágica: «Compre y se sentirá bien consigo misma.»

Este es el punto en el que adquiere todo su sentido económico e ideológico la psicofuncionalidad que acabamos de analizar. El cuerpo hace vender. La belleza hace vender. El erotismo hace vender. Y esta no es la menor de las razones que, en última instancia, orientan todo el proceso histórico de «liberación del cuerpo». Aquí hay cuerpos, como en la fuerza laboral, cuerpos que
deben
ser «liberados, emancipados» para poder ser explotados racionalmente con fines productivos. Del mismo modo en que es necesario hacer participar la libre determinación y la libertad individual del trabajador para que la fuerza laboral pueda transformarse en demanda salarial y valor de intercambio, es necesario que el individuo pueda redescubrir su cuerpo e investirlo narcisistamente —
principio formal del placer
— para que la fuerza del deseo pueda transformarse en demanda de objetos/signos manipulables racionalmente.
Es necesario que el individuo se tome a sí mismo como objeto, como el más bello de los objetos, como el más precioso material de intercambio, para que pueda instituirse, en el nivel del cuerpo deconstruido, de la sexualidad deconstruida, un proceso económico de rentabilidad.

LA ESTRATEGIA MODERNA DEL CUERPO

Sin embargo, este objetivo productivista, este proceso económico de rentabilidad por el cual se generalizan, a nivel del cuerpo, las estructuras sociales de producción, sin duda, es secundario en relación con las finalidades de integración y de control social instauradas a través de todo el dispositivo mitológico y psicológico que gira alrededor del cuerpo.

En la historia de las ideologías, las relativas al cuerpo tuvieron durante mucho tiempo un valor crítico ofensivo contra las ideologías de tipo espiritualista, puritana, moralizante, concentradas en el alma o en algún otro principio inmaterial. Desde la Edad Media, todas las herejías tomaron, de alguna manera, un giro de reivindicación carnal, de resurrección anticipada del cuerpo frente al dogma rígido de las iglesias (es la tendencia «adánica» siempre renaciente, siempre condenada por la ortodoxia). Desde el siglo XVIII, la filosofía sensualista, empirista, materialista ha ido socavando los dogmas espiritualistas tradicionales. Sería interesante analizar de cerca el largo proceso de desagregación histórica de este valor fundamental llamado alma, alrededor del cual se organizaba todo el esquema individual de la salvación y, por supuesto, todo el proceso de integración social. Esta larga desacralización, esta secularización a favor del cuerpo, atravesó toda la era occidental: los valores del cuerpo fueron valores subversivos, foco de la contradicción ideológica más aguda. ¿Qué ocurre hoy, cuando esos valores tienen derecho de ciudadanía y se han impuesto como una nueva ética? (Habría mucho que decir en este sentido, pues estamos precisamente más en una fase de choque frontal de las ideologías puritana y hedonista que mezclan sus discursos en todos los niveles.) Vemos que hoy el cuerpo, aparentemente triunfante, en lugar de constituir todavía una instancia viva y contradictoria, una instancia de «desmitificación», sencillamente ha tomado el relevo del alma como instancia mítica, como dogma y como esquema de salvación. Su «descubrimiento», que durante mucho tiempo fue una crítica de lo sagrado a favor de una mayor libertad, de más verdad y emancipación, en suma, un combate para el hombre contra Dios, hoy se hace bajo el signo de la
resacralización
. El culto del cuerpo ya no está en contradicción con el culto del alma: lo sucede y hereda su función ideológica. Como dice Norman Brown (
Eros et Thanatos
, p. 304): «Conviene no dejarse desorientar por la antinomia absoluta entre lo sagrado y lo profano y no interpretar como "secularización" lo que no es más que una metamorfosis de lo sagrado.»

La evidencia material del cuerpo «liberado» (pero, como vimos, liberado como objeto/signo y censurado en su verdad subversiva del deseo, tanto en el erotismo como en el deporte y la higiene) no debe engañarnos: sencillamente traduce la sustitución de una ideología obsoleta, la del alma, inadecuada para un sistema productivista evolucionado y que hoy es incapaz de asegurar la integración ideológica por una ideología moderna más funcional que, en lo esencial, preserva el sistema de valores individualista y las estructuras sociales ligados a ella. Hasta los refuerza y les da un asentamiento casi definitivo puesto que sustituye la trascendencia del alma por la inmanencia total, la evidencia espontánea del cuerpo. Ahora bien, esta evidencia es falsa. El cuerpo, tal como lo instituye la mitología moderna, no es más material que el alma. Como ésta, es una
idea
o, más precisamente, puesto que la palabra idea no quiere decir gran cosa, un objeto parcial hipostático, un doble privilegiado e investido como tal. El cuerpo ha llegado a ser lo que era el alma en su tiempo, el soporte privilegiado de la objetivación: el
mito rector de una ética del consumo
. Es fácil advertir en qué medida el cuerpo está estrechamente vinculado con las finalidades de la producción como soporte (económico), como principio de integración (psicológica) dirigida del individuo y como estrategia (política) de control social.

EL CUERPO ¿ES FEMENINO?

Retornemos a la cuestión mencionada al comienzo, la del papel asignado a la mujer y al cuerpo de la mujer, como vehículo privilegiado de la Belleza, de la Sexualidad, del Narcisismo dirigido. Pues, si bien es evidente que ese proceso de reducción del cuerpo al valor de intercambio estético/erótico abarca tanto lo masculino como lo femenino (propusimos para éstos dos términos: atletismo y frineísmo, este último definido a grandes rasgos por la mujer de
Elle
y las revistas de moda y el primero que tiene su modelo más amplio en el «atletismo» del ejecutivo de empresa, tal como lo proponen por todas partes la publicidad, el cine, la literatura de masas: ojos atentos, hombros anchos, músculos elásticos y automóvil deportivo. Este modelo atlético incluye el atletismo sexual: el gerente de los clasificados de
Le Monde
es también el hombre de
Lui
. Pero, sea cual fuere la parte que le toca en esto al modelo masculino
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o a los modelos hermafroditas de transición, los «jóvenes» constituyen una especie de tercer sexo, lugar de una sexualidad «polimorfa y perversa»)
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, sin embargo, es la mujer la que orquesta o, mejor dicho, sobre quien se orquesta este gran Mito Estético/Erótico. Es necesario encontrar una razón más valedera que las arquetípicas del tipo: «La sexualidad es la Mujer, porque es la Naturaleza, etc.» Es verdad que, en la era histórica que nos concierne, la mujer se encuentra confundida con la sexualidad maléfica y condenada como tal. Pero esta condena moral/sexual está enteramente subtendida por una servidumbre
social
: la mujer y el cuerpo han compartido la misma servidumbre, la misma relegación a lo largo de la historia occidental. La definición sexual de la mujer es de origen
histórico
: la represión del cuerpo y la explotación de la mujer fueron colocadas bajo el mismo signo que tiende a que toda categoría explotada (y por lo tanto amenazante) adquiera automáticamente una definición sexual. Cuando se «sexualiza» a los negros es por la misma razón, por ser siervos y explotados, y no porque «estarían más cerca de la Naturaleza». La sexualidad reprimida, sublimada, de toda una civilización se conjuga forzosamente con la categoría cuyo rechazo social, cuya sujeción, constituye la base misma de esa cultura.

Ahora bien, del mismo modo en que la mujer y el cuerpo fueron solidarios en la servidumbre, la emancipación de la mujer y la emancipación del cuerpo están lógica e históricamente ligadas. (La emancipación de los jóvenes les es contemporánea por razones semejantes.) Pero podemos ver que esta emancipación simultánea se produce
sin que, de ningún modo, se haya superado la confusión fundamental entre la mujer y la sexualidad
: la hipótesis puritana pesa aún con toda su fuerza. Mejor aún: sólo hoy adquiere toda su amplitud, puesto que la mujer, ayer avasallada en cuanto sexo, hoy está «liberada» en cuanto sexo, hasta tal punto que vemos profundizarse, en todas sus formas, esta confusión actualmente casi irreversible pues precisamente
a medida que se «libera», la mujer se confunde cada vez más con su propio cuerpo
. Pero ya vimos en qué condiciones: en realidad, se trata de la mujer aparentemente liberada que se confunde con el cuerpo aparentemente liberado. Podemos decir, tanto de las mujeres como del cuerpo, como de los jóvenes y de todas las categorías cuya emancipación constituye el
leitmotiv
de la sociedad democrática moderna, que todo aquello en nombre de lo cual se han «emancipado» —la libertad sexual, el erotismo, el juego, etc.— se instituye en sistema de valores «
de tutela»
. Valores «irresponsables» que orientan al mismo tiempo conductas de consumo y de
relegación
social: la exaltación misma, el exceso de honra que cierra el paso de la responsabilidad económica y social real.

Las mujeres, los jóvenes, el cuerpo, cuya aparición después de milenios de servidumbre y de olvido constituye en efecto la virtualidad más revolucionaria y, por lo tanto, el riesgo más grave para cualquier orden establecido, se presentan integrados y recuperados como «mito de emancipación». A las mujeres se les da a consumir la Mujer, a los jóvenes se les dan a consumir los Jóvenes y, en esta emancipación formal y narcisista, se consigue conjurar su liberación real. Y, además, al asignar los jóvenes a la Rebeldía (Jóvenes = Rebeldía) se matan dos pájaros de un tiro: se conjura la insurrección difusa en toda la sociedad afectándola a una categoría particular, al tiempo que se neutraliza esta categoría circunscribiéndola a un rol particular, la rebeldía. Admirable círculo vicioso de la «emancipación» dirigida que se repite en el caso de la mujer: al confundir a la mujer con la liberación sexual, se neutraliza a ambas. La mujer se «consuma y consume» a través de la liberación sexual, la liberación sexual «se consuma y consume» a través de la mujer. Y éste no es un juego de palabras. Uno de los mecanismos fundamentales del consumo es esta autonomización formal de grupos, de clases, de castas (y del individuo) a partir de y gracias a la autonomización formal de sistemas de signos o de roles.

No es cuestión de negar la evolución «real» de la condición de las mujeres y de los jóvenes como categorías sociales; en efecto, son más libres: votan, adquieren derechos, trabajan más y desde edades más tempranas. Asimismo, sería vano negar la importancia objetiva asigna da al cuerpo, a sus cuidados y a sus placeres, el «suplemento de cuerpo y de sexualidad» con que se beneficia hoy el individuo medio. Estamos lejos de la «liberación soñada» de la que hablaba Rimbaud, pero finalmente, admitimos que en todo esto hay una mayor libertad de maniobra y una mayor integración positiva de las mujeres, de los jóvenes, de los problemas del cuerpo. Lo que queremos decir es que esta relativa emancipación concreta, pues no es más que la emancipación de las mujeres, de los jóvenes, del cuerpo
en cuanto categorías
inmediatamente evaluadas de acuerdo con una práctica funcional, se redobla en una trascendencia mítica o, mejor dicho, se
desdobla
en una trascendencia mítica, en una
objetivación como mito
. La emancipación de ciertas mujeres (y la emancipación relativa de todas, ¿por qué no?) de algún modo no es otra cosa que el beneficio secundario, que la consecuencia, el pretexto de esta inmensa operación estratégica que consiste en
circunscribir en la idea de la mujer y de su cuerpo todo el peligro social de la liberación sexual
, en circunscribir en la
idea
de la liberación sexual (en el erotismo) el peligro de la liberación de la mujer, de conjurar en la Mujer/Objeto todos los peligros de la liberación social de las mujeres
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.

EL CULTO MÉDICO: «ESTAR EN FORMA»

De la relación actual con el cuerpo, que es menos la del cuerpo propio que la del cuerpo funcional y «personalizado», se deduce la relación con la salud. Ésta se define como función general de equilibrio del cuerpo cuando se la concibe en virtud de una representación instrumental del cuerpo. Cuando se la presenta por intermedio de una representación del cuerpo como bien de prestigio, se transforma en exigencia funcional de estatus. A partir de entonces, la salud entra en la lógica de la competencia y se traduce en una demanda virtualmente ilimitada de servicios médicos, quirúrgicos, farmacéuticos —demanda compulsiva asociada a la investidura narcisista del cuerpo/objeto (parcial) y demanda de estatus ligada a los procesos de personalización y de movilidad social—, demanda que, de todas maneras, sólo tiene una relación lejana con el «derecho a la salud», extensión modernista de los derechos del hombre, complementaria del derecho a la libertad y a la propiedad. Hoy, la salud es menos un imperativo biológico vinculado con la supervivencia, que un imperativo social vinculado con el estatus. Es más un «hacerse valer» que un «valor» fundamental. Es la
forma
en la mística del hacerse valer, que se combina inmediatamente con la belleza. Sus signos se intercambian en el marco de la personalización, esa manipulación ansiosa y perfeccionista de la función/signo del cuerpo. Este síndrome corporal del hacerse valer, que asocia el narcisismo al prestigio social, se lee también claramente a la inversa, en el hecho actual muy generalizado y que debe interpretarse como uno de los elementos esenciales de la ética moderna: todo desengaño de prestigio, todo revés social o psicológico aparece inmediatamente
somatizado.

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