Las ilusiones perdidas (73 page)

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Authors: Honoré de Balzac

Tags: #Clásico

Al día siguiente, Víctor-Ange-Herménégilde Doublon, notario de los señores Cointet, hizo el protesto a las dos, hora en la que la plaza du Murier está llena de gente; y a pesar del cuidado que puso en hablar en la puerta del patio con Marion y Kolb, no por ello fue el protesto menos conocido aquella misma tarde por todo el comercio de Angulema. Además, las hipócritas maneras de Doublon, a quien Cointet el mayor le había recomendado los mayores miramientos, ¿podían salvar a Ève y a David de la ignominia comercial que resulta de una suspensión de pagos? ¡Juzgad! El noventa por ciento de los! lectores se van a sentir atraídos por los siguientes detalles, como si se tratara de la novedad más excitante. De esta manera quedará probado una vez más la vanidad de este axioma: «Nada hay menos conocido que lo que todo el mundo tendría que saber: ¡La Ley!».

Ciertamente, a la mayor parte de los franceses, el mecanismo de uno de los engranajes del Banco, bien descrito, ofrecerá el interés de un capítulo de viajes por un país extranjero. Cuando un negociante envía, desde la ciudad en que está situado su establecimiento, una letra a una persona que vive en otra ciudad, como se suponía que David lo había hecho para favorecer a Lucien, cambia la simple operación de un efecto suscrito entre negociantes de la misma ciudad para; asuntos de comercio, en algo parecido a la letra de cambio emitida en un lugar para otro.

Así, al aceptar los tres efectos a Lucien, Métivier estaba obligado, para percibir el total, a enviarlos a los señores Cointet hermanos, sus corresponsales. De ahí, una primera pérdida para Lucien, designada como comisión por cambio de plaza, y que se traducía por un tanto por ciento cargado a cada efecto, además del descuento. Los pagarés Séchard habían pasado pues a la categoría de pagarés bancarios. No podríais imaginar hasta qué punto la cualidad de banquero, unida al título augusto de acreedor, cambia la condición del deudor. Así pues, en Banca (recordad bien esta expresión), desde que un efecto es transmitido de la plaza de París a la plaza de Angulema, y no es pagado, los banqueros tienen que dirigirse a sí mismos lo que la ley llama una cuenta de retorno. Bromas aparte, nunca los novelistas han inventado cuenta ni cuento más absurdos que estos, y aquí están las ingeniosas bromas a lo Mascarille, que cierto artículo del Código de Comercio autoriza y cuya explicación os demostrará cuántas atrocidades se esconden bajo esta terrible palabra: ¡La Legalidad!

En cuanto el notario Doublon hubo registrado su protesto, lo llevó en persona a los señores Cointet hermanos. El notario estaba en connivencia con estos lobos cervales de Angulema, y les concedía un crédito de seis meses, que el mayor de los Cointet ampliaba a un año en la forma en que lo saldaba, diciendo cada mes a este sub lobo cerval:

—Doublon, ¿necesita dinero?

¡Y no es eso todo! Doublon favorecía con un porcentaje a esta poderosa casa, que de este modo con cada acta ganaba un tanto, hada, una miseria, ¡un franco cincuenta por protesto!… Cointet el mayor se sentó tranquilamente en su escritorio y tomó de él una cuartilla de papel timbrado de treinta y cinco céntimos, sin dejar de hablar con Doublon a fin de enterarse por él sobre el verdadero estado y situación de los comerciantes.

—Bueno, ¿está contento del pequeño Gannerac?…

—¡Bah! No va mal.

—Sí, pero parece ser que en realidad tiene dificultades. Me han dicho que su mujer le originaba muchos gastos…

—¿A él? —exclamó Doublon, con aire zumbón.

Y el lobo cerval, que había terminado por arreglar su cuartilla, escribió en redondilla el siniestro título bajo el que extendió la siguiente cuenta:

CUENTA DE RETORNO Y GASTOS

«Por un efecto de mil francos, fechado en Angulema el diez de febrero de mil ochocientos veintidós, suscrito por Séchard hijo, a la orden de Lucien Chardon, llamado de Rubempré, endosado a la orden de Métivier y a la nuestra, con vencimiento al treinta de abril último, protestado por Doublon, alguacil, el primero de mayo de mil ochocientos veintidós.

»Principal: 1.000,00. Protesto: 12,35. Comisión del medio por ciento: 5,00. Comisión de corretaje de un cuarto por ciento: 2,50. Timbre de nuestro retiro y del presente: 1,35. Intereses y portes de cartas: 3,00. Cambio de plaza a uno y cuarto por ciento sobre 1.037.45: 13,25. Total: 1.037,45.

»Mil treinta y siete francos con cuarenta y cinco céntimos, de cuya suma reembolsamos por nuestra letra a la vista sobre el señor Métivier, calle Serpente, en París, a la orden del señor Gannerac del Houmeau.

»Angulema, dos de mayo de mil ochocientos veintidós.

Cointet hermanos».

En la parte inferior de este pequeño memorándum, hecho con toda la pericia de una persona práctica en tales asuntos, ya que siempre consultaba con Doublon, Cointet el mayor escribió la siguiente declaración:

«Los abajo firmantes, Postel, farmacéutico en el Houmeau, y Gannerac, comisionista en transporte, comerciantes de esta ciudad, certificamos que el cambio de nuestra plaza sobre París es de uno y un cuarto por ciento.

»Angulema, tres de mayo de mil ochocientos veintidós».

—Tenga, Doublon, hágame el favor de ir a casa de Postel y de Gannerac y rogarles que me firmen rápidamente esta declaración a fin de que me la pueda traer mañana por la mañana.

Y Doublon, familiarizado con estos instrumentos de tortura, se fue, como si se tratara de la cosa más sencilla. A pesar de que el protesto fue enviado en sobre cerrado, como en París, todo Angulema estaba enterado del desgraciado estado en que se encontraban los asuntos de ese pobre Séchard. ¡Y de cuántas acusaciones no fue objeto su apatía! Unos decían que se había perdido por el excesivo amor que profesaba a su mujer; otros le acusaban de sentir demasiado afecto por su cuñado. ¡Y qué atroces conclusiones no sacaban de estas premisas! Nunca debía uno solidarizarse con los intereses del prójimo. Se aprobaba la dureza de Séchard para con su hijo y se le admiraba. Ahora, vosotros todos, pues, que por cualquier razón olvidáis hacer honor a vuestros compromisos, examinad atentamente el procedimiento, perfectamente legal, por el que, en diez minutos, se hace en Banca que un capital de mil francos aporte veintiocho de interés.

El primer artículo de esa Cuenta de Retorno es la única cosa incontestable.

El segundo artículo contiene la parte del Fisco y del alguacil. Los seis francos que percibe la Hacienda al registrar el disgusto del deudor, y proporcionando el papel timbrado, harán que el abuso perdure durante largo tiempo. Sabéis además que este artículo proporciona un beneficio de un franco cincuenta al banquero, a causa de la comisión hecha por Doublon.

La comisión de un medio por ciento, objeto del tercer artículo, está tomada del pretexto ingenioso de que, en banca, no recibir el pago equivale a descontar un efecto. A pesar de que es absolutamente lo contrario, nada más parecido que dar mil francos o no cobrarlos. Cualquiera que haya presentado efectos al descuento sabe que, además del seis por ciento que legalmente se debe, el banquero descuenta, bajo el humilde título de comisión, un tanto por ciento que representa los intereses que le proporciona, por encima de la tasa legal, la habilidad con la que hace trabajar sus fondos. Cuanto más dinero puede ganar, más os pide. Por lo tanto, los descuentos se han de efectuar con los tontos, es más barato; pero, ¿acaso hay tontos en la Banca?

La ley obliga al banquero a hacer que un agente certifique la tasa del cambio. En las plazas lo suficientemente desgraciadas como para que no haya Bolsa, el agente de cambio es suplido por dos comerciantes. La comisión llamada de corretaje, que se ha de pagar al agente, queda fijada en un cuarto por ciento de la suma expresada en el efecto protestado. Se ha establecido la costumbre de considerar esta comisión como entrega a los negociantes que reemplazan al agente, pero el banquero, lisa y llanamente, la mete en su caja. De ahí el tercer artículo de esta encantadora cuenta.

El artículo cuarto comprende el costo del cuadrado de papel timbrado sobre el que se ha redactado la Cuenta de Retorno y el del timbre de lo que ingeniosamente se llama la resaca, es decir, la nueva letra hecha por el banquero sobre su colega para reembolsarse.

El quinto artículo comprende el precio que ha de pagarse de los portes de cartas y los intereses legales de la suma durante todo el tiempo que puede tardar en llegar a la caja del banquero.

Finalmente, el cambio de plaza, el objeto mismo de la banca, es lo que cuesta por hacerse pagar de una plaza a otra.

Ahora, expurgad esta cuenta en la que, a la manera de contar del Polichinela de la canción napolitana, tan bien interpretado por Lablache, quince y cinco son veintidós. Evidentemente la firma de los señores Postel y Gannerac era un asunto de complacencia: los Cointet certificaban, en caso de necesitaban por lo tanto hacer una letra. Entre ellos, un efecto para los Cointet. Es la puesta en práctica de este conocido proverbio: «Hazme la barba, hacerte he el copete». Los señores Cointet hermanos tenían cuenta corriente con Métivier y no necesitaban por lo tanto hacer una letra. Entre ellos, un efecto devuelto no significaba más que una línea de más en el debe o en el haber.

Esta fantástica cuenta se reducía pues en realidad a los mil francos debidos, al protesto de trece francos y a un medio por ciento de interés por el mes de retraso, tal vez unos mil dieciocho francos en total.

Si una gran entidad bancaria tiene todos los días como media una Cuenta de Retorno por un valor de mil francos, percibe todos los días veintiocho francos, por la gracia de Dios y de las constituciones de la Banca, formidable realeza ideada por los judíos del siglo doce, y que hoy en día domina a los tronos y a los pueblos. En otros términos, mil francos proporcionan pues a esta casa veintiocho francos por día o diez mil doscientos francos al año. Triplicad la media de las Cuentas de Retorno y percibiréis un ingreso de treinta mil francos, proporcionado por esos capitales ficticios. Por lo tanto, nada más amorosamente cultivado que las Cuentas de Retorno. David Séchard hubiese podido venir a pagar su efecto el tres de mayo o la misma mañana del protesto, y los hermanos Cointet ya le hubiesen dicho: «¡Hemos devuelto su efecto al señor Métivier!», aunque el efecto se encontrara sobre el escritorio.

La Cuenta de Retorno queda establecida la misma tarde del protesto. Esto, en el lenguaje bancario provinciano, se denomina hacer sudar los escudos. Sólo los por tes de las letras proporcionan unos veinte mil francos a la casa Keller, que tiene corresponsales en el mundo entero, y las Cuentas de Retorno pagan el palco en los Italianos, el coche y el vestido de la señora baronesa de Nucingen, El porte de cartas es un abuso tanto más espantoso cuanto que los banqueros se ocupan de diez asuntos semejantes en diez líneas de una carta. ¡Cosa extraña!, el Fisco tiene su parte en esta prima arrancada a la desgracia, y el Tesoro Público, de esta forma, se incrementa con los infortunios comerciales.

En cuanto a la Banca, arroja desde lo alto de su mostrador, al deudor esta frase llena de razón: «¿Por qué no está a cubierto?», a la que, desgraciadamente, nada se puede responder. De este modo la Cuenta de Retomo es una cuenta Henal de ficciones terribles hacia la que los deudores, que reflexionarán sobre esta instructiva página, experimentarán en lo sucesivo un saludable temor.

El cuatro de mayo, Métivier recibió de los señores Cointet hermanos la Cuenta de Retorno con una orden de perseguir a ultranza en París al señor Lucien Chardon, llamado De Rubempré.

Unos días más tarde, Ève recibió, en respuesta a la carta que escribió al señor de Métivier, las siguientes líneas que la dieron la certeza absoluta.

«Al señor Séchard, hijo, impresor en Angulema.

»A su tiempo recibí su estimada del cinco de los corrientes. Por sus explicaciones relativas al efecto impagado del 30 de abril último, he comprendido que no se hace cargo de la deuda de su cuñado el señor de Rubempré, quien derrocha de un modo que es hacerle un favor obligarle a pagar; su situación es tan crítica que no podrá seguir así por mucho tiempo. Si su honorable cuñado no me pagara, confiaría en la lealtad de su antigua casa; me reitero, como siempre,

»su seguro servidor,

Métivier».

—¡Pues bien!, mi hermano se habrá enterado con este acoso que no hemos podido pagar.

¿Qué cambios anunciaba en Ève esta frase? El amor en aumento que le inspiraba el carácter de David, cada vez mejor conocido, tomaba en su corazón el puesto del afecto fraternal. Pero, ¿a cuántas ilusiones no decía adiós?…

Veamos ahora todo el camino que realiza la Cuenta de Retorno en la plaza de París. Un tercer portador, nombre comercial del que posee un efecto por transmisión, queda libre, en términos legales, de perseguir únicamente a aquel de los diversos deudores de este efecto que le pueda pagar con mayor prontitud. En virtud de esta facultad, Lucien fue perseguido por el notario del señor Métivier. He aquí cuáles fueron las fases de esta acción, que por otro lado era inútil por completo. Métivier tras el que se ocultaban los hermanos Cointet, conocía la insolvencia de Lucien; pero siempre, dentro del espíritu de la ley, la insolvencia de hecho no existe en derecho sino solamente después que haya sido comprobada. Se comprobó, por tanto, la imposibilidad de obtener de Lucien el pago del efecto, de la siguiente manera.

El alguacil de Métivier denunció el 5 de mayo la Cuenta de Retorno y el protesto de Angulema a Lucien, citándole en el Tribunal de Comercio para hacerle oír una multitud de cosas, entre otras, que sería condenado como negociante. Cuando en medio de su vida de ciervo acosado por los perros leyó Lucien este inexplicable e intrincado discurso, recibía la notificación de un juicio establecido contra él por defecto en el Tribunal de Comercio. Coralie, su amante, ignorando de lo que se trataba, imaginó que Lucien había obligado a su cuñado y le dio todas las actas juntas demasiado tarde. Una actriz ve demasiados artistas como notarios en las comedias para creer en el papel timbrado.

A Lucien se le saltaron las lágrimas, se compadeció de Séchard, sintió vergüenza de su falsificación y quiso pagar. Naturalmente, consultó a sus amigos sobre lo que tendría que hacer para ganar tiempo. Pero cuando Lousteau, Blondet, Bixiou y Nathan hubieron instruido a Lucien sobre el poco caso que un poeta tenía que hacer al Tribunal de Comercio, institución establecida para los tenderos, el poeta se encontraba ya bajo los efectos de un embargo. Veía en su puerta ese papelito amarillo cuyo color destiñe sobre las porterías y que tiene la virtud más estrictamente sobre el crédito, que lleva el escalofrío al corazón de los proveedores y que, sobre todo, hiela la sangre en las venas de los poetas lo bastante sensibles como para encariñarse con esos pedazos de madera, esos jirones de seda, esos montones de lana teñida, o esas baratijas llamadas mobiliario. Cuando vinieron a llevarse los muebles de Coralie, el autor de
Las Margaritas
se fue a ver a un amigo de Bixiou, Desroches, un procurador que se echó a reír al ver tanto espanto en Lucien por tan poca cosa.

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