La tierra de las cuevas pintadas (94 page)

Ayla frunció el entrecejo.

—¿Qué clase de problema?

—Verás, él la deja salirse con la suya casi en todo, y creo que al principio ella lo consideraba débil porque cedía muy fácilmente. Empezó a presionarlo, para ver hasta dónde podía llegar. Con el tiempo empezó a exigirle ciertas cosas, que le consiguiera esto o aquello. Ranec pareció tomárselo como un juego. Por disparatado que fuese, él, de un modo u otro, se las arreglaba para darle lo que le pedía, y se lo entregaba con una de esas sonrisas suyas. Ya sabes.

—Sí, ya sé —contestó Ayla, sonriendo llorosa al recordarlo—. Siempre tan satisfecho de sí mismo, como si acabara de ganar una competición y estuviera muy orgulloso de su sagacidad.

—Y un día ella empezó a cambiarlo todo de sitio —prosiguió Danug—. El espacio de trabajo de Ranec, sus herramientas, todos los objetos especiales que él recogía y ordenaba. Él se lo permitió. Creo que simplemente quería ver qué pretendía ella. Pero casualmente yo estaba en la vivienda cuando ella decidió mover este caballo. Nunca lo he visto tan furioso. No levantó la voz ni nada por el estilo. Sencillamente le dijo que lo dejara donde estaba. Ella se sorprendió. Creo que no se lo tomó en serio. Él siempre se había sometido a su voluntad. Ranec le repitió que lo dejara, y como ella le desobedeció, la agarró por la muñeca, con fuerza, y se lo quitó. Le dijo que no volviera a tocar nunca ese caballo. Le aseguró que si alguna vez lo tocaba, rompería el lazo del emparejamiento y pagaría el precio. Añadió que la amaba, pero que había una parte de él que ella nunca tendría. Si no lo aceptaba, ya podía marcharse.

»Tricie salió de la morada llorando, pero Ranec se limitó a colocar el caballo en su sitio, se sentó y empezó a tallar. Cuando por fin ella regresó, era de noche. No pude evitar oírlos, porque su hogar está justo al lado del nuestro, y… en fin, supongo que quería oírlos. Ella le dijo que deseaba quedarse con él, le dijo que lo amaba, que siempre lo había amado, y deseaba quedarse con él aun cuando siguiera amándote a ti. Prometió no volver a tocar el caballo. Y cumplió su palabra. Creo que con eso ella empezó a respetarlo, y se dio cuenta de lo que sentía realmente por él. Ranec es feliz, Ayla. No creo que te olvide nunca, pero es feliz.

—Yo tampoco lo olvidaré. Aún pienso en él a veces. De no haber existido Jondalar, habría sido feliz a su lado. Yo lo amaba, sólo que amaba más a Jondalar. Háblame de los hijos de Tricie —pidió.

—Esa combinación de espíritus ha producido una mezcla interesante —explicó Danug—. El primero es niño… tú lo viste, ¿no? Tricie lo llevó a aquella Reunión de Verano.

—Sí, lo vi. Era muy pálido. ¿Aún es tan pálido?

—Su piel es la más blanca que he visto en mi vida, excepto allí donde se le acumula un sinfín de pecas. Tricie es pelirroja, de tez clara, pero no tanto como la de él. Tiene los ojos de un color azul muy suave, y el pelo rojo anaranjado y crespo. No soporta el sol; se quema a la más mínima, y si el día es muy luminoso, le duelen los ojos; pero, salvo por su coloración, es idéntico a Ranec. Resulta extraño verlos juntos, la piel morena de Ranec junto a la blanca de Ra, pero los dos con la misma cara. Posee también el sentido del humor de Ranec, sólo que más agudo. Y es capaz de hacer reír a cualquiera, y le encanta viajar. No me extrañaría que acabara siendo fabulador ambulante. Se muere de ganas de marcharse por su cuenta. Quería acompañarnos en este viaje. Si hubiese sido un poco mayor, lo habría traído. Hubiese sido buena compañía.

»La niña de Tricie es una preciosidad. Tiene la piel morena, pero no tanto como la de Ranec, y el pelo negro como la noche, pero sus rizos son más suaves. Y ojos negros, de expresión muy seria. Es una niña frágil y callada, pero te aseguro que no hay hombre que la vea y no se quede fascinado con ella. No le costará encontrar compañero.

»El pequeño es tan moreno como Ranec, y aunque todavía es difícil saberlo, creo que sus facciones se parecerán más a las de Tricie.

—Por lo que se ve, Tricie es una buena aportación al Campamento del León. Ojalá pudiera ver a sus hijos. Yo también tengo una niña —dijo Ayla, y enseguida recordó que habría podido tener otro hijo pronto, de no haber sido por la «llamada» en las profundidades de la cueva. «Me gustaría explicarle que los niños son fruto de algo más que una mezcla de espíritus», pensó.

—Lo sé. He conocido a Jonayla. Se parece mucho a ti, sólo que tiene los ojos de Jondalar. Ojalá pudiera llevármela y presentársela a todos. Nezzie la adoraría. Yo ya me he enamorado de ella, igual que me enamoré de ti cuando era niño —admitió Danug, y soltó una risotada de satisfacción.

Ayla pareció tan sorprendida que Danug se rio aún con más ganas, y ella oyó salir de él las atronadoras carcajadas de Talut.

—¿Enamorado de mí?

—Entiendo que no te dieras cuenta. Entre Ranec y Jondalar, ya tenías bastante en qué pensar, pero yo no podía apartarte de mi cabeza. Soñaba contigo. De hecho, todavía te amo, Ayla. ¿No te gustaría volver al Campamento del León conmigo? —Desplegó una amplia sonrisa y le destellaron los ojos, pero también se advertía en él algo más: el asomo de un anhelo nostálgico, un deseo que, como bien sabía, nunca se vería satisfecho.

Ella apartó la mirada por un momento y cambió de tema.

—Háblame de los demás. ¿Cómo están Nezzie y Talut? ¿Y Latie y Rugie?

—Mi madre está bien. Se hace mayor, eso es todo. Talut está perdiendo el pelo, y no le gusta. Latie se ha emparejado, tiene una hija, y aún habla de caballos. Rugie busca compañero, o mejor dicho, los jóvenes la buscan a ella. Ya ha pasado por sus Primeros Ritos; Tusie también, al mismo tiempo. Ah, y Deegie tiene dos hijos. Me ha dicho que te diera recuerdos de su parte. No llegaste a conocer a su hermano, Tarneg, ¿verdad? Su compañero tiene tres pequeños. Se construyeron un nuevo alojamiento de adobe no muy lejos; ahora Deegie y Tarneg son jefes. Tulie da gracias por poder ver a sus nietos casi a diario y ha tomado otro compañero. Según Barzec es demasiado mujer para un solo hombre.

—¿Lo conozco? —preguntó Ayla.

Danug sonrió.

—De hecho, sí. Es Wymez.

—¡Wymez! ¿Te refieres al hombre del hogar de Ranec, el tallador de pedernal a quien Jondalar tanto admira? —preguntó Ayla.

—Sí, ese Wymez. Nos sorprendió a todos, incluso a Tulie, creo. Y el Mamut está ya en el otro mundo. Tenemos uno nuevo, pero en el Tercer Hogar nos está costando acostumbrarnos a un Mamut nuevo.

—Lo siento mucho. Yo adoraba a ese anciano. He estado adiestrándome para ser Una de Quienes Sirven a la Madre, pero fue él quien me inició. Ya casi he terminado mi adiestramiento —explicó Ayla. No quería contar más de lo imprescindible antes de hablar con la Zelandoni.

—Eso nos ha dicho Jondalar. Yo siempre creí que servirías a la Madre. El Mamut no te habría adoptado si no lo hubiese pensado también. Hubo un tiempo en que en el Campamento del León todos creían que quizá llegaras a ser Mamut cuando el anciano abandonara este mundo. Ayla, puede que aquí seas zelandonii, pero todavía eres mamutoi, todavía cuentas como una más entre los miembros del Campamento del León.

—Me alegra saberlo. Por muchos títulos o lazos que adquiera, en el fondo de mi corazón siempre seré Ayla de los mamutoi —afirmó.

—Desde luego has adquirido no pocos títulos y has dejado a tu paso un reguero de historias —señaló Danug—, y no sólo entre los s’armunai. Incluso he oído hablar de ti a personas que no te conocen. Has sido de todo, desde experta curandera y controladora de sorprendentes fuerzas espirituales hasta la encarnación de la mismísima Gran Madre Tierra, una muta viviente… lo que aquí se llama donii, creo… venida para ayudar a Su gente. Y Jondalar fue su hermoso y rubio compañero, «su pálido y luminoso amante». Incluso Lobo era una encarnación, de la Estrella del Lobo. Sobre él se cuentan las más diversas historias, que van desde la bestia vengadora hasta la criatura adorable que cuida de bebés. Y también los caballos. Son animales prodigiosos que el Espíritu del Gran Caballo te permitió controlar. Según cierta historia, del pueblo de Aldanor, esos caballos vuelan, y os llevan a ti y Jondalar a vuestras casas en el otro mundo. Empezaba a preguntarme si todas esas historias podían ser sobre las mismas personas, pero, después de hablar con Jondalar, creo que los dos habéis vivido aventuras muy interesantes.

—A la gente le gusta exagerar las historias para que parezcan más interesantes —comentó Ayla—. ¿Y quién va a desdecirlos cuando los protagonistas de las historias ya no están presentes? Nosotros sólo viajamos de regreso al hogar de Jondalar. Tú mismo habrás vivido no pocas aventuras.

—Nosotros no viajamos con un par de caballos mágicos y un lobo.

—Danug, tú sabes que esos animales no tienen nada de mágico. Has visto a Jondalar adiestrar a Corredor, y estabas allí cuando llevé a Lobo, de cachorro, al hogar. No es más que un lobo que se acostumbró a la gente porque se crio entre humanos.

—Por cierto, ¿dónde está ese lobo? Me pregunto si se acuerda de mí —dijo Danug.

—Nada más llegar, se ha ido corriendo en busca de Jonayla —respondió Ayla—. Por lo visto, está con otras niñas de su edad haciendo algo para la zelandonia. Pero todavía no he visto a Jondalar. ¿Ha dicho algo de ir a cazar?

—A mí no —respondió Danug—, pero ninguno de los tres hemos estado mucho por aquí. Aunque somos forasteros, de un lugar muy lejano, Jondalar nos presentó como parientes tuyos, y como a parientes nos han recibido. Todo el mundo quiere oír nuestras historias y nos pregunta cosas sobre nuestra gente. Nos han pedido a los tres que participemos en los Primeros Ritos. Incluso a mí, con lo grande que soy, aunque antes me interrogaron sobre mi experiencia con mujeres tan jóvenes, y creo que un par de «mujeres-donii» me pusieron a prueba. —El hombre corpulento sonrió de placer—. Al principio Jondalar nos traducía, pero hemos estado aprendiendo zelandonii, y ahora nos las apañamos solos. La gente se porta muy bien con nosotros, pero no para de hacernos regalos, y ya sabes lo complicado que es cargar con demasiadas cosas cuando estás de viaje. A propósito, te traje algo que te dejaste olvidado. Se lo di a Jondalar. ¿Te acuerdas de la pieza de marfil que os dio Talut cuando os fuisteis? ¿La que mostraba los hitos con que orientarte para iniciar bien vuestro viaje?

—Sí. Tuvimos que dejarla por falta de espacio.

—Laduni me la entregó para que os la devolviera.

—Jondalar se habrá alegrado mucho. Ese era un objeto que deseaba conservar como recuerdo de su estancia con el Campamento del León.

—Lo entiendo. A mí los s’armunai me dieron también algo que sin duda querré guardar siempre. Mira. —Sacó una figurilla de mamut confeccionada con un material muy duro pero desconocido—. No sé qué clase de piedra es. Según Aldanor, la hacen ellos mismos, pero no sé si creerle.

—Es verdad que esa piedra se hace. Empiezan con una arcilla barrosa, luego le dan forma, y la cuecen con fuego muy intenso en un espacio cerrado especial, como un horno construido en la tierra, hasta que se convierte en piedra. Vi hacerlo a la S’Armuna del Campamento de las Tres Hermanas. Fue ella quien descubrió cómo se hacía esa piedra. —Ayla se interrumpió, y permaneció un momento con la mirada perdida, como si contemplara sus recuerdos—. No era mala persona, pero Attaroa la llevó por mal camino durante un tiempo. Los s’armunai son gente interesante.

—Jondalar me contó lo que os pasó allí. Pero Aldanor es de otro campamento. Nos detuvimos a hacer noche en Tres Hermanas. Me pareció extraño que hubiera tantas mujeres, pero eran muy hospitalarias. Después de hablar con Jondalar, me di cuenta de que quizá no habríamos llegado hasta aquí si no hubierais pasado vosotros antes por allí. Tiemblo sólo de pensarlo —dijo Danug.

La cortina de cuero de la entrada se abrió. Danug y Ayla alzaron la mirada y vieron a Dalanar asomar la cabeza.

—De haber sabido que la querías para ti solo, me lo habría pensado antes de traerte a esta Reunión de Verano, joven —dijo Dalanar con severidad, y enseguida sonrió—. Tampoco te culpo; ya sé que hace mucho tiempo que no la ves, pero hay varias personas más que desean hablar con esta mujer.

—¡Dalanar! —exclamó Ayla, y se levantó y salió de la pequeña tienda para abrazarlo. Había envejecido, pero seguía pareciéndose mucho a Jondalar, y Ayla sintió un cálido afecto al verlo—. ¿Danug y los otros dos vinieron contigo? ¿Cómo te encontraron?

—Fue por casualidad, u otros te dirán que fue cosa del destino. Unos cuantos de nosotros salimos de cacería en dirección a un valle ribereño cercano, en una zona de paso de muchas manadas. Ellos tres nos vieron y, con señas, nos dieron a entender que deseaban unirse a la partida de caza. Nosotros aceptamos con mucho gusto la ayuda de tres hombres jóvenes y sanos. Yo ya tenía pensado que este año podríamos venir a la reunión de los zelandonii si conseguíamos unas cuantas buenas cacerías, las suficientes como para almacenar carne de cara al invierno y traer un poco aquí.

»Gracias a su participación, las cosas nos fueron mucho mejor. Cazamos seis bisontes. Ya al anochecer este joven preguntó por ti y Jondalar, y estaba interesado en saber dónde encontrar a los zelandonii —contó Dalanar, señalando al hombre pelirrojo que acababa de salir de la tienda.

—El idioma fue un pequeño problema. Lo único que Danug sabía decir era «Jondalar de la Novena Caverna de los zelandonii». Intenté explicarle que Jondalar era hijo de mi hogar, pero no tuve mucha suerte —prosiguió el hombre de mayor edad—. Entonces Echozar volvió del filón de pedernal, y Danug empezó a hablarle con señas. Se sorprendió al descubrir que Echozar hablaba, pero no tanto como se sorprendió Echozar al ver que Danug y Druwez se dirigían a él con señas. Cuando Echozar les preguntó dónde habían aprendido ese lenguaje, Danug nos habló de su hermano, un niño adoptado por su madre que al final había muerto. Nos contó que tú, Ayla, enseñaste a todos ellos a expresarse con señas para que el niño pudiera hacerse entender.

»Fue así como conseguimos comunicarnos al principio. Danug y Druwez hablaban con Echozar mediante señas, y él traducía. En ese momento tomé una decisión: dije a Danug que iríamos a la Reunión de Verano de los zelandonii y podían acompañarnos. Dio la casualidad de que al día siguiente llegó Willamar con los suyos. Es increíble lo bien que Willamar se comunica con la gente incluso sin conocer su idioma.

—¿Willamar también está aquí? —preguntó Ayla.

—Sí, estoy aquí.

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