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Authors: Elaine Cunningham

Las esferas de sueños (27 page)

acostumbrando a ellos porque a partir de ahora haremos muchos negocios juntos.

Isabeau ladeó la cabeza y contempló a su horrorizada socia. Después entornó los ojos, pensativa.

—Creo que Lilly no lo aprueba —le dijo al monstruo—. Enséñale qué les ocurre a los que hablan de cosas que es mejor dejar en las sombras.

Las curvas mandíbulas del tren, revestidas de colmillos, esbozaron una sonrisa de reptil. Con un gruñido, se agachó junto a uno de los mercenarios muertos. La enorme mano garruda cogió la lengua ennegrecida que le sobresalía de la boca. De un tirón, la arrancó con un ruido húmedo de algo que se desgarra. El tren sonrió de nuevo y, a continuación, paladeó aquel exquisito bocado.

A través de una bruma que de pronto pareció arremolinarse en torno a ella, Lilly oyó los gruñidos que resonaban por la caverna. Más tren emergieron de las sombras y, asimismo, se agacharon para alimentarse.

La joven empezó a gritar. Vagamente percibió cómo Isabeau la reñía y la abofeteaba, pero era incapaz de parar. Se dejó caer sobre el suelo de piedra y se tapó los oídos para no tener que oír los sonidos del espeluznante festín, gritando y gritando sin parar, hasta que se hundió de nuevo en la misericordiosa inconsciencia.

9

Un aroma otoñal impregnaba el viento que azotaba las calles de la ciudad, alzando las brillantes hojas caídas en pequeños remolinos y agitando las faldas de las mujeres que paseaban.

Danilo tuvo que sujetarse el sombrero con una mano para mantenerlo en el ángulo que dictaba la moda.

—No podrías haber elegido peor época del año para empezar a aficionarte a ir de tiendas —dijo a su compañera.

Arilyn se apartó con impaciencia un rizo oscuro que le caía sobre el rostro.

—¿Y si lo que se dice por ahí es cierto? ¿Y si el perfumista vende más que esencias y ungüentos?

—Cuesta creer. Diloontier goza de excelente reputación. Muchas de las familias comerciantes hacen negocios con él. Sus esencias son auténticas, y las pocas pociones que vende son inofensivas y fiables. Créeme, la cofradía de magos vigila sus negocios por precaución, como hacen con cualquiera que se dedique a la magia menor.

—¿Y qué me dices de los túneles?

—Querida, esta ciudad está construida sobre un verdadero hormiguero. Todo tipo de criaturas han estado excavando túneles bajo la montaña de Aguas Profundas desde el tiempo de los dragones. No significa nada.

Arilyn se encogió de hombros y empujó la puerta de la tienda. Entonces, se detuvo tan bruscamente que Danilo chocó con ella.

Cassandra Thann los miró a ambos por encima de la exquisita botella que sostenía en las manos. Tras un instante de vacilación, se la devolvió a Diloontier.

—La mezcla no me convence. Demasiadas especias. No quiero ir por ahí oliendo como un budín típico de la fiesta de invierno.

—Enseguida lo arreglo —le aseguró el comerciante. Después de dirigirle una rápida inclinación de cabeza, se volvió y chasqueó los dedos para llamar a uno de sus aprendices—. Tú, Harmon. Atiende al caballero mientras yo arreglo este perfume.

Diloontier se marchó apresuradamente, dejando a las dos mujeres midiéndose como espadachines que necesitaran sus armas.

—A mí me gusta el budín de la fiesta de invierno —dijo Arilyn—. Puesto que ese perfume no os va, tal vez debería comprarlo yo.

El comentario de la semielfa logró descolocar momentáneamente a lady Cassandra, que con rapidez disimuló su reacción esbozando una fría sonrisa.

—Querida, me temo que es una fragancia demasiado... formal para alguien como tú. En esta tienda, hay cosas más adecuadas para ti.

El sutil insulto le ofrecía una oportunidad. Sin duda, la dama era consciente de la pésima reputación de Arilyn, y la semielfa decidió aprovecharlo. Así pues, se cruzó de brazos y la miró de manera fija, fría y mortífera: era la mirada de un halcón cazador o de una asesina a sueldo.

—Eso tengo entendido. De momento, no tengo necesidad de ellas, pero podría ser muy interesante descubrir quién sí.

Las dos mujeres se miraron una a la otra durante un largo instante, midiendo sus fuerzas. Por fin, Cassandra volvió la mirada hacia su hijo, tomó una pequeña ampolla del estante y se la entregó.

—Toma esto como regalo para tu... dama y vete. Te aconsejo que me hagas caso —le dijo.

Cassandra se calzó los guantes y, con paso majestuoso, salió a la calle, donde la esperaba su carruaje.

Con un ademán, Danilo rechazó los servicios del ayudante de perfumista, salió antes que su compañera y, una vez en la calle, la miró, contrito.

—Supongo que sabes que no se refería a un perfume —murmuró.

—Sí, la idea se me había ocurrido —contestó Arilyn con un toque sarcástico—.

¿Cassandra siente una aversión especial contra las semielfas asesinas, o tal vez tenía un consejo más específico en mente?

—No estoy del todo seguro. Me insistió mucho en que no me involucrara en la muerte de Oth, pero lo achaqué a que detesta cualquier tipo de escándalo. La preocupa mi elección de pareja, probablemente por la misma razón. Como sin duda habrás observado ya, algunos miembros de la nobleza no ven con buenos ojos las alianzas entre los de su clase y otras razas.

Era la primea vez que Danilo admitía abiertamente que podía existir un problema.

Arilyn decidió que era el momento de poner sus cartas sobre la mesa.

—Ayer fui a hablar con Arlos Dezlentyr —dijo.

Danilo le lanzó una mirada penetrante.

—¿Te habló de su primera esposa?

—Entonces, conoces la historia. Quería saber. Sí, su muerte causó bastante revuelo entre los elfos; muchos se indignaron de que no se hicieran auténticos esfuerzos para dar con su asesino.

—Si es que realmente fue asesinada.

—Sibylanthra era una joven elfa, que, según todos los indicios, gozaba de buena salud, estaba contenta con su trabajo, con su esposo y con sus hijos pequeños. No hay otra explicación.

En vista de que Danilo no trataba de rebatirla, prosiguió.

—Tú mismo acabas de decir que a algunos de tu clase no les gusta verte con una semielfa. Alguien tampoco estaba muy contento de que Arlos Dezlentyr hubiera tomado por esposa a una elfa. Existen túneles excavados por los tren que comunican la mansión Dezlentyr con la tienda de Diloontier. ¿Quieres que averigüemos por qué, o piensas pasarte el resto de la vida temiendo que a la vuelta de cada esquina te espere una emboscada tren?

—Hay algo de razón en lo que dices —admitió Dan lentamente—. ¿Tenemos razones para creer que los ataques tren iban dirigidos contra alguien que no fuese Oth Eltorchul y aquellos que últimamente habían tenido tratos con él? Una vez que se conozca la verdad sobre su muerte, ya no tendremos de qué preocuparnos.

Arilyn resopló.

—Hablo en serio —insistió el joven—. Nadie de la nobleza te desea mal. Tal vez a algunos no les guste mucho mi elección, pero dudo de que vean a nuestros futuros hijos como una amenaza para ellos. Después de todo, la línea de sucesión al título Thann es tan larga como una balada enana.

Caminaron unos minutos en silencio antes de que Dan hablara de nuevo.

—Me ha sorprendido que mencionaras a lady Dezlentyr. Hace pocas noches mi madre me recordó esa misma historia —dijo lentamente—. Entonces, interpreté que me recomendaba que actuara con prudencia, pero ahora, aunque me duela decirlo, no sé si era una advertencia o una amenaza.

Arilyn no replicó enseguida. Quería darle tiempo para que absorbiera el impacto de sus propias palabras antes de que ella añadiera otra dolorosa información.

—Ese perfume que tu madre me ha recomendado... ¿Reconocerías la botella si la vieras en un estante entre otras?

—Supongo que sí. ¿Por qué?

—Lady Cassandra la dejó enseguida al vernos. Es un buen punto de partida para demostrar que Diloontier vende más que sólo perfumes. Oíste lo que dije a lady Cassandra en la tienda.

—Sí, lo oí. Aunque no estoy seguro de haber comprendido lo que no os dijisteis claramente.

—Di a entender que algunas de las pociones u otros artículos de Diloontier podían ser venenos. Le dije que en esos momentos no los necesitaba, pero que buscaba a alguien que sí. Una asesina a la caza de asesinos. Cassandra lo entendió y, por eso, nos advirtió.

«Conozco a gente que puede probarlo por mí, ver qué es y cómo funciona.

Tardaré unos cuantos días en tener una respuesta, aunque creo que la información bien lo vale.

Danilo digirió esas palabras en silencio.

—No me malinterpretes si te digo que analizar ese perfume será una pérdida de tiempo.

—Pero...

Dan la acalló alzando la mano.

—Diloontier se llevó la botella a la trastienda para, en sus propias palabras, «arreglar» el perfume. Supongo que ya habrá modificado sus ingredientes. Tenemos que buscar en otro sitio.

El argumento era de una lógica irrefutable. Arilyn apretó los dientes, y así lo admitió con un breve gesto de asentimiento. Ya no hablaron más, aunque la semielfa no pudo dejar de preguntarse si Danilo estaría aliviado de haber encontrado un muro que les impedía seguir esa línea de investigación.

Ella tenía su hoja de luna y su deber hacia el pueblo elfo. Danilo tenía un título, privilegios y la lealtad de un noble hacia su familia y otros de su clase. De una cosa estaba segura a su pesar: antes de que ese asunto acabara, uno de los dos tendría que sacrificar algo muy valioso. Su única esperanza era que no se tratara de su amor.

No obstante, en su interior sabía que no podía ser otra cosa.

Lilly caminaba rápidamente por las calles del distrito del castillo. Pocas veces tenía razón para ir a ese barrio tan elegante, sin embargo su resolución le daba valor, tal como la había sostenido durante el horrible viaje de regreso a la ciudad.

Ese distrito le resultaba tan poco familiar como los túneles y las cavernas en las que últimamente había estado. A ella le sería difícil conseguir trabajo en el distrito del castillo, pues las tabernas sólo contrataban a camareras de modales refinados y hablar más cuidado que el suyo. Y tampoco se atrevía a ejercer su oficio de ladrona tan cerca del castillo, en un área patrullada constantemente por guardias y soldados.

Con gesto nervioso, se alisó con las manos la falda de su mejor vestido, rezando para no resultar demasiado llamativa. Más de una mirada masculina se posó en ella y la siguió al doblar la calle de la Espada. En circunstancias normales, Lilly lo habría considerado lógico —un cumplido silencioso—, pero ese día temía que las miradas revelaran que estaba fuera de lugar allí.

O, aún peor, que la vigilaban.

Esa idea la alteró hasta el punto de que los oídos le zumbaban como si tuviera una docena de mosquitos dentro.

—Estoy nerviosa; eso es todo. No hay razón para alarmarme —se aseguró a sí misma en su tono de voz más firme.

Alzó la cabeza, recorrió el resto del camino fingiendo una seguridad que no sentía y entró en la tienda regentada por Balthorr —Tesoros y Rarezas— con el aire de alguien que tuviera por costumbre hacerlo.

El propietario alzó la vista hacia ella. Lilly se estremeció al contemplar aquel rostro lleno de cicatrices. Había oído contar que Balthorr había perdido un ojo luchando contra una quimera, pero no esperaba que el hombre alardeara de su pérdida y la exhibiera con tanto orgullo como un estandarte de familia. Llevaba un ojo de cristal que llamaba poderosamente la atención porque era simplemente una esfera blanca. A Lilly le recordó de manera inquietante las esferas de sueños.

—He venido a vender —anunció más bruscamente de lo que había planeado.

Balthorr la estudió con el único ojo bueno. Entonces, se levantó y señaló con la cabeza una estancia oculta por una cortina. Lilly lo siguió y vació las monedas encima de una mesa.

—Son de platino. Dudo de que nadie las acepte de alguien como yo sin hacer un montón de preguntas. ¿Me las podéis cambiar por monedas de menos valor?

Balthorr examinó una de las grandes y relucientes monedas de platino.

—Doscientas piezas de plata —le ofreció.

Lilly calculó el cambio mentalmente y decidió que era bastante justo.

—También tengo esto —añadió, y colocó el rubí sobre la mesa.

El hombre lo cogió y asimismo lo examinó.

—¡Hmmm! Muy bonito, pero demasiado grande para ser verdadero.

Por un momento, la joven se sintió hundida, aunque rápidamente se recuperó.

Estaba convencida de que esa gema era muy especial, casi una cosa viva. Además, tampoco era tan grande; era del tamaño de la uña de su dedo meñique.

—Es una piedra preciosa —protestó severamente—. Me aseguraron que erais un buen comerciante de gemas.

Balthorr extendió las manos y se encogió de hombros, como si dijera que no podía culparlo por haber tratado de aprovecharse.

—Doscientas monedas de oro en lingotes de oro de peso estándar. Ni un penique más.

Lilly se mareó al pensar en esa enorme suma. ¡Nunca había soñado con que podría reunir tanto dinero! Con ese oro, podría llegar incluso hasta Cormyr, y aún le sobraría para tomar lecciones de lengua y buenas maneras, y comprarse ropa decente. Luego, podría emplearse en una tienda elegante para ganarse la vida sin necesidad de robar.

—Acepto —dijo.

Sabía que debía regatear, pero no podía arriesgarse a perder tal suma cuando su vida estaba en juego. Vigiló mientras el hombre ponía cien monedas de oro en un platillo de la balanza y luego ponía en el otro varios lingotes relucientes y de pequeño tamaño hasta compensar los pesos. Al acabar, los introdujo en una bolsa.

Lilly casi se la arrebató de las manos y se quedó sorprendida al comprobar lo pesada que era. Era tal su prisa por desaparecer que en ese momento nada le importaba el decoro; se levantó la falda y se ató la bolsa al cinturón con el que se ceñía la camisola. Balthorr le echó una mirada, aunque parecía más interesado en el rubí y las monedas de platino que acababa de adquirir.

Llevando en la mano un puñado de monedas de plata, Lilly huyó de la tienda y buscó un vehículo de alquiler. Era una extravagancia, pero tenía ganas de darse ese lujo.

El lugar más seguro que conocía era su cuarto en la taberna, vigilada por Hamish, el semiogro. Prefería gastarse unas pocas monedas para regresar rápidamente a ese refugio que arriesgarse a que uno de sus colegas la robara.

Tres carruajes pasaron por su lado sin detenerse ante su señal. Por fin, uno frenó,

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